El ser humano tiene dos formas principales para conformar su personalidad: en primer lugar, el propio proceso cognitivo de supervivencia, por el cual, mediante prueba y error, va adquiriendo un conocimiento de todo lo que le rodea observando tanto los efectos que producen sus acciones como descubriendo los vínculos entre causas y efectos existentes en todo lo que observa. La segunda forma la constituye la influencia del medio social circundante por la cual recibe estímulos para continuar con ciertas acciones o actitudes y también desaliento para continuar con otras.
Tanto los premios como los castigos admiten dos posibilidades extremas, ya que pueden ser de tipo moral, o psicológico, o bien pueden ser de tipo material, en cuyo caso el individuo recibe premios materializados en objetos de su agrado, mientras que los castigos los percibe en su propio cuerpo en forma de malestar o incomodidad manifiesta. El castigo material por lo general trae asociado algún tipo de sufrimiento moral autoinfligido por el propio receptor. Puede hacerse una síntesis:
Cambio interior: mediante “prueba y error”
Cambio inducido desde el exterior: mediante “premios y castigos” (morales o materiales)
Un individuo logra la madurez suficiente cuando hace innecesaria la influencia exterior, si bien los halagos nunca estarán de más por cuanto le confirman la buena senda elegida. En cierta forma logra su libertad respecto de los demás, al menos en el sentido indicado. Por el contrario, quien no tiene tal madurez, requiere de cierto control o influencia exterior.
Cuando el docente pretende que sus alumnos cumplan con los requisitos disciplinarios exigidos por el establecimiento educativo, tiene dos formas extremas de hacerlo. En la primera alternativa, considera que los alumnos tienen la madurez suficiente como para respetar las normas vigentes haciendo innecesario cualquier tipo de castigo material, obligando así a los alumnos a no fallar, presionándolos de manera que incumplir con las expectativas del docente significará una decepción ante sus ojos, lo que podrá promover un castigo moral infligido por el propio alumno que decepcionó las expectativas del docente. En la segunda alternativa les advierte acerca de las sanciones vigentes en caso de infringir alguna de las reglas establecidas, obligando a los alumnos a comportarse adecuadamente presionándolos con la amenaza de un castigo concreto o material.
El castigo moral, del que se cuida toda persona que tiene cierta autoestima, o amor propio, hace innecesario el castigo material. Por el contrario, cuando no los tiene, tiende a responder solamente al castigo material. Como en todo grupo existen ambas clases de individuos, debe ponerse en práctica ambos tipos de presión, promoviendo primero el temor a decepcionar la confianza puesta en juego por el docente, para promover adicionalmente cierta presión ante aquellos que sólo responden a los castigos o penalidades concretas.
Por lo general, cuando el docente piensa, respecto de cierto alumno, que se trata de una persona excelente, comprobando luego que no lo es, surgirá una valoración descendente y una decepción que no esperaba. Por el contrario, cuando piensa, respecto de otro alumno, que se trata de una persona con pocos valores, comprobando luego que no es así, surgirá una valoración ascendente que le traerá cierta satisfacción, aun cuando siga habiendo cierta superioridad en el que promovió la opinión descendente.
Puede decirse que el docente debe intentar lograr una respuesta favorable en sus alumnos suponiendo a priori que todos tienen suficiente autoestima como para hacer innecesaria alguna sanción concreta. Para ello tendrá en cuenta la sugerencia de Wolfgang Goethe: “Trata a la gente como si fuera lo que debería ser y la ayudarás a convertirse en lo que es capaz de ser”.
De la anterior expresión, podemos extraer la información que nos indica lo que no debemos hacer en cuestiones educativas: “Si no tratas a la gente como si fuera lo que debería ser, entonces no la ayudarás a convertirse en lo que es capaz de ser”.
La actitud indicada por Goethe, aplicada en forma exclusiva, incluso con la derogación de todo tipo de sanciones o amonestaciones, trae como contrapartida un estímulo negativo al alumno indisciplinado quien ha de ejercer acciones incompatibles con la disciplina que debe predominar en todo grupo humano. De la misma manera en que renunciar a aplicar vacunas preventivas, aduciendo que cierta enfermedad desapareció definitivamente, puede promover el retorno de una epidemia, la renuncia a aplicar sanciones materiales en los establecimientos escolares constituye el camino directo hacia la destrucción del sistema educativo. La tendencia a minimizar penas en el ámbito de la justicia, produce un efecto igualmente destructivo en toda la sociedad.
Cuando la gente se cree bastante mejor de lo que es en realidad, tiende a no respetar las leyes o convenciones establecidas, incluso al ser estimulada por la propaganda oficial que indica que “somos un país con buena gente”, aunque tal creencia nos lleve a acentuar el hecho de que estamos en “un país al margen de la ley”. Actuamos con la libertad de la persona madura, que no necesita control ni sanción exterior, cuando en realidad nos falta bastante para ello. De todas maneras, siguiendo el criterio de Goethe, las leyes deben tratar de ayudar al individuo a lograr su autonomía a través de la autodisciplina. La nobleza que obliga a realizar acciones cooperativas es la actitud asociada a la obligación moral; la que sentimos como integrantes de la humanidad. A. Ponceau escribió: “No hemos de confesarnos obligados como si esto fuese una inferioridad o una servidumbre. Por el contrario, declararse obligado es proclamar una reivindicación, colocarse en una situación de plenitud, tomar en nuestras manos el empleo de la propia vida” (Del “Diccionario del Lenguaje Filosófico”-Paul Foulquié-Editorial Labor SA-Barcelona 1967).
Cuatro son las instancias que inducen a un individuo a lograr una actitud ética adecuada:
a- Conciencia moral individual
b- Influencia del ámbito familiar
c- Influencia del ámbito social
d- Penalidades provenientes de la justicia
Cuando falla la primera instancia, y el individuo no muestra un comportamiento social adecuado, es el ámbito familiar el que deberá inducirlo a una mejora. Si falla esta segunda instancia, será el medio social (a través de la escuela, por ejemplo) quien deberá encauzarlo por el buen camino. Si aún falla esta instancia, serán las leyes las que, como última alternativa, tratarán de encauzarlo por la buena senda.
Quienes suponen que a partir de leyes adecuadas se logrará mejorar la sociedad, no tienen en cuenta que éstas constituyen una última instancia, y que sólo tiene sentido aplicarlas cuando fallaron las tres anteriores, por lo que debe apuntarse a una mejora en las etapas previas. Sin embargo, debido a que está generalizada la idea de que no existe el Bien ni el Mal, en sentido absoluto, y ni siquiera la verdad objetiva, poco podrá hacerse en las tres primeras instancias a menos que se cambie esa creencia.
La actual crisis educativa es un aspecto más de la crisis que afecta a toda la sociedad, y está asociada a la vigencia de ideas y creencias erróneas tales como la mencionada existencia del relativismo moral y cognitivo. Si se considera que no existe el Bien ni la Verdad, tampoco tiene sentido buscarlos.
Si los aspectos emotivos nos orientan en la vida, la base de la educación debería acentuar este aspecto. Daniel Goleman escribió: “Si existe un remedio, creo que debe estar en la forma en que preparemos a nuestros jóvenes para la vida. En la actualidad dejamos librada al azar la educación emocional de nuestros hijos, con resultados cada vez más desastrosos. Una solución consiste en tener una nueva visión de lo que las escuelas pueden hacer para educar al alumno como un todo, reuniendo mente y corazón en el aula” (De “La Inteligencia Emocional”–Javier Vergara Editor-Buenos Aires 2000).
Las emociones son “impulsos para la acción” y son la consecuencia de una mejora adaptativa, si bien tales aspectos deberán intensificarse dentro del marco de la evolución cultural. La base de nuestra educación emocional ha de significar la plena conciencia de la existencia de los sentimientos humanos y de sus posibles desviaciones. Daniel Goleman escribe: “En esencia, todas las emociones son impulsos para actuar, planes instantáneos para enfrentarnos a la vida que la evolución nos ha inculcado”. “Los nuevos pensamientos sostienen que nuestra sociabilidad ha sido la estrategia de supervivencia primordial de las especies primates, inclusive la nuestra”.
En esta psicología de los sentimientos, o de las emociones, el concepto básico es el de “empatía” respecto del cual Goleman escribe: “En la psicología de hoy en día, la palabra «empatía» es utilizada con tres sentidos diferentes: conocer los sentimientos de otra persona, sentir lo que esa persona siente y responder compasivamente a la aflicción de otro. Estas tres variantes de empatía parecen describir una secuencia 1-2-3: te veo, siento contigo y entonces actúo para ayudarte”. “Sentir «con» nos mueve a actuar «para»” (De “La Inteligencia Social”-Editorial Planeta Mexicana SA-México 2006).
Es oportuno tener presente que los aspectos intelectuales y afectivos son independientes: “Esas lágrimas repentinas podrían haber pasado inadvertidas. Pero darse cuenta de que el lagrimeo de alguien significa que está triste a pesar de que dice lo contrario, es un acto de comprensión tan claro como lo es el de desentrañar el sentido de las palabras de una página impresa. Uno es un acto de la mente emocional, el otro de la mente racional. En un sentido muy real, tenemos dos mentes, una que piensa y otra que siente”.
Desde tiempos remotos se enfatiza la ventaja de hacer prevalecer la razón a los sentimientos, algo no contemplado por nuestra propia naturaleza: “Esto invierte la antigua comprensión de la tensión entre razón y sentimiento: no se trata de que queramos suprimir la emoción y colocar en su lugar la razón, como afirmaba Erasmo, sino encontrar el equilibrio inteligente entre ambas. El antiguo paradigma sostenía un ideal de razón liberado de la tensión emocional. El nuevo paradigma nos obliga a armonizar cabeza y corazón. Para hacerlo positivamente en nuestra vida, primero debemos comprender más precisamente qué significa utilizar la emoción de manera inteligente”.
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