Los historiadores concuerdan acerca de la mutua aceptación que hubo entre el General José de San Martín y el pueblo de Mendoza. Este vínculo de amistad y comprensión propició el ambiente adecuado para que se gestara exitosamente el Ejército de Los Andes y la posterior consolidación de la Independencia. Puede decirse que San Martín fue un mendocino, no por nacimiento, sino porque eligió serlo, o bien un cuyano que recordó también con afecto a los pueblos de San Juan y San Luis. Bartolomé Mitre escribió: “El grande hombre de guerra, admirado en el Plata y aceptado como una necesidad fatal en Chile, nunca fue amado y verdaderamente popular en dos grandes centros de ambas sociabilidades –Buenos Aires y Santiago-. No existió entre él y ellos esa corriente de simpatías, cuyas vibraciones ponen en comunicación las almas de todos y cada uno”.
“Amaba a la República Argentina, como su patria, y a Chile como colectividad, pero sólo se sentía amado y feliz en el punto medio que había sido el vínculo de alianza entre ambos países: -En Mendoza-, donde había deseado vivir y morir, y donde estaría bien su sepulcro para dormir el sueño eterno a la sombra de las verdes alamedas que él mismo plantó, a la vez que forjaba las armas de la revolución sudamericana”.
“San Martín no tuvo en Buenos Aires sino un amigo –Pueyrredón- en Chile no tuvo sino uno también: -O’Higgins-. Estos dos amigos, públicos y privados a la vez, magistrados supremos de uno y otro lado de Los Andes, lo sostuvieron con su poder y lo amaron como hombre; pero no recibieron todas sus confidencias íntimas. Su amigo de corazón, el confidente de las expansiones de su alma silenciosa, estaba allí donde estaba su corazón, -en Mendoza-, y era éste don Tomás Godoy Cruz” (Citas en “El General San Martín y Mendoza” por Ricardo Videla-Gobierno de la Provincia de Mendoza 1936).
Ricardo Videla escribió: “Mendoza fue la provincia predilecta de San Martín y San Martín el héroe máximo para Mendoza. Él seduce, encanta, fascina, a sus habitantes, y éstos le retribuyen generosamente su afecto, sin medir ni mezquinar esfuerzos”. “Aquí fue la cuna de su ejército y de su gloria, aquí nace su hija, forma chacra, comienza a levantar casa, cuenta con amigos de corazón –de esos que no fallan en la adversidad- y halla el único lugar, para usar sus palabras, «que ha podido decidirlo, por el buen carácter de sus habitantes, para elegir allí un rincón en qué dedicarse a romper el campo y cultivarlo» para retirarse «en la cansada época de la vejez». No sin razón se declara el mismo «Ciudadano de Mendoza»”.
“La vida del héroe, tan noble y pura, vióse desgraciadamente ensombrecida por vicisitudes de todo género, que le impidieron realizar su decidido propósito de instalarse en Mendoza, pero el recuerdo cariñoso para ella aparece jaloneando el camino todo de su vida, ya sea desde los campos de batalla de Chacabuco y Maipú, como desde Lima y el ostracismo, en Bruselas, Grand Bourg o Boulogne”.
Los planes de San Martín se vislumbran en una carta dirigida en 1814 a Rodríguez Peña: “Ya le he dicho a Ud. mi secreto: un ejército pequeño y bien disciplinado en Mendoza para pasar a Chile y acabar allí con los godos, apoyando un gobierno de amigos sólidos, para acabar también con los anarquistas que reinan; aliando las fuerzas pasaremos por mar a tomar Lima; ese es el camino y no éste, mi amigo. Convénzase usted, que hasta que no estemos sobre Lima la guerra no se acabará. Deseo mucho que nombren ustedes alguno más apto que yo para este puesto (Ejército del Norte): empéñese Ud. para que venga pronto ese reemplazante y asegúreles que yo aceptaré la Intendencia de Córdoba. Estoy bastante enfermo y quebrantado; más bien me retiraré a mi rincón y me dedicaré a enseñar reclutas para que los aproveche el gobierno en cualquier otra parte”.
“Lo que yo quisiera que ustedes me dieran, cuando me restablezca, es el gobierno de Cuyo. Allí podría organizar una pequeña fuerza de caballería para reforzar a Balcarce en Chile, cosa que juzgo de grande necesidad si hemos de hacer algo de provecho, y le confieso que me gustaría pasar montando ese cuerpo”.
E. García del Real describe el espíritu de colaboración existente en Mendoza para la formación del Ejército de Los Andes: “San Martín refería emocionado, en sus últimos años, muchos casos extraordinarios de espontánea abnegación de los vecinos de Mendoza. Los carreteros se negaban a cobrar el importe de sus viajes desde Buenos Aires, en los que gastaban diecinueve días, transportando armas. Los labradores sembraban parte de sus campos para el ejército, o partían sus cosechas con el general. Llevaban el correo desde Buenos Aires a los puestos avanzados de la cordillera, o a Tucumán, residencia del Congreso, personas animosas que realizaban prodigios de celeridad en sus viajes. Las damas no vivían más que cosiendo ropas o haciendo hilas para el ejército, y durante los tres años de preparación, Mendoza, San Juan y San Luis fueron verdaderos arsenales de guerra, ocupado todo el mundo en el servicio del ejército. La Maestranza de Mendoza, bajo la dirección de Beltrán fabricaba fusiles, fundía balas, confeccionaba cohetes, morriones y todo cuanto necesitaba un ejército” (De “José de San Martín”).
Ricardo Rojas escribió: “El General don Gerónimo Espejo, que sirvió desde 1815 en el Ejército de Los Andes, consigna en sus memorias algunos rasgos de San Martín: llamaba a sus oficiales «mis muchachos», con afecto de padre o de maestro y estaba orgulloso de ellos: «jamás se le escapó una palabra que pudiese humillar el amor propio individual»; poseía el don difícil de hablar a cada hombre en su lenguaje, sin perder el rango y así fuera su interlocutor un gaucho. Todos creían ciegamente en él. A estas virtudes agregaba sus prendas físicas: «su mirada de águila» su gallardía. «Tan bien plantado a caballo como a pie», recorría a veces las calles en un hermoso alazán. «Ese genio extraordinario para dominar a los hombres –dice Espejo- parecía haber hechizado a los mendocinos»” (De “El santo de la espada”).
José P. Otero escribió: “…Pero la solicitud de San Martín no se reduce a lo económico y a lo militar, problemas a no dudarlo los más apremiantes. Sabe él que la educación es el fundamento de la libertad y si el despotismo prospera, lo es porque en parte coexiste a su lado la ignorancia. Para combatirlo interesóse por que la educación no fuese un privilegio, sino un deber tanto de la niñez como de la juventud, y así comenzó por prestar su apoyo a la fundación de un establecimiento educacional que a su llegada a Mendoza ya estaba en proyecto y cuyo promotor principal era el presbítero Don José Lorenzo Guiraldes”.
“El edificio no fue terminado sino a fines de 1817; pero mucho antes, el establecimiento educacional denominado Colegio de la Santísima Trinidad de Mendoza, comenzó a funcionar. La intervención de San Martín en los preparativos de esta fundación permitió la rápida recolección de fondos…El rector de este colegio, por resolución del Congreso de Tucumán, tenía el título y las atribuciones de cancelario, y por gestiones de San Martín y del diputado de Cuyo ante aquel Congreso, Don Tomás Godoy Cruz, su certificado de estudios servía para que sus egresados pudiesen matricularse en las universidades de Córdoba y de Santiago de Chile”.
“El sentido del patriotismo era tan hondo en San Martín, que no ocultó la pena que lo embargaba de no hallarse en Mendoza, cuando estando en Córdoba supo que el Congreso de Tucumán acababa de declarar la Independencia. «La maldita suerte, dijo él en ese entonces, no ha querido que yo me hallara en mi pueblo para el día de la celebración de la Independencia. Crea usted que hubiera echado la casa por la ventana». Pero lo que no pudo hacer en Julio de 1816, por encontrarse lejos de su ínsula cuyana, lo hizo en el mes siguiente a su regreso de Córdoba, y el 8 de Agosto la juró solemnemente en la capital de su mando” (De “Historia del Libertador don José de San Martín”).
Bartolomé Mitre escribió: “Era madrugador, y se desayunaba ligeramente. Empleaba toda la mañana en su despacho, recibiendo partes, dando audiencia, expidiendo órdenes o trabajando solo o con su secretario, que lo era a la sazón un joven oficial de su ejército. Infatigable en el trabajo, era avaro del tiempo, y contaba los minutos, consultando siempre su cronómetro. Llevaba personalmente su correspondencia, y dictaba o redactaba los despachos oficiales, que escribía él mismo cuando era reservada, atendiendo a la vez a un cúmulo de pequeños detalles, que asustan cuando se compulsan sus papeles, y explican, como en la vida de todos los grandes capitanes, el éxito de sus empresas”.
“En su mesa era muy parco y sobrio. A medio día, dirigíase a la cocina y elegía dos platos –generalmente puchero o asado- que a veces despachaba de pie, y por postre dulce mendocino, tomando dos copas de vino”.
“En seguida daba un corto paseo fumando un cigarrillo de tabaco negro, si era invierno, y volvía luego a su tarea. En verano dormía una siesta de dos horas sobre un cuero tendido en el corredor de su casa. En ambas estaciones, su bebida habitual era el café, que él mismo preparaba. Después volvía al trabajo, y por la tarde inspeccionaba los establecimientos públicos. Por la noche recibía visitas con las que tertuliaba en variada conversación, de la cual estaba excluida la política, o echaba una partida de ajedrez, juego en que era fuerte, y a las diez en punto las despedía. A esa hora tomaba una ligera colación, descansaba o continuaba su trabajo interrumpido, pasándose muchas noches en vela y sin acostarse por efecto de las dolencias que le aquejaban. Formal en todas sus acciones y palabras, guardaba siempre compostura, y no hacía promesa que no cumpliera, aún cuando alguna vez se dejase llevar en sus propensiones epigramáticas, prorrumpiendo en chistes o redactando decretos humorísticos que revelaban su equilibrio moral” (De “Historia de San Martín”).
El ideal sanmartiniano ha sido sucesivamente ultrajado por varios gobiernos nacionales posteriores, hasta llegar al extremo de que un gobierno populista, para perjudicar seriamente al gobierno siguiente, dejó al país como “tierra arrasada” esperando que fracase estrepitosamente, utilizando un táctica similar a la empleada por los rusos ante las invasiones de Napoleón y luego de Hitler. Esta vez tratando de que pocos dólares quedasen en el Banco Central vendiendo incluso tal moneda para el futuro, es decir, vendiendo dólares que en ese momento no estaban en posesión de dicho Banco. Lo grave del caso no radica en que traidores a cargo del gobierno hayan actuado de esa forma, sino del apoyo incondicional que importantes sectores de la población otorgan a tales politiqueros.
Mientras que San Martín resultó ser un vínculo de unión para la población, los políticos populistas se destacaron por sembrar el odio y el rencor entre los argentinos. Mientras que en la unión del pueblo radica su fortaleza, en su desunión anida su debilidad. El Libertador de América expresó: “Este pueblo cada vez más recomendable por sus sacrificios y virtudes: la tranquilidad y el orden reinan por toda la provincia y la unión entre sus vecinos es de admirar”.
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