Puede decirse que hay tantas morales vigentes como personas existen, mientras que las éticas propuestas, en forma explícita o implícita, son bastante menos numerosas y más simples, y provienen de los diversos intentos de aproximación a la ética natural, que ha de estar constituida por mandamientos o sugerencias que orientarán las acciones humanas hacia una actitud cooperativa, en el mejor de los casos.
Si bien poco se habla de una “ética peronista”, existe una “doctrina justicialista” que se intentó implantar en la Argentina y en Sudamérica, para desplazar a la propia doctrina cristiana. Sus adherentes trataron de mostrar que se trataba de la misma cosa, o de cosas parecidas, aunque las expresiones y las acciones de Juan D. Perón desmintieron toda posible semejanza. Mientras que Cristo predicaba el amor al prójimo e incluso el amor a los enemigos, Perón instaba a sus seguidores a la venganza contra los opositores y contra los propios partidarios en cuanto se alejaban de la militancia.
Mientras que Cristo predicaba la verdad, Perón fue considerado alguna vez como “el apóstol de la mentira”; por mentir respecto de los hechos y también acerca de las personas, lo que implica calumnia y difamación. Perón sugería a sus seguidores: “A la violencia hemos de contestar con una violencia mayor”. “Aquel que en cualquier lugar intente alterar el orden puede ser muerto por cualquier argentino”. “Y cuando uno de los nuestros caiga, caerán cinco de ellos” (Citado en “Crítica de las ideas políticas argentinas” de J. J. Sebreli-Editorial Sudamericana SA-Buenos Aires 2002).
Ser anti-peronista equivalía a ser anti-argentino, ya que el tirano era un imitador y admirador de Benito Mussolini, y en menor grado de Adolf Hitler. Raúl Damonte Taborda escribió: “La Constitución ha sido modificada, las leyes represivas dictadas. El colosal aparato persecutor de una policía de 150 mil hombres funciona paralelamente al Ejército. La férrea doctrina totalitaria está pasando del periodo experimental a la sedimentación práctica y perfecta. Por eso mismo el mismo día grita histéricamente: «El pueblo debe elegir entre el peronismo o el antiperonismo: entre la Patria y la traición». ¡La patria y Perón son ya una sola y misma cosa! El decreto-ley del «estado de guerra» está inspirado y copiado del de Mussolini, de noviembre de 1926, después de haber expulsado el Duce del Parlamento a los más tenaces opositores”.
El dictador pretendía universalizar su “doctrina”, incluso inmiscuyéndose en países limítrofes. El citado autor agrega: “En la Universidad de Chile, Perón afirma rotundamente, provocando la justa indignación del pueblo chileno: «La doctrina peronista, como todas las doctrinas, no se detiene en las fronteras». «Iniciamos –decía el Duce- la era de la expansión del fascismo en el mundo. Nadie podrá impedirlo. Nadie lo impedirá», mientras Hitler vociferaba: «Queremos la revolución universal. No retrocederemos más»” (De “Ayer fue San Perón”-Ediciones Gure-Buenos Aires 1955).
El colectivismo fascista y nazi, opuesto al individualismo liberal, tampoco podía faltarle al peronismo. “Perón continúa rabiosamente apretando los tornillos de su armadura represiva, para acabar la remodelación del país. Quien no está con él es un «liberal» (tremendo delito), un masón, un «vendido al oro yanqui», un «traidor a la patria», un «explotador», un «alcahuete», un «delincuente común», un «vende-patria», un «cretino», un «renegado», y ahora un «frailón»”.
“Desde 1943 lo viene repitiendo: «Yo estoy luchando por transformar en nuestro país el espíritu individualista, porque juzgo que es un complejo de inferioridad. Nuestra raza latina, de genio amplio y profundo, pasó a un segundo plano de la humanidad, porque no supo organizarse y luchar en conjunto. Si transformamos en nuestro pueblo su sentido individualista para que trabaje en organización, superaremos ese complejo de inferioridad»”.
Una de las frases demagógicas emitidas por Perón fue: “En la Argentina los únicos privilegiados son los niños”. Sin embargo, como expresó Alejandro A. Lanusse,…“Mucho se ha hablado y escrito sobre este bochornoso episodio que tuviera como protagonista a un hombre de 58 años, Presidente y General de la Nación, Juan Domingo Perón, y una menor de sólo 14 años. Me limito a testimoniar que el Tribunal Superior de Honor que integraron cinco Tenientes Generales, comprobó fehacientemente que el Gral. Perón, durante más de dos años, había hecho vida marital con una niña proveniente de un hogar modesto, con quien había convivido en la Residencia Presidencial”.
“A esa conclusión llegó el Tribunal después de escuchar declaración testimonial de la propia menor, de sus padres, de varios empleados de la residencia y también del Edecán del Presidente, el Mayor Renner. El hecho ponía de manifiesto una desviación moral inadmisible, máxime tratándose de quien, prevalido de alta investidura y al tiempo que pretendía erigirse en rector de la juventud, no vaciló en mancillar la honra de una criatura” (De “Protagonista y testigo”-Marcelo Lugones SA Editores-Buenos Aires 1989).
Tanto en la docencia como en el ámbito de la ciencia, es admisible mencionar trabajos e ideas ajenas siempre y cuando se cite al autor. De esa manera se logra la cooperación necesaria para establecer una obra colectiva. Quien tiene objetivos egoístas, por el contrario, utilizará la obra de otros sin mencionar su origen, cometiendo plagio. Nicolás Márquez escribe al respecto: “Según Joseph Page, «la prosa de Perón no era original ni profunda. Tomaba mucho de otros autores (generalmente extranjeros) y se abstenía de imponer su propio intelecto por encima de este material». Incluso, esta tendencia suya a copiar y transcribir fragmentos de terceros lo puso en apuros cuando fue denunciado por plagio y un Tribunal Militar de Honor le ordenó que pidiera sus excusas. Fue entonces cuando al copión de marras no le quedó más remedio que justificar su fraude alegando que se «olvidó de mencionar la fuente» debido a «una explicable falta de minuciosidad de mi parte al revisar posteriormente los originales». No sería ésta la única acusación de plagio que pesaría sobre su persona. Según el antropólogo y filólogo Julián Cáceres Freyre, el diccionario sobre Toponimia Patagónica de Etimología Araucana que Perón publicara en 1935 fue plagiado de un trabajo del presbítero Domingo Melanesio y de otro del Teniente Coronel Federico Barbará. Acusación que ratificaría luego el reconocido investigador Rodolfo Casamiquela quien aseguró que «Perón hizo su diccionario por medio del sistema de las tijeras y el engrudo» detallando que «el texto es una mera transcripción de otros, con repetición de todos los errores»” (De “Perón. El fetiche de las masas”-Grupo Unión-Buenos Aires 2015).
Cuando las masas peronistas absorbieron una importante dosis del odio inculcado por el líder, incendiaron varios templos católicos. Años antes, Perón había manifestado su vocación incendiaria: “Compañeros, cuando haya que quemar voy a salir yo a la cabeza de ustedes a quemar. Pero, entonces, si ello fuera necesario, la historia recordará la más grande hoguera que haya encendido la humanidad hasta nuestros días” (2/5/52).
Debido a la verticalidad de mando, si el tirano hubiese dado una contraorden, la barbarie no se hubiese producido. De ahí que cierto tiempo después Perón fuera excomulgado por la Iglesia Católica. Félix Luna escribió: “No pudo ignorar Perón lo que estaba ocurriendo desde el momento mismo de iniciarse los actos de vandalismo. Y no hizo nada para detenerlos. Tenía en la calle a todas las unidades militares de la Capital Federal; a su disposición estaba la policía, dotada de poderosos medios disuasivos. No hizo nada. Los incendiarios se desplazaron sin inconvenientes durante cinco o seis horas en un radio de veinte manzanas céntricas. Y Perón no tomó ninguna medida”.
“Ordenar quemar las Iglesias (o dejar que las quemaran, tanto da) fue el error más grueso de Perón en esa pendiente de equivocaciones…” (De “Perón y su tiempo” (III)-Editorial Sudamericana SA-Buenos Aires 1986).
Así como el adolescente alienta las peleas callejeras para divertirse un poco, sin pensar en el daño de los contendientes, Perón estimulaba las divisiones y los antagonismos entre sectores. Incluso no tuvo el menor reparo al apoyar a los guerrilleros marxistas que intentaban implantar en el país un régimen comunista, aunque luego de utilizarlos los desechó; pero los miles de muertos no se pudieron recuperar. Juan J. Sebreli escribió: “La discusión entre dos ideas distintas, la tolerancia hacia el otro, esencial para hablar de una vida democrática y pluralista, hubiera sido inconcebible en el peronismo, que dividía la sociedad en términos antagónicos, irreconciliables, patria-antipatria, pueblo-oligarquía, nación-imperialismo; la contraposición entre «nosotros» y «ellos» era constante en el discurso peronista”.
En cuanto a su “devoción a favor de los trabajadores”, debe aclararse que era sólo condicional, ya que si no recibía sus votos y su adhesión, eran considerados integrantes del bando “enemigo”. Sebreli agrega: “Algunas de las medidas tomadas consistían en la afiliación obligatoria de los empleados públicos al Partido Peronista, así como la cesantía de todos los opositores. En una circular confidencial distribuida entre sus ministros en octubre de 1948, Perón aconsejaba dejar cesantes a los empleados no peronistas. En la Tercera Conferencia de Gobernadores, sugería lo mismo con respecto a los empleados provinciales”.
El ciudadano que adhería al peronismo sabía perfectamente que se trataba de una postura inmoral, de ahí que escondía sus preferencias públicamente. En cambio, en el cuarto oscuro, donde nadie lo observaba, emitía su voto favorable si consideraba beneficiarse con alguna ventaja personal. Jorge Luis Borges escribió: “Dijo Croce: «No hay en Italia un solo fascista, todos se hacen los fascistas». La observación es aplicable a nuestra república y a nuestro remedo vernáculo del fascismo. Ahora hay gente que afirma abiertamente: soy peronista. En los años de oprobio nadie se atrevía a formular en el diálogo algo semejante, declaración que lo habría puesto en ridículo. Quienes lo eran abiertamente se apresuraban a explicar que se habían afiliado al régimen porque les convenía, no porque lo pensaran en serio. El argentino suele carecer de conciencia moral, no intelectual; pasar por inmoral le importa menos que pasar por zonzo. La deshonestidad, según se sabe, goza de la veneración general y se llama «viveza criolla»”.
“El dictador traía a la Plaza de Mayo camiones abarrotados de asalariados y adictos, por lo común de tierra adentro, cuya misión era aplaudir los toscos discursos. El 17 de octubre los almaceneros recibían orden de cerrar para que los devotos no se distrajeran en ellos” (Nota del Diario Los Andes-Mendoza)
El peronismo no es una cuestión de ideas, o de política, sino esencialmente una cuestión de moral. Así como existe la frase: “Dime con quién andas y de diré quién eres”, el equivalente para los países podría expresarse como: “Digan quiénes son los próceres patrios que veneran y les diré qué clase de país tienen y cómo les va”.
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