Por lo general, tratamos de encontrar la calificación justa de todo personaje histórico según haya sido su influencia. Ya que resulta difícil encontrar a quien hace todo bien como a quien hace todo mal, lo que siempre calificamos es la diferencia, positiva o negativa, en cuanto a su desempeño. En el caso de Juan Manuel de Rosas, se reconoce su eficacia administrativa aunque haya promovido una neta división social entre “amigos” y “enemigos”, por lo cual no debe considerarse como un ejemplo a seguir. Sin embargo, se aduce siempre que es mejor un mal gobierno que la anarquía, por lo que, en su momento, su gestión pudo haber sido un “mal menor”. “Tenía un temor visceral por el caos, del que derivaba una predilección casi obsesiva por el orden y el principio de autoridad”. “Esta predilección, servida por una excelente opinión de sí mismo y un gran orgullo, fue la base de sus tendencias autocráticas que se pusieron en evidencia cuando ejercitó el poder. Ya en su informe sobre el arreglo de la campaña proponía que ésta estuviese gobernada por un sujeto con «facultades tan ilimitadas como conviene al fin de levantar y organizar con viveza los muros de respeto y seguridad»” (De “Historia de los argentinos” de Carlos A. Floria y Cesar A. García Belsunce-Ediciones Larousse Argentina SAIC-Buenos Aires 1993).
Rosas tenía mayor confianza en el buen desempeño de un gobernante que en la promulgación de leyes y de una constitución adecuada. Es ante todo un conservador que trata de restaurar el orden monárquico que existía en la época de la colonia. Incluso algunos autores describen las acciones de Rosas como un plagio, o imitación, con el retardo de algunos años, del rey Fernando VII de España. Arturo Capdevila escribió: “A Rosas le llegan y le penetran el alma las palabras finales de la encendida proclama: «¡Españoles! Para vosotros está reservada la gloria de exterminar la hidra revolucionaria, que repelida de todos los Estados de Europa ha venido a buscar entre nosotros un asilo para esterilizar con sus calamidades la tierra de nuestro nacimiento. Que la más perfecta armonía sea la divisa de nuestra noble causa: que no haya entre nosotros más que una sola voluntad, donde no hay más que un solo interés y un solo deseo: la inmunidad de nuestra religión, de nuestro rey, de nuestra patria»”.
“El 31 de diciembre publicaba también El Argos un real decreto complementario de la anterior proclama. En él se establecía (y Rosas convertía en sangre de sus venas aquellos conceptos) que el mayor y más alevoso de los crímenes es querer cambiar un gobierno paternal por «un código democrático, manantial fecundo de desgracias». Bien que lo comprendieron las clases todas del pueblo que, hecho «a vivir bajo sabias y humanas leyes adaptables a sus costumbres y hábitos» -que por muchas centurias fueron la felicidad de sus antepasados- «testificaron su desprecio y aversión al nuevo sistema constitucional»”.
“En nombre de sentimientos similares hablará Rosas a sus tropas…Son como el eje de sus convicciones fernandinas estas palabras: «Juro aquí delante del Eterno que grabaremos siempre en nuestros pechos la lección que se ha dignado darnos tantas veces de que sólo la sumisión perfecta a las leyes y la subordinación respetuosa a las autoridades que por Él nos gobiernan, pueden asegurarnos la paz…»” (De “Nueva imagen de Juan Manuel de Rosas”-Editorial Atlántida-Buenos Aires 1956).
Como si fuese un rey, Rosas no inicia su segundo mandato, como Gobernador de Buenos Aires, hasta que le conceden un poder sin límites. Xavier Marmier escribió: “Por otra parte, estos jefes guardan también un puesto mucho más importante, el edificio principal de la política de Rosas, que es la prisión de Santos Lugares. Una denuncia innoble, una palabra, un gesto del dictador pueden hacer que el argentino sospechoso sea conducido a esa prisión y confundido con ladrones y asesinos, o condenado a fabricar ladrillos para el gobierno o para los oficiales de Rosas. Una vez que han pasado este Puente de los Suspiros, nada se sabe ya de él…lo separa del mundo entero y lo priva de toda comunicación con sus amigos. No tiene derecho a ninguna reclamación ni abogado alguno puede tomar su defensa. Ha sido encerrado allí por voluntad de Rosas, y no saldrá de allí sino por la voluntad, en un día de clemencia, en una hora de capricho del legislador todopoderoso”.
“El extranjero no tiene acceso a esa espantosa guarida, y sólo puede contemplar desde alguna distancia sus altos y espesos muros. Lo que allí pasa sólo puede saberse por rumores sombríos o por sordas revelaciones, pero lo que sí se sabe es que hay encerrados en ese recinto cientos de buenos ciudadanos que no han violado ningún artículo del código comercial o criminal, y que no han sido juzgados por ningún tribunal de justicia: hombres de quienes la policía ha llegado hasta olvidar el crimen de que se le acusó, y que seguirán encerrados hasta que el amo benigno, un día que escuche pronunciar el nombre al acaso, ordene que sean liberados, sin ninguna forma de proceso, así como fue ordenada su prisión” (De “Rosas visto por sus contemporáneos” de José Luis Busaniche-Hyspamérica Ediciones Argentina SA-Buenos Aires 1986).
El apoyo de sus contemporáneos se debe a que, por ser estanciero, lo recibe de otros estancieros, mientras que su estilo de vida lo hace cercano a los gauchos y a los peones. Alfredo d’Orbigny escribió: “Don Juan Manuel de Rosas, famoso en toda la República Argentina por la influencia que ejerce sobre la población de la campaña, es un rico propietario que administra en persona sus propias estancias y las de varios ciudadanos opulentos…No le falta cierta educación, escribe con facilidad; está dotado como la mayor parte de los criollos, de una gran penetración. Arrastrado por gusto y por cálculo hacia la vida y las ocupaciones rurales, ha hecho de estas últimas un estudio especial, y se ha hecho famoso entre todos los pastores por su destreza en montar a caballo, por la intrepidez con que se entrega a todos los ejercicios peligrosos que hacen su gloria y le aseguran la superioridad”.
“Siempre vestido en traje nacional, alimentándose como sus trabajadores, acompañándolos continuamente, y compartiendo frecuentemente sus trabajos, ha querido sobresalir todavía en la vida que llevan esos pueblos, imponiéndose privaciones penosas y del todo gratuitas; así es que en sus viajes ha adquirido el hábito de no aceptar cama, ni aún abrigo, y se acuesta sobre su recado, cerca del corral en que se encierran sus caballos”.
“Es el primero en levantarse, y se hace un mérito en desafiar el sueño, el hambre, el frío, la lluvia y los ardores del sol. Los hombres sensatos se ríen de esta ostentación de insensibilidad; pero la muchedumbre de los campos tomada por su flanco débil, admira y ensalza hasta las nubes a su digno émulo, y no habla de él sino con entusiasmo”.
“Por otra parte, un carácter de grandeza se liga a todas las empresas de Rosas; dotado de un espíritu de orden notable, y de una gran actividad, sus establecimientos están perfectamente administrados y pueden servir de modelos. Lo que sobretodo hay de loable en su explotación, es que no contento con las inmensas ganancias que dan los rebaños, se entrega con ardor a la agricultura. Siembra él solo casi tanto como todos los habitantes del Sud reunidos, y hace considerables plantaciones de árboles”.
“Aquellos Estados (porque este es el nombre que se puede dar a sus vastos dominios) son el refugio de los malhechores, seguros de encontrar una protección eficaz con tal que consientan en trabajar, y se enrolen en la severa disciplina a que el dueño somete a todos sus servidores. Rosas tiene el mayor cuidado de ellos, les paga exactamente, cuida él mismo de que estén bien alimentados, acordando siempre la impunidad a los crímenes cometidos fuera de sus propiedades, se muestra inexorable por los menores delitos cuyo teatro haya sido su territorio, haciendo justicia en persona, infligiendo castigos rigurosos, sin exceptuar ni aún la pena capital”.
“Acostumbrado a gobernar despóticamente los inmensos dominios que administra, fuerte en su popularidad, y en el afecto fanático de que es objeto en aquellas campañas, Rosas se ha declarado sucesivamente el sostenedor interesado, o el amargo censor de los diversos gobiernos que se han sucedido desde hace muchos años; y a pesar de su profunda disimulación, se conoce sin trabajo que aspira a ser el Jefe del Estado” (De “Prolegómenos de Caseros” de Diego L. Molinari-Editorial Devenir-Buenos Aires 1962)
El rigor de su gobierno incluye etapas de terror. “La descripción de Rosas como gobernante no se reduce a lo que podríamos llamar su caracterología. Él incorporó como métodos políticos –por primera vez en nuestra historia- la propaganda y el espionaje. La primera fue puesta en movimiento desde la víspera de su ascensión al poder y alcanzó su culminación en tiempo de la revolución de los Restauradores, en 1833; la segunda se perfeccionó durante su segundo gobierno y fue uno de los instrumentos del llamado «Terror» del año 40”.
“A medida que la guerra contra el General Paz arreciaba, Rosas aseguraba con más severidad el control de la provincia. El 15 de mayo de 1830 dictó un decreto que decía: «Todo el que sea considerado autor o cómplice del día 1 de diciembre de 1828, o de algunos de los grandes atentados cometidos contra las leyes por el gobierno intruso que se erigió en esta ciudad en aquel mismo día, y que no hubiese dado ni diese de hoy en adelante pruebas positivas e inequívocas de que mira con abominación tales atentados, será castigado como reo de rebelión, del mismo modo que todo el que de palabra o por escrito o de cualquier otra manera se manifieste adicto al expresado motín o a cualquiera de sus grandes atentados»”.
“La frase «que ni diese de hoy en adelante pruebas positivas e inequívocas» y la amenaza de ser «reo de rebelión» daban al gobierno un poder discrecional de persecución sobre los ciudadanos y sus opiniones” (De “Historia de los argentinos”).
Luego de la derrota militar que sufre en la batalla de Caseros, ante Urquiza, se advierte que muchos de sus seguidores lo traicionan. Nelson Castro escribió: “En tanto, en Buenos Aires, se asiste a un desfile incesante de gente que se acerca a Palermo para visitar a Urquiza. Entre los que van en busca del besamanos del vencedor de Caseros, se encuentran personas notorias que hasta el 3 de febrero por la mañana eran fervorosos acólitos de Rosas. Esta rápida mudanza no pasa inadvertida para el embajador británico, Robert Gore, quien, el 9 de febrero, escribe: «Casi todos los jefes en quienes Rosas confió se encuentran ahora al servicio de Urquiza. Son las mismas personas a quienes a menudo escuché jurar devoción a la causa y persona del General Rosas. Nunca hubo hombre tan traicionado. El secretario confidencial que copiaba sus notas y despachos nunca falló en enviar copias a Urquiza de todo lo que era interesante o le interesaba conocer a éste. Los jefes que mandaban la vanguardia de Rosas se hallan ahora al frente de distritos. Nunca fue tan amplia la traición” (De “Rivales”-Javier Vergara Editor-Buenos Aires 2011).
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