El filósofo práctico, al buscar que su pensamiento se inserte y se difunda en la sociedad, recurre a veces al medio literario para hacer llegar sus ideas a un nivel masivo. Como la mejor forma de lograrlo implica la realización de diálogos o de narraciones noveladas, crea un conjunto de personajes reales o ficticios que recrean tanto al pensamiento del autor como al de los contrincantes ocasionales que pudiesen surgir. E. A. Del Maschio escribió: “…lo que sí sabemos es que las obras que hasta nosotros han llegado son las que Platón escribió pensando en el «gran público», es decir, aquellas que tenían una finalidad divulgativa y expositiva de su pensamiento. Es precisamente el caso contrario de lo que sucede con Aristóteles, de quien no nos ha llegado ninguna de las obras que escribió para divulgar su pensamiento (conocidas como obras exotéricas), y por el contrario disponemos de los «apuntes» o «manuales» en los que se recogía el contenido de las lecciones impartidas por el estagirita en el Liceo. Probablemente ese carácter de obras para el público general es lo que explica otras de las características peculiares de la producción filosófica de Platón. En efecto, y a diferencia de lo que ha sido habitual entre la mayoría de los pensadores a lo largo de la historia, Platón no se sirve del tratado o del ensayo para la exposición de su pensamiento, sino que recurre para ello a una forma dramatizada: el diálogo”.
“Con excepción de las Leyes y las Cartas, todas las demás obras del filósofo consisten en una suerte de piezas teatrales, en las que a través del diálogo entre los personajes se van desgranando las doctrinas filosóficas, con Sócrates como protagonista habitual e indiscutible. Sin embargo, la verdad es que el calificativo de «diálogo» resulta algo generoso, sobre todo a medida que avanzamos hacia las obras de madurez del filósofo: se conserva la forma (personajes que interactúan a través de una serie de preguntas y respuestas), pero se pierde el espíritu del auténtico diálogo, pues en no pocas ocasiones los interlocutores no son sino meras comparsas que asienten a la exposición doctrinal de Sócrates” (De “Platón”-EMSE EDAPP SL-Buenos Aires 2015).
En el caso de Ayn Rand, cuyo objetivo principal es la novela en sí, indaga sus fundamentos filosóficos personales como algo que le resulta necesario. Leonard Peikoff escribió: “Ayn Rand ha sostenido que el arte es una «re-creación de la realidad según el criterio metafísico del artista». Entonces, por su naturaleza, una novela (como una estatua o una sinfonía) no requiere ni tolera un prefacio explicativo; es un universo auto-contenido, independiente de cualquier comentario que indique al lector cómo entrar en él, percibirlo, o reaccionar”.
Acerca de la naturaleza de la creatividad, Ayn Rand expresó: “Me parece que soy ambas cosas: una filósofa teórica y una escritora de ficción. Pero es esto último lo que más me interesa; lo primero es sólo un medio; el medio absolutamente necesario, pero sólo el medio; la historia de ficción es la finalidad”.
Adviértase que la escritora considera prioritaria su actividad literaria, elaborando un mensaje bien estructurado y que, por lo tanto, debe tener un fundamento filosófico: “Sin la comprensión y la declaración del principio filosófico correcto, o puedo crear la historia correcta, pero el descubrimiento del principio me interesa sólo como el descubrimiento del conocimiento apropiado para usarlo en mi propósito en la vida; y mi propósito en la vida es la creación del tipo de mundo que me gusta, es decir, las personas y hechos que representan la perfección humana”.
“El conocimiento filosófico es necesario para definir la perfección humana. Pero no me interesa detenerme en la definición; quiero utilizarla, aplicarla en mi trabajo (en mi vida personal también, pero el corazón, centro y propósito de mi vida personal, de toda mi vida, es mi trabajo)”.
“Éste es el motivo, creo, por el que la idea de escribir un libro filosófico que no sea de ficción me aburre. En semejante libro, el propósito sería en realidad enseñar a los demás, presentarles mi idea a ellos. En un libro de ficción, el propósito es crear, para mí, el tipo de mundo que quiero, y vivir en él mientras lo estoy creando; luego, como consecuencia secundaria, dejar que otros disfruten de ese mundo, si pueden, y en la medida en que puedan”.
“Puede decirse que el objetivo inicial de un libro filosófico es la explicación o la declaración de un nuevo conocimiento para uno mismo; y luego, como segundo paso, la ofrenda de ese conocimiento a los demás. Pero aquí está la diferencia, en lo que a mí concierne: tengo que adquirir y explicarme el nuevo conocimiento filosófico o el principio que utilicé para escribir una historia de ficción como su corporización e ilustración; no me interesa escribir una historia sobre un tema o una tesis de conocimiento ya declarada o descubierta por otro, es decir, sobre una filosofía ajena (porque esas filosofías se equivocan). En ese sentido, soy una filósofa abstracta: quiero presentar al ser humano perfecto y la vida perfecta y también tengo que descubrir mi propia postura filosófica y definición de esa perfección”.
“Pero cuando descubro, si es que lo hago, ese nuevo conocimiento, no me interesa plantearlo en forma abstracta, general, es decir, como conocimiento. Estoy interesada en utilizarlo, en aplicarlo, o sea, en sostenerlo en forma concreta de personas y hechos, en la forma de una historia de ficción. Esto último es mi objetivo final, mi propósito; el conocimiento filosófico o el descubrimiento es sólo un medio para eso. Para mi propósito, la forma no ficcional de conocimiento abstracto no me interesa; la forma final aplicada en la ficción, en la historia, sí. (Presento el conocimiento para mí misma, de todas formas, pero elijo su forma final, su expresión, en el círculo completo que lleva de nuevo al hombre)”.
“Me pregunto hasta qué punto constituyo un fenómeno particular en este sentido. Creo que represento la integridad de un ser humano completo. De todas formas, ésta debería ser mi guía para el personaje de John Galt. Él también es una combinación de filósofo abstracto e inventor práctico; el pensador y el hombre de acción juntos”.
“En el aprendizaje, dibujamos una abstracción de objetos y hechos concretos. En la creación, extraemos de la abstracción nuestros propios objetos y hechos concretos; bajamos la abstracción y la ponemos de nuevo en su lugar específico: lo concreto; pero la abstracción nos ha ayudado a hacer el tipo de concreción que queríamos. Nos ha ayudado a crear, a reformar el mundo para adaptarlo a nuestros objetivos”.
Entre los distintos vínculos entre ficción y realidad, Ayn Rand describe los siguientes: “Aparte, como una observación al margen: si la escritura creativa de ficción es un proceso de traducir una abstracción en lo concreto, hay tres grados posibles de esa escritura: traducir una abstracción (tema o tesis) vieja (conocida) con los medios de la vieja ficción (es decir, personajes hechos o situaciones utilizados antes con el mismo propósito), como es el caso de la mayor parte de la basura popular; traducir una vieja abstracción por medios ficticios nuevos y originales, lo que conforma la mayor parte de la buena literatura; o crear una abstracción nueva y original y traducirla por medios nuevos y originales: esto es, hasta donde yo sé, mi forma de escribir ficción”.
“Una cuarta posibilidad –traducir una nueva abstracción por medios viejos –es imposible por definición: si la abstracción es nueva, no puede haber medios utilizados por nadie más para traducirla” (De la Introducción de “La rebelión de Atlas”-Grito Sagrado Editorial-Buenos Aires 2009).
La obra literaria puede compararse con una bebida que se desea comerciar, que tiene cierta calidad y que requiere de un buen envase y una buena presentación. Puede decirse que el ensayista tiende a priorizar el contenido descuidando un tanto su presentación, ya que, por lo general, el ensayista no es un especialista literario. Por el contrario, quienes escriben ficción, tienden a priorizar la presentación y el estilo, aunque la cantidad de ideas vertidas pueda no ser importante en cantidad y calidad. No se excluye que los buenos escritores logren satisfacer ambos requisitos.
En el caso de la ciencia encontramos también difusores que crean personajes literarios que comunicarán sus ideas a los numerosos lectores, tal el caso del fundador de la física y de la ciencia experimental, Galileo Galilei. Teófilo Isnardi escribió: “Galileo es considerado como el más grande escritor italiano de su siglo”. “Los «Diálogos acerca de dos nuevas ciencias» están escritos en forma de diálogo, y se los designa también así. Intervienen tres interlocutores: Salviati, que representa a Galileo; Sagredo, espíritu culto de su época; y Simplicio, filósofo peripatético, que frecuentemente invoca las opiniones de Aristóteles” (Del Prólogo de “Diálogos acerca de dos nuevas ciencias” de Galileo Galilei-Librería del Colegio SA-Buenos Aires 1945).
José San Román Villasante, traductor del libro mencionado, escribió: “La obra se compone de dos partes, una no dialogada, escrita en latín, y otra dialogada escrita en italiano. Ahora bien, Galileo era un perfecto humanista al mismo tiempo que gran conocedor de todos los resortes del italiano de su tiempo, hasta tal punto que muchas de sus páginas pueden servir de modelo del italiano literario del siglo XVII”.
Respecto de los personajes del libro, Umberto Forti escribió: “Filippo d’Averardo Salviati, de quien podríamos decir que representa en el diálogo al mismo Galileo, fue probablemente discípulo de Galileo en Padua. Era hijo de una noble familia florentina y una profunda amistad lo ligaba al maestro, a quien solía recibir a diario en su Villa delle Selve, que se hizo después famosa por las observaciones astronómicas que Galileo llevó a cabo en ella….”.
“Giovanfrancesco di Nicoló Sagredo representa en el diálogo a la persona culta, a la mente clara y aguda, pero no especializada en el estudio de la matemática, y más todavía desconocedora de las ideas y descubrimientos últimos. Por ello lo vemos muchas veces refutando a Simplicio, pero no desde un punto de vista nuevo, sino simplemente haciéndole notar sus contradicciones. Es, en suma, el buen sentido (y quizás algo más que el buen sentido) puesto como juez entre el aristotelismo de Simplicio y el galileismo de Salviati”. “Sagredo, de noble familia veneciana, fue primero alumno de Galileo en Padua, y después cónsul de la Serenísima…”.
“Simplicio no representa probablemente una persona real. Es verdad que en el Diálogo repite argumentos con que el Pontífice solía oponerse a quienes defendían el movimiento de la Tierra, pero sólo la calumnia puede atribuir al gran físico el propósito de representar en Simplicio a Urbano VIII”. “Simplicio, homónimo del gran comentarista de Aristóteles, encarna simplemente al empirista y al partidario de la filosofía peripatético-escolástica” (Citado en el Prólogo del Traductor).
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