La creencia religiosa se fortalece cuando puede compatibilizarse con el razonamiento. Fe y razón deben ir juntas, de lo contrario, cuando se deja la razón de lado, puede caerse en el fanatismo o en la irracionalidad, o puede rechazarse la religión simplemente porque no puede razonarse sobre ella. Este es el caso de quienes aceptan parcialmente el cristianismo; no porque así lo quieran, sino porque no pueden aceptarlo plenamente. Quien está habituado al razonamiento lógico, desde su propio subconsciente tiende a rechazar todo lo que no sea coherente, sin que por ello se lo deba acusar de no creyente, ateo y demás descalificaciones provenientes de quienes se atribuyen el mérito de ser los “verdaderos creyentes”. Miguel de Unamuno escribió: “Creer en Dios es anhelar que le haya y es, además, conducirse como si le hubiera”.
Una de las formas de encontrarle coherencia al cristianismo implica considerarlo como una religión natural; al menos servirá para que muchos le den el sentido que todavía no le encuentran. La incoherencia surge al intentar compatibilizar la imagen de un Dios que interviene en los acontecimientos humanos con un mundo regido por leyes naturales invariantes. De ahí que la pregunta acerca de qué cree cada uno, debería reemplazarse por la pregunta acerca de cómo cree que funciona en realidad el mundo.
Miguel de Unamuno, que por cierto tenía el hábito de razonar sobre estas cuestiones, no estuvo exento de tales inconvenientes. Hernán Benítez presenta un panorama general del vinculo de Unamuno con la religión, escribiendo al respecto: “Las conclusiones escuetas a que he llegado al término de mi estudio son las siguientes:
1- Hasta sus veinte años fue Unamuno católico práctico. Desde entonces, por carecer de sólida preparación filosófica y teológica, difícil en aquel tiempo, si no imposible de adquirir, su condición de filósofo le arrojó a la lectura del racionalismo, protestantismo y modernismo, desatándole una terrible lucha entre la cabeza, luteranizada cada vez más, y el corazón, férreamente anclado en el catolicismo de su España, de su Vasconia, de su madre, de su esposa y de sus hijos.
2- Desde 1884 hasta 1911, esto es, desde los veinte hasta los cuarenta y siete años, sube sin declinar la gráfica de su deslumbramiento protestante, de su empeño por protestantizar a España y de su enemiga anticlerical. Pero en la última de las fechas mencionadas despierta, casi súbitamente, de su hechizamiento heterodoxo y se lanza a atacar al protestantismo con mucho más furor que al clericalismo, confesándose católico y asentando la grandeza de España en un acrisolamiento y robustecimiento de la fe católica, oreada de fanatismos, de politiquerías y de ignorancias.
3- Y si no volvió entonces a las prácticas sacramentales, no abandonadas definitivamente hasta cerca de los cuarenta años, fue en gran parte por haberle arrebatado la turbionada política que lo arrojó a combatir sin descanso al Monarca y al Dictador, por haber sido luego confinado al destierro y, tras éste, por haberle envuelto la guerra civil. Añádase encima las acometidas nada mansas llevadas contra él desde ciertos púlpitos y cierta prensa católica, las cuales, claro está, no le invitaban a frecuentar los sacramentos. Y no se piense en que acaso tuvo miedo a los ¿qué dirán?, pues era capaz de presentarse a comulgar en la misa mayor, aunque más no fuera por darle una espantada al cura que se le acercara con la Hostia santa.
4- Jamás en toda su vida, cualquiera fueran las vacilaciones de su cabeza, y ni siquiera cuando anduvo a las trastadas entre el protestantismo y el catolicismo, se le calmó en las entrañas el dolor del misterio. Jamás dejó de buscar a Dios, a quien llevaba en cada uno de los resuellos de su corazón…” (De “El drama religioso de Unamuno”-Universidad de Buenos Aires-Buenos Aires 1949).
Por lo general, la gente pregunta por la afiliación religiosa de alguien como si se tratara de la pertenencia a un club de fútbol o a una mutual. Unamuno responde ante esa actitud: “Tanto los individuos como los pueblos de espíritu perezoso –y cabe pereza espiritual con muy fecundas actividades de orden económico y de otros órdenes análogos- propenden al dogmatismo, sépanlo o no lo sepan, quiéranlo o no, proponiéndose o sin proponérselo. La pereza espiritual huye de la posición crítica o escéptica”.
“Escéptica digo, pero tomando la voz escepticismo en su sentido etimológico y filosófico, porque escéptico no quiere decir el que duda, sino el que investiga o rebusca, por oposición al que afirma y cree haber hallado. Hay quien escudriña un problema y hay quien nos da una fórmula, acertada o no, como solución de él”.
“Esos, los que me dirigen esa pregunta, quieren que les dé un dogma, una solución en que pueda descansar el espíritu de su pereza. Y ni esto quieren, sino que buscan poder encasillarme y meterme en uno de los cuadriculados en que colocan a los espíritus, diciendo de mí: es luterano, es calvinista, es católico, es ateo, es racionalista, es místico, o cualquier otro de estos motes, cuyo sentido claro desconocen, pero que les dispensa de pensar más. Y yo no quiero dejarme encasillar, porque yo, Miguel de Unamuno, como cualquier otro hombre que aspire a conciencia plena, soy especie única. «No hay enfermedades, sino enfermos», suelen decir algunos médicos, y yo digo que no hay opiniones, sino opinantes”.
“En el orden religioso apenas hay cosa alguna que tenga racionalmente resuelta, y como no la tengo no puedo comunicarla lógicamente, porque sólo es lógico y transmisible lo racional. Tengo, sí, con el afecto, con el corazón, con el sentimiento, una fuerte tendencia al cristianismo, sin atenerme a dogmas especiales de esta o de aquella confesión cristiana. Considero cristiano a todo el que invoca con respeto y amor el nombre de Cristo, y me repugnan los ortodoxos, sean católicos o protestantes –éstos suelen ser tan intransigentes como aquéllos- que niegan cristianismo a quienes no interpretan el Evangelio como ellos. Cristiano protestante conozco que niega el que los unitarianos sean cristianos”.
Unamuno rechaza tanto al crédulo como al incrédulo, postura que coincide con la expresión de Henri Poincaré: “Dudar de todo o creerlo todo, son dos posiciones igualmente cómodas, pues tanto una como la otra nos eximen de reflexionar”.
Unamuno agrega: “Y bien, se me dirá, ¿cuál es tu religión? Y yo responderé: mi religión es buscar la verdad en la vida y la vida en la verdad, aun a sabiendas de que no he de encontrarlas mientras viva; mi religión es luchar incesante e incansablemente con el misterio; mi religión es luchar con Dios desde el romper del alba hasta el caer de la noche, como dicen que con Él luchó Jacob. No puedo transigir con aquello del Inconocible –o Incognoscible, como escriben los pedantes- ni con aquello otro de «de aquí no pasarás». Rechazo el eterno «ignorabimus». Y en todo caso quiero trepar a lo inaccesible”.
“«Sed perfectos como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto», nos dijo el Cristo, y semejante ideal de perfección es, sin duda, inasequible. Pero nos puso lo inasequible como meta y término de nuestros esfuerzos. Y a ello ocurrió, dicen los teólogos, con la gracia. Y yo quiero pelear mi pelea sin cuidarme de la victoria. ¿No hay ejércitos y aun pueblos que van a una derrota segura? ¿No elogiamos a los que se dejaron matar peleando antes que rendirse? Pues ésta es mi religión”.
“Nadie ha logrado convencerme racionalmente de la existencia de Dios, pero tampoco de su no existencia; los razonamientos de los ateos me parecen de una superficialidad y futileza mayores aún que los de sus contradictores. Y si creo en Dios, o por lo menos creo creer en Él, es, ante todo, porque quiero que Dios exista, y después, porque se me revela, por vía cordial, en el Evangelio y a través de Cristo y de la historia. Es cosa de corazón”.
“Lo cual quiere decir que no estoy convencido de ello como de que dos y dos hacen cuatro”. “Si se tratara de algo en que no me fuera la paz de la conciencia y el consuelo de haber nacido, no me cuidaría acaso del problema; pero como en él me va mi vida toda interior y el resorte de toda mi acción, no puedo aquietarme con decir: ni sé ni puedo saber. No sé, cierto es; tal vez no pueda saber nunca, pero «quiero» saber. Lo quiero y basta”.
“Y me pasaré la vida luchando con el misterio y aun sin esperanza de penetrarlo, porque esa lucha es mi alimento y es mi consuelo. Sí, mi consuelo. Me he acostumbrado a sacar esperanza de la desesperación misma” (De “Mi religión”-Editora Espasa-Calpe Argentina SA-Buenos Aires 1955).
La actitud religiosa mencionada resulta ser una postura subjetiva, que podrá ser compartida por muchos. Sin embargo, como el universo es algo objetivo, regido por leyes concretas, aunque parcialmente desconocidas por el hombre, ha de admitir alguna vez una descripción también objetiva, de igual validez para todos los hombres. Luego, en lugar de hablar de creencias, podremos hablar de evidencias. Incluso la postura religiosa de mayor efectividad, tanto a nivel individual como social, podrá considerarse como la requerida por el orden natural para nuestra adaptación al mismo.
Esta religión natural, compatible con la ciencia experimental y con el cristianismo, posiblemente sea la indicada para revertir la tendencia declinante de las sociedades actuales, como así también para eliminar los conflictos interreligiosos por todos conocidos. Unamuno escribe: “Abrigo la profunda creencia de que si todos dijésemos siempre y en cada caso la verdad, la desnuda verdad, al principio amenazaría hacerse inhabitable la Tierra, pero acabaríamos pronto por entendernos como hoy no nos entendemos. Si todos, pudiendo asomarnos al brocal de las conciencias ajenas, nos viéramos desnudas las almas, nuestras rencillas y reconcomios todos fundiríanse en una inmensa piedad mutua. Veríamos las negruras del que tenemos por santo, pero también las blancuras de aquel a quien estimamos un malvado”.
“Y no basta no mentir, como el octavo mandamiento de la ley de Dios nos ordena, sino que es preciso, además, decir la verdad, lo cual no es del todo lo mismo. Pues el progreso de la vida espiritual consiste en pasar de los preceptos negativos a los positivos. El que no mata, ni fornica, ni hurta, ni miente, posee una honradez puramente negativa y no por ello va camino de santo. No basta no matar, es preciso acrecentar y mejorar las vidas ajenas; no basta no fornicar, sino que hay que irradiar pureza de sentimiento; ni basta no hurtar, debiéndose acrecentar y mejorar el bienestar y la fortuna pública y las de los demás; ni tampoco basta no mentir, sino decir la verdad”.
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