La persistencia casi obsesiva de algunos pueblos por continuar en el subdesarrollo puede advertirse en la forma en que “piensa” el individuo promedio, que ha de conformar luego la opinión pública. Se observa, en primer lugar, la tendencia a igualar los malos gobiernos con los aceptables, o regulares, bajo las “inocentes” afirmaciones de que “todos roban” y que “todos son iguales”. Si “todos son iguales”, entonces es de esperar que los peores políticos vuelvan al poder luego de que sus sucesores resulten incapaces de subsanar los graves deterioros que aquellos ocasionaron a la nación en su momento.
Los partidarios del totalitarismo utilizan una táctica similar cuando igualan la categoría moral de un Hitler, un Stalin o un Mao, que indujeron el asesinato de decenas de millones de personas, a la de quien asesinó a solo una. Como en ambos casos corresponde el mismo calificativo (asesino), en las mentes superficiales surge una equivalencia irreal, por cuanto los efectos de tales acciones son incomparables. No es lo mismo el sufrimiento ocasionado por la muerte de una persona que por la masiva desaparición de decenas de millones. Incluso adoptan como héroe y ejemplo de vida a un asesino serial como el Che Guevara, ya que eliminaba despiadadamente a los “explotadores laborales”, de donde se extrae que, para gran parte de la izquierda política, es bastante más grave el pecado de la explotación que el asesinato.
Existe también la tendencia a denominar “fascista”, o “de derecha”, a un gobierno que adopta posturas totalitarias en la búsqueda del poder total y absoluto, como ocurrió recientemente con el kirchnerismo. De esa forma, quedan abiertas las puertas para el acceso al poder de gobiernos de tipo socialista que seguirán cometiendo atropellos contra las leyes vigentes, la economía y la sociedad, si bien la izquierda política tuvo la precaución de considerarlo como una forma de “fascismo”.
Es fácil advertir que en el kirchnerismo actuaron varios marxistas-leninistas de los 70, pertenecientes a Montoneros, apoyados directa o indirectamente por Cuba y la URSS. Incluso justificaban su accionar aduciendo luchar contra el “fascismo”. Los disfraces no sólo son utilizados para iniciar la lucha destructiva contra todo orden social, sino también para dejar las puertas abiertas para futuras incursiones.
Generalmente, se “piensa” que el socialista es una persona que se interesa por la sociedad y que se opone a las dictaduras. De ahí que tiranos como Fidel Castro, que usurparon totalmente las instituciones de una nación, son considerados ajenos al “socialismo”, mientras que en realidad se trata de una figura netamente representativa de esa tendencia política. Ya desde la teoría, Marx y Engels recomiendan expropiar los medios de producción, apuntando a la concentración económica en manos del Estado, que incluso abarca los medios de comunicación, la educación y todo lo demás.
No siempre son los grupos totalitarios los que se encargan de calificar como fascistas a los gobiernos socialistas que producen serios deteriores sociales. Tal es el caso de personas mal informadas que no tienen en cuenta la realidad histórica. Si bien los regimenes totalitarios tienen muchos aspectos en común (fascismo, nazismo, socialismo), los dos primeros ya son parte de la historia mientras que el tercero sigue vigente a través de la utilización de disfraces y mentiras.
También existen personas que muestran un abierto “espíritu democrático” aduciendo que debe dejarse competir en elecciones libres a grupos totalitarios, o bien que no es malo que la gente los elija, ya que, si no gobiernan bien, serán desalojados posteriormente por el voto. Sin embargo, una vez en el poder, los grupos totalitarios realizarán cualquier tipo de maniobras ilegales para no entregarlo, como ocurre en Venezuela.
Bajo el criterio del relativismo moral, se tiende a justificar cualquier acción, abiertamente ilegal o inconstitucional, aduciendo que el “enemigo” también la realiza. Este es el caso de cierto político chavista que afirmaba que en Venezuela “no hay una justicia independiente”, aclarando que “antes tampoco la hubo”, por lo cual tal atropello contra la justicia se considera legítimo.
El populismo es el paso previo al totalitarismo, de ahí el peligro potencial que acarrea. Chantal Millon-Delsol escribió: “Aquí la opresión del Estado no tiene por móvil el deseo de conquista ni simplemente odio, sino la realización de sistemas de pensamiento. Hoy en día, es por bien que se practica el terrorismo y se asesina. Nunca como hoy la política ha estado hasta tal punto al servicio de la idea. Destruye la sociedad presente para obtener una sociedad perfecta, según una definición sui generis. Los grandes crímenes de este tiempo [se refiere al siglo XX] sirven de medio a la idea prometeica o al mesianismo secularizado. Y ello ha sido posible por el abandono del status del hombre, por el deslizamiento de valor que pasó del ser humano al sistema. El privilegio asignado a la abstracción deja a las sociedades a la intemperie y despoja a los seres de su dignidad. Ninguna época ha sido, por racionalismo excesivo, tan profundamente inhumana” (De “Las ideas políticas del siglo XX”-Editorial Docencia-Buenos Aires 1998).
Como han señalado algunos autores, mientras que varias de las civilizaciones antiguas dejaban una herencia cultural al resto de la humanidad, el socialismo no ha dejado nada, excepto una gran cantidad de acciones que es necesario tener en cuenta para no repetirlas, o para hacer todo lo contrario. La citada autora agrega: “Era de desprecios; las esperanzas de sociedad perfecta desembocan en la opresión, mientras la política somete rápidamente lo que pretendía liberar. El sovietismo, que sin duda representaba la más grande esperanza del siglo, no deja un solo logro positivo, lo que revela una suerte de éxito sin par en el fracaso. Éxito en el fracaso de tomar lo humano siempre a contrapelo, por el extraordinario desconocimiento de las realidades más simples –los hombres, hoy y siempre, viven de pensamientos personales, de lazos con sus comunidades de pertenencia, de propiedad privada y de inquietas preguntas sobre la vida y sobre la muerte. Ninguna época ha caminado tan alejada del mundo, tan desconectada de lo común, con tanto desprecio por los resultados tangibles”.
“Desde el punto de vista de las ideas políticas no es exagerado decir que el marxismo-leninismo constituye el más curioso misterio del siglo XX. Misterio porque las dos cuestiones inevitables que se plantean al abordarlo han permanecido en la oscuridad por largo tiempo y porque, de alguna manera, continúan así:
- ¿Cómo una teoría político-económica nacida en el centro de la crisis social del siglo XIX, totalmente orientada hacia la búsqueda de la felicidad para la humanidad entera, termina por convertirse en el más duradero y sistemático de los terrores conocidos a lo largo de la historia?
- ¿Cómo las naciones occidentales, con sus pensadores más talentosos, con sus escritores más inteligentes y cultivados, se hicieron por tanto tiempo, y en nombre de los derechos del hombre, admiradores y cómplices de un totalitarismo que no ignoraban?”.
Posiblemente, la búsqueda y repetición del fracaso no sólo radican en ignorar la historia de las naciones, sino en seguir orientados por principios filosóficos antes que científicos. Mientras que en el ámbito de la filosofía se acepta lo que tenga alguna apariencia racional, sin importar su adecuación a la realidad, en el ámbito de la ciencia experimental sólo tiene cabida lo que resulta compatible con la ella.
El populismo y el totalitarismo son movimientos sustentados por el hombre-masa, sin cuya existencia no sería posible su vigencia. Por el contrario, la tendencia democrática tiende a sustentarse en el individuo y en el ciudadano. Mantener las puertas abiertas al populismo implica que los “intelectuales” sigan enviando mensajes al hombre-masa, sin abandonar sus posturas filosóficas ignorando totalmente el espíritu de la ciencia experimental.
Cuando los hombres son capaces de mirar la realidad, aunque desde distintas perspectivas, existen posibilidades de acuerdos. Por el contrario, cuando la realidad es suplantada por las ideologías, se producen las fracturas sociales que debilitan a las naciones. José Ortega y Gasset describe el proceso de la desintegración social de España unos años antes de producirse la Guerra Civil: “Tal vez no haya cosa que califique certeramente a un pueblo y a cada época de su historia como el estado de las relaciones entre masa y la minoría directora. La acción pública –política, intelectual y educativa- es, según su nombre indica, de tal carácter que el individuo por sí solo, cualquiera que sea el grado de su genialidad, no puede ejercerla eficazmente”.
“La influencia pública o, si se prefiere llamarla así, la influencia social, emana de energías muy diferentes de las que actúan en la influencia privada que cada persona puede ejercer sobre la vecina. Un hombre no es nunca eficaz por sus cualidades individuales, sino por la energía social que la masa ha depositado en él. Sus talentos personales fueron sólo el motivo, ocasión o pretexto para que se condensase en él ese dinamismo social”.
“Sería falso decir que un individuo influye en la proporción de su talento o de su laboriosidad. La razón es clara: cuanto más hondo, sabio y agudo sea un escritor, mayor distancia habrá entre sus ideas y las del vulgo, y más difícil su asimilación por el público. Sólo cuando el lector vulgar tiene fe en el escritor y le reconoce una gran superioridad sobre sí mismo, pondrá el esfuerzo necesario para elevarse a su comprensión. En un país donde la masa es incapaz de humildad, entusiasmo y adoración a lo superior se dan todas las probabilidades para que los únicos escritores influyentes sean los más vulgares; es decir, los más fácilmente asimilables; es decir, los más rematadamente imbéciles”.
“En las horas decadentes, cuando una nación se desmorona, víctima del particularismo, las masas no quieren ser masas, cada miembro de ellas se cree con personalidad directora, y, revolviéndose contra todo lo que sobresale, descarga sobre él su odio, su necedad y su envidia” (De “España invertebrada”-Espasa-Calpe SA-Madrid 1967).
Volvemos al viejo problema del huevo y la gallina: ¿Son los políticos populistas los que promueven la desintegración social a través de la rebelión de las masas?, o ¿son las masas en rebelión las que permiten el ascenso de los líderes populistas? Es posible que se establezcan ambos procesos a la vez.
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