La soberbia resulta ser una falla moral por cuanto el individuo que la posee tiende a despertar cierta repugnancia entre las personas del medio social. Si a cada falla le corresponde una virtud, lo opuesto a la soberbia es la humildad, por cuanto quien la posee despierta simpatía y agrado. Emilio Mira y López escribió: “Mientras que el auténtico orgulloso –autosatisfecho- trata de disimular ese defecto, el soberbio lo escupe ante quien lo contempla en su voz ahuecada, en sus gestos y ademanes altaneros, en su porte un tanto provocativo y en su actitud despectiva, se manifiesta esta constante agresión previa al ambiente. Cuando se rinde pleitesía al soberbio no nos agradece la sumisión, como hace el vanidoso, pues aquél está seguro de su valor y su poder, en tanto éste, en su intimidad, sabe que solamente es capaz de representarlo” (De “Cuatro gigantes del alma”-Librería El Ateneo Editorial-Buenos Aires 1957).
El soberbio es el que adopta, como escala de valores prioritaria, alguno de los aspectos en que se destaca o pretende destacarse, ya se trate del nivel moral, económico o intelectual, o mediante algunas aptitudes, como son las laborales, artísticas, deportivas, etc. Luego, tiende a compararse con los demás aunque ignorando a los más destacados en la especialidad. Así, cuando pretende descollar intelectualmente, nunca se compara con un Newton o un Einstein, sino con las personas que le rodean. Ignora, además, los restantes valores humanos y sociales que puedan existir.
El intelectual auténtico es humilde por cuanto se compara con un Newton o un Einstein, adoptando una actitud de pequeñez relativa y habrá de sentirse muy feliz si alguien alguna vez le dice que su inteligencia es una décima parte de la de sus ilustres referencias. Nunca se compara con las personas que le rodean; ya que prefiere ser “cola de león” antes que “cabeza de ratón”, mientras que el soberbio es la “cabeza de ratón” que ignora totalmente la existencia del león. De ahí que la soberbia sea propia de los ignorantes mientras que la humildad lo es de las personas instruidas. El físico y matemático Daniel Bernoulli cierta vez se presenta personalmente mencionando su nombre y apellido, por lo que su interlocutor, creyendo que lo engaña, a su turno se presenta irónicamente diciendo: “y yo soy Isaac Newton”. Bernoulli comenta posteriormente que ese fue el mayor elogio que recibió en su vida por cuanto alguien lo comparó con el ilustre físico y matemático británico.
La mayor parte de los problemas competitivos surgen de personas soberbias, que ignoran instancias superiores, siendo la actitud típica del hombre-masa. En cada grupo social existe la tendencia a formarse un círculo de envidias, rumores y difamaciones que hacen que sus integrantes vivan un infierno cotidiano. Quien advierte la existencia de instancias superiores se autoexcluye de ese ámbito destructivo. José Ortega y Gasset escribió: “El ingreso más fácil a la anatomía de la soberbia se obtiene partiendo de un fenómeno que, con mayor o menor frecuencia, se produce en todas las almas. Averigua un artista que otro se tiene o es tenido por superior a él. En algunos casos, tal averiguación no suscita en su interior ningún movimiento pasional. Esa superioridad sobre él que el prójimo se atribuye a sí mismo u otros le reconocen se encuentra como prevista en su ánimo; con más o menos claridad, se sentía de antemano inferior a aquel otro hombre. La valoración de éste que ahora halla declarada en el exterior coincide con la que, tal vez informulada, existía dentro de sí. Su espíritu se limita a tomar noticia consciente de esa jerarquía y aceptar el rango supeditado que cree corresponderle”.
“Pero en otros casos, el efecto que aquella averiguación produce es muy distinto. El hecho de que el otro artista se tenga o sea tenido en más que él produce una revolución en sus entrañas espirituales. La pretendida superioridad de aquel prójimo era cosa con que en su intimidad no se había contado; al contrario, era él quien en su interior se tenía por superior. Tal vez no se había nunca formulado claramente a sí mismo esta relación jerárquica entre sí y el otro. Pero el choque con el nuevo hecho descubre que preexistía dentro de él una convicción taxativa en este punto. Ello es que experimenta, por lo pronto, una sorpresa superlativa, como si de repente el mundo real hubiese sido falsificado y sustituido por una pseudo-realidad”.
“La contradicción entre la que él cree verdadera relación jerárquica y la que ve afirmada por los otros es tal, que si aceptase ésta sería como aceptar su propia anulación. Porque él atribuía a las dotes artísticas de su persona cierto rango de valor comparativamente al otro artista. Ver que éste se tiene en más es, a la par, sentirse disminuido en su ser. De aquí que la raíz misma de su individualidad sufra una herida «aguda» que provoca un sacudimiento de toda su persona”.
“Su energía espiritual se concentra como un ejército, y en protesta contra esa pseudo-realidad ejecuta una íntima afirmación de sí mismo y de su derecho al rango disputado. Y como los gestos que expresan las emociones son siempre simbólicos y una especie de pantomima lírica, el individuo se yergue un poco mientras íntimamente reafirma su fe en que vale más que el otro. Al sentimiento de creerse superior a otro acompaña una erección del cuello y la cabeza –por lo menos, una iniciación muscular de ello- que tiende a hacernos físicamente más altos que el otro. La emoción que en este gesto se expresa es finamente nombrada «altanería» por nuestro idioma”.
Como la reacción mencionada puede surgir de una inadecuada valoración, Ortega aclara que “ese movimiento no es propiamente soberbia”. “Nadie hablará entonces de soberbia; será más bien la natural indignación provocada por la ceguera de otro u otros que se obstinan en subvertir una jerarquía evidente. Ciertamente que en el soberbio esos movimientos son de una frecuencia anómala; mas por sí mismos no son la soberbia”.
El citado autor considera la existencia de otra forma para adoptar referencias, además de la mencionada en el inicio: “Y hay dos maneras de valorarse el hombre a sí mismo radicalmente distintas. Nietzsche lo vio ya con su genial intuición para todos los fenómenos estimativos. Hay hombres que se atribuyen un determinado valor –más alto o más bajo- mirándose a sí mismos, juzgando por su propio sentir sobre sí mismos. Llamemos a esto valoración espontánea. Hay otros que se valoran a sí mismos mirando antes a los demás y viendo el juicio que a éstos merecen. Llamemos a esto valoración refleja. Apenas habrá un hecho más radical en la psicología de cada individuo. Se trata de una índole primaria y elemental, que sirve de raíz al resto del carácter. Se es de la una o de la otra clase desde luego, «a nativitate». Para los unos, lo decisivo es la estimación en que se tengan; para los otros, la estimación en que sean tenidos. La soberbia sólo se produce en individuos del primer tipo; la vanidad, en los del segundo” (De “Goethe desde dentro”-Revista de Occidente-Madrid 1949).
Llegamos de esta forma a distinguir la competencia positiva, con uno mismo, de la competencia negativa, contra los demás. Competir con uno mismo, teniendo como meta llegar a ser “cabeza de león” (un Newton o un Einstein) es una actitud que deja de lado toda competencia con los demás. Por el contrario, al no tener como referencia tales instancias superiores, la competencia apunta efectivamente a llegar a ser “cabeza de ratón”. Se advierte que la descripción establecida en el presente escrito no resulta del todo compatible con la formulada por Ortega, ya que existen diferencias respecto a las referencias que se supone adoptan los hombres.
La persona humilde es la que tiene la posibilidad de excluirse de los círculos en donde impera la soberbia. Ralph Emerson escribió: “Es fácil vivir en el mundo según la opinión del mundo, y fácil vivir en la soledad según la nuestra; pero el hombre grande es el que en medio de la muchedumbre mantiene con perfecta mansedumbre la independencia de la soledad”.
Como la humildad es una virtud reconocida, el soberbio tratará de fingirla para sentirse más humilde que los demás, mostrando su aparente virtud especialmente cuando hay bastante público presente, siendo ésta la forma más refinada y común de la soberbia. Miguel de Unamuno escribió: “Los absolutamente humildes no se escandalizan ni apenas se conduelen de la soberbia ajena, como los verdaderamente pródigos no se indignan de la avaricia de los demás. ¿Qué espíritu ha combatido al espíritu de la soberbia siempre? El espíritu de la soberbia misma. No tenéis sino ver las prevenciones que los humildes de profesión han tomado siempre para que su humildad no se convierta en soberbia; no tenéis sino ver con cuánta frecuencia los maestros de la vida espiritual, al comentar aquello de que quien se humille será ensalzado, nos advierten que el humillarse en vista de ello, para ser ensalzado por haberse humillado, es la más refinada soberbia” (De “Almas de jóvenes”-Editora Espasa-Calpe Argentina SA-Buenos Aires 1952).
El soberbio nunca es igualitario, si bien realiza todas las tentativas para parecerlo, incluso mostrándose sencillo hasta ser poco creíble. Cada vez que se relaciona con el “hombre común” parece descender de un pedestal superior en el que previamente se ha colocado, o bien cree que el mismísimo Dios lo ha ubicado en ese lugar. San Gregorio expresó: “…muchas veces eso es lo que pretendemos con nuestras hipocresías y humildades fingidas, y lo que parece humildad es soberbia grande. Porque muchas veces nos humillamos por ser alabados por los hombres y por ser tenidos por buenos y humildes”.
Unamuno agrega: “Buscad la soberbia, antes que en aquellos que se echan a la calle y se muestran a las miradas de todos y al juicio de todos exponen sus palabras y sus actos, en los que no salen de casa ni rompen el coto de su vida privada, en los que dicen que los tiempos están malos, y no les queda a los buenos sino lamentarlo y aislarse del contagio del mal y pedir a Dios misericordia”.
“Observad que las posturas más sombrías de los males de la soberbia proceden de los abstinentes, de los que se abstienen de obrar, de los más puramente contemplativos. Es que la sienten en vivo. Las más acabadas pinturas de los estragos de la soberbia vienen de los profesionales de la humildad, de los que toman la humildad por oficio, presos de la soberbia contemplativa, como las más vivas pinturas de la lujuria vienen de los que han hecho voto de castidad”.
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