La libertad de expresar nuestras ideas está ligada a la libertad de pensamiento. Como es difícil prohibirlo, sólo queda la posibilidad de limitar o anular la posibilidad de comunicarlo a los demás. El Vizconde de Bonald escribió: “Se ha reclamado la libertad de pensar, lo que resulta aún más absurdo que si se hubiese reclamado la libertad de circulación de la sangre. Pero lo que los sofistas llamaban libertad de pensar era la libertad de pensar en voz alta, es decir, de publicar sus pensamientos mediante el discurso o la impresión. La libertad de pensar no era, pues, sino la libertad de obrar” (Del “Diccionario del Lenguaje Filosófico” de Paul Foulquié-Editorial Labor SA-Barcelona 1967).
Las limitaciones a nuestra libertad individual las impone el Estado, como así también la autocensura que nos imponemos teniendo en cuenta los aspectos éticos de nuestro comportamiento. Sin embargo, como no todos aplican tal autocensura, resulta necesaria la limitación que proviene de las leyes. Podemos hacer una síntesis de las principales posturas al respecto:
Anarquismo = Libertad ilimitada + Autocensura
Democracia = Libertad limitada + Autocensura
Totalitarismo = Libertad restringida o nula + Temor y obediencia
La postura anarquista, de ser factible, requiere de los seres humanos un nivel ético elevado de manera de hacer innecesarias las limitaciones externas. Como es difícil imaginar una sociedad integrada con ese tipo ideal de individuo, el anarquismo queda como una tendencia a la que se debe llegar en el futuro. La democracia, por el contrario, se adapta mejor al hombre real.
Entre los atributos asociados a los sistemas totalitarios aparece la represión estatal ante toda expresión adversa acerca de quienes detentan el poder; de ahí que “se permita” decir todo lo que uno desee, aunque luego se deberán pagar las consecuencias. La ausencia de libertad de expresión implica, por lo tanto, un castigo posterior a haber hecho uso de una libertad natural y esencial de todo ser humano. Will y Ariel Durant escriben sobre Alexander Solyenitsin: “La Segunda Guerra Mundial lo lanzó a la vida de acción; ganó dos condecoraciones y se elevó al rango de capitán de artillería. Empero, en una de las cartas que envió desde el frente, se permitió el lujo de criticar los errores militares de «el hombre del bigote» (Stalin). Por ello fue condenado a ocho años en un campo de concentración, a los que se le agregaron tres más” (De “Interpretaciones de la vida”-Editorial Sudamericana SA-Buenos Aires 1973).
En los totalitarismos, el Estado no contempla las necesidades del individuo, sino que el individuo ha de justificar su vida estando al servicio del Estado, por lo que conceptos tales como libertad, derechos, deberes, etc., tienen significados opuestos según que se consideren desde una postura liberal o en una totalitaria. Benito Mussolini opinaba acerca de la libertad y del periodismo: “La libertad no es un fin: es un medio. Y como medio debe ser controlado y dominado”. “Libertad sin orden y disciplina equivale a disolución y catástrofe”.
“El concepto de libertad no es absoluto, porque en la vida no hay nada absoluto. La libertad no es un derecho: es un deber”. “Si hay un dato histórico es que toda la historia de la civilización, desde el hombre de las cavernas hasta este que llamamos civilizado de nuestros días, no es más que una limitación constante y progresiva de la libertad”. “Los hombres de hoy, amontonados en la ciudad y en las naciones, deben limitar continuamente sus libertades, incluso la de movimiento. El concepto absoluto de libertad es arbitrario. En la realidad no existe”.
“La Prensa más libre del mundo, es la Prensa italiana. En otros países los periódicos están al dictado de grupos plutocráticos, de partidos, de individuos; allá están reducidos a la mezquina compra-venta de noticias sensacionales, cuya reiterada lectura concluye por crear en el público una estupefacción constante, con síntomas de atonía e imbecilidad; allá, en suma, los diarios han caído en manos de un corto número de negociantes, para quienes el periódico es una simple industria, ni más ni menos que la del hierro o de las pieles”.
“Frente al individualismo demo-liberal hemos sido los primeros en sentar que el individuo existe únicamente en función del Estado y subordinado a las necesidades del Estado, y que a medida que la civilización asume formas cada vez más complejas, la libertad individual se restringe cada vez más” (De “El espíritu de la revolución fascista”-Ediciones Informes-Mar del Plata 1973).
En la antigüedad, no existía la libertad de expresión tal como la que existe en los países democráticos, por lo que fue un derecho conquistado a través del tiempo, aunque interrumpido por los diversos totalitarismos. Stephen C. R. Hicks escribió: “En los comienzos de la Edad Moderna, la libertad de expresión ganó la batalla contra el autoritarismo tradicional. Argumentos poderosos de Galileo Galilei, John Locke, John Stuart Mill y otros obtuvieron la victoria por el debate en favor de la libertad de expresión. Históricamente, los argumentos se anidaron en diferentes contextos filosóficos, y a menudo fueron adaptados, en distintos grados, a diferentes públicos adversos. En un lenguaje actual señalamos los elementos de esos argumentos, que están todavía entre nosotros:
1- La razón es esencial para conocer la realidad (Galileo y Locke).
2- La razón es una función del individuo (en especial Locke).
3- Lo que el individuo racional necesita para intentar el conocimiento de la realidad es, por encima de todo, libertad para pensar, criticar y debatir (Galileo, Locke y Mill).
4- La libertad del individuo para alcanzar el conocimiento es de fundamental valor para todos los demás miembros de la sociedad (en especial, Mill)”
(De “Explicando el Posmodernismo, la crisis del socialismo”-Barbarroja Editores-Buenos Aires 2014).
Galileo Galilei fue censurado por aristotélicos y católicos, quienes le impedían publicar sus ideas y descubrimientos científicos. Al respecto escribió: “Si para suprimir del mundo una doctrina bastase con cerrar la boca a uno solo, eso sería facilísimo…, pero las cosas no van por ese camino…, porque sería necesario no sólo prohibir el libro de Copérnico y los de sus seguidores, sino toda la ciencia astronómica, e incluso más, prohibir a los hombres mirar al cielo” (De “Carta a Cristina de Lorena”-Ediciones Altaya SA-Barcelona 1994).
Debemos distinguir entre el ámbito privado y el público. Así, si una opinión se introduce en nuestro hogar a través de la televisión, ya sea que esté asociada a la política, la religión, la economía o el deporte, uno tiene plenos derechos a criticarla o a opinar al respecto. No así si uno se entera de algo que ocurre en el ámbito privado asociado a cierto individuo. Por ello, no resulta convincente que alguien, cuando critica lo que considera lesivo a la moral, se le diga tranquilamente que, si no le gusta lo que vio en la televisión, que cambie de canal y deje de protestar. Sería un caso similar al de quien concurriera a una calle muy transitada y se pusiera a arrojar piedras, aunque advirtiendo: “el que no quiera recibir una pedrada, que cambie de vereda; pero sin protestar”.
Quienes aducen que debe permitirse toda expresión públicamente, sin tener en cuenta la posible influencia en el medio social, parecen no tener en cuenta los efectos posteriores de la propaganda nazi, de contenido discriminatorio respecto de las razas, o de la propaganda marxista, de contenido discriminatorio respecto de las clases sociales. Cuando la libertad de expresión es empleada para incentivar el odio sectorial, se cae en el libertinaje. De ahí que la prohibición de ideologías totalitarias sería beneficiosa para la sociedad, ya que, en caso de que sus seguidores accedieran al poder, lo primero que harían sería la prohibición de la libre expresión de los sectores democráticos.
Esta afirmación seguramente será considerada como negadora de la libertad de expresión a partir de que “todas las ideologías tienen el mismo derecho a manifestarse”. Sin embargo, puede advertirse que la sociedad acepta sin inconvenientes que sea penada legalmente una manifestación discriminatoria de tipo racial, como es el caso de los neo-nazis; no así una postura discriminatoria de tipo social, o marxista. Posiblemente, con el avance de la civilización, podamos ver un trato igualitario respecto de quienes produjeron las mayores catástrofes sociales de la historia de la humanidad.
De todas formas, es atendible la opinión de quienes aducen que toda lo prohibido tiende a ser buscado con mayor atención por parte de la gente, por lo cual las prohibiciones producirán efectos opuestos a lo que se pretende. Ante la ausencia de autocensura en quienes influyen masivamente en la sociedad, amparados en el relativismo moral, el deterioro de la sociedad sigue su curso ascendente. Jacques Bourquin escribió: “Tarea larga y penosa la emprendida por la UNESCO, cuya exhortación a favor de la justicia y la fraternidad va abriéndose camino en la comprensión de los pueblos, que ansían terminar con las tiranías mediante la obra lenta pero positiva de la educación, frente a la fuerza, invocación que a modo de profecía genial fue plasmada hace más de doscientos años por Thomas Paine, en su obra «Los derechos del hombre»: «La tiranía como el infierno, no se dejan vencer fácilmente, pero tenemos el consuelo de que cuanto más penosa es la lucha, más glorioso el triunfo. Aquello que obtenemos a poco precio, lo apreciamos en poco; sólo se estima lo que cuesta mucho. Los cielos saben poner el precio que corresponde a sus mercancías y naturalmente, muy extraño sería que artículo tan celestial como la libertad no tuviera un alto precio»” (De “La libertad de prensa”-Editorial Claridad SA-Buenos Aires 1952).
La continua crisis moral y social que padece la Argentina no puede estar ajena a las masivas preferencias ideológicas y morales de la población. Así, mientras que el liberalismo, promotor de la libertad política y económica, es considerado como una mala palabra, y el adjetivo “liberal” es prácticamente un insulto, el peronismo, esencialmente una copia local del fascismo, y el kirchnerismo, con rasgos afines al marxismo, gozan por el contrario de masivo respeto y adhesión. Como los sistemas totalitarios nunca han dado buenos resultados, si los seguimos buscando, seguiremos por la tendencia descendente que desde hace varias décadas nos caracteriza.
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