Puede decirse que el principio más importante de la economía es aquel del cual poco se habla, por ser algo obvio, o evidente; es el principio que recomienda que no se debería gastar más dinero del que se recibe, ya se trate de una familia, de una empresa o de un Estado. Si no se tiene en cuenta este principio, no existe sistema económico que pueda funcionar adecuadamente. Tarde o temprano, el déficit generado por los gastos excesivos deberá ser compensado con préstamos internos y externos, aumentando el déficit, ya que todo préstamo implica la devolución del capital más los intereses devengados. A no ser que el país adopte la actitud del estafador y deje de pagar los compromisos contraídos, incluso llegando al extremo de calificar como “buitres” a quienes pretenden cobrar lo convenido.
Otra alternativa es la emisión monetaria excesiva, es decir, la que aumenta a un ritmo mayor al de la producción, y que se realiza para cubrir los gastos estatales deficitarios. En este caso, los políticos irresponsables culparán luego a los “especuladores” por el aumento generalizado de precios.
Durante la etapa kirchnerista hubo un aumento record de puestos de trabajos estatales; la mayor parte de ellos muy bien remunerados, ya que involucraba a partidarios que habrían de sumar votos en las sucesivas elecciones. Incluso muchos de ellos se califican como “ñoquis”. Esta denominación se debe a que, tradicionalmente, el 29 de cada mes, es el día de comer ñoquis, mientras que los “empleados” estatales que no trabajan, y cobran un sueldo, aparecen en su lugar de “trabajo” sólo a fin de mes para cobrar su sueldo.
Puede decirse que la inflación en la economía argentina se debió a la previa existencia de una “inflación” de puestos de trabajo estatales. En todo país serio, el aumento de los puestos de trabajo estatales acompaña al crecimiento de la población, ya que se requerirá mayor cantidad de docentes, empleados judiciales, empleados de la salud, etc., con ese aumento. Si tales puestos crecen a un ritmo bastante mayor, puede decirse que se ha producido una “inflación laboral” que producirá el deterioro de la economía.
Mientras que en el 2003, cuando se inicia el kirchnerismo, la Argentina tenía un total de 2.386.400 empleados estatales, en el año 2015, al finalizar su mandato, existen 4.232.030 empleados estatales, lo que implica un crecimiento del 77%. Mientras que la duplicación de la población del país requiere de algo más de 35 años, la duplicación laboral estatal kirchnerista habría requerido de unos 15 a 18 años, haciéndose evidente tal tipo de “inflación”.
La otra fuente de ingresos del Estado son los impuestos que le cobra al sector productivo. Para compensar el déficit, debe aumentar los impuestos excesivamente, por lo que al empresario ya no le quedarán medios económicos, ni entusiasmo, para realizar inversiones, por lo que la economía se estancará tanto como la oferta de trabajos productivos.
La inflación tiende a hacer subir los costos de producción internos de manera tal que las exportaciones resultan relegadas ante la competencia extranjera, que al establecerse en países con poca inflación, puede mantener los costos a un nivel competitivo.
Este “modelo” nacional y popular, genera bastante pobreza, sin embargo, su continuidad ha tenido un gran apoyo electoral. Incluso el trabajador que debe afrontar cada día su trabajo honesto, muchas veces no advierte que está siendo usado para pagar con su trabajo el impuesto inflacionario que será destinado a una gran cantidad de acomodados políticos estatales, que poco o nada producen, y que incluso hasta reclaman mejoras salariales.
La solución no parece ser otra que la de reducir drásticamente los empleos estatales superfluos, o pseudo-empleos, a menos que surja la “solidaridad argentina” por la cual se trate de ampararlos para que no exista “desocupación”. Luego, el deterioro y la pobreza seguirán aumentando inexorablemente, ya sea que creamos en las leyes de la economía y sus efectos, como que no creamos en ellas.
Desde el populismo se ha prevenido a la población sobre los “efectos perniciosos” del ajuste, proceso que implica reducir la cantidad de empleos estatales a los estrictamente necesarios. No sólo han promovido el deterioro definitivo de la economía, sino que incluso se oponen a que alguien pueda arreglarla.
También bajo el kirchnerismo hubo otra fuente de financiamiento, como fue la estatización de las jubilaciones privadas o las retenciones a la exportación. Incluso la estatización de empresas deficitarias “ayuda” a aumentar el déficit estatal. Luego, tales confiscaciones sirvieron como una alarma para que los capitales extranjeros no vinieran al país y para que los capitales nacionales huyeran al extranjero, promoviendo el proceso del éxodo de capitales productivos desde los países periféricos hacia los países “imperialistas”. Sin embargo, los políticos han convencido a la mayor parte de la opinión pública que el deterioro económico y social no se debe al populismo, sino a la “dependencia económica” respecto de los países imperialistas.
La fuerte presión impositiva favorece la economía informal, que es la única alternativa de supervivencia que han de tener las nuevas empresas. La precariedad laboral es una consecuencia inmediata de tal economía.
Alguien podrá suponer que los servicios que brinda el Estado habrán de mejorar con la alta disponibilidad laboral de empleados. Sin embargo, puede advertirse fácilmente que en los hospitales públicos la atención es bastante deficiente, como lo es la limpieza de calles, la creciente inseguridad ante la violencia urbana, etc. Recordemos que los cargos estatales se crean en grandes cantidades, no para mejorar el desempeño del Estado, sino para “comprar votos” partidarios con los recursos públicos buscando enriquecerse en un tiempo breve, aunque pocas veces para cumplir con el trabajo a que fueron destinados.
Puede decirse que, al igual que en los regimenes socialistas, comenzó a consolidarse una clase ociosa, o parásita, que por el número de integrantes y medios económicos que absorben del Estado, tiende a regir los destinos del país, especialmente destinada a impedir el éxito de todo gobierno distinto al kirchnerismo. He aquí la política maquiavélica en su máxima expresión.
De la misma manera en que el Islam busca colonizar a Europa mediante una elevada tasa de natalidad de sus adeptos, el kirchnerismo busca colonizar la Argentina mediante el poder económico asociado al empleo jerárquico estatal partidario. Pablo Mendelevich escribió: “La política, nombrada así, con artículo determinado, es presentada por el kirchnerismo como un producto de su huerta. Se la describe como motor de cambio. Ya que al cambio lo lleva adelante el Gobierno, la política –se insinúa- le pertenece”.
“Es cierto, gracias al kirchnerismo la política está en todas partes. Se politizó el fútbol, la escuela, el arte, la administración pública, el subte, el cine, la televisión, las colectividades, la Feria del Libro, los descuentos de los supermercados, el rock, la construcción de hospitales, las estadísticas, las religiones, los clubes de barrio, los presos, los jueces, la publicidad, las estatuas, las fechas patrias, las vedettes, todo. Otra cosa es que eso sea beneficioso, que la politización de cualquier aspecto del quehacer comunitario, entendida como una disputa de poder para implantar gajos del partido oficial, signifique mayor calidad democrática”.
“La propagación de la antinomia K-anti K se debe en gran parte a esta vocación expansiva de lo que el kirchnerismo llama la política, en verdad una concepción totalizadora del poder que no deja ningún rincón librado a su propia suerte. Podrá decirse que la Iglesia siempre hizo política, que el arte conlleva política, que es política la decisión de levantar un hospital en determinado lugar. Absolutamente cierto. Pero una cosa es la componente política de toda dimensión en la que hay involucrado poder y otra, la depreciación de los factores técnicos, afectivos, históricos y culturales de una sociedad pluralista con el fin de que el Gobierno consiga dominar cada estamento de la vida comunitaria, cada disciplina, cada asociación. Cuadro que, paradójicamente, se completa con la pulverización de los partidos, el escenario de la política previsto por el sistema, hoy casi convertido en una abstracta colección de sellos que se activan cada dos años para cumplir con los requisitos de la Justicia electoral” (De “El relato kirchnerista en 200 expresiones”-Ediciones B Argentina SA-Buenos Aires 2013).
Si bien el sistema de subsidios es un importante componente del déficit fiscal, los sueldos de los empleados estatales inciden cuatro veces más. Como la mayor parte de esos cargos, especialmente los jerárquicos, han sido otorgados durante el gobierno K, bajo una forma legal (aunque no ética), pareciera que son pocas las posibilidades del nuevo gobierno de dar marcha atrás con ese enorme gasto superfluo. Sin embargo, gran parte de la opinión pública comenzará a protestar en cuanto no se solucionen los graves problemas económicos existentes. De la misma manera en que los familiares de un paciente exigen que el médico lo cure luego de toda una vida de desarreglos y vicios, el kirchnerismo elevará sus protestas en cuanto el nuevo gobierno no sea capaz de desactivar las poderosas bombas que le dejó a fin de impedirle una exitosa tarea en la espera de un próximo acceso al poder.
Por lo general, el Estado sobredimensionado resulta ineficaz y perjudicial para la población. Sin embargo, el político inescrupuloso busca un poder personal ilimitado, siendo el Estado el mejor medio para lograr ese fin. El citado autor escribió: “Gran parte del estilo y las ideas kirchneristas ya habían sido ensayadas en Santa Cruz entre 1989 y 2003, claro que en escala de provincia marginal”. “Muchos libros periodísticos contaron cómo en su provincia los Kirchner ya habían doblegado el Poder Judicial, adaptado el Consejo de la Magistratura a su causa, controlado el Poder Legislativo, comprado a la prensa, banalizado el debate, administrado los fondos públicos sin rendir cuentas, mezclado negocios propios con los del Estado, demonizado a los opositores, ajustado las reglas electorales a sus necesidades, bajado la desocupación a través del empleo público y culpado de cualquier falla gubernamental a terceros. Contaron cómo habían hecho dos reformas constitucionales para perpetuarse y alternarse matrimonialmente en el poder. Describieron el histrionismo de CFK, la implantación de un relato provincial, el desinterés de NK por el largo plazo y por el mundo, su habilidad para hacer funcionar la economía sobre la base del aprovechamiento de coyunturas externas (en el Sur no era la soja, sino las regalías petroleras), la intermitencia de disciplina fiscal y gasto público exacerbado y el estímulo al consumo en tiempos preelectorales. Es cierto, los libros fueron publicados cuando esas cosas ya se habían puesto en marcha en el plano nacional y los Kirchner ya se habían aprendido los nombres de las calles de Olivos, su nuevo barrio”.
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