El hombre busca un sentido para su vida para darle significado a sus acciones y a sus pensamientos. Mientras mayor sea la importancia que otorgue a sus proyectos, mayor será el empeño y el esfuerzo que dispondrá para conseguirlos.
Las distintas etapas por las que ha transitado la humanidad están caracterizadas por una visión particular del mundo y, como consecuencia, de un sentido de la vida asociado a esa visión. Luc Ferry escribió: “Todas las grandes filosofías se preguntan cuál es el sentido de nuestras vidas, qué puede constituir, desde dentro, su finalidad última. Spinoza, principalmente, nada sospechoso de ceder a las ilusiones de un sentido trascendente a la vida, insiste en ello sin cesar: existe un objetivo último que los hombres pueden proponerse gracias a la filosofía, a saber, la salvación y la alegría a través de la sabiduría y la inteligencia”.
“Porque la filosofía, en última instancia, no es el arte de disertar, sino una doctrina de la salvación laica, una sabiduría sin Dios, o en todo caso sin Dios en el sentido en que lo entienden las grandes religiones monoteístas, y sin el apoyo de la fe, puesto que es con la lucidez de la razón, con los medios que nosotros tenemos a mano, por decirlo así, debemos alcanzar la verdadera sabiduría” (De “Sobre el amor”-Editorial Paidós SAICF-Buenos Aires 2013).
Para el citado autor, el sentido de la vida actual tiende a establecerse a través de la “revolución del amor”, que emerge de otros grandes principios que le antecedieron. “El primero de esos principios aparece con la Odisea de Homero y el relato de los viajes de Ulises. Podríamos decir que es el principio cósmico o cosmológico. Por decirlo claramente: la finalidad de la vida humana, la finalidad de las aventuras de Ulises es ir del caos inicial a la reconciliación del Cosmos. Ulises va de la guerra (la famosa guerra de Troya) a la paz, del caos a la armonía, del exilio fuera de Ítaca, la ciudad de la que es rey, al regreso «a casa»”.
“Durante todo el tiempo de su vagabundeo, Ulises se ve privado de esa existencia reconciliada con su mundo; se ve obligado a no vivir, por decirlo así, más que en el futuro y en el pasado, en la nostalgia o la esperanza de Ítaca, nunca en el presente de Ítaca, nunca en el amor y el goce de su isla y de los suyos”. “Sólo al recobrar el lugar natural en el orden cósmico puede el héroe, por fin, habitar el presente y abandonar esa tiranía de la nostalgia y la esperanza que, para los griegos, es la negatividad misma, pues el pasado ya no existe y el futuro aún no ha llegado, son figuras de la nada…”.
“Como signo del poder de esta sabiduría, Ulises rechaza la inmortalidad y la eterna juventud que le promete la bella Calipso para que se quede con ella…Prefiere una vida mortal exitosa que una vida inmortal «postiza», «desplazada»…lejos de ver la inmortalidad como una tabla de salvación, lo que Ulises quiere salvar es su vida de mortal y su lugar en el orden del Cosmos”.
El segundo principio es el teológico, el de quienes encuentran el sentido de sus vidas en la religión, siendo guiados por la moral biblíca. Gilles Lipovetsky escribió: “En el principio la moral era Dios. En el Occidente cristiano hasta el alba de la Ilustración, son raros los espíritus que recusan este axioma: Dios es el alfa y el omega de la moral; sólo por su voz se conocen los mandamientos últimos, sólo por la fe reina la virtud. Sin el auxilio de las Sagradas Escrituras y el temor de Dios, no puede haber más que extravíos y vicios, ya que la virtud puramente profana es inconsistente y falsa: la moral, en las épocas premodernas, es de esencia teológica, no se concibe como una esfera independiente de la religión” (De “El crepúsculo del deber”-Editorial Anagrama-Barcelona 1994).
El tercer principio es el humanista, que deja un tanto de lado los dos anteriores. Lipovetsky escribe al respecto: “Los modernos han rechazado esta sujeción de la moral a la religión. El advenimiento de la modernidad no coincide sólo con la edificación de una ciencia liberada de la enseñanza bíblica y un mundo político-jurídico autosuficiente, basado sólo en las voluntades humanas, sino también con la afirmación de una moral desembarazada de la autoridad de la Iglesia y de las creencias religiosas, establecida sobre una base humano-racional, sin recurrir a las verdades reveladas. Este proceso de secularización puesto en marcha en el siglo XVII que consiste en separar la moral de las concepciones religiosas, pensarla como un orden independiente y universal que sólo remite a la condición humana y que tiene prioridad sobre las otras esferas, en especial religiosas, es, sin duda alguna, una de las figuras más significativas de la cultura democrática moderna”.
Para Luc Ferry al humanismo le sigue el principio de la deconstrucción, que implica en realidad una tendencia a alejarse de un sentido de la vida objetivo, escribiendo al respecto: “El cuarto periodo se abre con Schopenhauer y culminará con Nietzsche y Heidegger: es la época de la deconstrucción, de la sospecha radical respecto a todas las ilusiones metafísicas y religiosas en que se basaban, por lo menos a ojos de los «deconstruccionistas», los demás principios”. “¿Qué sentido podemos darle a la vida cuando todos los valores que pretendían asignarle una finalidad superior y exterior a ella han sido demolidos?”.
Ya en pleno siglo XX se instala la mentalidad posmoderna, caracterizada esencialmente por la ausencia de grandes objetivos e ideales favoreciendo la época del vacío existencial, si bien el autor citado supone, en forma optimista, que es una etapa en que el amor constituye el principio imperante; o bien que es el principio propuesto que debería imperar. Lipovetsky escribe al respecto: “La civilización del bienestar consumista ha sido la gran enterradora histórica de la ideología gloriosa del deber. En el curso de la segunda mitad del siglo, la lógica del consumo de masas ha disuelto el universo de las homilías moralizadoras, ha erradicado los imperativos rigoristas y ha engendrado una cultura en la que la felicidad predomina sobre el mandato moral, los placeres sobre la prohibición, la seducción sobre la obligación. A través de la publicidad, el crédito, la inflación de los objetos y los ocios, el capitalismo de las necesidades ha renunciado a la santificación de los ideales en beneficio de los placeres renovados y de los sueños de la felicidad privada. Se ha edificado una nueva civilización que ya no se dedica a vencer el deseo sino a exacerbarlo y desculpabilizarlo: los goces del presente, el templo del yo, del cuerpo y de la comodidad se han convertido en la nueva Jerusalén de los tiempos posmoralistas”.
En la actualidad sigue vigente la afirmación de Marx de que la estructura y la mentalidad adoptada por una sociedad depende del sistema económico de producción y distribución. De ahí que todos los problemas morales asociados a nuestra época deberían ser atribuidos al capitalismo. En realidad, la economía de mercado es la mejor forma de responder y satisfacer a las demandas establecidas por el consumidor. Por ello, si predomina el consumismo y la superficialidad, debemos reprochar más bien a la intelectualidad y a las religiones por no ser capaces de orientar debidamente al individuo permitiéndole encontrar el verdadero sentido de la vida que nos impone el orden natural.
Si la ética es el medio que disponemos para orientarnos hacia determinado sentido de la vida, asociado a una ética de validez objetiva ha de existir también un sentido de la vida objetivo. Y este sentido objetivo puede extraerse de la visión aportada por la ciencia experimental, que Julian Huxley califica como “transhumanismo”, escribiendo al respecto: “Como resultado de mil millones de años de evolución, el universo empieza a tener conciencia de sí mismo y es capaz de comprender algo de su historia pasada y de su posible futuro. Este autoconocimiento cósmico se está realizando en una pequeñísima porción del universo, en unos pocos de nosotros, los seres humanos. Tal vez se haya realizado también en otra parte, como resultado de la evolución de seres vivos conscientes en los planetas de otros sistemas estelares, pero en nuestro planeta nunca se realizó antes”.
“El nuevo modo de comprender el universo ha resultado de la acumulación de nuevos conocimientos, durante los últimos cien años, por psicólogos, biólogos y otros hombres de ciencia, por arqueólogos, antropólogos e historiadores. De acuerdo con él, se han definido la responsabilidad y el destino del hombre considerándolo como un agente, para el resto del mundo, en la tarea de realizar sus potencialidades inherentes tan completamente como sea posible”.
“Es como si el hombre hubiese sido designado, de repente, director general de la más grande de todas las empresas, la empresa de la evolución, y designado sin preguntarle si necesitaba ese puesto, y sin aviso ni preparación de ninguna clase. Más aún: no puede rechazar ese puesto. Precíselo o no, conozca o no lo que está haciendo, el hecho es que está determinando la futura orientación de la evolución en este mundo”.
“Este es su destino, al que no puede escapar, y cuanto más pronto se dé cuenta de ello y empiece a creer en ello, mejor para todos los interesados. A lo que esa ocupación se reduce, es realmente a la realización más completa de las posibilidades humanas, sea por el individuo, sea por la comunidad, o sea por la especie en la aventura de su marcha a lo largo de los corredores del tiempo”.
“La primera cosa que la especie humana tiene que hacer para prepararse para el cargo cósmico a que se encuentra llamada, consiste en explorar la naturaleza humana, en descubrir cuáles son las posibilidades que se le ofrecen, incluyendo, por supuesto, sus limitaciones, sean inherentes o impuestas por hechos de índole externa. Hemos dado fin, o poco menos, a la exploración geográfica de la Tierra; hemos llevado la exploración científica de la naturaleza, inerte o viva, a un punto en el que sus lineamientos principales ya son claros; pero por lo que a la exploración de la naturaleza humana y sus posibilidades atañe, apenas se ha comenzado. Un vasto Nuevo Mundo de posibilidades inexploradas está esperando su Colón” (De “Nuevos odres para el vino nuevo”-Editorial Hermes-Buenos Aires 1959).
El transhumanismo incorpora parcialmente los distintos principios mencionados, como ocupar nuestro lugar en el cosmos, adoptar la actitud cooperativa del amor, encontrar una ética objetiva conociendo nuestra naturaleza humana, que en realidad ya fue encontrada por el cristianismo, aunque interpretando al amor como la actitud que nos ha de permitir compartir las penas y las alegrías ajenas como propias, constituyendo la base de la cooperación que imprescindiblemente necesitamos para mantener y afianzar nuestra supervivencia.
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