Así como existe en los hombres una capacidad para amar al prójimo, existe también una capacidad para odiar, que han de estar vinculadas de alguna manera. Mientras que el amor surge de la capacidad para compartir las penas y las alegrías ajenas, el odio surge de la necesidad de responder con alegría al sufrimiento ajeno y con tristeza ante su éxito, actitud que conduce a la burla y la envidia, respectivamente, que tienden a ser ocultadas por ser defectos que implican debilidad e inferioridad.
Mientras que la capacidad de amar se manifiesta como una capacidad para perdonar, la capacidad de odiar se manifiesta como una capacidad para vengarse por los males recibidos, ya sean reales o imaginados. La actitud del amor conduce a la paz mientras que la asociada al odio conduce al conflicto permanente. Debido a que son opuestas y coexisten en una misma persona, aunque con preponderancia de una de ellas, podemos expresarlas mediante las siguientes igualdades matemáticas:
Capacidad para amar = 1 / Capacidad para odiar
Capacidad para perdonar = 1 / Capacidad para vengarse
Ello implica que, a mayor capacidad para odiar que tiene un individuo, menor será su capacidad para amar. O también, cuanto mayor sea su predisposición para vengarse, menor será su predisposición para perdonar. El que perdona percibe que el odio hace sufrir a quien lo padece, encontrando poco eficaz desearle un mal adicional a quien previamente lo ha perjudicado. Eliphas Levy escribió: “No odiemos ni tengamos resentimientos; quienes nos hacen mal, no saben lo que hacen o ceden a pasiones que los vuelven más desgraciados que nosotros”.
La actitud cooperativa surge luego de haber dejado de lado la tendencia a competir, mientras que quienes compiten desventajosamente muestran una tendencia a rebajar a los demás. Panchatandra escribió: “Los ignorantes odian a los sabios, los pobres a los ricos, los impíos a los piadosos y las mujeres libertinas a las virtuosas” (Del “Diccionario Antológico del Pensamiento Universal” de Antonio Manero-UTEHA-México 1958).
La “ley inversa del perdón y la venganza” se observa con cierta claridad en los líderes políticos, cuyos efectos recaen en toda la población debido a la masiva influencia existente. Uno de los casos más destacados fue el de Nelson Mandela, quien estuvo encarcelado durante 27 años y, sin embargo, no buscó vengarse de sus opositores sino que priorizó la búsqueda del fin de la segregación racial en Sudáfrica logrando éxito en su gestión.
También el Mahatma Gandhi tuvo éxito en su tarea de lograr la independencia de la India sin recurrir a la violencia por cuanto priorizó la dignidad de su pueblo a la búsqueda de cierta “justicia mal entendida” que se establece cada vez que la venganza predomina sobre el perdón. Incluso Gandhi sufrió la discriminación racial en Sudáfrica por cuanto trabajó varios años en ese país como abogado de una empresa hindú.
Mientras que Mandela y Gandhi pertenecen al grupo selecto de los grandes hombres, los políticos totalitarios, que priorizaron la venganza y promovieron la violencia, forman parte del grupo de los pequeños hombres de la historia. Este es el caso de Fidel Castro y de Ernesto Guevara, quienes buscan, apenas finalizada la lucha armada, imponer la “justicia vengativa” del terror. Erik Durschmied relata las respuestas que daba el Che Guevara en una entrevista respecto de los prisioneros políticos: “Nuestra revolución se hizo para traer la igualdad y la justicia a todos”. “No podemos olvidar sus crímenes. No podemos sentir piedad por aquellos que apoyaron la causa de un dictador implacable [Fulgencio Batista]. Debemos mostrar un rigor inflexible hacia los criminales que han traicionado al pueblo cubano”.
“No podemos esperar prosperidad mientras el último traidor siga respirando. No debemos castigar sólo a los que han cometido traición sino también a los que no han hecho nada para detener a los malhechores, a los que simplemente se quedaron sentados observando” (De “En las entrañas de la Revolución”-Ediciones Robinbook-Barcelona 2005).
Los líderes vengativos, por lo general, padecieron alguna forma de injusticia, o bien algún conflicto de tipo familiar, que surgen como motivación principal para una acción posterior sustentada en la venganza contra el medio social. Tales injusticias y contratiempos son padecidos también por las personas normales, quienes, sin embargo, buscan sobrellevar su situación personal sin tener que descargar su malestar en los demás. Nicolás Márquez escribe sobre Guevara: “Hay elementos a favor del Che que es necesario poner de manifiesto: jamás escondió sus valores, ni sus acciones, ni su esencia. Por su condición de irrefrenable homicida se autodefinió como «una máquina de matar», por su fanatismo enfermizo consideraba la moderación como una de «las cualidades más execrables que puede tener un individuo»; se consideraba a sí mismo «todo lo contrario a un cristo»; confesó sentir un profuso «odio a la civilización» y enseñó que «la más fuerte y positiva de las manifestaciones pacíficas, es un tiro bien dado a quien se le debe dar»”.
En cuanto a su antiamericanismo, el Che manifestó: “Había en mi familia una bronca especial contra los EEUU. Porque los yanquis aplicaron sus leyes y fueron invadiendo el famoso lejano oeste y tomaron California por la fuerza, degollando a un coronel de la familia de apellido Castro, al que le aplicaron leyes marciales. Esto creó un ambiente de rechazo familiar a todo lo que podía ser americano”.
Respecto de la Iglesia y a su rechazo, Márquez agrega: “Celia [madre del Che] quedó embarazada (en pleno noviazgo). Para tratar de morigerar el escándalo que este episodio generaría en los ambientes católicos y aristocráticos de 1927, se forzó y apuró el casamiento prematuro de Ernesto [padre del Che] y Celia (con casi tres meses de embarazo)…Este episodio relatado, el del embarazo prematrimonial, puede considerarse para la «mass media» apenas un aspecto anecdótico según los usos y costumbres del siglo XXI. Pero ochenta años atrás constituía un motivo grave de vergüenza o ciertamente escandalizante. Muchos sacerdotes, amigos y personalidades del ambiente que Celia frecuentaba, bien reprobaron su conducta o directamente le dieron la espalda, episodio que le produjo un furioso resentimiento contra la Iglesia. Virulenta animosidad anticristiana que le fuera transmitida luego al niño que por entonces yacía en su vientre y al resto de la prole que no tardaría en llegar” (De “El canalla. La verdadera historia del Che”-Buenos Aires 2009).
En cuanto al odio guevarista hacia los ricos, se debe principalmente a que sus progenitores, de origen social elevado, caen en la pobreza debido a decisiones erróneas de su padre. “Según el biógrafo O’Donell, esa doble condición de aristócrata venido a menos, iría forjando en el niño Ernesto a lo largo de su infancia y adolescencia «la identidad de ser ‘el pobre’ en un mundo de ricos» a la vez que «habrá fomentado su rencor hacia los propietarios»”.
Por lo general, la izquierda política admira al Che Guevara “por sus ideales”, sin tener en cuenta los efectos (asesinatos) provocados para ponerlos en práctica. Aunque, más que un tema propio de la ciencia política, el guevarismo es una cuestión de psicología social elemental. Pueden sintetizarse tales “ideales”:
Ideales guevaristas = Odio (a EEUU, la Iglesia y los ricos) + Venganza
También Juan D. Perón tuvo inconvenientes similares por cuanto nació extra-matrimonialmente de una relación entre Mario Tomás Perón y Juana Sosa Toledo (descendiente de indígenas tehuelches y quechuas, que trabajaba para el padre de Mario Tomás). Además, Perón sufre una decepción que lo lleva a alejarse de su madre. Nicolás Márquez escribió: “Su padre había viajado para atender tareas laborales y cuando ambos jóvenes entraron a la casa, encontraron a su madre Juana enredada en la cama con un peón mucho menor que ella, llamado Marcelino. El impactante episodio sorprendió a Perón en presencia de su amigo, lo cual intensificó la humillante vivencia. Desde entonces, rara vez en toda su vida pública Perón se referirá a su madre y prácticamente no hay registros de que en alguna ocasión la haya vuelto a ver (ni siquiera fue a su velorio)” (De “Perón. El fetiche de las masas”-Grupo Unión-Buenos Aires 2015).
Eva Duarte de Perón, por su parte, sufre decepciones por ser la hija extramatrimonial de un hombre que ya tiene una familia constituida. Cuando muere su padre, Eva asiste al velatorio, pero es rechazada por sus medias hermanas. De ahí que tanto Perón como Eva hayan orientado un movimiento de masas inspirado en cierta animadversión en contra de la clase media y alta, consideradas despectivamente como la “oligarquía”, sobre la cual descargan sus ansias de venganza. Eva Perón escribió: “Porque la limosna para mí siempre fue un placer de los ricos, el placer desalmado de excitar el deseo de los pobres sin dejarlo nunca satisfecho. Y para eso, para que la limosna fuese aún más miserable y más cruel, inventaron la beneficencia y así añadieron el perverso placer de divertirse alegremente con el pretexto del hambre de los pobres. La limosna y la beneficencia son para mí ostentación de la riqueza y de poder para humillar a los humildes” (De “La razón de mi vida”).
Mientras Eva Perón hace luego una ostentosa y publicitada beneficencia vestida con el mayor lujo posible, el “paladín de la justicia social” (Perón) recomendaba a uno de sus ministros remarcando con énfasis la directiva: “¡A los enemigos, ni justicia!”.
El kirchnerismo, como continuador del peronismo, también presenta aspectos negativos asociados a sus promotores. Así, Néstor Kirchner es despreciado y burlado por sus compañeros de escuela, mientras que Cristina Fernández fue una hija extramatrimonial con un padre que no estuvo presente y un padrastro de quien adquiere su apellido.
Si se trata de entender la decadencia argentina, debe primero analizarse las preferencias políticas e ideológicas de la población que, en este caso, derivan de estados emocionales negativos de los líderes populistas más influyentes. Podemos sintetizar tal etapa de la vida nacional de la siguiente forma:
Etapa populista y totalitaria = Resentimiento social + Venganza contra la sociedad
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