La visión deísta del mundo, compatible con la ciencia experimental, considera la existencia de un orden natural establecido por leyes naturales subyacentes e invariantes, que hacen innecesaria toda posible interrupción. De ahí que descarta la posibilidad del milagro, como una contravención hacia tales leyes, siendo el milagro la interrupción momentánea de la secuencia de causas y efectos por parte de Dios, o bien la alteración de las condiciones iniciales en una secuencia de tal tipo.
Ante la posible existencia de tales intervenciones, el hombre acude a Dios en situaciones de emergencia. Para prevenirlas, lleva imágenes y símbolos religiosos, a veces considerando al propio Cristo como un amuleto de la buena suerte. En este caso, la religión moral no se distingue de un simple paganismo. Algo similar ocurre cuando la oración tiende más a parecerse a un ritual que a un pensamiento inspirado en la idea de Dios. De ahí que Cristo recomendaba: “Cuando recéis, no charléis mucho, como los paganos, que se imaginan que serán atendidos a fuerza de mucho hablar. No os parezcáis a ellos, pues vuestro Padre ya sabe qué os hace falta antes que se lo pidáis” (De “Los Cuatro Evangelios”-Mateo-Ediciones Guadarrama-Madrid 1968).
Se considera a la oración como un pedido a Dios cuya respuesta es el milagro; como si “Dios no supiera qué nos hace falta”. José María Riaza Morales escribió: “Los milagros significan la acogida favorable de una oración, son señales de aprobación, testimonios de benevolencia, advertencias, enseñanzas. Constituyen signos dirigidos por Dios al hombre, un lenguaje divino sobre el fondo de la Naturaleza. «En resumen –se podría decir con el premio Nobel de Medicina Alexis Carrel-, todo sucede como si Dios escuchase al hombre y le transmitiese su respuesta»” (De “Azar, Ley, Milagro”-BAC-Madrid 1964).
Por otra parte, Alexis Carrel escribió: “Fue generalmente admitido que no sólo no existen los milagros, sino que no podían existir. Lo mismo que las leyes de la termodinámica hacen imposible el movimiento continuo, las leyes fisiológicas se oponen a los milagros. Todavía es está la actitud de la mayor parte de los fisiólogos y de los médicos. Sin embargo, en vista de los hechos observados durante los últimos cincuenta años, no puede sostenerse esta actitud. Los casos más importantes de curación milagrosa se han registrado en la Oficina Médica de Lourdes. Nuestro concepto actual de la influencia de la oración sobre las lesiones patológicas está basado en la observación de pacientes que han sido curados casi instantáneamente de diversas afecciones, tales como tuberculosis peritoneal, abscesos fríos, osteítis, heridas supurantes, lupus, cáncer, etc. El proceso de la curación varía poco de unos individuos a otros. A menudo, un dolor agudo. Luego, una sensación instantánea de estar curado. En unos segundos, unos minutos, todo lo más unas horas, se cicatrizan las heridas, desaparecen los síntomas patológicos, vuelve el apetito”.
“El milagro se caracteriza principalmente por una extraordinaria aceleración de los procesos de reparación orgánica. No hay duda de que el grado de cicatrización de los defectos anatómicos es mucho más rápido que lo normal. La única condición indispensable para que el fenómeno se produzca es la plegaria. Pero no es necesario que sea el mismo paciente el que rece, ni siquiera que tenga fe religiosa. Basta con que alguien a su alrededor se halle en estado de oración. Estos hechos son profundamente significativos. Muestran la realidad de ciertas relaciones, de naturaleza aún desconocida, entre los procesos psicológicos y orgánicos. Prueban la importancia objetiva de las actividades espirituales, que los higienistas, los médicos, los educadores y los sociólogos han dejado de estudiar casi siempre. Abren al hombre un mundo nuevo” (De “La incógnita del hombre”–Editorial Época SA-México 1967).
Queda como alternativa suponer que el pensamiento religioso, inspirado en la idea de Dios, sea el que, en forma directa, promueve efectos curativos como los mencionados. En realidad, no existe ningún inconveniente en que el propio Creador actuase cotidianamente solucionando nuestros problemas más acuciantes. Sin embargo, los acontecimientos humanos que contemplamos parecen estar regidos por leyes naturales invariantes. De aceptar lo contrario, surge el interrogante de por qué Dios, si en realidad interviene cotidianamente, permite la existencia de hechos desgraciados, como un accidente, que podría fácilmente evitar modificando en una escena apenas algunos detalles.
La “desgracia”, justamente, se explica aduciendo que la persona que la padece está excluida de “la gracia de Dios”, por no estar protegida por las supuestas intervenciones cotidianas del Creador o por no realizar los pedidos en forma correcta o por no cumplir con los mandamientos éticos. Si se considera que la acción de Dios no lo protege ante la ausencia de oración o de ritual, estamos en una situación netamente pagana, mientras que si se trata de la ausencia de la acción del hombre, se debería al desinterés por adoptar una postura moral compatible con los Evangelios. Nancy A. Allen escribió: “Dios habla al hombre por medio de su Palabra. El hombre habla a Dios por medio de la oración”. “A veces la respuesta ha venido casi inmediatamente; en cambio en otras, hubo una dilación que nos ha estimulado a doblar nuestras rodillas, con corazones solícitos, por la desobediencia no confesada ni abandonada en nuestras vidas, que pudo impedir la respuesta. Muchas veces nuestra fe se transformó en conocimiento y nuestra esperanza en experiencia” (De “La oración eficaz”-Convención Bautista del Río de la Plata-Buenos Aires 1937).
Los accidentes, sin embargo, parecen no seguir una estricta justicia en el sentido de que no tienen en cuenta méritos ni culpas, idea mejor expresada por Jorge Luis Borges: “Ciego a las culpas, el destino suele ser despiadado con las mínimas distracciones….”.
Por lo general, la oración eficaz es la establecida por varias personas quienes, en forma conjunta, invocan a Dios para la curación de una persona enferma. Para que ello ocurra, es decir, para que exista una influencia positiva sin intervención directa de Dios, es necesaria la existencia de transmisiones telepáticas. De esa manera, es posible que la influencia mental favorable de los orantes llegue de alguna manera hasta la persona que requiere de la ayuda.
Si tenemos presente el elemental sistema transmisor-receptor utilizado por Guglielmo Marconi, capaz de enviar información a grandes distancias, y lo comparamos con el complejo cerebro humano, nos extrañaría que nuestro cerebro no pudiese enviar información telepática a grandes distancias antes que sorprendernos por su posibilidad.
“En el caso de las transmisiones telepáticas he tenido la suerte de percibirlas en mí mismo. Si bien se trata de algo simple, fue suficiente para convencerme que la telepatía es algo real y natural. Cuando voy por la calle y miro a una persona, me parece que veo a alguien conocido. La miro más detenidamente y advierto que no la conozco. Sigo caminando y al dar vuelta por la esquina, o al seguir en la misma dirección, aparece la persona que antes creí ver. Esto me ha pasado más de quince veces y supongo que en otras tantas habrá sucedido algo similar sin que le haya prestado atención. Son varias veces y es posible que no haya sido sólo coincidencia, sino una transmisión telepática” (De “Una opinión sobre el mundo”-Pompilio Zigrino-Mendoza 1978).
La religión surge del hombre que mira hacia Dios de la misma manera en que el poder de la oración depende de la acción del hombre que mira a Dios. De ahí la mencionada expresión de Cristo de que “Dios ya sabe lo que nos falta antes de que lo pidamos”. De lo contrario, se caería en la conclusión de que Dios permite el sufrimiento humano cuando puede evitarlo fácilmente, o bien que la gracia de Dios es concedida sin tener en cuenta los méritos siendo su distribución poco igualitaria aunque todos seamos sus hijos. José Ferrater Mora escribió: “El término «gracia» ofrece interés filosófico principalmente en dos sentidos: el estético y el teológico. Hay ciertos elementos comunes en los dos sentidos: la gracia aparece como un don, como una concesión que se recibe sin esfuerzo o mérito, como algo que se tiene o no se tiene” (Del “Diccionario de Filosofía”-Editorial Ariel SA-Barcelona 1994).
Si concluimos con que el poder de la oración depende de nuestro pensamiento y de su transmisión subconsciente hacia los demás, no por ello debemos preocuparnos por adoptar una postura de máxima eficacia como transmisores de ondas mentales, sino que debemos preocuparnos por adoptar la actitud cooperativa asociada al mandamiento del amor al prójimo. Adicionalmente, debemos considerar la existencia de enfermedades inducidas o favorecidas por nuestro propio estado mental, de donde se advierte que la actitud cooperativa mencionada tiende a favorecer la salud en general. Caroline Myss escribió:
“Como todos los grandes místicos, santa Teresa de Jesús había alcanzado un estado cósmico y sus escritos son estudiados, respetados y apreciados en todo el mundo, aunque sus raíces siguen profundamente enterradas en sus orígenes religiosos. Su vida como monja católica era el marco necesario para incubar el genio de sus visiones místicas, que son universales por su magnitud, profundidad y capacidad para conducir a un individuo hacia una profunda experiencia de transformación mística. Baste decir que antes de mi afición por Teresa, la oración había sido para mí un acto mental repetitivo y que la gracia era algo que continuamente luchaba por definir para otros; después de Teresa, la oración se convirtió en la forma de poder más pura para mí y la gracia en el medio para entender por qué sana la gente”.
“Mientras estudiaba la obra de Teresa, me di cuenta de que el vacío que la gente expresa continuamente hoy, su búsqueda de «algo más» en la vida, no es una búsqueda de otro trabajo o de otra pareja. La gente ha perdido su capacidad de asombro, de conectar con lo sagrado: una conexión que no puede establecer intelectualmente. No quiere hablar de Dios; quiere sentir el poder de Dios. Quiere sentirse abrumada de asombro, de una forma que sólo una experiencia mística puede lograr. Quiere silenciar el intelecto que razona, exige e inquiere, y caer en esa experiencia de verdad interior que te deja sin aliento”.
“Me he dado cuenta de que curar no es una cuestión de visualizaciones, sagrados óleos, procesar heridas, encender velas ni nada parecido. En última instancia, sanar es el resultado de un acto místico de rendición, un despertar que trasciende cualquier religión. Es un diálogo íntimo de la verdad entre el individuo y lo divino” (De “Desafiar la gravedad”-Ediciones B SA-Barcelona 2012).
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