Cuando contemplamos la decadencia social y económica de la Argentina, surge la necesidad de advertir que resulta imprescindible revertir la tendencia descendente. Para ello debemos encontrar imágenes que de manera simbólica nos representen. Quizás de esa manera intentaremos volver a la normalidad que desde hace años pretendemos alcanzar. Una de esas imágenes es la que aparece en la tapa del libro “El atroz encanto de ser argentinos”, de Marcos Aguinis, en la que aparece un hombre que transporta una roca sobre sus hombros. “Sísifo, rey legendario de Corinto, célebre por sus crímenes, fue condenado a permanecer en los infiernos y a empujar una roca hasta la cima de una montaña, que siempre volvía a caer antes de llegar arriba. El mito de Sísifo simboliza lo absurdo de la condición humana que tropieza siempre con la voluntad divina” (De “El Pequeño Larousse”-Ediciones Larousse Argentina SAIC-Buenos Aires 1996).
Marcos Aguinis escribió: “¿Cómo puede ser atroz un encanto? ¿Cómo pueden asociarse elementos tan contradictorios? Pues en algo así –contradictoria, masoquista y atormentada- se ha convertido la condición argentina. Nos emociona ser argentinos y también sufrimos por ello”.
Refiriéndose a una clasificación económica de los países, establecida por Paul Samuelson, agrega: “Luego se difundió una actualización que los reducía a cuatro tipos: los opulentos, los miserables, Japón y la Argentina. Cualquiera sabe qué es un país opulento y qué es uno miserable. En cambio pocos saben por qué a Japón le ha ido tan bien y a la Argentina le va tan mal” (De “El atroz encanto de ser argentinos” (I)-Grupo Editorial Planeta SAIC-Buenos Aires 2002).
En forma muy general puede decirse que a Japón le fue muy bien por cuanto la mentalidad imperante en ese país resulta compatible con la economía de mercado y la democracia política, mientras que la imperante en la Argentina resulta incompatible con ambas. Tal es así que la deshonestidad, conocida como “viveza criolla”, “goza de una veneración general” (como alguna vez dijo Jorge L. Borges). De la misma manera en que el alumno indisciplinado, al sospechar que no posee suficientes habilidades mentales, trata de mostrar a los demás que es muy “vivo”, posiblemente tal necesidad se manifieste masivamente ante la sospecha de que carecemos de ese atributo. De ahí el refrán: “Dime de qué careces y te diré de qué te jactas”.
La actitud de elevar una roca para que la gravedad la haga descender, es la misma actitud del argentino que apoya electoralmente al político inepto, corrupto o irresponsable, que termina destruyendo el esfuerzo individual de todos. Luego de varios fracasos, se vuelve a persistir en los errores del pasado. Incluso persiste la idea de que los argentinos “somos distintos” a los restantes habitantes del planeta y que, aunque el socialismo y el populismo no hayan funcionado bien en ninguna parte, en la Argentina podrá hacerlo.
Podemos sintetizar a los sectores sociales dominantes en distintas épocas, desde principios del siglo XX en adelante:
1- Oligarquía ganadera
2- La “nueva oligarquía analfabeta” (peronismo)
3- La “nobleza populista” (kirchnerismo)
La oligarquía ganadera está asociada a una etapa en que la Argentina se ubicaba en el 7mo lugar entre los países del mundo. Si bien, en el momento actual, se le atribuyen varios defectos, debemos considerar la actitud que se adoptó posteriormente, que es la que todavía impera en nuestra sociedad. Suponiendo que en realidad tal oligarquía haya tenido los defectos que se le atribuyen, como constituir una clase egoísta y poco igualitaria, el paso correcto habría de ser el de corregir tales defectos buscando una situación de mayor igualdad y democracia. Sin embargo, lo que se logró fue su reemplazo por una nueva oligarquía; la de las masas destructivas e improductivas. Luego, el habitante común, que no era oligarca ni tampoco un hombre masa, debió tolerar una y otra clase social, incluso con pocos derechos para ejercer una protesta. Y lo que es peor, terminó apoyando con su silencio, y a veces con su voto, a todo movimiento de masas que trataba de destruirlo.
Perón fue uno de los militares que introdujo en el país las ideas políticas imperantes en algunos países europeos, como el fascismo y el nazismo, aunque para implantarlas bajo una modalidad propia. Seymour Martin Lipset escribió: “A diferencia de las tendencias antidemocráticas del ala derecha, que se apoyaban en los estratos más acomodados y tradicionalistas, y de aquellas tendencias que preferimos llamar fascismo «verdadero» -autoritarismo centrista apoyado en las clases medias liberales, fundamentalmente los trabajadores independientes-, el peronismo, en gran parte como los partidos marxistas, se orientó hacia las clases más pobres, principalmente los trabajadores urbanos, pero también hacia la población rural más empobrecida”.
“El peronismo posee una ideología del Estado fuerte, totalmente similar a la abogada por Mussolini. También posee un fuerte contenido populista antiparlamentario, destacando que el poder del partido y el dirigente se derivan directamente del pueblo, y que el parlamentarismo se convierte en gobierno de políticos incompetentes y corruptos. Comparte con el autoritarismo del ala derecha y centrista una fuerte inclinación nacionalista, y atribuye muchas de las dificultades encaradas por el país a los extranjeros –los financistas internacionales y otros-. Y al igual que las otras dos formas de extremismo, glorifica la posición de las fuerzas armadas”.
“Todas estas medidas [legislación social], que se nos aparecen como el programa de un partido obrero totalmente radical, se combinaban con un nacionalismo extremo, un fuerte énfasis en el papel dominante del «líder», una ideología corporativista, una demagogia populista, y una falta de respeto por el constitucionalismo y la tradición. No sorprende que Perón ganara el apoyo entusiasta de los estratos inferiores, tanto rurales como urbanos, y una fuerte oposición de la clase media, las grandes empresas y los terratenientes. En gran medida, fue apoyado en la dominación que ejercía por las fuerzas armadas, de cuyo cuerpo de oficiales provenía”.
“En cierta medida, su régimen consistía en una coalición entre los oficiales nacionalistas de un país subdesarrollado y sus clases bajas, orientada contra los imperialistas extranjeros y los «renegados» burgueses locales. Finalmente el régimen fue derrumbado por los oficiales y la Iglesia, que habían sido alejados por el extremismo de Perón, su falta de responsabilidad, y su continuo antagonismo para con los estratos a los que ellos pertenecían” (De “El hombre político”-EUDEBA-Buenos Aires 1963).
A partir del siglo XXI, aparece un movimiento de masas heredero del peronismo y del marxismo, el kirchnerismo, que puede considerarse como una “nobleza populista” que busca establecer el poder total y absoluto del Estado para dominar la población ocupando los puestos estatales claves. Mientras que la nobleza verdadera se logra sirviendo a los demás, la “nobleza populista” busca ser servida por los demás. En lugar de orientar sus acciones por el criterio de la “nobleza que obliga”, opta por obligar al sector productivo y trabajador a someterse a los caprichos del líder populista de turno.
La “nobleza populista” no surge de los sectores del trabajo o la producción, sino que se asemeja bastante a la clase dirigente soviética que irrumpe en todos los niveles del Estado para relegar a obreros y empresarios, quienes deben limitarse a obedecer sus directivas y proyectos. Milovan Djilas escribió: “Como esta clase nueva no había sido formada como parte de la vida económica y social antes de su llegada al poder, sólo podía ser creada en una organización de un tipo especial, que se distinguía por una disciplina especial basada en las opiniones filosóficas e ideológicas idénticas de sus miembros. Una unidad de doctrina y una disciplina de hierro eran necesarias para superar sus debilidades”.
“Las raíces de la clase nueva se hallaban en un partido especial de tipo bolchevique. Lenin tenía razón al opinar que su partido era una excepción en la historia de la sociedad humana, aunque no sospechaba que sería el comienzo de una clase nueva” (De “La nueva clase”-Editorial Sudamericana SA-Buenos Aires 1957).
A diferencia de la tradicional politiquería argentina, en donde se utiliza la política y el Estado como medios para enriquecerse a nivel individual o grupal, la “nueva clase” es un conjunto de pseudo-políticos organizados para mantener el poder a cualquier costo. Sus medios económicos surgen del propio Estado y sus integrantes van siendo ubicados en la burocracia estatal con elevados sueldos, mientras que el apoyo electoral surge fácilmente de la compra de votos vía planes sociales otorgados tanto a discreción como en forma generalizada. Laura Di Marco escribió:
“Cristina Kirchner y su hijo Máximo están cumpliendo el mandato de Néstor de trazar un puente generacional para sostener el poder político con la ayuda de los jóvenes”. “A pesar de manejar resortes clave en el poder, presupuestos millonarios e influencia, poco o nada se sabe de ellos. Un vacío de información que no sólo le cabe al ciudadano común, sino a aquellos que se mueven en el nivel más alto de la política: encuestadores, sindicalistas, empresarios, periodistas, políticos de la oposición y hasta el propio oficialismo, que en muchos casos recelan de estos recién llegados”. “El secretismo y la desconfianza son sus marcas culturales” (De “La Cámpora”-Editorial Sudamericana SA-Buenos Aires 2012).
Mientras que en un país desarrollado se trata de incorporar la mayor cantidad de gente al trabajo productivo, en los países gobernados por oligarquías populistas resulta cada vez mayor la cantidad de empleos estatales improductivos y planes sociales asignados, no sólo a quienes los necesitan, sino en forma generalizada. De ahí que exista cada vez mayor cantidad de pobres, aunque ello resulte beneficioso para las oligarquías populistas ya que aseguran de esa manera un porcentaje cada vez mayor de votos.
La idea es muy simple, mientras menor sea el porcentaje de gente que produzca, mayor será el porcentaje de gente que consuma sin ofrecer una contraprestación laboral, y menor será la disponibilidad de bienes. Sin embargo, pareciera que quienes se han dado cuenta de este proceso constituyen una minoría; al menos teniendo en cuenta las intenciones de voto existentes antes del proceso electoral.
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