Sintetizando al extremo, puede decirse que el siglo XX, que se inicia con la continuidad de la vigencia del liberalismo económico y político, se caracteriza por el surgimiento de distintas alternativas al mismo, que buscan suplantarlo y sepultarlo. Al finalizar el siglo, mantiene gran parte de su antiguo esplendor mientras que sus rivales ideológicos fracasaron total o parcialmente.
En la actualidad siguen los ataques al capitalismo aduciendo que bajo tal sistema existe una desigual distribución de la riqueza, bajo la creencia de que algunos sectores se adueñan de las riquezas naturales, que a todos pertenecen, en perjuicio de otros. Este sería el caso de las materias primas, cuya incidencia en el PBI mundial es de un 4%, aproximadamente. Al restante 96%, de ese PBI, nadie se lo puede “apropiar” porque antes debe ser producido. De ahí que debe criticarse a los sectores o a los países que generan poca riqueza, en lugar de criticar a los que más producen.
Se aduce que los males existentes en una sociedad dependen del “sistema” de producción y distribución, ignorando factores culturales que resultan prioritarios. De ahí que no tenga sentido comparar un mismo “sistema” en poblaciones muy distintas. Respecto de las bondades y debilidades de los distintos modelos productivos, podemos comparar cada uno de ellos aplicados a poblaciones similares en una misma época (como la Alemania Occidental y la Alemania Oriental) o aplicado a igual población en épocas distintas (como la China maoísta y la actual China), advirtiéndose la superioridad de la economía de mercado.
Tampoco resulta conveniente describir las economías de los países subdesarrollados como “economías de mercado” cuando ni siquiera existen suficientes empresas como para considerar que existe un mercado competitivo. Si se establecen todas las condiciones favorables para tal economía, poco se conseguirá si la mayor parte de la población tiene como prioridad trabajar poco y divertirse mucho, buscando un empleo estatal cuya mayor dificultad sea la de cumplir horarios. Martín Redrado escribió: “Luego de analizar las importantes transformaciones económicas realizadas durante esta década [se refiere a los 90], nos encontramos frente a un punto de inflexión: o avanzamos hacia la construcción de una Argentina competitiva –es decir, que produzca con mejor calidad y a más bajo precio- o corremos el riesgo de echar por la borda los logros que tanto le han costado a toda la sociedad. Quizá la mejor manera de graficar este pensamiento es con la imagen de aquel barco que se hunde en el medio del mar, y el único sobreviviente no sabe nadar. Tras la desesperación inicial, el náufrago logra controlarse y descubre que si no se mueve, flota. Pero no sabe cómo hacer para nadar sin hundirse. Por lo tanto, decide quedarse ahí en alta mar, esperando que alguien lo encuentre. Eso es el plan de convertibilidad: alguien que flota en el mismo lugar desde hace tres años, inmovilizado por el miedo a hundirse. El crecimiento es otra cosa; es animarse a nadar y llegar hasta la orilla. El desafío que viene es entender la pequeña diferencia entre nadar y salir a flote” (De “Tiempo de desafíos”-Editorial Planeta Argentina SAIC-Buenos Aires 1994).
Entre las críticas a la política propuesta por el liberalismo, aparecen las destinadas a la división de poderes. En lugar de ser considerada tal división como un factor de seguridad para evitar los posibles efectos de las tiranías, algunos autores sostienen que es un factor de debilidad. Belisario Tello escribió: “El Poder no admite plural; por ello, hablar de una división de «poderes» constituye un abuso de lenguaje, además de ser un error de concepto, pues negarle la unidad es desconocer su naturaleza. Un poder dividido, que lógicamente implica una «contradictio in terminis», carecería en sí mismo de fuerza y negaría su propia esencia”.
“En síntesis, el principio de la división y equilibrio de «poderes» es destructivo del Poder; por eso Schmitt niega, con toda razón, que aquél sea propiamente un «principio político constructivo». Una multiplicación de «poderes», con la cual se pretende limitarlos mutuamente, trae consigo la supresión del Poder, en desmedro naturalmente de la sociedad; porque lo que ésta exige, en realidad, no es un ficticio equilibrio de «poderes», sino la fuerza efectiva de un poder que le permita vivir y progresar” (De “La monarquía sin corona”-Editorial Almena-Buenos Aires 1976).
Las principales tendencias opositoras al liberalismo son el marxismo-leninismo, asociado al terror; la social-democracia, forma atenuada del marxismo-leninismo ya que rechaza los métodos violentos; el fascismo, con una organización de tipo corporativo, y el nazismo, con una organización similar al fascismo pero con un carácter racista y terrorífico. Chantal Millon-Delsol escribe respecto del liberalismo y de sus “cuatro enemigos”: “El marxismo-leninismo: ¿Cómo un sistema de pensamiento llamado a la liberación de la humanidad entera y a la destrucción del Estado llega a producir el Leviatán más monstruoso de la historia?”.
“El nazismo: ¿Cómo un gobierno –y más aún, un pueblo- ha llegado a cometer y a permitir que se cometa el más sistemático exterminio jamás visto, llevado a cabo con una seguridad y hasta con un sentido del deber que confunden?”.
“El fascismo-corporativismo: ¿Cómo los valores éticos o, si se quiere, espiritualistas, llegan a desviarse hasta producir la opresión cuando buscan el bien común?”.
“El socialismo: ¿Por qué la revolución igualitaria no ha tenido lugar, después de tantos años de preparación y cuando era anhelada con tanta esperanza?”.
“El Estado de Derecho: ¿Cómo el pensamiento liberal-pluralista, el más débil por su intrínseca tolerancia, pensamiento de la crítica y de la modestia, termina por imponerse frente a sus adversarios fanáticos, armados de medios que él rechaza?” (De “Las ideas políticas del siglo XX”-Editorial Docencia-Buenos Aires 1998).
Una visión optimista de la realidad política induce a pensar que ideólogos “bien intencionados” no lograron cumplir con sus objetivos beneficiosos para la sociedad. Una visión pesimista, o quizás realista, induce a pensar que ideólogos “mal intencionados” revistieron sus objetivos perversos bajo máscaras de humanismo y bondad. Las contradicciones aparentes de los sistemas totalitarios (todo en el Estado) pueden subsanarse si se los observa bajo esta última perspectiva.
En los casos de los “cuatro enemigos” pueden observarse fallas éticas fundamentales. Así, tanto el marxismo-leninismo como el socialismo, basan su postura en la discriminación social hacia los sectores productivos de la sociedad (la burguesía, el empresariado). Se ha llegado incluso a considerar como un “héroe socialista” a Ernesto Che Guevara, un vulgar asesino serial que eliminaba tanto a los “burgueses” como a sus supuestos cómplices. Toda forma de socialismo implica una especie de cáncer social que promueve antagonismos entre las clases sociales en aparente conflicto. El liberalismo, por el contrario, ve en la movilidad social, favorecida por el mercado, una solución efectiva para solucionarlos.
En el caso del fascismo, puede decirse que el “hombre nuevo” propuesto habría de ser el superhombre de Friedrich Nietzsche, un fanático anticristiano. Si se considera a la ética cristiana compatible con la ética natural, el fascismo resulta ser incompatible con la misma.
Mientras que los distintos socialismos se basan en la discriminación social, el nazismo se basa en la discriminación racial, empleando mitos justificadores, como el de la “supremacía racial aria”. Si bien presenta varios aspectos similares al fascismo, difieren en este aspecto.
En cuanto a las corporaciones, como agrupaciones de artesanos de una misma especialidad, son miradas con simpatía en medios católicos por cuanto constituían la forma de organización básica de la economía medieval. De ahí que varias posturas consideradas fascistas tuvieron el apoyo de sectores católicos. Las corporaciones reemplazaron en Italia a los partidos políticos para ser reguladas fácilmente por el Estado fascista. “Aunque su origen se remonta a Roma y aun al lejano Egipto faraónico, fue en la Edad Media cuando la sociedad se organizó en forma más acabada en torno a las corporaciones. Éstas agrupaban a comerciantes y artesanos, de distintos oficios, y se ocupaban de defender los intereses y, sobre todo, los privilegios de sus miembros. Por extensión, podía considerarse que la Iglesia, la Universidad y hasta los grupos nobiliarios adoptaban una forma de organización igualmente corporativa”.
“Fue en Italia, hacia 1922, cuando se hizo el gran experimento de estructurar al Estado apoyado directamente sobre las corporaciones, que confluían en un partido único, el fascista. Llegamos así al corporativismo propiamente dicho, inventado por Benito Mussolini. Los partidos políticos, que en la democracia son los órganos de articulación de los intereses sectoriales y de proyección de sus demandas a la esfera política, fueron reemplazados, en su calidad de canales, por las asociaciones de empresarios y de trabajadores. Pero el poder de decisión se concentraba en el partido único, el fascista, y en el Estado”.
“La crisis de los partidos políticos argentinos, acelerada después de 1930, dio cada vez más campo a este tipo de negociaciones, que se desplegaron ampliamente durante el gobierno peronista (1946-1955). No sólo se concentró la representación gremial, y se la sometió a la tutela del Estado, sino que se estimuló la agremiación de distintos sectores de la sociedad: los trabajadores en la CGT, los empresarios en la CGE, los universitarios en la CGU, los profesionales en la CGP, los estudiantes secundarios en la UES…Por encima de ellos el Estado y el partido debían actuar como árbitros” (De “Formación Política para la democracia”-Biblioteca de Redacción-Buenos Aires 1980).
Quienes esperan el advenimiento del “mejor sistema” político-económico olvidan que, si bien son importantes las formas organizativas de la sociedad, el orden social emergente ha de estar ligado también al nivel ético individual. De ahí que resulte prioritario fortalecer el “menos malo” de los sistemas (el propuesto por el liberalismo) a través del mejoramiento ético individual, dándole a “ético” el sentido de “compatible con la ética natural o cristiana”. Chantal Millon-Delsol escribió: “El siglo XX intenta concretar políticamente las teorías creadas en el siglo XIX. El siglo XX organiza el terror institucional, porque el siglo XIX forjó las utopías. El siglo XX imagina pseudo-espiritualismos porque el racionalismo moderno ha secado el espíritu, pero para hacerlo utiliza el racionalismo heredado. Las religiones desaparecidas son reemplazadas por mitos regeneradores. La política ocupa el lugar de lo sagrado: tiene su catecismo, sus ritos y sus sacerdotes. Ella genera lógicamente el fanatismo, por haber secularizado los paraísos. Todas las concepciones políticas del siglo XX se precian de revolucionarias, salvo el pensamiento del Estado de Derecho. Pero todas fracasan en su empresa de renaturalización social. Finalmente, es sin duda el pensamiento del Estado de Derecho el que ha realizado la verdadera revolución”.
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