Una de las características que resulta común a los populismos y a los totalitarismos, es el uso indiscriminado de la mentira. Resulta difícil comprobar la mayor parte de las mentiras emitidas por los gobernantes, por lo cual toda una nación tiende a vivir en un alejamiento de la realidad. Incluso a muchos ni siquiera se les pasa por la mente la posibilidad de que, desde el propio nivel presidencial, se los esté engañando y por ello mismo, faltándoseles el mínimo respeto esperable de cualquier persona normal.
La mentira ya forma parte de las estrategias cotidianas adoptadas por algunos gobiernos. Cosme Beccar Varela escribió: “La política moderna se funda sobre la mentira. No hace muchos años la palabra «oficial» era sinónimo de verdad y se podía tener por cierto cualquier hecho atestiguado por una autoridad pública. El periodismo decía estar al servicio de la verdad tanto informativa como doctrinaria. Podía haber diferencias en cuanto a la doctrina pero no en cuanto a la información. Los hombres tenían vergüenza de mentir. Cuando alguien era sorprendido en una falsedad, generalmente se ruborizaba. El falso testimonio era rarísimo y penado por la ley severamente”.
“Actualmente esto no es más así. Ya en tiempos de Churchill se enseñaba a no mentir, pero no a decir la verdad, como él mismo relata en sus memorias de juventud. El papel de la mentira fue aumentado en lo que va de este siglo [se refiere al XX]. Goebbels, el inventor de la propaganda nazi, creó una teoría de la mentira al servicio de los fines políticos del partido. Debía mezclarse verdades y mentiras en una dosis tal que la historia no fuera rechazada de entrada por el oyente o el lector desprevenido, como una falsedad y, de ese modo, tragase las mentiras junto con las verdades. Por ejemplo, al informar sobre una batalla en la que el ejército alemán había sido derrotado se daba la información correcta sobre el hecho de la derrota pero se agregaba que las pérdidas del enemigo eran tan grandes y la posición resultante era tan favorable, que los aliados habían obtenido sólo una victoria a lo Pirro, entreteniendo con eso las esperanzas de los alemanes y desalentando cualquier oposición al régimen hitlerista”.
“Los comunistas hicieron lo mismo desde el comienzo y antes que los nazis. Los escritos «tácticos» de Lenin alientan la mentira y la calumnia como una forma de provocar la lucha de clases. Donde los conflictos no eran tan graves como para enemistar a una clase con la otra, había que inventarlos”.
“Las democracias modernas hacen cada vez más lo mismo. Los pueblos no saben realmente lo que está pasando. La información que tienen los corruptos les da una ventaja enorme sobre las personas comunes. Ellos saben la verdad sobre los planes económicos, sobre los negocios en perspectiva, sobre la personalidad de los candidatos, sobre las propuestas del gobierno, etc.” (De “Curiosidades”-Buenos Aires 1991).
Cuando se le preguntaba a Alexander Solyenitsin “¿De qué manera sus compatriotas, su juventud, pueden prestarle ayuda?”, responde: “Con acciones físicas no. Tan sólo negándose a mentir, no participando personalmente en la mentira. Que cada uno deje de colaborar con la mentira en todos los sitios donde la vea: le obliguen a decirla, escribirla, citarla o firmarla, o sólo votarla, o sólo leerla. En nuestro país la mentira se ha convertido no sólo en categoría ética, sino también en un pilar del Estado. Al apartarnos de la mentira, realizamos un acto ético, no político, no enjuiciable penalmente, pero tendría una influencia inmediata en nuestra vida entera” (De “Memorias”-Librería Editorial Argos SA-Barcelona 1977).
Entre los aliados involuntarios de la mentira política se encuentran los periodistas “opositores” que, engañados, repiten una mentira oficial otorgándole, ante la opinión pública, el carácter de “verdad indiscutible”, ya que, si hasta lo dice un opositor, no hay dudas de su veracidad. Tal el caso del periodista que acompaña en televisión a Mariano Grondona (de apellido Rossi), cuando “reconoció” el crecimiento económico del país en las primeras etapas del kirchnerismo. Un país crece cuando aumenta el capital productivo invertido per capita. Por el contrario, con el kirchnerismo creció el consumo (no la inversión), a costa de reducir drásticamente la inversión y hasta el mantenimiento de lo existente (trenes, transportes, energía, etc.) amparando la mayor parte de la economía con subsidios que alentaban precisamente al consumo y no a la inversión. De ahí que tal política efectivamente produjo un serio retroceso económico, incluso teniendo en cuenta su eficacia para ahuyentar capitales productivos que emigraron al extranjero.
Se hablaba de que la Argentina crecía con tasas similares a las de la China, pero había una diferencia importante; mientras que el consumo chino crecía por efectos del crecimiento del capital invertido per capita, el crecimiento del consumo kirchnerista se producía por el simultáneo estancamiento o descenso del capital productivo invertido per capita.
La “mentira emblema” del kirchnerismo fue el Indec, organismo que se encargó de tergiversar las estadísticas oficiales hasta llegar al extremo de que, incluso algunos economistas extranjeros, alabaran el “modelo nacional y popular” observando tales estadísticas, ya que seguramente no se les pasaba por la mente que en un país, no tan subdesarrollado, pudiera hacerse algo semejante. Pablo Mendelevich escribió: “Néstor Kirchner, por medio del secretario de Comercio, Guillermo Moreno, inició en 2006 un proceso de intervención y control político del Instituto Nacional de Estadísticas y Censos (Indec). Así dio origen a un índice oficial de precios subvaluado, ostensiblemente chirriante con lo que algunos dirigentes sindicales como Hugo Moyano llamaron, con sentido práctico, «la inflación del supermercado»”.
“La manipulación del índice de precios al consumidor generó graves distorsiones en otros indicadores, como los que se usan para medir la pobreza a partir de la evolución del costo de la canasta básica. Ni la oposición ni las quejas de economistas y sociólogos argentinos y de otros países lograron que el Gobierno revirtiera la manipulación estadística”.
“En noviembre de 2010, el diputado Agustín Rossi, entonces jefe de la bancada oficialista, había explicado con mayor claridad el punto de vista kirchnerista: «Como poder político, nosotros reivindicamos la facultad de poder cambiar el índice de precios al consumidor, porque entendemos que las estadísticas son una herramienta de la construcción económica». Y agregó: «No creemos en esta cosa de la independencia en términos abstractos y asépticos. Si no les gusta el Indec, decimos lo que decimos siempre, tienen que ganar las elecciones y hacer el Indec que quieran»” (De “El relato kirchnerista en 200 expresiones”-Ediciones B Argentina SA-Buenos Aires 2013).
Para compensar el calificativo de mentirosos que con justicia supieron conseguir, los kirchneristas trataron de mostrar que la oposición también era mentirosa. Por ello atacaron al diario Clarín, un antiguo socio, popularizando la expresión “Clarín miente”. Sin embargo, no todo opositor es un lector de Clarín, por lo cual, sólo habría de mentir a sus lectores, mientras que el gobierno nacional, por el contrario, mentía indiscriminadamente a toda la población.
La permanencia de un periódico depende esencialmente de su credibilidad, de ahí que, si un lector descubre, al menos, una mentira, seguramente comenzará a desconfiar y a sentirse engañado, dejando pronto de apoyar con su compra tal medio periodístico. En el caso de la política es distinto, porque el ciudadano que cree estar favorecido de alguna manera por el gobierno, seguirá apoyándolo en sus mentiras sistemáticas, y aun en la mega-corrupción, advertida por la oposición. Como esa oposición ha sido mentirosamente unificada y subordinada a Clarín por parte del gobierno, busca descalificar de esa manera toda crítica adversa. Mendelevich escribió:
“La puesta en marcha de la manipulación de las estadísticas oficiales sucedió en 2007 y el eslogan «Clarín miente» cobró difusión en 2008. Eso fortalece la hipótesis de que la mayor mentira institucional del kirchnerismo, que es la del Indec, bien pudo ser el motivador psicológico de un eslogan que hablaba, justamente, de mentir. En psicología, la proyección es un mecanismo de defensa que consiste en atribuirle a otro sentimientos, impulsos o pensamientos que dentro de uno generan angustia. Pero a lo mejor las cosas son más simples, los gobiernos no tienen psiquis y la contundencia de la expresión «Clarín miente» solo responde a la dificultad de conseguir el mismo impacto publicitario con una frase del tipo «Clarín nos quiere fijar la agenda», más fiel al reproche original”.
“Exceptuada alguna prensa amarilla, en general los diarios no mienten. A veces tergiversan, agrandan las cosas, las achican, las soslayan, o las repiten demasiado, les dan enfoques particulares y hasta pueden manipular a los lectores, claro. También se equivocan. Pero mentir, si por mentir se entiende publicar noticias falsas, sería para cualquier diario un mal negocio (y los diarios, entre otras cosas, son negocios)”.
“Un diario miente si es torpe. La mentira, lo mismo que el error, expone a un diario a ser desmentido. Y toda desmentida mella la credibilidad, su principal capital. Clarín no es torpe. Si lo fuera, no habría sido el diario más leído antes de que entrara en conflicto con el Gobierno y –por más caída de circulación que hubiera tenido, atribuible no solo a los Kirchner, sino a Internet- también después”.
La misma actitud de desprecio que el mentiroso siente por quienes serán los receptores de sus mentiras, se evidencia en sus actitudes ante lo material. Así, el populista es esencialmente un parásito, ya que poco o nada produce, ya se trate de algún bien o de algún servicio. De ahí que, cuando habla de redistribuir, será siempre referido a lo ajeno, a lo que otros producen (la denostada derecha), mientras que, asimismo, el populista tiene la tendencia a apoderarse de lo de todos, la propiedad pública, incluso hasta tener la convicción personal de que el Estado es una prolongación de su propiedad, y que puede hacer con él lo que quiera. De ahí la recomendación populista ante sus críticos: “Ganen las elecciones y hagan después lo que quieran”.
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