Entre los principales problemas filosóficos que han mantenido ocupadas las mentes de los pensadores, se encuentra el de la composición de todo lo existente. Mientras que para algunos existen dos sustancias básicas, otros sostienen que todo está hecho con una sustancia única. La palabra sustancia, que antes se escribía “substancia”, significa “lo que está (stancia) debajo (sub)”, es decir, el material con que se construyó el universo.
La postura dualista tuvo mucho que ver con la compatibilidad requerida por la religión predominante. Así nos encontramos en primer lugar con un “dualismo macroscópico” por el cual se admite la existencia de un mundo natural y también de uno sobrenatural, regidos por leyes diferentes. Lo natural es referido a lo humano y lo sobrenatural a lo divino, mientras que los contactos entre ambos mundos se establecen a través de la revelación y los milagros.
A nivel individual, existiría además un “dualismo microscópico” por el cual se admite la existencia del cuerpo, ligado al mundo natural, y del alma, vinculada al mundo sobrenatural. La necesidad de ambos dualismos se requería para hacer posible el paso de nuestra alma, posteriormente a la muerte, a la vida eterna. Los filósofos debieron realizar verdaderos malabarismos mentales para imaginar las interacciones entre el cuerpo y el alma, de donde surgieron diversas alternativas.
Entre las figuras representativas de ambas posturas puede mencionarse a René Descartes (dualista) y a Baruch de Spinoza (monista). John R. Searle escribió: “La doctrina más famosa de Descartes es el dualismo, la idea de que el mundo se divide en dos clases diferentes de sustancias o entidades de existencia autónoma. Se trata de las sustancias mentales y las sustancias físicas. A veces, el dualismo cartesiano recibe el hombre de «dualismo sustancial»”.
“Descartes creía que una sustancia debía tener una esencia o un rasgo esencial que la hacía ser lo que era (por cierto, toda esta jerga sobre la sustancia y la esencia proviene de Aristóteles). La esencia de la mente es la conciencia o el «pensamiento», como él la denominó; y la esencia del cuerpo es el hecho de extenderse en tres dimensiones del espacio físico: la «extensión» en el vocabulario cartesiano”.
“El dualismo cartesiano fue importante en el siglo XVII por varias razones, sobre todo porque parecía dividir el territorio entre ciencia y religión. Los nuevos descubrimientos hechos durante esa centuria parecían plantear una amenaza a la religión tradicional y había terribles disputas sobre el conflicto aparente entre fe y razón. Aunque no por completo, Descartes desactivó este conflicto al asignar, de hecho, el mundo material a los científicos y el mundo mental a los teólogos. La mente se concebía como un alma inmortal y no era un tópico apropiado para las indagaciones científicas, mientras que los cuerpos podían ser investigados por ciencias como la biología, la física y la astronomía. La filosofía, por cierto, podía a juicio de Descartes estudiar tanto la mente como el cuerpo” (De “La mente”-Grupo Editorial Norma-Bogotá 2006).
Por otra parte, Diana Cohen Agrest escribió: “En lugar de estas dos sustancias, Spinoza afirma la existencia de una única sustancia «que consta de infinitos atributos, cada uno de los cuales expresa una existencia eterna e infinita», de los cuales el hombre –condicionado por su propia conformación psicofísica- conoce sólo dos: el pensamiento y la extensión. Pero como suele hacer con tantos conceptos, Spinoza redefine no sólo la noción de sustancia, sino también la de atributo. La Escolástica había sostenido que los atributos de Dios eran, entre otros, la bondad, la omnipotencia, la omnisciencia, la providencia, la eternidad. En su epístola a Henry Oldenburg de abril de 1662, Spinoza reconoce que su teoría de los atributos –junto con su premisa de que no puede concebirse un Dios trascendente y escindido de la Naturaleza- es la parte de su doctrina más odiada por los teólogos, pues invierte el orden establecido: los atributos de Dios de Spinoza no son esas propiedades tradicionales del Dios de las religiones sino las esencias constituyentes de ese Dios sustancial, maneras en que la realidad es construida, articulada o expresada. Spinoza piensa que pensamiento y extensión no son sustancias creadas por Dios, ni emanaciones de la sustancia, sino atributos que constituyen la esencia de ese Dios-Naturaleza”.
“Adviértase, entonces, que en total desacuerdo con la doctrina judeocristiana, para la cual el Dios de la teología es sólo espiritual y, obviamente, no corpóreo, Spinoza declara temerariamente que la extensión expresa la actividad de la propia naturaleza divina. Su Dios es una divinidad pensante, pero también corpórea. Sin embargo, el hecho de que se identifique a Dios con la naturaleza no significa que se conciba esta última como la mera suma total de cosas particulares, como un agregado arbitrario de cosas singulares. Dios es la naturaleza considerada como un sistema infinito y necesario de leyes universales, en el que todas las cosas ocupan un lugar necesariamente determinado y en referencia al cual deben ser comprendidas” (De “Spinoza. Una cartografía de la Ética”-EUDEBA-Buenos Aires 2015).
Es oportuno mencionar el caso de una innovación tecnológica que fue inspirada por el problema filosófico en cuestión, tal la bomba de vacío de Otto von Guericke. Desiderio Papp escribió: “Los pensadores escolásticos negaron el vacío y, apoyándose en Aristóteles, argumentaron que Dios no puede actuar en la nada; como Dios es omnipresente, el vacío –igual a la nada- no podría existir. Descartes profesa la misma opinión. Si Dios, enseña, retirara, por un milagro, de un recipiente toda materia e impidiera a otra materia ocupar el lugar, las paredes del recipiente se juntarían, dado que una extensión no puede subsistir sin sustancia. El Todopoderoso, opinó Guericke, no precisa materia para actuar; el vacío no es, por consiguiente, irreconciliable con las leyes divinas de la naturaleza. Guiado más bien por este pensamiento que por el deseo de demostrar la presión y elasticidad del aire, Guericke emprende durante los años 1632 a 1641 sus célebres experimentos” (De “Historia de la Física”-Editorial Espasa-Calpe SA-Madrid 1961).
La inmortalidad del hombre no resulta fácil de comprobar ni tampoco de negar. Sin embargo, para ser posible, no es necesaria la dualidad alma-cuerpo ni la dualidad sobrenatural-natural. Si algo de nosotros puede ir a otra parte, luego de finalizada nuestra vida “terrestre”, ese algo bien puede ser conducido por ondas electromagnéticas, sin necesidad de algo más complejo. Luego, si no es imprescindible la dualidad mencionada, podemos optar por la alternativa más simple, si ello concuerda mejor con la realidad.
Incluso si se detectara con cierta seguridad que una de las dos dualidades no concuerda con la realidad, se vería que la otra no tendría necesidad de existir. Si no hay un alma que “vuele” a algún rincón sobrenatural, no habría necesidad de que tal destino existiese. De ahí que, si existe realmente la inmortalidad, tal proceso podría establecerse, en principio, aun bajo la suposición de que todo está estructurado con una sustancia única.
Según el cristianismo, el camino de la felicidad es el mismo que el de la inmortalidad, de ahí que queda al alcance de nuestras decisiones el cumplimiento de los mandamientos, por lo que debemos dejar de lado los planteos filosóficos teniendo presentes los resultados concretos que esperamos de la vida. La ética resulta independiente de las posturas filosóficas adoptadas y depende esencialmente del cumplimiento de tales mandamientos antes que de la adhesión a las creencias acerca de cómo está constituido el mundo.
La dualidad cuerpo-alma, o mente-cerebro, se fue aclarando cuando se pudo hacer una analogía con una computadora digital, que tiene un hardware (circuitos), capaz de sustentar un software (programación). Luego, el cerebro, con sus neuronas, es el soporte de la información que ahí se procesa, siendo la mente una especie de programación. La analogía entre el hombre y la computadora sólo resulta válida en cuanto a la sustancialidad considerada, pero no respecto del funcionamiento en sí, ya que el cerebro procesa imágenes mientras que la computadora digital procesa información codificada mediante “unos” y “ceros”. Estanislao Bachrach escribió: “El cerebro es como el hardware. Las neuronas y sus conexiones –llamadas sinapsis- forman cables”. “El cerebro es materia, la podés tocar. La mente o actividad mental sería tu software. Pensamientos y emociones que «corren» por tu hardware; no es materia, no la podés tocar”.
“Lo que tenés o lo que le pasa a tu cerebro afecta de manera directa a tu mente. Por ejemplo, si tenés un derrame cerebral (hardware afectado) en el área del cerebro responsable del habla, seguramente no podrás hablar o tendrás dificultades para hacerlo (software afectado). Sin embargo, nadie sabe con precisión cómo esto ocurre, como se traduce de lo material a lo no-material”.
“Pero hoy existen pruebas de un nuevo paradigma, y es que también funciona a la inversa. Es decir, tu actividad mental puede estimular la modificación de conexiones neuronales existentes o la creación de nuevas conexiones neuronales. Utilizando tu software podés alterar y cambiar tu hardware” (De “En cambio”-Editorial Sudamericana SA-Buenos Aires 2014).
Así como el físicoculturista puede mejorar tanto su aspecto como su fortaleza física, también, con un adecuado entrenamiento mental, se podrá mejorar tanto la condición mental como el atractivo intelectual. En ambos casos, la diferencia puede ser de unos 3 puntos (en una escala que va del 1 al 10) entre no hacer ejercicios (físicos o mentales) y hacerlos en forma adecuada. Incluso, no hacerlos implica no compensar el natural deterioro por el paso del tiempo.
También una mejora ética puede establecerse a partir del condicionamiento de nuestra actitud a través del pensamiento. Federico Fros Campelo escribió: “«Se cambia el modo de sentir al cambiar el modo de pensar», este es el lema de los terapistas cognitivo-conductuales, cuyas prácticas siguen teniendo mucho éxito en la actualidad. Ellos manejan dos principios simples:
a) Si hemos aprendido varias reacciones emocionales por condicionamiento del entorno, ¿por qué no habrían de condicionarnos nuestros propios pensamientos? Lo que pensamos puede habituar respuestas emocionales tanto de manera positiva como negativa.
b) Si lo que pensamos se repite una y otra vez, estaremos configurando las conexiones sinápticas como plastilina, inscribiendo creencias que quedan ‘arraigadas’. Forjaremos un reticulado neuronal que nos hace automatizar formas de pensar y de sentir, o sea, recurrentes y sin prestarles atención consciente” (De “Ciencia de las emociones”-Ediciones B Argentina SA-Buenos Aires 2013).
Vemos así que la conformación del cerebro, con una sola sustancia, presenta las características requeridas por el proceso de adaptación cultural al orden natural.
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