En diversas ramas cognitivas, como literatura, ciencia experimental, historia y filosofía, es posible encontrar dos tendencias definidas, como son la búsqueda estricta de la verdad objetiva, por una parte, o bien una recreación de la misma, con fines pedagógicos, por la otra. De ahí que realismo y ficción no sean tendencias antagónicas, sino más bien complementarias.
El ejemplo típico de realismo objetivo es el de las ciencias exactas, como la física. En este caso, para la descripción de los diversos fenómenos naturales, se eligen ciertas variables físicas observables, cuantificables y susceptibles de medición, a las cuales se les puede asociar algún ente matemático. Luego, las relaciones matemáticas que las ligan, constituyen una propiedad intrínseca y objetiva de la realidad descripta, de igual validez para todos los observadores y vigentes en toda época.
Por ejemplo, al elegir fuerza, masa y aceleración, como variables básicas, Newton establece las leyes de la mecánica. Posteriormente, a partir de otras variables, como posición, velocidad, cantidad de movimiento, energía potencial y cinética, Lagrange y Hamilton establecen descripciones equivalentes constituidas por relaciones matemáticas diferentes. También en este caso tienen validez universal y carácter objetivo. Las formulaciones mencionadas surgen en los siglos XVII, XVIII y XIX, respectivamente, siendo utilizadas en la actualidad tanto como lo serán en el futuro.
Es oportuno mencionar que el primer libro de ciencia ficción, titulado “Somnium” (El sueño), fue realizado en el siglo XVII por el astrónomo Johannes Kepler, descubridor de las leyes que rigen el movimiento de los planetas en el sistema solar. Los libros de divulgación científica, junto a los de ciencia ficción, expanden el conocimiento más allá de la pequeña elite de los descubridores. Kepler escribió: “No nos preguntamos qué propósito útil hay en el canto de los pájaros, cantar es su deseo desde que fueron creados para cantar. Del mismo modo no debemos preguntarnos por qué la mente humana se preocupa por penetrar los secretos de los cielos…La diversidad de los fenómenos de la Naturaleza es tan grande y los tesoros que encierran los cielos tan ricos, precisamente para que la mente del hombre nunca se encuentre carente de su alimento básico” (“Mysterium Cosmographicum”).
“Mi deseo, mientras la multitud no yerre, es estar de parte de la mayoría. Me esfuerzo, por tanto, en explicar las cosas al mayor número posible de personas”. “No me condenéis completamente a la rutina del cálculo matemático; dejadme tiempo para las especulaciones filosóficas, mi verdadero placer” (De “Cosmos” de Carl Sagan-Editorial Planeta SA-Barcelona 1982).
Los ensayistas, por otra parte, constituyen el sector de la intelectualidad que busca la verdad objetiva, mientras que quienes buscan recrearla, encontrándose más cerca del arte que de la ciencia, son los literatos, novelistas y poetas. Mario Vargas Llosa escribió: “Si las novelas son ciertas o falsas importa a cierta gente tanto como que sean buenas o malas y muchos lectores, consciente o inconscientemente, hacen depender lo segundo de lo primero”.
“En efecto, las novelas mienten –no pueden hacer otra cosa- pero ésa es sólo una parte de la historia. La otra es que, mintiendo, expresan una curiosa verdad, que sólo puede expresarse encubierta, disfrazada de lo que no es. Dicho así, esto tiene el semblante de un galimatías. Pero, en realidad, se trata de algo muy sencillo. Los hombres no están contentos con su suerte y casi todos –ricos o pobres, geniales o mediocres, célebres u oscuros- quisieran una vida distinta de la que viven. Para aplacar –tramposamente- ese apetito nacieron las ficciones. Ellas se escriben y se leen para que los seres humanos tengan las vidas que no se resignan a tener. En el embrión de toda novela bulle una inconformidad, late un deseo insatisfecho” (De “La verdad de las mentiras”-Alfaguara-Buenos Aires 2008).
Entre los historiadores encontramos también dos posturas extremas; la del riguroso descriptor de la realidad y la del historiador novelista, que prefiere sacrificar parte del rigor para hacer que la realidad histórica resulte atractiva a los ojos del lector. Una figura representativa del primer grupo fue Bartolomé Mitre, quien entabla una polémica con el “historiador-novelista” Vicente Fidel López. Miguel Ángel Scenna escribió: “Mientras sus compañeros generacionales se preocupaban por depurar la heurística y sacar a luz los restos del pasado, López desdeñó el documento y dio mayor importancia a la tradición, al testimonio oral y la reconstrucción imaginativa de la historia. Como él mismo dejó escrito: «El autor y el lector no pueden perder su tiempo en copiar o en transcribir documentos como si se tratara de un pleito: lo que se necesita traer de ellos es el colorido y el movimiento de los sucesos que se quiere narrar»”.
“«Una cosa son los sucesos en sí mismos y otra cosa es el arte de presentarlos en la vida con todo el interés y con toda la animación del drama que ejecutaron. Es preciso ver los tumultos y sus actores, oír el estruendo de sus voces, sorprenderlos en las tinieblas de sus conciliábulos, sentir sus triunfos y temblar al derrumbe de los cataclismos, como si todo ese bullicio estuviera removiéndose en el fondo de cada una de las páginas que se escriben. Este arte no debe confundirse con la mecánica actitud ni con la filiación metódica de los hechos. Una y otra cosa tienen su mérito y su necesidad relativa; pero estas últimas condiciones no son el arte, sino cuestiones de simple ordenación; mientras que en la actualidad de la acción es cuestión de estética, de más o menos poder imaginativo para agrupar los conflictos de la vida social, para restablecer los golpes de la lucha, para dar movimiento, gesto, ademán y palabra a las generaciones desaparecidas que actuaron en la escena de la patria»”.
A partir de las críticas que se le hacían, se infiere que no realizaba una historia novelada a partir de la realidad documentada, sino fuera de ella. “Paul Groussac afirmaba que este autor cultivaba la inexactitud como un don literario. Rómulo D. Carbía es aún más demoledor: «Sin erudición mayormente profunda, su bibliografía se redujo a siete u ocho obras que hasta citó equivocadamente y que no todas eran básicas»” (De “Los que escribieron nuestra historia”-Ediciones La Bastilla-Buenos Aires 1976).
Existe una forma distinta de hacer historia novelada y es la que surge cuando se tienen pocos datos precisos y debe procederse en forma similar al paleontólogo que debe reconstruir todo el esqueleto a partir de un hueso fosilizado. Irving D. Yalom, quien realiza una historia novelada de Baruch de Spinoza, escribió: “He intentado escribir una novela que podría haber ocurrido. Sin apartarme más de lo necesario de los hechos históricos, he abrevado en mi experiencia profesional como psiquiatra para imaginar los mundos interiores de mis protagonistas, Bento Spinoza y Alfred Rosemberg. He inventado dos personajes, Franco Benítez y Friedrich Pfister, para que sirvieran de vías de acceso a la psiquis de mis protagonistas. Todas las escenas que los involucran son, por supuesto, ficción”.
“Prácticamente nada se sabe de la reacción emocional de Spinoza al ser expulsado de su comunidad. Mi descripción de su reacción es completamente ficticia pero, en mi opinión, es una reacción posible ante una separación radical de todos aquellos a los que alguna vez había conocido. Las ciudades y las casas que Spinoza habitó, su trabajo de pulir lentes, su relación con los estudiantes, su amistad con Simon de Vries, sus publicaciones anónimas, su biblioteca, y, finalmente, las circunstancias de su muerte y funeral, todo esto tiene bases en la historia” (De “El enigma Spinoza”-Emecé-Buenos Aires 2012).
En cuanto a la forma en que los historiadores reconstruyen la vida de Spinoza, puede evidenciarse con un ejemplo; cuando aparecen versiones contradictorias de algún aspecto de su vida, se adopta la que resulta más probable. Así, tres historiadores afirman que “Spinoza iba siempre bien vestido”, mientras que uno sólo afirma que “Spinoza no iba bien vestido”, por lo que se optó por la primera opción, evidenciando la incertidumbre existente en estos casos. H. G. Hubbeling escribió: “Quien quiere describir la vida de Spinoza, por desgracia sólo dispone de fuentes que, o bien no son fidedignas, o bien contienen muy pocas informaciones. Son fidedignos los documentos, o sea, las manifestaciones del filósofo mismo en sus cartas y otros datos que se desprenden de su correspondencia” (De “Spinoza”-Editorial Herder SA-Barcelona 1981).
Cuando el científico establece una hipótesis, realiza con su imaginación un acto creativo, en forma similar al escritor que crea una obra de ficción. La diferencia radica en que el primero tratará de verificarla, para aceptarla o rechazarla según se adapte, o no, a la realidad, mientras que el segundo la aceptará según la coherencia que pueda tener. Jerome Bruner escribió: “Hay dos modalidades de funcionamiento cognitivo, dos modalidades de pensamiento, y cada una de ellas brinda modos característicos de ordenar la experiencia, de construir la realidad. Las dos (si bien son complementarias) son irreductibles entre sí. Los intentos de reducir una modalidad a la otra o de ignorar una a expensas de la otra hacen perder inevitablemente la rica diversidad que encierra el pensamiento”.
“Además, esas dos maneras de conocer tienen principios funcionales propios y sus propios criterios de corrección. Difieren fundamentalmente en sus procedimientos de verificación. Un buen relato y un argumento bien construido son clases naturales diferentes. Los dos pueden usarse como un medio para convencer a otro. Empero, aquello de lo que convencen es completamente diferente: los argumentos convencen de su verdad, los relatos de su semejanza con la vida. En uno la verificación se realiza mediante procedimientos que permiten establecer una prueba formal y empírica. En el otro no se establece la verdad sino la verosimilitud. Se ha afirmado que uno es un perfeccionamiento o una abstracción del otro. Pero esto debe ser falso o verdadero tan sólo en la manera menos esclarecedora” (De “Realidad mental y mundos posibles”-Gedisa Editorial SA-Barcelona 1988).
En el caso de los movimientos populistas y totalitarios, aparecen los “relatos”, como ficciones que tienen cierta coherencia lógica, aunque se fundamentan en hechos irreales. Pablo Mendelevich escribió: “Relato: mezcla de tono épico de datos reales con imaginario emocional, recursos simbólicos, apropiación de leyendas, simulaciones, tergiversaciones y deseos”.
“Sostiene el historiador Luis Alberto Romero: «Kirchner asumió que, además de las negociaciones concretas en la política había una lucha por la interpretación de la realidad, y que había que imponer un ‛relato’, como se lo llamó»”.
“También relato es la captación de los opuestos. Hacer justo lo contrario de lo que se dice. CFK habla en forma permanente de la inclusión y excluye a los que piensan diferente. Canta loas a la unidad sindical y divide al movimiento obrero por todos los medios que tiene el Estado….” (De “El relato kirchnerista en 200 expresiones”-Ediciones B Argentina SA-Buenos Aires 2013).
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