Los intercambios comerciales se establecen en forma espontánea por cuanto tienden a beneficiar a ambas partes. De ahí que hayan surgido en épocas remotas. Una acción conjunta que beneficia a ambas partes resulta ser todo lo contrario a otra acción conjunta que las perjudica, ya que en toda guerra “existen dos perdedores”. George Renard escribió: “Los grupos humanos, perteneciendo, según su raza y su medio, a civilizaciones muy diversas, no podían dejar de encontrarse en contacto. Por lo tanto, tenían comúnmente costumbres e intereses diferentes, de ahí una antipatía, una hostilidad natural entre ellos. Pero también tenían intereses comunes; unos poseían lo que a otros les faltaba, de donde surgió la necesidad de entendimientos y relaciones pacíficas. Así tan pronto se hacía la guerra, como se comerciaba”.
“La guerra, que fue en su mayoría el estado frecuente entre los primitivos, ha jugado un papel considerable. En el interior de cada pueblo, hizo necesarias la disciplina y la autoridad; edificó el poder de los jefes que exigía; soldó, con fuego, los grupos que vivían independientes; fue creadora de reinos y de imperios. Enriqueció a tal o cual tribu con los botines que les procuraban en cantidad de ganado, esclavos y también por las conquistas que daban a los vencedores el suelo de sus adversarios. Ha operado mezcla de razas, de ideas, de costumbres. De este modo ha tenido una parte no despreciable en la formación de la cultura humana. Yo añado que ha desarrollado entre los hombres cualidades de valor y de endurecimiento que, incluso, les ha forzado a inventar una cantidad de aparatos para el ataque y la defensa y que ha contribuido así a los progresos de la industria”.
“Pero esta contribución de servicios que ha podido rendir la guerra no se ha hecho sin una contrapartida lamentable: destrucción de riquezas y de vidas humanas; ruinas de ciudades y pueblos; sufrimientos y servidumbre de los vencidos; engranajes de matanzas y venganzas; crueldad en las costumbres; exaltación de la fuerza bruta; desencadenamiento de los instintos más crueles en las luchas que permitían, y que aún ordenaban la muerte, el robo, el incendio, la violación; oposición constante entre militarismo y la libertad; largos retardos que producidos así en la ascensión de la especie humana hacia la justicia, la dicha y la bondad”.
“Felizmente la guerra ha sido, cada vez más, contrabalanceada por relaciones menos sanguinarias. Alianzas, viajes a los países extranjeros y sobre todo el comercio, han comenzado a establecer entre los pueblos no digamos una fraternidad sincera, sino una conciliación de intereses opuestos, una comprensión mutua en las ligaduras que unen, pese a todo lo que les separa y diferencia a hombres de cada raza” (De “El trabajo de la prehistoria”-Editorial Heliasta SRL-Buenos Aires 1978).
Los intercambios comerciales constituyeron alguna vez una innovación en las costumbres vigentes: “Los orígenes del comercio merecen particular atención. Se funda enteramente en un cambio voluntario de objetos entre dos personas o dos grupos. En este acto los dos cambiadores tienen algo que ganar; cada cual encuentra ventaja en abandonar una cosa que le pertenece para tomar otra que le es ofrecida en compensación. Es necesario que sea así: sin esto cada cual guardaría lo que posee y no habría cambio”.
“Esta idea, que nos parece tan simple, no se ha revelado sino a la larga. Se ha mantenido desconocida para ciertos pueblos, si se cree al misionero Moffat que partió para evangelizar a los bosquimanos: «Un hombre –escribe- asombrado por la dificultad que sentían las mujeres para alimentar a sus hijos….los conminó a procurarse cabras, pagándolas con plumas de avestruz o pieles. Esta proposición fue acogida por los bosquimanos con grandes risas. Le preguntaron si nunca sus mayores habían alimentado ganado. Ellos, decían, estaban hechos no para alimentar, sino más bien para comer, siguiendo el uso invariable de sus padres. El hombre en cuestión dio el mismo consejo a todos los bosquimanos que encontró, pero sin éxito»”.
Recordemos que, según los marxistas, en los intercambios comerciales, lo que uno gana otro lo pierde. De ahí que el Estado debe constituirse en un intermediario entre ambas partes. Bajo el socialismo, el mercado está prohibido, en donde se advierte una imitación parcial a pueblos primitivos. El tan denostado mercado no es otra cosa que los millones de intercambios voluntarios que se realizan cotidianamente en un país.
En cuanto a la forma en que se establecen los primeros intercambios de los que se tiene noticia, el citado autor escribe: “El comercio exterior parece haber precedido al interior. Es probable que entre nuestros ancestros, en todas partes donde reinaba un clan común, el cambio fue inútil y parecía contrario a la costumbre”. “Se ha hablado sobre las causas que hicieron nacer e hicieron regular el comercio, ¿Cuáles fueron los procedimientos? El más antiguo es sin duda alguna el trueque, y el cambio por depósito es la forma primitiva. Heródoto nos describe ese sistema ingenuo y complicado, que testimonia al mismo tiempo una gran desconfianza y una gran buena fe. Refiere lo que le han contado los cartagineses: «Hay –dice- en un lugar de Libia, más allá de las columnas de Heracles, hombres con los cuales trafican. Desembarcan su carga, la alinean sobre la playa, suben otra vez al navío y hacen una gran humareda. Los habitantes a la vista del humo, se dirigen a la orilla del mar y, como precio de las mercaderías, depositan oro, después se alejan. Los cartagineses vuelven, examinan el oro y si les parece que equivale a las mercaderías, se lo llevan y se van. Si no hay bastante, vuelven a su navío y esperan. Los indígenas vuelven, añaden oro hasta que los extranjeros están satisfechos; jamás se comete una injusticia ni de un lado, ni del otro; los unos no tocan el oro en tanto que no iguale al valor de las mercaderías; los otros no tocan la carga, en tanto que no se ha retirado el oro»”. “Esas negociaciones mudas en que compradores y vendedores se entendían sin hablarse ni verse, eran una preparación para otras formas de tratar más directas”.
Entre las ventajas de la democracia económica (mercado) se encuentra la posibilidad de disminuir la tendencia a la guerra. Por el contrario, las economías cerradas (socialismos) tienden a favorecer los conflictos por cuanto restringen los intercambios comerciales con otros países. Sin embargo, la propaganda marxista afirma lo contrario. También los nacionalismos, adversos al mercado, promueven la existencia de economías cerradas y fueron las causantes de los grandes conflictos bélicos del siglo XX. Ludwig von Mises escribió: “Los socialistas insisten en que la guerra no es más que una de las calamidades del capitalismo. En el futuro paraíso socialista, dicen, no habrá guerras. Claro está que entre nosotros y esa pacífica utopía median unas cuantas guerras cruentas, pero con el inevitable triunfo del comunismo desaparecerán todos los conflictos”.
“Es evidente que con la conquista de toda la superficie terrestre por un solo poder desaparecerían todas las guerras entre Estados y naciones.....Si un dictador socialista lograra conquistar todos los países no habría más guerras exteriores. Si los Grandes Khanes Mongoles hubieran logrado lo que se proponían, también hubieran hecho que en el mundo reinara una paz eterna. Lástima que la Europa cristiana se obstinara en no rendirse voluntariamente a sus aspiraciones a la supremacía mundial”.
“Sin embargo, no estamos analizando proyectos de pacificación mundial mediante la conquista y la esclavitud universales, sino la manera de lograr que en el mundo desaparezcan las causas de conflicto. El proyecto liberal de suave cooperación de las naciones democráticas bajo el capitalismo implicaba una posibilidad de ello. Si fracasó fue porque el mundo abandonó el liberalismo y el capitalismo”.
“El socialismo mundial brinda dos posibilidades: la coexistencia de Estados socialistas independientes, por una parte, y el establecimiento de un gobierno socialista unitario y mundial, por otra”. “El primer sistema estabilizaría las desigualdades existentes. Seguiría habiendo naciones ricas y naciones pobres, países demasiado poblados y países poco poblados. Si la humanidad hubiera implantado ese sistema hace cien años, habría sido imposible explotar los campos petrolíferos de México o de Venezuela, crear plantaciones de caucho en Malasia, o desarrollar la producción de bananas en la América central. A los países mencionados les faltaba capital y hombres adiestrados para explotar sus recursos. Un sistema socialista es incompatible con las inversiones de capitales extranjeros, los empréstitos extranjeros, el pago de intereses y de dividendos y demás instituciones capitalistas”.
“Consideremos cuáles serían algunas de las condiciones en ese mundo de naciones socialistas coordinadas. Hay países superpoblados por blancos que trabajan para mejorar su condición pero cuyos esfuerzos tropiezan con lo inadecuado de los recursos naturales. Esos obreros blancos necesitan materias primas y sustancias alimenticias que podrían ser producidas en otros países mejor dotados. Pero esos países favorecidos por la naturaleza están poco poblados y carecen del capital necesario para explotar sus recursos…No desean producir más caucho, estaño, copra y yute para cambiarlos por artículos manufacturados en el extranjero. Y su actitud afecta al nivel de vida de los pueblos donde lo que más vale es su habilidad y su espíritu trabajador”.
“El resultado inevitable será la guerra y la conquista. Los obreros de regiones relativamente pobladas invadirán los territorios poco poblados, los conquistarán y se los anexionarán. Luego vendrán las guerras entre conquistadores por la distribución del botín. Cada nación está dispuesta a creer que no ha obtenido lo que le corresponde en justicia, que otras naciones han obtenido demasiado y que se debería obligarles a renunciar a parte. El socialismo en naciones independientes acabaría en interminables guerras”.
“Los doctrinarios marxistas cierran deliberadamente los ojos a la desigualdad de recursos naturales en distintas partes del mundo, y, sin embargo, esas desigualdades constituyen el problema esencial en las relaciones internacionales” (De “Omnipotencia gubernamental”-Editorial Hermes-México 1940).
Luego de finalizada la Segunda Guerra Mundial, y teniendo presentes los graves conflictos ocurridos, se propuso la creación del Mercado Común Europeo teniendo como objetivo principal disminuir las posibilidad de nuevos conflictos. La globalización económica es un proceso similar al encarado por Europa aunque con un alcance mundial. Pascal Fontaine escribió: “Los padres fundadores de la Comunidad Europea han devuelto a los pueblos todas sus oportunidades al crear las condiciones de una paz sólida y duradera, favorecer los intercambios y el diálogo y ofrecer un espacio a las empresas colectivas o individuales. «Hacer Europa es hacer la paz», decía Jean Monnet, profundamente marcado por el fracaso de las tentativas de seguridad colectiva realizadas entre las dos guerras sobre la base del precario equilibrio de las potencias. Pero esta Europa que va camino a unirse no es simplemente una conquista diplomática. Es sobre todo una experiencia de alcance universal que quiere introducir entre los Estados las mismas normas y comportamientos que los que permitieron a las sociedades primitivas transformarse en pacíficas y civilizadas. «Nosotros no coligamos Estados. Unimos hombres», repetía asimismo el inspirador de la Declaración Schuman, acta de creación de la primera Comunidad Europea (la del Carbón y el Acero) en 1950” (De “La Europa de los ciudadanos”-CECA-CEE-CEEA-Bruselas-Luxemburgo 1991).
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