La ciencia experimental resulta ser el mejor método para adquirir conocimientos, no solamente por el empeño puesto en la verificación de sus hipótesis, sino también por ser una actividad en la cual los avances establecidos por un científico son tenidos en cuenta por el resto. De ahí que Albert Einstein consideraba que “la labor del científico está tan ligada a la de los científicos contemporáneos y a la de los que le precedieron, que parece casi un producto de su generación”.
El propio Einstein, antes de enunciar la teoría de la relatividad, tuvo en cuenta las opiniones que sobre el tiempo y el espacio habían manifestado algunos filósofos. Sin embargo, luego de la aparición de dicha teoría, muchos la ignoraron completamente incluso al escribir sobre esos temas. Esta actitud puede denominarse como “conocimiento autorreferente”, que no tiene en cuenta a la ciencia una vez que ésta logra resultados verificables. Mario Bunge escribió: “En «El Ser y el tiempo» (1927), el libro que lo hizo famoso de la noche a la mañana, Heidegger definió el tiempo así: «El tiempo es la maduración [o el desarrollo] de la temporalidad». ¿Qué significa este enunciado, que Heidegger formuló dos decenios después de que la teoría de la relatividad especial diera lugar a una voluminosa literatura sobre la naturaleza del tiempo? Ni Heidegger ni sus discípulos nos lo han dicho, porque esa oración carece de sentido” (De “Provocaciones”-Edhasa-Buenos Aires 2011).
Los escritos de los filósofos autorreferenciales tienden a ser poco claros, careciendo de vinculaciones con la ciencia de su tiempo. Bunge agrega: “Una característica común a los textos de Hegel, Husserl y Heidegger es su hermetismo, y otra característica es la ausencia de una argumentación. Se espera del lector que dé su consentimiento al autor sin discutir”.
“El primero, el más célebre de los idealistas objetivos, escribió sobre temas importantes, pero lo hizo con una oscuridad tal que dio lugar a tres escuelas, que lo interpretaron de sendas maneras incompatibles entre sí: los hegelianos de izquierda, entre quienes se encontraban futuros comunistas como Marx; los centristas, como Benedetto Croce; y los derechistas, entre quienes descolló Giovanni Gentile, colaborador y ministro de Educación de Mussolini”.
“Edmund Husserl, un matemático fracasado, se ocupó de sí mismo: fundó la fenomenología o egología, la descripción del yo interior, y desdeñó los principales problemas de la filosofía: los de la naturaleza del mundo, el conocimiento del mismo, la recta conducta y la sociedad justa. Como Hegel, fue tan críptico que tuvo discípulos de varios colores, tales como Max Scheler, que se interesó por los problemas sociales, Nicolai Hartmann, quien eventualmente renegó de su maestro y esbozó una teoría interesante del mundo; y Martin Heidegger, uno de los peores macaneadores de todos los tiempos”.
A pesar de que el conocimiento autorreferente resulta incompleto y poco confiable, poco recomendable para quienes pretendan constituirse en intelectuales, o pensadores de cierto nivel, es común entre sus cultores la pretensión de ubicarse en la cima del conocimiento. Hans Reichenbach escribió: “Los sistemas filosóficos, en el mejor de los casos, han reflejado la situación del conocimiento científico de su época; pero no han contribuido al desenvolvimiento de la ciencia. El desarrollo lógico de los problemas es labor del científico; su análisis técnico, aun cuando a menudo se halla dirigido hacia pequeños detalles y rara vez se realiza con propósitos filosóficos, ha ampliado la comprensión del problema hasta que, con el tiempo, el conocimiento técnico fue lo suficientemente completo para poder dar respuesta a las preguntas filosóficas”.
“Los libros de texto de filosofía generalmente incluyen un capítulo sobre la filosofía del siglo XIX escrito en el mismo tono que los que tratan de la filosofía de los siglos anteriores. Este capítulo menciona nombres como los de Fichte, Schelling, Hegel, Schopenhauer, Spencer y Bergson, y comenta sus sistemas como si fueran creaciones filosóficas situadas en la misma línea de los sistemas de los periodos precedentes. Pero la filosofía de los sistemas termina con Kant, y es un error de la historia de la filosofía el discutir sistemas posteriores en el mismo nivel que los de Kant o Platón. Los sistemas anteriores reflejan la ciencia de su tiempo y dieron pseudorespuestas cuando no podían darse otras mejores. Los sistemas filosóficos del siglo XIX fueron construidos en los momentos en que se estaba elaborando una nueva filosofía; son el producto de hombres que no se dieron cuenta de los descubrimientos filosóficos inmanentes a la ciencia de su tiempo y que desarrollaron, bajo el nombre de filosofía, sistemas de ingenuas generalizaciones y analogías. En ocasiones fue el persuasivo lenguaje de sus exposiciones, en otras la sequedad pseudo-científica de su estilo, lo que impresionó a sus lectores y contribuyó a su fama. Pero, considerados históricamente, estos sistemas podrían compararse más bien al término de un río que después de correr por fértiles tierras terminara por secarse en el desierto”.
“El filósofo de la escuela tradicional muchas veces se ha rehusado a reconocer al análisis de la ciencia como filosofía, y continúa identificando la filosofía con la invención de sistemas filosóficos. No se da cuenta de que los sistemas filosóficos han perdido su significación y de que su función ha sido asumida por la filosofía de la ciencia. El filósofo científico no teme este antagonismo. Deja al filósofo anticuado que siga inventando sus sistemas filosóficos –para los que puede haber todavía un lugar dentro del museo filosófico que lleva el nombre de historia de la filosofía- y se pone a trabajar”.
“La filosofía especulativa quería certeza absoluta. Si era imposible predecir acontecimientos individuales, al menos se consideraba que podían conocerse las leyes generales que rigen todos los acontecimientos; estas leyes podían derivarse mediante el poder de la razón. La razón, legisladora del universo, revelaba a la mente humana la naturaleza íntima de todas las cosas. Esta tesis se encontraba en la base de todas las diversas formas de sistemas especulativos. Por otra parte, la filosofía científica se rehúsa a aceptar cualquier clase de conocimiento del mundo físico como absolutamente seguro. Los principios de la lógica y de las matemáticas representan el único terreno en que puede alcanzarse la certeza; pero estos principios son analíticos y vacíos. La certeza y la vaciedad son inseparables: la síntesis a priori no existe”.
“Y a pesar de todo, todavía hay filósofos que se niegan a aceptar la filosofía científica como una filosofía, que quieren incorporar sus resultados a un capítulo introductorio de la ciencia y que pretenden que existe una filosofía independiente, que no tiene nada que ver con la investigación científica y que puede alcanzar directamente la verdad. Estas pretensiones, creo yo, revelan una falta de sentido crítico. Los que no ven los errores de la filosofía tradicional no quieren renunciar a sus métodos o resultados y prefieren seguir un camino que la filosofía científica ha abandonado. Reservan el nombre de filosofía para sus falaces empeños en busca de un conocimiento supercientífico y se rehúsan a aceptar como filosófico un método de análisis construido sobre el modelo de la investigación científica” (De “La Filosofía científica”–Fondo de Cultura Económica-México 1953)
El conocimiento autorreferente también aparece en pensadores que tienden a considerar a la religión como “una enfermedad mental” (Sigmund Freud) o como un “medio para facilitar la explotación laboral” (Karl Marx), actitud que los delata como pseudo científicos. Y esto, no por su postura frente a la religión, sino por los propios métodos y contenidos de sus respectivas actividades. Así, el primero parece no tener en cuenta conceptos tales como el sentido de la vida, o el sentido del universo, o la existencia de una ética natural, conceptos ligados a las creencias religiosas, mientras que el segundo, considerado como “sociólogo” tiende a desconocer la existencia de tal ética objetiva, de la ciencia económica y de otras ramas de las ciencias sociales.
Incluso el Derecho tiende a renunciar a ser parte de las ciencias sociales para constituirse en una actividad reguladora de la sociedad que rechaza todo conocimiento que no provenga de su propio ámbito. Una de las consecuencias funestas de esta actitud es la promoción abierta y descarada de la delincuencia urbana a través del abolicionismo. Mario Bunge escribió: “Hubo por lo menos dos grandes filósofos, Spinoza y Kant, que rechazaron el relativismo cultural al proclamar la igualdad moral de todos los seres humanos y condenar la guerra. Pero la mayoría de los filósofos no se pronunciaron sobre el tema. Algunos como Hegel, Nietzsche y Kelsen, proclamaron que justo es lo que estatuye el Derecho Positivo, es decir, la legislación local. Otros, los defensores del Derecho natural, sostuvieron lo contrario, aunque al mismo tiempo pretendieron que los principios morales y jurídicos de su propia religión eran naturales, no artificiales, y por lo tanto tan universales como el hambre y la sed”.
“Pontius Pilatus, funcionario romano, tenía la obligación de respetar y hacer respetar las costumbres locales para mantener la Pax Romana. (Si hubiera sido gobernador de Cartago habría hecho respetar el culto a las crueles divinidades fenicias). Pero puesto que era un funcionario colonial, y no un filósofo moral, Pontius no reflexionó que una paz que se mantiene liquidando u oprimiendo a una de las partes en conflicto no es moralmente justa”.
“Al fin y al cabo, dos milenios después, Hans Kelsen, el famoso positivista jurídico, justificó la masacre de la Noche de los Bastones Largos, contra la facción de Roemer, aduciendo que la Alemania nazi era un Estado de derecho”. “Y lo que es peor: que el positivismo jurídico, un caso especial del relativismo cultural, es la filosofía que sostienen casi todos los filósofos del Derecho, incluso los de convicciones democráticas”.
La pseudo-intelectualidad tiende a reemplazar a la verdadera; la que busca la verdad. Su principal arma no es precisamente la claridad conceptual ni tampoco la claridad empleada para comunicar sus ideas. Ello se debe a que todavía se sigue confundiendo “oscuridad” con “profundidad”. “En sus deliciosos recuerdos de infancia, Delfina Gálvez cuenta que Manolito, su precoz hermano, declaró una vez: «Xenius es más inteligente que Platón, porque a Platón lo entiendo, mientras que a Xenius no»”.
“La reacción de Manolito era natural en un chico inteligente, modesto y sin malicia ante algo que no entendía. El chico no podía entonces sospechar que existen profesionales de la ignorancia que pretenden hacer pasar ignorancia, estupidez, payasada o locura por sabiduría”.
“Estos profesionales son los oscurantistas de todos los tiempos, desde el padre de la Iglesia a quien se atribuyó la fórmula «lo creo porque es absurdo» hasta el profesor de filosofía que admira y repite los enigmas de Hegel, Husserl o Heidegger aunque (o porque) no los entiende” (“Provocaciones”).
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