Puede considerarse al año 1880 como el del fin de la sociedad colonial y el inicio de la sociedad moderna. En esa época comienzan a concretarse los lineamientos básicos propuestos por la generación del 37 y en ella se destaca la figura de Julio A. Roca. Los pilares del cambio son la instrucción pública, la inmigración europea, la ampliación de las fronteras, la llegada de capitales y el comercio internacional. Juan Archibaldo Lanús escribió: “La Constitución de 1853 y la definitiva unidad nacional lograda con la fusión del Estado de Buenos Aires y la Confederación abrieron la etapa más creativa y transformadora de la historia argentina. Fue un momento en que un cambio de rumbo permitió iniciar una evolución que dejará atrás el país hispánico y criollo, para abrir su futuro a una intensa asimilación de ideas, técnicas, estéticas y políticas públicas inspiradas en el canon europeo no hispánico de la civilización industrial y en el ideario de la filosofía del progreso y el positivismo. Se creó un Estado, se establecieron reglas de derecho y un gobierno que debía rendir cuentas. Fue una evolución que se hizo con el optimismo de hombres y mujeres que vivieron a fondo la aventura de construir un país que lo quiso todo y pronto”.
“En una generación se pasó del malón al subterráneo –en 1913, se inauguró el subterráneo de Buenos Aires, primero en América Latina- y, en el mismo lugar donde se anegaban las ruedas del principal vehículo de transporte que eran las carretas tiradas por bueyes, se levantó el Teatro Colón, soberbio por su arquitectura, que pronto tendría la fama de ser uno de los mejores del mundo” (De “La Argentina inconclusa”-Editorial El Ateneo-Buenos Aires 2012).
La región pampeana era un sitio inseguro debido a los ataques de los indios. Tal es así que la Provincia de Buenos Aires, en 1822, era una franja de apenas un 25% de la superficie actual, mientras que en 1858 era de aproximadamente un tercio. Los malones no sólo asediaban la frontera sur de la civilización, sino que también dominaban las actuales provincias del Norte argentino. La expansión del territorio nacional, que las involucra junto a la Patagonia, se debió a la eficaz campaña al desierto del Gral. Roca. O.E. Cornblit, E. Gallo (h) y A.A. O’Connell escribieron: “El éxito del gobierno nacional en la guerra con el indio y su consiguiente expulsión más allá del Río Negro, constituye otro de los rasgos salientes de ese «momento» político. Este evento tuvo, como lo señala Estanislao Zeballos, una triple repercusión: económica, política y militar. Al mismo tiempo que se reafirmaba la soberanía nacional sobre la Patagonia, en aquella época en litigio con Chile, y se eliminaba uno de los últimos reductos de conflicto armado, se rescataban para la Nación inmensas extensiones de tierra productiva, a la par que se eliminaba definitivamente el pillaje y la destrucción causados por las constantes incursiones de los indios. En este sentido se ha señalado que «entre 1820 y 1870 los indios habían robado 11 millones de bovinos, 2 millones de caballos, 2 millones de ovejas, matado 50.000 personas, destruido 3.000 casas y robado bienes por el valor de 20.000.000 de pesos»…..«en términos económicos, el control indígena del sur de la provincia de Buenos Aires y del oeste y norte de Santa Fe, significaba la preservación de una forma primitiva de producción y la absorción de excedentes de producción primitivos hacia Chile»” (De “Argentina, sociedad de masas” de Torcuato S. Di Tella y otros-EUDEBA-Buenos Aires 1965).
Por otra parte, Lanús escribió: “Aun no habían finalizado las operaciones de ocupación del Chaco «impenetrable» en el norte del país, cuando en Buenos Aires se inauguraba el «tranvía eléctrico –tranway- único en América Latina y uno de los primeros en el mundo. Aquellos que habían combatido en la guerra del desierto para entregarle al Estado Nacional más de un millón y medio de kilómetros cuadrados (arrebatados al universo indígena) podían al final de sus vidas recorrer el trayecto de Plaza de Mayo-Once en un viaje de subterráneo”.
“Quien cuando niño conoció el malón que el invencible cacique Calfucurá organizó con tres mil setecientas lanzas sobre las poblaciones de 9 de Julio y 25 de Mayo, pudo en su madurez admirar en la Capital Federal la estructura de hormigón armado más elevada del mundo: el Edificio Kavanagh” (De “La causa argentina”-Emecé Editores SA-Buenos Aires 1988).
El desarrollo argentino de esa época se debió a la visión liberal de sus gobernantes, que consideraban que el Estado no debía entorpecer la actividad productiva y, a la vez, debía favorecerla; algo que fue olvidado por las generaciones posteriores. Julio A. Roca expresó: “Mi opinión es que el comercio sabe mejor que el gobierno lo que a él le conviene; la verdadera política consiste, pues, en dejarle la más amplia libertad. El Estado debe limitarse a establecer las vías de comunicaciones, a unir las capitales por vías férreas, a fomentar la navegación de las grandes vías fluviales…levantar bien alto el crédito público en el exterior…Respecto de la inmigración, debemos protegerla a todo trance…” (“Argentina, sociedad de masas”).
En la actualidad, un gran sector de la población considera “negativo” el proceso por el cual la nación se ubicó séptima en el mundo; siendo el sector que admira al indio salvaje tanto como a la guerrilla pro-soviética de los 70 y a la delincuencia urbana actual, ya que tales formas de violencia se oponen a la “civilización occidental” y a la “burguesía” en ascenso.
El principal factor económico de crecimiento fue la ganadería. Lanús escribió al respecto: “Los estancieros habían iniciado el proceso de transformación de su producción de carne sin saber cuál sería el destino del nuevo producto, sin conocer el mercado internacional. Algo similar ocurrió en la década de los noventa del siglo XX, cuando tuvieron lugar una serie de innovaciones tecnológicas en la siembra y en la genética de las semillas, que permitió, diez años después, más que triplicar la producción de granos y hacer frente a la fuerte demanda de soja de la República de China. En ese caso, también las innovaciones fueron «ex-ante» a las oportunidades de mercado”.
“Lo que es importante señalar en el caso de la transformación que llevó a cabo, a fines del siglo XIX, la vanguardia ganadera, es que ella no requirió subsidios ni proteccionismo. Los estancieros supieron aprovechar con talento las oportunidades que entonces les brindó un mundo que demandaba productos primarios que el país estaba en condiciones de ofrecer”.
“La estrategia productiva a largo plazo que permitió la adopción de tecnologías innovadoras en la producción de carne, fue el resultado de felices iniciativas adoptadas por un grupo de estancieros que cambiaron no solo el perfil productivo sino que permitieron la incorporación de la Argentina al mercado mundial de carnes. Después vino el desarrollo agrícola con un éxito similar. Fue esa vanguardia a la que la Argentina le deberá –por tal razón y por su involucramiento en la producción cerealera- el haber logrado hacia el Centenario el rango de una de las naciones más ricas del mundo” (“La Argentina inconclusa”).
Generalmente, se asocia la desigualdad económica a una “injusta distribución de la riqueza” sin tener en cuenta que previamente ha habido una “injusta distribución de la responsabilidad” por la producción. Los sectores productivos tienen la obligación moral de reinvertir ganancias para favorecer los sectores de menores ingresos, mientras que éstos deben tratar, al menos, de contribuir laboralmente con su propio mantenimiento. Si el sector productivo deja de producir, deja de haber riqueza; algo opuesto a la creencia generalizada de que la riqueza consiste en bienes disponibles que la naturaleza otorga a todos los hombres (como el agua y el aire) y que si unos tienen mucho, es porque se lo han quitado a los que tienen poco. Esta falacia populista es promovida por políticos irresponsables que mantienen al país en pleno subdesarrollo en su afán de lograr poder y ventajas personales.
La Argentina agrícola-ganadera asume su rol, en la división internacional de la producción, de “granero del mundo”, aceptando lo que mejor sabe hacer. Sin embargo, fue un error creer que ese papel habría de perdurar por siempre. Desde la población no surgió a tiempo una industrialización que fuera capaz de suplir aquella especialidad, por lo que la bonanza quedó limitada a una época. Con el aumento de la población mundial de unos 100 millones de habitantes anuales, sigue en vigencia la conveniencia de acentuar la producción agrícola-ganadera, mientras que las demás actividades productivas deben promoverse igualmente ya que el avance tecnológico ha hecho innecesaria una cantidad de puestos de trabajo que exceda unos pocos tantos por ciento de la oferta laboral, tanto en las actividades agrarias como en las industriales.
Los gobiernos de las últimas décadas del siglo XIX debieron solucionar, no sólo el conflicto con los indios, sino también con los diversos caudillos ante la división existente entre Buenos Aires y las provincias. Natalio R. Botana escribió: “El drama en el que Roca representará un papel protagónico no era historia reciente para el conjunto de pueblos dispersos que apenas llevaban siete décadas de vida independiente. Tampoco la guerra era un medio desconocido por los bandos en pugna que dirimían sus querellas a través de un espacio territorial extenso en superficie y escaso en población. Siete décadas no habían bastado para constituir una unidad política, ni mucho menos para legitimar un centro de poder que hiciera efectiva su capacidad de control a lo ancho y a lo largo del territorio nacional. Esto es lo que en definitiva se planteaba en 1880. La solución de tal problema habrá de alcanzarse por medio de la fuerza, siguiendo una ley interna que presidió los cambios políticos más significativos en la Argentina de la segunda mitad del siglo XIX”.
“Tras estos hechos de sangre se escondía un enfrentamiento entre dos regiones que reivindicaban intereses contrapuestos: Buenos Aires y el interior”. “El significado último del conflicto entre Buenos Aires y el interior residía, aunque ello parezca paradojal, en su falta de solución, pues ambas partes se enfrentaban sin que ninguna lograra imponerse sobre la otra. De este modo, un empate inestable gobernaba las relaciones de los pueblos en armas mientras no se lograra hacer del monopolio de la violencia una realidad efectiva y estable” (De “El orden conservador”-Editorial Sudamericana SA-Buenos Aires 1977).
A pesar de los errores cometidos por la generación del 80, que fueron muchos, el balance resulta positivo. Sin embargo, el posterior ascenso del radicalismo de Hipólito Yrigoyen lo hace bajo la consigna de “reparar el país”, quitando todo mérito al roquismo. De ahí que en el futuro resulta natural que sean alabados quienes gobiernan mal y descalificados quienes gobiernan bien, dependiendo de la habilidad del político de turno para deformar tanto la realidad histórica como la presente.
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