Los sistemas descriptivos establecidos derivan de tres fuentes principales: religión (teología), filosofía y ciencia. En el ámbito de la filosofía antigua se aceptaba todo el conocimiento que tenía coherencia lógica aunque no fuese comprobado. La ciencia experimental, por el contrario, además de presentar coherencia lógica (o matemática en algunos casos), responde a comprobaciones de tipo experimental. La filosofía moderna, para mantener su prestigio, debe ser compatible con los resultados comprobados y aceptados en el ámbito de la ciencia experimental, de lo contrario no tendría razón de ser.
Mientras que la ciencia y la filosofía tienen como objetivo describir la realidad, la teología (el saber acerca de Dios) debe compatibilizar sus resultados no sólo con la realidad, sino también con los Libros Sagrados. Cuando ello no es posible, o cuando surgen incoherencias lógicas, se introducen ciertos misterios sagrados para salvar la situación. Bertrand Russell escribió: “En la ciencia, los hombres cambian de opinión cuando adquieren nuevos conocimientos, pero en la mente de muchos, la filosofía se asimila más a la teología que a la ciencia. El teólogo proclama verdades eternas, y los credos no han variado desde el Concilio de Nicea. Donde nadie sabe nada, es inútil cambiar de opinión. Pero la filosofía que yo valoro y que he tratado de buscar es científica, en el sentido de que se puede obtener algún conocimiento definido, y que los nuevos descubrimientos pueden hacer inevitable el reconocimiento de un anterior error, a cualquier mente sincera” (Del “Diccionario del hombre contemporáneo”-Santiago Rueda Editor-Buenos Aires 1963).
La teología, en un sentido amplio, involucra tanto a la religión natural como a la sobrenatural. En el primer caso, se describe a Dios según su obra: la naturaleza con sus leyes naturales. En el segundo caso se lo describe según sus manifestaciones: las revelaciones. Desde el punto de vista de la ciencia, se considera redundante la existencia de una religión natural surgida del hombre y de una sobrenatural surgida de Dios, por lo que se supone que existiría sólo la primera. Paul Foulquié escribió: “La teología natural o teodicea trata de Dios según las solas luces de la razón y la experiencia. La teología revelada se basa en la palabra misma de Dios, tal como él se ha dado a conocer, principalmente por medio de los libros sagrados” (Del “Diccionario del Lenguaje Filosófico”-Editorial Labor SA-Barcelona 1967).
La teología cristiana tiende a identificarse con la filosofía cristiana. Si bien no existen diferencias esenciales entre ambas, puede decirse que teólogo es quien primeramente acepta, mediante la fe, al cristianismo, para sacar conclusiones posteriores. En cambio, el filósofo cristiano es quien, desde la libertad del pensamiento, termina coincidiendo con el cristianismo. Jean L. D’Alembert escribió: “La Teología revelada no es otra cosa que la razón aplicada a los hechos revelados: podemos decir que pertenece a la Historia por los dogmas que enseña, y a la Filosofía por las consecuencias que saca de esos dogmas” (Del “Discurso Preliminar de la Enciclopedia”).
Mientras que la teología antigua partía de la suposición de que la verdad era ya conocida, por medio de la revelación, la teología contemporánea tiende a adoptar posturas más cercanas a la de la ciencia experimental. Bernard Lonergan escribió: “La teología, de ciencia deductiva ha pasado a ser en gran parte en ciencia empírica. Fue ciencia deductiva en el sentido en que sus tesis eran conclusiones que había que probar con las premisas sacadas de la Escritura y la tradición. Se ha convertido en ciencia empírica en el sentido en que la Escritura y la tradición ahora no ofrecen premisas, sino datos que hay que examinar en la perspectiva histórica. Esos datos han de ser interpretados a la luz de las técnicas y métodos contemporáneos. Antes el paso de las premisas a las conclusiones era breve, simple y cierto; hoy, sin embargo, el paso del dato a la interpretación resulta largo, difícil y, en el mejor de los casos, probable. Una ciencia empírica no demuestra: acumula información, crea una comprensión, recoge el mayor número posible de materiales, pero no excluye el descubrimiento de datos ulteriores importantes, o el que emerjan visiones nuevas y se consiga una penetración más comprensiva” (De “Teología de la renovación”-Varios Autores-Ediciones Sígueme-Salamanca 1972).
Desde el punto de vista de la ciencia experimental, que supone que todo está regido por leyes naturales invariantes, se considera que la religión natural resulta compatible con aquélla. Sin embargo, existe un importante sector de pensadores que supone que la ley natural no es invariante, sino que ha de ser interrumpida de vez en cuando (a través del milagro), justificando la existencia de la teología en forma independiente de la ciencia. El citado autor escribe al respecto: “Dios se nos da a conocer de dos maneras: como el fundamento y fin del universo material; y como el que nos habla por medio de la Escritura y la tradición. La primera fundamenta una religión natural; la segunda añade una religión revelada. La primera le permite decir al hombre: «Los cielos manifiestan la gloria de Dios». ¿Qué más podría añadir la palabra humana? En cuanto a la segunda hay que afirmar que, por muy fútil que sea el uso al que se acomodan las palabras, éstas son a pesar de todo vehículos de significados, y que el significado es la materia de la realización del hombre por el hombre”.
“Las fundamentaciones antiguas ya no sirven. No quiero decir que ya no sean verdaderas, pues siguen siendo tan verdaderas como lo fueron siempre. Quiero decir que ya no son apropiadas, recordar que no se puede remendar un vestido viejo con un paño nuevo o echar vino nuevo en odres viejos. Cierto tipo de fundamentación conviene a una teología deductiva, estática, abstracta, universal, que se puede aplicar de la misma manera a todos los lugares y a todos los tiempos. Pero se requiere una fundamentación totalmente distinta cuando la teología pasa de ser deductiva a empírica, de lo estático a lo dinámico, de lo abstracto a lo concreto, de lo universal a la totalidad histórica de los hechos particulares, de las reglas invariables a una adaptación y reajuste inteligentes”.
Existe un aspecto que tiende a crear confusión y es el de la supuesta invariabilidad de la ley natural ante un mundo que poco tiene de invariable. Para comprender esta aparente contradicción se puede recurrir a una analogía. Así, en el caso del ajedrez, resulta ser un juego con reglas que no varían en el tiempo ni en el lugar en que son aplicadas, sin embargo, permiten que el juego vaya evolucionando a medida que los estudios sobre aperturas y demás aspectos van siendo desarrollados. En el caso de nuestro universo, se advierten cambios importantes desde el momento en que existe una evolución desde las partículas fundamentales a la vida, para aparecer luego la evolución biológica y la cultural, etc. Ello no implica que cambiaron las leyes naturales subyacentes a esos procesos; no cambiaron las reglas del juego, sino que cambiaron los efectos que esas reglas permitieron producir.
Un indicio de esta invariabilidad se observa en el caso de la física. Las leyes descubiertas por el hombre son extrapoladas retrospectivamente al inicio del universo o bien a sus confines lejanos, manteniendo su validez dada la concordancia que manifiestan en esos casos. Además, en cuanto a las humanidades, el tiempo transcurrido desde los inicios de la historia comprobable resulta ser ínfimo en comparación con el tiempo necesario para advertir algún tipo de cambio debido a la evolución biológica. Por ello, resulta conveniente seguir adoptando el principio de la invariabilidad de la ley natural como algo consistente con el desarrollo de la humanidad y su descripción.
De la misma manera en que existe una filosofía del arte, de la ciencia, de la técnica, de la religión, etc., existen teologías especializadas, como la teología de la moral, del sentimiento, del racionalismo, etc. Puede decirse que, como teologías cristianas, parten del Evangelio para sacar conclusiones sobre distintos aspectos del hombre y de la sociedad que no han sido explícitamente considerados en los Evangelios. De esa manera se llega a conclusiones que a veces poco tienen que ver con el espíritu de las Escrituras, tal el caso de la denominada “teología de la liberación”. Tal “teología” termina identificándose con el marxismo-leninismo, que es una ideología antirreligiosa y anticientífica, lo que muestra el extravío por el que pasa la Iglesia actual.
La gran diversidad de teólogos y de teologías cristianas tiende a relegar a un lugar secundario las prédicas originales de Cristo, aunque se diga o se pretenda lo contrario. Teniendo presente la existencia de una actitud característica en cada persona, no tiene mayor importancia establecer teologías o filosofías especializadas ya que, buscando objetivos morales, todo se reduce a adoptar la actitud del amor al prójimo, sin la cual carecen de sentido las demás alternativas. Ello se advierte en una sociedad cuando existe una crisis educativa, económica, política, judicial, laboral, religiosa, deportiva, etc., siendo que en realidad lo que se está en crisis es el propio ser humano como integrante del grupo social.
Las teologías especializadas se van conformando mediante la elección de determinadas frases bíblicas haciendo que la Biblia diga todo lo que uno quiera hacerle decir. Sin embargo, lo que ha de buscarse es la fidelidad al espíritu de las escrituras; al objetivo de buscar el triunfo del bien sobre el mal a través de la síntesis establecida por Cristo y difundida por sus seguidores. “Gustavo Gutiérrez buscó los libros sagrados y encontró la lectura adecuada para convertir a los pobres en el sujeto histórico del cristianismo. Estaba en los orígenes, en los salmos, en diferentes pasajes bíblicos, en anécdotas del Viejo y del Nuevo Testamento. Resultaba perfectamente posible, sin incurrir en herejía, afirmar que la misión principal de la Iglesia era redimir a los pobres, pero no sólo de sus carencias materiales, sino también de las espirituales. El concepto de liberación era para Gutiérrez mucho más que dar de comer al hambriento o de beber al sediento: era –como «el hombre nuevo» del Che y de Castro, a quienes cita- construir una criatura solidaria y desinteresada, despojada de viles ambiciones mundanas” (Del “Manual del perfecto idiota latinoamericano” de P. A. Mendoza, C. A. Montaner y A. Vargas Llosa-Plaza & Janés Editores SA-Barcelona 1996).
Se llega, además, al absurdo de que tal “teología” tenga validez aparente en una región del planeta pero carezca de ella en otro sector, incluso para distintos sectores de una misma población. Este es el caso de la “teología” mencionada, apta para promover una mentalidad favorable al subdesarrollo por cuanto tiende a justificar la pobreza culpando al reducido sector productivo sin apenas criticar al no productivo. No sólo considera la opresión de un sector en contra de otro (que puede ser cierto en muchos casos), sino que culpa a los EEUU por todos los problemas que aquejan a los países latinoamericanos. Tal “teología”, lógicamente, no tendrá validez para el empresario eficaz ni para el ciudadano estadounidense normal. En realidad, según se advirtió en décadas pasadas, los “teólogos” que la promueven favorecen la violencia olvidando los serios y catastróficos problemas que el socialismo produjo en los países en donde se lo aplicó.
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