Mientras que en el ámbito de la ciencia experimental existe la posibilidad de rechazar lo que no se adapta a la realidad, la filosofía tiende a avanzar y a retroceder por cuanto no existe un criterio de selección similar. De ahí que, históricamente, algunas propuestas éticas hayan avanzado basándose en aportes anteriores para luego quedar relegadas al olvido ante el surgimiento de otras descripciones incompatibles con el pasado y con la realidad.
Entre las primeras propuestas encontramos las éticas negativas, que prohibiciones acciones para evitar el mal, aunque sin orientar explícitamente hacia el logro de la felicidad. Este es el caso de los Diez Mandamientos que aparecen en el Antiguo Testamento. También en las prédicas de Buda aparece la tendencia a evitar el sufrimiento sin explicitar el camino hacia la felicidad.
En la antigua Grecia aparecen los sofistas, que niegan la validez objetiva de las propuestas éticas al considerar que sólo tienen validez subjetiva. El relativismo moral tiende a aparecer en distintas épocas promoviendo las crisis sociales que caracterizan las distintas épocas. Tal relativismo tendría validez si un porcentaje cercano al 50% de los familiares de quien es asesinado, lamentaran y sufrieran por tal hecho y el otro 50% se alegrara por ello. O bien, si un porcentaje cercano al 50% sufriera cuando alguien se burla de su persona y otro porcentaje similar se alegrara en similares circunstancias. Como el asesinato y la burla producen efectos indeseados en porcentajes cercanos al 100%, tales acciones se consideran malas por cuanto alejan a las víctimas de la felicidad, e incluso de la vida. De ahí que tales efectos tienen un carácter objetivo que poco depende de la época o del lugar en que acontecen.
Unos de los primeros filósofos que se dedica a cuestiones éticas fue Sócrates. Además de negar el relativismo moral de los sofistas, considera que el hombre que comete actos que perjudican a los demás lo hace por ignorancia, estableciendo por primera vez un vínculo entre el aspecto afectivo y el cognitivo, lo que será corroborado posteriormente por las investigaciones en neurociencia. Es decir, encuentra un vínculo entre el conocimiento de la naturaleza humana y las acciones interpersonales, mientras que no parece existir un vínculo evidente entre el conocimiento sobre ciencias exactas, por ejemplo, y la moralidad asociada a quienes lo posean. Adela Cortina y Emilio Martínez escriben: “El objetivo último de la búsqueda de la verdad no es la mera satisfacción de la curiosidad, sino la asimilación de los conocimientos necesarios para obrar bien, y de este modo poder alcanzar la excelencia humana, o lo que es lo mismo: la sabiduría, o también: la felicidad o vida buena. Hasta tal punto creía Sócrates que estos conceptos están ligados entre sí, que al parecer sostuvo que nadie que conozca realmente el verdadero bien puede obrar mal. Esta doctrina se llama «intelectualismo moral». Consiste en afirmar que quien obra mal es en realidad un ignorante, puesto que si conociera el bien se sentiría inevitablemente impulsado a obrar bien. De ahí la importancia de la educación de los ciudadanos como tarea ética primordial, puesto que sólo si contamos con ciudadanos verdaderamente sabios podemos esperar que serán buenos ciudadanos” (De “Ética”-Ediciones Akal SA-Madrid 2008).
Platón advierte que el hombre es un ser “tridimensional” por lo que debe alcanzar un desarrollo equilibrado entre sus aspectos afectivo, cognitivo y físico. Adviértase que si se desconocen los primeros dos, el hombre se dedica esencialmente a perseguir comodidades para su cuerpo, por lo cual la sociedad habrá de quedar constituida por hombres mutilados espiritualmente, ya que optaron por anular sus aspectos más importantes. “Son tres las especies o dimensiones que distingue Platón en el alma humana: a) Racional, que es el elemento superior y más excelso, dotado de realidad autónoma y de vida propia; es el componente inteligente, con el que el hombre conoce, y que se caracteriza por su capacidad de razonamiento; b) Irascible, la sede de la decisión y del corazón, fenómenos donde predomina nuestra voluntad; se fundamenta en una fuerza interior que ponemos en acción (o dejamos de hacerlo) cuando se produce un conflicto entre la razón y los deseos instintivos; c) Apetito, también llamada «parte concupiscible». Con ella nos referimos a los deseos, pasiones e instintos”.
Aristóteles considera que toda ética conduce a un objetivo implícito, de donde lo moral es lo que favorece el logro del objetivo y lo inmoral lo que lo aleja de ese logro. “Aristóteles fue el primer filósofo que elaboró tratados sistemáticos de Ética. El más influyente de estos tratados, la «Ética a Nicómaco», sigue siendo reconocido como una de las obras cumbre de la filosofía moral. Allí plantea nuestro autor la cuestión que, desde su punto de vista, constituye la clave de toda investigación ética: ¿Cuál es el fin último de todas las actividades humanas? Suponiendo que «toda arte y toda investigación, toda acción y elección parecen tender a algún bien», inmediatamente nos damos cuenta de que tales bienes se subordinan unos a otros, de modo tal que cabe pensar en la posible existencia de algún fin que todos deseamos por sí mismo, quedando los demás como medios para alcanzarlo. Ese fin –a su juicio- no puede ser otro que la «eudaimonía», la vida buena, la vida feliz”.
Los estoicos, buscando vivir en armonía con las leyes de la naturaleza, distinguen entre lo que es accesible a nuestras decisiones y lo que no lo es, limitando el problema a resolver. “Los estoicos creyeron necesario indagar en qué consiste el orden del universo para determinar cuál debía ser el comportamiento correcto de los seres humanos”. “La propuesta ética de los estoicos puede formularse así: el sabio ideal es aquel que, conociendo que toda felicidad exterior depende del destino, intenta asegurarse la paz interior, consiguiendo la insensibilidad ante el sufrimiento y ante las opiniones de los demás. La imperturbabilidad es, por tanto, el único camino que nos conduce a la felicidad. Con ello se empieza a distinguir entre dos mundos o ámbitos: el de la libertad interior, que depende de nosotros, y el del mundo exterior, que queda fuera de nuestras posibilidades de acción y modificación”.
Con la aparición del cristianismo, se establece una ética natural que indica concretamente cuál debe ser la actitud que debe predominar en todo ser humano: compartir las penas y las alegrías de los demás como propias, tal el significado del “amarás al próximo como a ti mismo”. Se establece así una ética natural que define lo que debe lograr cada ser humano.
La interpretación del amor en la forma considerada se debió a Baruch de Spinoza, quien, en el siglo XVII, definió tanto al amor como al odio. Se observó, a partir de tal definición, que el “amor a Dios” establecido en el mandamiento cristiano, no implicaba el amor en el sentido considerado, sino que podía interpretarse como una actitud cognitiva que debía fundamentarse en las leyes naturales que rigen todo lo existente. Tal el “amor intelectual de Dios” que fundamenta la vida de Spinoza.
El cristianismo no obtiene los resultados esperados por cuanto los mandamientos mencionados fueron interpretados de muchas formas; incluso bajo complicadas referencias a lo sobrenatural. De esa forma, la religión se fue adaptando a los gustos y necesidades particulares, en lugar de que todo individuo se adaptara a las prédicas cristianas. “El seguimiento de esta moral es el único camino de la felicidad verdadera, pero es un camino abierto a cualquier ser humano, y no sólo a los más capacitados intelectualmente”.
Immanuel Kant agrega un atributo que confirma el carácter absoluto de la moral: “Obra sólo según una máxima tal que puedas querer al mismo tiempo que se torne ley universal”.
En el siglo XIX surgen algunas posturas que podrían denominarse “contra-éticas” ya que se oponen al cristianismo. Karl Marx aduce que “la religión es el opio de los pueblos” (lo que adormece para hacer daño) por cuanto, supone, que se trata de un medio utilizado por las clases sociales superiores para explotar laboralmente, y con mayor facilidad, a las inferiores. Para Marx, pareciera, la actitud del amor es una “debilidad” del hombre en lugar de ser una fortaleza.
Algo similar ocurre con Freidrich Nietzsche. Adela Cortina y Emilio Martínez escriben al respecto: “El heredero de esta transvaloración es el cristianismo, en el que continúa la rebelión de los esclavos de la moral. Por eso el cristianismo es la religión del odio contra los nobles, poderosos y veraces; la victoria de los plebeyos. Aquí la genealogía se revela como una psicología del cristianismo, situando su nacimiento en el resentimiento, en la rebelión contra el dominio de los valores nobles”.
A través de Marx y de Nietzsche vuelve a tener vigencia el relativismo moral. Lenin expresó: “Moral es lo que favorece el advenimiento del socialismo; inmoral lo contrario”, mientras que Nietzsche expresó: “No existen fenómenos morales, sino sólo una interpretación moral de los fenómenos”. Sin embargo, para muchos filósofos, existe tanto una “ética socialista” como una “ética de Nietzsche”. Los mayores contra-éticos del siglo XIX, Marx y Nietzsche, fueron adoptados como orientadores ideológicos por los totalitarismos del siglo XX. Henri Baruk escribió: “Bajo el título de «nietzscheísmo y carencia de sentimientos humanitarios» he descrito una de las variedades de los trastornos de desarrollo”.
“Estos sujetos son incapaces de sentir amor. Asimismo, son incapaces de sentir simpatía por la humanidad. Pero el hombre nada en el medio social, que es su medio natural. Todo el que se siente extraño a su medio y no puede vivir con él, padece. También encontramos en estos sujetos un sufrimiento agudo, que se vuelve a menudo rencor y odio. Sintiéndose extraños al medio de sus prójimos, tienen la impresión de ser rechazados, excluidos, y de esta manera conciben una violenta aversión por toda la humanidad, a la que desprecian profundamente y a la que quieren someter, dominar, aplastar bajo su bota en un deseo ardiente de compensación y venganza y, en caso de necesidad, de exterminio” (De “Psiquiatría moral experimental”-Fondo de Cultura Económica-México 1960).
Desde la psicología social se consideran dos tendencias generales que motivan el comportamiento social del hombre: cooperación y competencia. También se describe a todo individuo en base a las componentes afectivas y cognitivas de la actitud característica. Entre las primeras encontramos al amor, odio, egoísmo y negligencia. De ahí que debemos elegir la primera para que predomine en toda sociedad la cooperación entre sus integrantes. La ética natural considera “lo que debe ser” como una optimización de “lo que es”.
Para completar la descripción, se consideran las componentes cognitivas que son en realidad las referencias adoptadas por cada individuo para evaluar todo conocimiento adquirido, tales como la propia realidad, uno mismo, otra persona o lo que opina la mayoría. Adoptar a la realidad como referencia, implica tener en cuenta las leyes naturales que rigen todo lo existente, que no es otra cosa que las leyes de Dios. La psicología social, de esta forma, puede considerarse como una continuación de la secuencia mencionada antes, o bien de una síntesis que surge en el siglo XX.
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