Los seres humanos compartimos con el reino animal varios procesos biológicos que conforman nuestro cuerpo y nuestra mente, incluidos los que afectan al comportamiento grupal. De ahí que las técnicas de domesticación de animales puedan también ser empleadas para dirigir a grupos humanos con fines políticos. El colectivismo, promovido por ideologías totalitarias, tiene como finalidad esencial anular los rasgos de individualismo para lograr un comportamiento masificado que responda a las órdenes de quienes dirigen el Estado. Para ello es esencial la existencia de un enemigo, que puede encontrarse en la propia nación: las “razas inferiores” en el caso del nazismo y la “clase social perversa” en el caso del marxismo-leninismo. Jorge Fontevecchia escribió: “Cuando el mayor etólogo del siglo XX, Konrad Lorenz, recibió el premio Nobel de Medicina en 1973, contó su historia personal durante la Segunda Guerra Mundial. Era médico, austriaco, y al invadir los nazis su país, donde también se habla alemán, lo enviaron como médico al frente. Luego fue capturado por los rusos, los que, al descubrir que se trataba de un médico, y no alemán, lo enviaron junto al Ejército Rojo a los hospitales de campaña. Lorenz pudo observar que tanto el nazismo como el comunismo producían en los hombres las mismas desviaciones que en las aves salvajes habían generado los procesos de domesticación que él mismo había experimentado. «Me aterré, y aún lo estoy, con la idea de que estos procesos degenerativos son aplicables a humanos», declaró”.
“Estas vivencias le permitieron en 1961 escribir para la Universidad de Harvard sobre los peligros del adoctrinamiento, en su libro «Evolución y modificación de la conducta». En otro de sus libros, «Sobre la agresión: el pretendido mal», Lorenz explica que cualquier estructura grupal primitiva, desde una compañía de soldados hasta una simple clase de escolares, es perfectamente capaz de crueldad colectiva con cualquier extraño al grupo” (De “Entretiempo”-Aguilar-Buenos Aires 2005).
Los movimientos de masas se basan en la “fuerza del odio y la mentira” en oposición a los constituidos por individuos, que se basan en la “fuerza del amor y la verdad”. Es posible contemplar el caso de un hombre que apenas puede elaborar pensamientos que requieran un poco de imaginación y que, por ello mismo, muestra cierto menoscabo personal. Sin embargo, en cuanto tiene la posibilidad de odiar y de insultar a alguien, pareciera que su personalidad ha adquirido un “carácter fuerte”. Luego, la asociación con otros seres “poco pensantes” potenciará su actitud. Fontevecchia agrega: “Se darán las mismas reacciones puramente instintivas de burla frente a un individuo físicamente anormal o un compañero obeso, como frente a personas cuyas normas sociales, culturales o religiosas sean distintas, o quien hable con un acento diferente”.
“Para Lorenz, la necesidad instintiva de ser miembro de un grupo bien unido y que luche por ideales comunes es tan fuerte y estimulante que tiene importancia secundaria saber cuáles son esos ideales y si tienen algún valor”. “Una vez que se fija una valoración emocional, el individuo vivirá, luchará y, en ciertos casos, guerreará ciegamente por ese valor. Ya sea una nación, una religión, un club de fútbol, un grupo de rock, una tribu ciudadana o el Ku Klux Klan”.
“Entusiasmo deriva del griego y significa endiosamiento. Para los filósofos, el entusiasta tiene su alma en tránsito inspirada en algo divino. De ahí su pretensión de certidumbre y confianza inmutables. Voltaire decía que era una devoción mal entendida, porque la razón ve las cosas como son mientras que el entusiasmo las ve como quiere que sean. El entusiasmo sería como una borrachera de la razón”.
Mientras que el educador busca que el alumno incorpore conocimientos y adquiera actitudes cooperativas, el ideólogo totalitario espera de sus seguidores respuestas instintivas ante los eslóganes partidarios. “Lorenz compara esa reacción irreflexiva hacia un solo fin, a la que denominaba entusiasmo militante, con el procedimiento de condicionamiento automático que Pavlov inducía en los animales durante sus experimentos”.
“El demagogo puede producir entusiasmo militante reflejo igual que un médico hace levantar la pierna del paciente con un golpe en la rodilla. Para ello, fabricará enemigos, se postulará como líder que resolverá la amenaza y –lo más importante- juntará la mayor cantidad de adeptos posibles”.
La muchedumbre humana masificada ha sido comparada con un conjunto numeroso de peces que renuncian a su individualidad para sentirse exclusivamente partes integrantes del grupo. “La cantidad hace diferencia porque la reacción cambia cuando cambia el número de individuos: las grandes multitudes inspiran estremecimiento sagrado y ejercen atracción hipnótica. Al igual que en las muchedumbres anónimas de peces, la cohesión es mayor cuanto mayor sea el número de integrantes. Tantos no pueden estar equivocados, parecería pensar el subconsciente colectivo”.
“Pero la lógica de un cardumen es otra: la fuerza, el impulso y el tamaño son proporcionales de modo que miles de peces conformen un solo y enorme pez. Es decir, no hay individuos sino masa y la comunicación entre las partes no es racional sino eléctrica, al igual que dentro de un mismo cuerpo”.
La idea de igualdad entre los hombres, propuesta por el cristianismo, sugiere prestar una similar importancia a las penas y alegrías ajenas como a las propias, aunque resulta severamente distorsionada cuando la palabra “igualdad” implica la de los peces dentro del cardumen. “No hay jerarquías: cualquier integrante puede desencadenar efectos en los demás por atracción mutua de uno sobre otro. Ni tampoco estructura: todos ejercen una influencia recíproca entre sí. Si alguno ve un peligro y se da a la fuga, todos lo seguirán contagiados en su temor. Es la forma más antigua de sociedad y la más común entre los invertebrados”.
El peligro existente en las sociedades masificadas, especialmente las que caen bajo el totalitarismo, radica en la desinhibición del líder ocasional ya que puede generar severas catástrofes sociales, como fueron los casos de Stalin y de Hitler. “El peligro de las muchedumbres lo demostró el biólogo Erich von Holst, quien experimentó quitándoles a los peces la parte del cerebro que les permitía comer, nadar y ver de la misma forma que los demás a la vez que perder todas sus inhibiciones. Los otros peces, cuando por cualquier causa deseaban nadar en alguna dirección diferente de la del cardumen que integraban, vacilaban y rápidamente abandonaban la idea de separarse de sus congéneres. El pez descerebrado, al haber perdido esa preocupación, nadaba decidido hacia cualquier objeto que le resultara atractivo y de una forma tan segura que todo el cardumen lo terminaba siguiendo. Es decir, su defecto lo convertía en jefe. La importancia de la desinhibición, a veces hasta por sobre el talento, es palpable en el show business”.
En países subdesarrollados, los líderes populistas no solamente son convertidos en jefes, sino también en próceres nacionales, tales los casos de Perón, Kirchner y el Che Guevara. Jorge Fontevecchia agrega: “La cohesión que mantiene unida a una tropa anónima es muy diferente de la generada por la amistad personal, la admiración, la identificación y otros nobles sentimientos que caracterizan a lo mejor de la sociedad humana”.
A pesar de los nefastos resultados promovidos por el socialismo, tanto por el nacional-socialismo alemán como por el socialismo internacional soviético, goza de gran aceptación en una parte importante de los “intelectuales”, especialmente en el segundo caso ya que la discriminación social de clases es aceptada y no así la discriminación racial o étnica, aunque produzcan resultados similares. “El hombre en masa pierde su libre albedrío, se siente sin culpa porque delegó su responsabilidad al grupo. En el todo, nadie es uno”. “El totalitarismo aprovecha la grandeza de actuar en nombre de todos para hacer a uno por uno superfluos: la masa es precisamente puro número”.
“La filósofa judía Hannah Arendt, en su libro «La condición humana», se refiere a las masas diciendo: «Comprimidos los unos contra los otros, cada uno está absolutamente aislado de todos los demás». De ahí el poder de los organizadores, que no pocas veces se terminan sirviendo de las masas para su propio beneficio”. “Arendt sostenía que «los hombres, aunque han de morir, no han nacido para eso sino para comenzar», y es esa capacidad de los hombres de agregar algo nuevo, algo propio, lo que los totalitarismos no pueden soportar. Para combatir lo nuevo, suprimen la individualidad y con ella la espontaneidad. El totalitarismo es el gobierno de nadie que termina siendo, en lugar de un no gobierno, un supergobierno. Como el partido único de Lenin, que bajo la premisa de ser la máxima expresión de la democracia porque representaba a la mayoría proletaria, asesinó el concepto de democracia totalizando el concepto de mayoría”. “La agresividad de las masas es un perro rabioso que los políticos siempre lanzan contra sus opositores con el cuidado de que no se vuelva contra su amo”.
En forma semejante a la garrapata, que anestesia parcialmente la piel del perro en donde se instala, para que pase inadvertida su invasión, el ideólogo populista o totalitario tiende a disfrazar sus intenciones utilizando palabras y discursos similares a los de las personas honestas, aunque previamente haya cambiado el significado de la mayor parte de los conceptos empleados en temas sociales. Términos tales como igualdad, justicia social, democracia, derechos humanos, etc., son palabras que han sido tergiversadas para que la “ley de Marx” sea aceptada como algo indiscutible, evidente y obvio, ya que ni siquiera hace falta pensar en ello, implicando dicha “ley” que las personas que tienen cierto éxito económico son perversas mientras que quienes no lo tuvieron son sus víctimas inocentes (lo que a veces puede ser cierto). De ahí la imperiosa necesidad de revertir la situación a través de la expropiación total o parcial de las pertenencias o de las ganancias empresariales. La intensidad de la lucha de clases y la violencia instalada dependerá de la efectividad de la tergiversación antes señalada. Alejandro Katz escribió:
“El balcón ocupó el lugar del púlpito, se pronunciaron arengas a cambio de sermones, el ocasional líder tomó el lugar del sacerdote”. “La política de masas del siglo XX, con su apelación a las emociones y a los sentimientos colectivos, se fue desfigurando en igual medida en que la sociedad sufrió transformaciones. Desde hace veinte años, se conformó un régimen del discurso político que ya no es estrictamente el de la palabra religiosa, sino el de la palabra espectáculo. A la vez modo de organizar la ignorancia acerca de lo que está ocurriendo y de ocultar la historia común y la propia historia de quienes la pronuncian, la palabra espectáculo –heredera de la palabra religiosa en la sociedad de la comunicación- produce, como dice Guy Débord, «relatos imposibles de verificar, estadísticas incontrolables, explicaciones inverosímiles y argumentos insostenibles»” (De “El simulacro”-Grupo Editorial Planeta SAIC-Buenos Aires 2013).
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