Luego de postular las “contradicciones del capitalismo” y su pronta desaparición, los fieles creyentes del socialismo fueron cambiando de táctica cuando comprobaban la debilidad de los argumentos sostenidos. Stephen R. C. Hicks escribió: “Formulado por primera vez a mediados del siglo XIX, el socialismo marxista clásico hizo dos afirmaciones relacionadas, una económica y otra moral. En lo económico, argumentaba que el capitalismo era impulsado por una lógica de explotación competitiva, que causaría su «eventual colapso»; por el contrario, la «forma de producción comunal del socialismo» probaría ser económicamente superior. En lo moral, sostenía que el capitalismo era malvado, tanto por estar motivado por el interés propio de quienes estaban involucrados en la competencia capitalista, como por la explotación y la alienación que causaba la competencia; el socialismo, por el contrario, se basaría en el sacrificio desinteresado y en un modo comunitario de reparto” (De “Explicando el Posmodernismo, la crisis del socialismo”-Barbarroja Ediciones-Buenos Aires 2014).
Las críticas marxistas tienen cierta validez cuando se aplican a los mercados poco desarrollados, que en realidad no deberían denominarse “mercados” por cuanto la ausencia de competencia favorece comportamientos monopólicos en los pocos empresarios existentes. Cuando se establecen mercados desarrollados, con la presencia de varios empresarios, se reduce al mínimo la posibilidad de explotación laboral por cuanto el obrero explotado tiene la posibilidad de buscar trabajo en otras empresas.
El mayor pecado capitalista, según los socialistas, es la explotación laboral. Sin embargo, existe algo peor, que es la desocupación laboral, que es la consecuencia una insuficiente cantidad de empresas. Luego, en lugar de promover la formación de empresas, los socialistas estimulan la violencia, que puede llegar hasta el asesinato de los pocos empresarios existentes. En ello consiste esencialmente la revolución.
Cotidianamente establecemos vínculos comerciales con quienes nos proveen de alimentos, vestimenta y de otros bienes necesarios. A cambio de ellos, entregamos nuestro dinero en un intercambio que beneficia a ambas partes. Si advertimos que alguien trata de perjudicarnos, ya sea por cobrar precios excesivos o por vender productos de mala calidad, optamos por cambiar de proveedor. Sin embargo, el socialista postula que, necesariamente, los intercambios en el mercado son del tipo de “suma cero”, ya que lo que alguien gana, el otro lo pierde, ignorando los frecuentes cambios equitativos.
Cuando los mercados se desarrollan, se desvanece la posibilidad de la revolución socialista, al no existir la explotación mencionada. “Para principios del siglo XX, después de varias predicciones fallidas de una revolución inminente, no sólo se tornó bochornoso el hacer nuevas predicciones, sino que además se comenzaba a ver que el capitalismo estaba desarrollándose en una dirección opuesta a la forma en la que el marxismo había predicho que debería desenvolverse”.
Si en realidad, lo que uno gana, el otro lo pierde, entonces los ricos se harían cada vez más ricos y los pobres cada vez más pobres. Incluso la competencia entre ricos haría disminuir su cantidad. De ahí que aumentaría la cantidad de proletarios y disminuiría la cantidad de burgueses exitosos. Por el contrario, cuando los mercados se desarrollan, se advierte una mejora en el nivel económico de todos los sectores; disminuye la cantidad de pobres y aumenta la población de clase media y alta. Hicks agrega: “El socialismo marxista se encontró así frente a un conjunto de problemas teóricos: ¿por qué las predicciones no se cumplieron? Aun más apremiante fue el problema práctico de la impaciencia: si las masas proletarias eran el material de la revolución, ¿por qué no se produjeron revueltas? La explotación y la alienación «tenían» que estar allí, a pesar de las apariencias superficiales, y «debían» ser sentidas por las víctimas del capitalismo, el proletariado”.
Si el proletariado no tenía motivos para hacer la revolución, entonces debería hacerla una elite no proletaria, como ocurrió en el caso de Rusia: “El socialismo en Rusia no podía esperar el desarrollo del capitalismo maduro. La revolución tendría que llevar a Rusia directamente del feudalismo al socialismo. Sin el proletariado organizado del capitalismo, la transición requería que una elite lo hiciera, a través de la fuerza de la voluntad y la violencia política, efectuando una «revolución desde arriba», para entonces imponer el socialismo sobre todos en una «dictadura del proletariado»”.
El socialismo tiene su gran oportunidad luego de la severa crisis económica de 1929, cuando se auguraba el fracaso definitivo del capitalismo. Sin embargo, “no funcionó de esa forma para los socialistas de izquierda. Tanto en Alemania como en Italia los nacionalsocialistas probaron ser mejores en tomar ventaja de la Depresión al ingeniarse para continuar engañando al proletariado sobre sus necesidades reales, y robarles de esa manera los votos a los socialistas de izquierda”.
Luego de la Segunda Guerra Mundial, los destruidos países beligerantes resurgen asombrosamente mediante la economía social de mercado, tales los casos de Alemania, Italia y Japón. La eficacia del capitalismo, en el plano económico, resulta indiscutible. “Desde la perspectiva de la izquierda, entonces, la derrota de la derecha colectivista fue un arma de doble filo: el odiado enemigo [fascismo y nazismo] había sido eliminado, y la izquierda estaba ahora sola en el campo de batalla en la lucha contra un Occidente capitalista liberal victorioso y vigoroso”.
Para tergiversar la realidad, los socialistas adujeron que el éxito económico de los países capitalistas se debía también al intercambio de “suma cero”; esta vez entre países, por lo cual unos se beneficiaban (los imperialistas) o costa de los otros (los subdesarrollados). “La teoría del imperialismo de Lenin había explicado que los efectos de la explotación capitalista no se sentirían en las naciones poderosas y ricas, debido a que éstas simplemente exportarían esos costos a las naciones en vías de desarrollo. Así, la esperanza para la revolución quizá podría encontrarse en las naciones capitalistas en vías de desarrollo. Pero al poco tiempo esa esperanza se esfumó; la opresión exportada no se podía encontrar tampoco en esas naciones. Las que adoptaron en diversos grados el capitalismo no sufrían a raíz de su comercio con las más ricas. Por el contrario, el comercio era mutuamente beneficioso, y desde sus comienzos humildes, aquellas naciones que adoptaron medidas capitalistas ascendieron primero al confort y luego a la riqueza”.
Mientras tanto, se advertía en la Unión Soviética un estancamiento en la economía, cuya producción ganadera y agrícola poco había aumentado desde las épocas previas a la revolución de 1917. Como el socialismo no podía competir con el capitalismo en el plano económico, optaron por considerar la “superioridad moral” del socialismo. “Para un socialista, cualquier nación socialista tiene que ser moralmente superior a cualquier nación capitalista; los líderes socialistas están por definición primordialmente preocupados por las necesidades de los ciudadanos, y son sensiblemente receptivos a sus expresiones sobre sus preocupaciones, a sus reclamos y, cuando hay problemas, a sus necesidades más urgentes”.
Tal creencia se vino abajo durante el año 1956, en la que se revelaron, desde el poder central de la Unión Soviética, las atrocidades cometidas por Stalin. Además, se advirtió que las necesidades del pueblo húngaro, manifestadas mediante protestas, fueron apaciguadas con tanques de guerra soviéticos. “En un «discurso secreto» en el vigésimo Congreso del Partido Comunista de la Unión Soviética, Nikita Kruschev hizo una sensacional revelación de los crímenes de la era de Stalin”. “Lo que había sido desmentido como propaganda capitalista, fue ahora revelado como certeza por el líder del mundo socialista: la nación socialista insignia era culpable de horrores en una escala inimaginable”.
“Cuando se hizo imposible seguir creyendo en la moralidad de la Unión Soviética, un contingente cada vez más reducido de creyentes verdaderos desplazó su devoción hacia la China comunista de Mao. Pero entonces llegaron revelaciones de horrores todavía peores en China en la década del sesenta, incluyendo treinta millones de muertos entre 1959 y 1961. Entonces Cuba fue la gran esperanza, y después Vietnam, luego Camboya, después Albania por algún tiempo a finales de los setenta, y luego Nicaragua en los ochenta. Pero los datos y las decepciones se amontonaron, todos dando un contundente y devastador mazazo sobre la capacidad del socialismo para reclamar una sanción moral”.
“Cerca de ciento diez millones de seres humanos fueron muertos a manos de los gobiernos de las naciones inspiradas por el socialismo de izquierda, primordialmente socialismo marxista”.
Debido a que los países capitalistas tenían mayor éxito en cubrir las necesidades del pueblo, los ataques del marxismo debieron cambiar; esta vez criticando la desigualdad existente en las sociedades desarrolladas. “Un nuevo patrón ético era, por lo tanto, necesario. Con gran fanfarria, entonces, buena parte de la izquierda cambió su patrón ético oficial de la «necesidad», al de la «igualdad». La crítica primaria al capitalismo ya no sería que no era capaz de satisfacer las necesidades del pueblo, sino que el pueblo no obtenía una parte equitativa del reparto”. “El proletariado se volvería revolucionario debido a que, mientras sus necesidades «físicas» básicas estaban siendo satisfechas, veían que algunos otros en la sociedad tenían en forma «relativa», bastante más que ellos. Sintiéndose excluidos y sin oportunidades reales para alcanzar la buena vida que los ricos estaban disfrutando, el proletariado experimentaría opresión «psicológica», y así sería llevado a medidas desesperadas”.
También el antiguo conflicto de clases esgrimido por el marxismo, fue trasladado a las minorías raciales o étnicas, que tampoco gozaban de igualdad social. “Así es que de nuevo la crítica del capitalismo no podía alegar que condujo a esos grupos a la esclavitud o a la pobreza categórica o a alguna otra forma de opresión. En lugar de eso se centró en la falta de igualdad entre grupos, por ejemplo, no era que las mujeres estaban siendo empujadas a la pobreza, sino que, como grupo, se las había mantenido relegadas de lograr la igualdad económica con los hombres”.
Como el capitalismo tendía a llevar a altos niveles de vida a la mayor parte de la población, la izquierda comenzó a criticar la riqueza en sí misma, como algo malo. Al disponer el proletariado de riquezas, se lo alejaba de la posibilidad de sublevarse apartándolo de la misión que le había asignado el marxismo. “Sería mucho mejor si el proletariado estuviera en la miseria económica bajo el capitalismo, porque entonces se darían cuenta de su opresión, y estaría psicológicamente preparado para realizar su misión histórica”.
Otra de las variantes de la crítica al sistema capitalista proviene de la cuestión del medio ambiente. Como la producción está sustentada en el consumo de energía, y la generación energética trae aparejada cierta contaminación ambiental, la izquierda muestra ahora una bandera verde, no tanto para defender la vida en el planeta, sino para atacar al “sistema capitalista”.
Sin abandonar nunca el espíritu destructivo del marxismo, Herbert Marcuse propuso utilizar, no al terrorista ideologizado de los setenta, sino al delincuente común como factor útil para la destrucción de la sociedad capitalista, lo que le da sentido al surgimiento del abolicionismo penal que en muchos países resulta ser un importante aliado y promotor de la delincuencia urbana. “Así, concluyó Marcuse, la represión de la naturaleza humana por parte del capitalismo puede ser la salvación del socialismo. La tecnocracia racional del capitalismo reprime la naturaleza humana hasta el punto de que estalla en irracionalismo, en violencia, en criminalidad, en racismo y en otras patologías de la sociedad. Pero alentando esos irracionalismos, los nuevos revolucionarios pueden destruir el sistema. Así es que la primera tarea del revolucionario es ponerse a buscar a esos individuos y esas energías en los márgenes de la sociedad: el paria, el desordenado y el prohibido, cualquier persona y cualquier cosa que la estructura de poder del capitalismo aún no ha tenido éxito en mercantilizar y dominar por completo. Todos esos elementos marginales y desechados serán «irracionales», «inmorales» y hasta «criminales», especialmente según la definición capitalista, pero eso es precisamente lo que el revolucionario necesita. Cualquier elemento desechado podría «conquistar la falsa conciencia y proveer el punto de Arquímedes para una emancipación más grande»”.
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