La época en que se produce el mayor crecimiento de la Argentina está asociada al vínculo comercial establecido con Inglaterra. Sin embargo, un gran sector de la población argentina ve en tal vínculo algo negativo por cuanto también se beneficio Inglaterra. Tal sector, posiblemente, lo hubiese visto como positivo si las ventajas hubiesen sido sólo para nuestro país. En cierta forma se mantiene una actitud similar a la de quienes sostenían que debía exportarse lo más posible importando del exterior lo menos posible buscando un aparente beneficio unilateral. David Downing escribió: “El ferrocarril facilitó el desarrollo de las Pampas, una extensa zona de suelo fértil sin plantaciones que conforma la mayor reserva de riqueza natural de la Argentina. En la década de 1860 se plantaron cosechas de algodón para compensar la escasez provocada por la Guerra Civil Norteamericana, que posteriormente dieron lugar a la lana y los granos. Recién a principios de 1900 se realizaron avances en las técnicas de refrigeración que permitieron el inmenso desarrollo del comercio de carne congelada, que sería el sustento de la economía durante los siguientes cincuenta años”.
“Los británicos compraron gran parte de estos productos agrícolas. Los llevaban hasta muelles británicos en trenes británicos y los transportaban en buques de carga británicos. Por supuesto, entregaban a cambio mercaderías británicas. Los argentinos que querían participar del negocio acudían a bancos británicos en busca de préstamos, volvían a sus hogares en tranvías británicos y bebían agua que les proporcionaba la empresa británica a cargo del servicio. Para 1913 el sesenta por ciento de las inversiones extranjeras en la Argentina eran británicas. No habían podido conquistar el país, pero de esta forma adquirían mayores ganancias y menores inconvenientes”.
“Para el inglés victoriano promedio (de hecho, también para la mentalidad corporativa del siglo XIX), éste era un buen negocio: obtenían los granos y la carne que necesitaban y que los EEUU, con sus crecientes niveles de población, ya no podían proveer. Por su parte, la Argentina conseguía los bienes industriales que no era capaz de producir por sí misma. Los ingleses aumentaban las ganancias y los argentinos, el nivel de infraestructura y la economía. ¿Qué había de malo en esto?” (De “Argentina vs. Inglaterra”-Emecé Editores SA-Buenos Aires 2006).
Puede decirse que la decisión de establecer tales intercambios fue bastante más acertada que la de seguir siendo una atrasada población asediada por malones indígenas que vivían del saqueo, la rapiña y la delincuencia. Sin embargo, posteriormente se advirtió que el comercio internacional resulta más beneficioso cuando se establece en el marco del mercado internacional, en lugar de la cómoda dependencia establecida respecto de un solo país. Luis Alberto Romero escribió: “A lo largo de cuatro décadas, y aprovechando una asociación con Gran Bretaña que era vista como mutuamente beneficiosa, el país había crecido de modo espectacular, multiplicando su riqueza. Los inmigrantes, atraídos para esa transformación, fueron exitosamente integrados en una sociedad abierta, que ofreció abundantes oportunidades para todos, y si bien no faltaron las tensiones y los enfrentamientos, éstos fueron finalmente asimilados y el consenso predominó sobre la contestación”.
“Si las ganancias de los socios extranjeros fueron elevadas –a través de los ferrocarriles y frigoríficos, del transporte marítimo, de la comercialización o del financiamiento-, también lo fueron las del Estado, provenientes fundamentalmente de impuestos a la importación, y las de los terratenientes, quienes, dadas las ventajas comparativas con respecto a otros productores del mundo, optaron por destinar una porción importante de éstas al consumo. Ello explica en parte la magnitud de los gastos realizados en las ciudades, que unos y otros se ocuparon en embellecer imitando a las metrópolis europeas, pero cuyo efecto multiplicador fue muy importante”.
“El ingreso rural se difundió en la ciudad multiplicando el empleo y generando a su vez nuevas necesidades de comercios, servicios y finalmente de industrias, pues en conjunto las ciudades, sumadas a los centros urbanos de las zonas agrícolas, constituyeron un mercado atractivo. El sector industrial alcanzó una dimensión significativa y ocupó a mucha gente. Algunos grandes establecimientos, como los frigoríficos, molinos y algunas fábricas grandes, elaboraban sus productos para la exportación o el mercado interno” (De “Breve historia contemporánea de la Argentina”-Fondo de Cultura Económica-Buenos Aires 2001).
Es oportuno mencionar que los vínculos comerciales fueron establecidos esencialmente con empresas e inversores británicos, y no con el Estado respectivo. H. S. Ferns escribió: “En la solución, o presunta solución, de los problemas creados por la gran afluencia de capital que ya estaba en marcha en 1881, las autoridades políticas londinenses y sus representantes de Buenos Aires no tuvieron ninguna participación. Las autoridades argentinas trataban directamente con los banqueros europeos y con los propietarios de ferrocarriles y empresarios de la Argentina. Cuando la afluencia de capital empezó a disminuir en 1885, la administración del general Roca decidió que debía tomarse alguna medida para restaurar la confianza tan necesaria para inducir a los inversores a comprar títulos argentinos, acciones ferroviarias y documentos similares. Carlos Pellegrini fue enviado a Europa, donde negoció directamente con un comité de banqueros…Ni el gobierno británico ni el Banco de Inglaterra tuvieron injerencia alguna en el acuerdo firmado por Pellegrini para hipotecar los ingresos aduaneros argentinos y no pedir más préstamos monetarios sin el consentimiento de los bancos”.
En cuanto a una crisis que afectó a uno de tales bancos, el Baring Brothers, el citado autor escribe: “La crisis financiera fue obviamente de gran importancia tanto para la comunidad argentina como para la británica. Pero no fue una crisis entre los gobiernos argentino y británico. Estuvieron íntimamente comprometidos en la crisis, pero cada cual contribuyó a la solución dentro de su propia comunidad, y no mediante la confrontación o la negociación recíproca en tanto autoridades soberanas”.
“Ya en 1848 lord Palmerston, en una circular dirigida a las misiones británicas en el extranjero, había afirmado el derecho y la determinación del gobierno británico de proteger a los súbditos británicos contra las injusticias perpetradas por gobiernos extranjeros, pero también aclaró que los súbditos británicos que optaban por prestar dinero a gobiernos extranjeros o invertir en comunidades extranjeras antes que prestar e invertir en Gran Bretaña y sus dependencias lo hacían por su propia cuenta y que «las pérdidas de hombres imprudentes que han depositado una equivocada confianza en la buena fe de gobiernos extranjeros, sería una saludable advertencia para otros»”.
“Más tarde, en 1861, Granville hizo más explícita la política sobre el cobro de deudas: «El gobierno de Su Majestad no está de ninguna manera involucrado en las transacciones privadas con Estados extranjeros. Los contratos de esta índole sólo se conciertan entre la potencia deudora y los capitalistas que se comprometen en estas empresas especulativas y se contentan con afrontar riesgos extraordinarios con la esperanza de grandes ganancias contingentes, el riesgo de complicaciones internacionales, medidas de fuerza, si se adoptaren contra Estados pequeños…sometería a este país a ofensivas acusaciones»” (De “Las relaciones anglo-argentinas 1880-1910” en “La Argentina del ochenta al centenario” de Gustavo Ferrari y Ezequiel Gallo-Editorial Sudamericana SA-Buenos Aires 1980).
El comercio internacional, cuando se realiza con otro país solamente, se establece una dependencia anormal por cuanto si el país poderoso entra en crisis, la traslada inmediatamente al más débil. Luis Alberto Romero agrega: “Por otra parte, la Primera Guerra Mundial, que había estallado en 1914, permitía vislumbrar el fin del progreso fácil, crecientes dificultades y un escenario económico mucho más complejo, en el que la relación con Gran Bretaña no bastaría ya para asegurar la prosperidad”.
Para superar tales situaciones de dependencia económica, no sólo debe esperarse una mejor actitud del país fuerte, sino que el país débil abandone sus debilidades y defectos. Así como la sobreprotección del niño y del adolescente tiende a limitar su desarrollo futuro, la dependencia económica muy acentuada tiende a limitar las aptitudes para establecer el desarrollo económico pleno. Mahatma Gandhi escribió respecto de los ingleses y del dominio que ejercieron en la India: “Los ingleses no se apoderaron de la India; fuimos nosotros los que se la dimos. No es por sus propias fuerzas como se mantuvieron en la India, sino porque nosotros los retuvimos”.
“En un principio, los ingleses llegaron a la India por razones comerciales. Recuerde usted la Compañía Bahadur. ¿Quién hizo de ella lo que fue después? En esa época, no tenían el menor propósito de establecer un reino. ¿Por quienes fueron ayudados los funcionarios de la Compañía? ¿Quién fue tentado a la vista de su dinero? ¿Quién compró sus bienes? La historia demuestra que fuimos nosotros quienes hicimos todo eso. La perspectiva de hacernos ricos demasiado rápidamente nos hizo recibir con los brazos abiertos a los funcionarios de la Compañía. Les hemos ayudado”.
“Supongamos que yo tuviese el hábito del alcohol y que un comerciante viene a vendérmelo; ¿será a éste o a mí a quien debe acusarse? ¿Perderé el hábito por el hecho de acusar al comerciante? Y si arrojo a uno de ellos ¿no vendrá otro a ocupar su lugar?”.
“Las mismas circunstancias que les dieron la India, les permitieron mantenerse en ella. Algunos ingleses sostienen que ellos han tomado la India por las armas y que la conservan por los mismos medios; ambas afirmaciones son falsas. Somos nosotros los que hemos conservado a los ingleses, y las armas no tienen en eso ningún papel. Se dice que Napoleón llamaba a los ingleses un pueblo de mercachifles. Nada los pinta mejor. Ellos no conservan sus dominios más que para finalidades comerciales; su ejército y su flota, para proteger sus intercambios” (De “La civilización occidental y nuestra independencia”-Editorial Sur SRL-Buenos Aires 1959).
El analista internacional Andrés Cisneros, manifestaba en un programa televisivo que no habrá cambios significativos respecto del conflicto de las Islas Malvinas hasta que la Argentina pueda llegar a ser un país importante en el concierto de las naciones y que convenía, mientras tanto, mantener con Gran Bretaña la mejor de las relaciones posibles.
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