Entre los economistas existen desacuerdos acerca de la denominada “ley de Say”, que hace referencia a las causas y efectos generados por la oferta y la demanda. Incluso Keynes rechaza la versión popular de dicha ley. Enrique Ballestero escribe al respecto: “El conocimiento insuficiente de la ley de Say y de su alcance para explicar las crisis ha perjudicado a la teoría económica. Por otra parte, es un caso notable. Los primeros en no conocer profundamente a Say fueron, aunque parezca paradójico, los economistas franceses”.
“Los ingleses popularizaron la receta «Suply creates its own demand», llamándola ley de Say (una ley mutilada, no completa). Esta ignorancia parcial (peor a veces que la total ignorancia) se transmitió a Keynes. En la «Teoría general del empleo, el interés y el dinero», Keynes se atrevió a refutar a Say sin haberlo leído, como se desprende, no sólo de la falta de referencias bibliográficas, sino del contexto mismo de la refutación”.
“Malthus pertenece, junto con Keynes, al grupo de economistas del subconsumo (grupo que atribuye a una insuficiente demanda efectiva el parón del crecimiento y el deterioro del empleo en los países industriales), puso objeciones a la ley de Say. Esta ley representaba una posición diametralmente opuesta a la suya: la economía se deprime, no porque falle la demanda, sino porque en algún lugar falla la oferta”.
“Malthus propondrá medidas de estímulo al consumo para combatir la crisis; Say, medidas de saneamiento y desarrollo en los sectores retrasados de la producción” (De “Introducción a la teoría económica”-Alianza Editorial SA-Madrid 1988).
Intuitivamente nos parece que la demanda de bienes y servicios resulta, potencialmente, ilimitada. Casi todos quisiéramos tener un automóvil deportivo si tuviésemos los medios necesarios para poseerlo. Sin embargo, son pocos los que realizan el esfuerzo laboral requerido para disponer del dinero necesario para adquirirlo; de ahí que, detrás de los deseos y de las necesidades, debemos considerar que la demanda efectiva debe asociarse a la capacidad económica y productiva de quienes están en condiciones de establecer la compra correspondiente. Jean-Baptiste Say escribió: “El hombre cuyo trabajo se aplica a conferir un valor a las cosas, al crearles un uso cualquiera, sólo puede esperar que dicho valor sea apreciado y pagado allí donde otros hombres tengan los medios para adquirirlos. ¿En qué consisten esos medios? En otros valores, otros productos, fruto de su trabajo, de sus capitales, de sus tierras. De donde resulta lo que a primera vista parece una paradoja: la producción es lo que facilita la salida de los productos”.
“Si a un comerciante de telas se le ocurriese decir: «yo no pido otros productos a cambio de los míos, yo pido dinero», sería fácil demostrarle que su comprador sólo está en condiciones de pagarle con dinero porque él vende mercancías a su vez. Se le podría responder: «Este agricultor le comprará a usted telas si su cosecha ha sido buena; le comprará más o menos si su cosecha ha sido abundante o magra. Si no cosecha nada, no podrá comprar nada»”.
“«Usted mismo sólo está en condiciones de adquirirle su trigo y su lana en la medida en que usted produce telas. Alega usted que lo que le hace falta es dinero; yo replico: lo que usted necesita son otros bienes. En efecto: ¿por qué desea el dinero? ¿No es acaso su objetivo comprar materias primas para su industria o comestibles para alimentarse? Ve usted que lo que necesita no es dinero sino otros bienes»” (De “La Economía en sus textos” de Julio Segura y Carlos Rodríguez Braun-Taurus-Buenos Aires 1998).
David Ricardo escribió al respecto: “Nadie produce con otro fin que el de consumir o vender, y vende con la exclusiva intención de comprar otra mercadería que pueda serle útil, o que pueda contribuir a la producción futura. Al producir, por lo tanto, uno se convierte necesariamente o en un consumidor de sus propios bienes o en comprador y consumidor de bienes de alguna otra persona…Las producciones son siempre compradas por producciones y servicios; el dinero es sólo el medio mediante el cual se efectúa el cambio” (Citado en “Critica de la economía clásica”-J.M. Keynes y otros-Editorial Ariel SA-Madrid 1968).
Hasta el momento todo parece simple y obvio. Sin embargo, la “ley de Say” implica algo más. Enrique Ballestero escribe: “En la literatura, son frecuentes las interpretaciones sesgadas de la ley de Say. La famosa frase con que se resume esta ley en los manuales («la oferta crea su propia demanda») es ambigua. Sugiere que cualquier incremento de la oferta encontrará automáticamente su mercado y que, por tanto, no habrá crisis en una economía donde se respeta el laissez-faire. Pero Say no hizo afirmaciones tan ingenuas, ni creo que la frase en cuestión haya salido nunca de sus labios. La idea de Say fue: para que aumente la demanda, las áreas (o sectores) de productividad retrasada deben aumentar su oferta”.
Ballestero ejemplifica la situación: “Llamemos A y B a dos áreas económicas, término de amplio significado que puede designar a países, bloques de países, espacios continentales o sectores de la producción. El área A produce lámparas, mientras que B está especializada en la fabricación de cuchillos. Cada una de estas áreas vende a la otra un output (oferta) que se paga con mercaderías”.
“El área A emplea durante el año 1992 a 200 trabajadores y lanza 400 lámparas con destino al mercado B. por su parte, B pagó las lámparas con su oferta de 600 cuchillos, producidos también para el intercambio”.
“Tres años después, en 1995, el área B, más eficiente que A, aumenta su productividad; ello le permite incrementar su oferta hasta 1.200 cuchillos que sigue intercambiando por 400 lámparas (la oferta de lámparas ha quedado estancada, por el retraso del área A). La consecuencia es que la relación real de intercambio (RRI) mejora para A pero empeora para B”.
“La eficiente área B sufre una especie de castigo y pronto se encontrará envuelta en una crisis, no por su culpa, sino por las culpas económicas de los demás. La ineficacia de A (las masas eslavas, latinas y tercermundistas de tiempos de Say) repercute negativamente sobre la economía de Inglaterra, como país innovador”.
“La idea de Say fue: para que aumente la demanda, las áreas (o sectores) de productividad retrasada deben aumentar su oferta”.
“Como no era un soñador, Say se daba perfecta cuenta de las dificultades para lograr que las áreas retrasadas aumenten su oferta. «Por desgracia –escribe- esto sucede muy difícilmente, pues los hombres educados en las costumbres de la bohemia y la ociosidad, trabajan con poco entusiasmo». El saneamiento liberal de la economía (libre competencia, circulación libre de capitales, empresas transnacionales, reformas profundas de las instituciones, clima ético, extensión de la técnica, anticorporativismo, eliminación pura y simple del gasto público poco rentable, capital humano para las empresas, no para una Administración estatal parasitaria, etc.) contribuirá a una mayor oferta en las áreas retrasadas”.
“Desde luego, el progreso será forzosamente lento. Mientras no se llegue a un ideal lejano, como es la economía liberal perfecta en todos los países del mundo, los diferenciales de crecimiento, y con ellos las crisis y el paro, continuarán sin paliativos posibles. Pero se irá avanzando si caminamos en la dirección correcta: una cooperación internacional para liberalizar la economía e inyectar eficacia en los países menos desarrollados”.
Debido a que el diagnóstico keynesiano difiere del establecido por Say, las “recetas” propuestas serán esencialmente diferentes. En lugar de transitar el pesado camino de la innovación, la inversión, el trabajo y el ahorro, como únicos medios eficaces para la mejora de la economía, Keynes propone una expansión artificial, es decir, fuera del mercado y realizada por el Estado, tanto de la masa monetaria y del crédito, lo que acentúa los problemas económicos. Luis Pazos escribió: “Al invertir y gastar dinero, el gobierno va a aumentar la demanda efectiva y los fabricantes tendrán a quien vender. Al ver aumentadas sus ventas, los fabricantes aumentarán la producción, lo que traerá como consecuencia una ocupación mayor y una solución al problema del desempleo. Parece como si Keynes hubiera descubierto una solución muy sencilla que acaba con todos los problemas de una economía. Si eso fuera cierto, ya se hubiera acabado con la pobreza en los países subdesarrollados; pues la solución sería que el gobierno emitiera billetes, los repartieran y todos ejercieran su poder de compra, y al ver los productores la rápida venta de sus productos, produjeran más, con el consiguiente aumento en la ocupación de mano de obra”.
“Las teorías de Keynes tratan de solucionar, principalmente, el problema del desempleo y lograr la ocupación plena. El desempleo, dice Keynes, se debe a la insuficiencia de la demanda efectiva. Lo que frena el aumento de producción es la falta de consumo”.
“El desempleo surge cuando las personas no gastan su ingreso al mismo tiempo que crece (la propensión a consumir). Cuando una persona disminuye su consumo y ahorra, y ese ahorro no es invertido, no crea demanda. Se debe estimular el consumo y la inversión para crear demanda efectiva y lograr pleno empleo, lo cual para Keynes es uno de los principales objetivos económicos”.
“La creación de demanda efectiva, que es la solución del desempleo y la forma de salir de una crisis económica, según Keynes, puede hacerse:
1- Mediante el aumento del gasto público y la creación de un déficit presupuestario.
2- La política monetaria de aumentar el circulante. Según Keynes, al ver la gente que baja el poder adquisitivo del dinero, prefiere invertir que ahorrar.
3- Mediante el dinero barato: bajar las tasas de interés”.
(De “Ciencia y teoría económica”-Editorial Diana SA-México 1981).
Todo parece indicar que lo más aconsejable resulta adaptarse al sistema autorregulado constituido por el mercado, en lugar de distorsionarlo de manera que sea el “mercado” el que se adapte a los gustos y deseos humanos.
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