Cuando accede al gobierno un político populista, o totalitario, se despiertan en las personalidades individuales algunos aspectos ocultos. Así como todos los seres humanos tenemos un lado bueno y uno malo, que surgen según sean los estímulos exteriores y las circunstancias, existe un lado populista y uno democrático, que resurgen según sea el tipo de gobierno. Hadley Cantril escribió: “Una de las más importantes razones que explican el éxito de Hitler es la capacidad de éste para nombrar y concretar las causas de insatisfacción, para fijar la atención en las causas, reales o aparentes, de la inquietud. Supo descubrir, o inventar, enemigos del pueblo. Un antiguo afiliado explica cómo, después de haber asistido por primera vez a una reunión del Partido Nacional Socialista, «me sentí impresionado por algo que había estado durante mucho tiempo oculto en mi subconsciente, pero que era evocado ahora hasta aparecer a plena luz en mi conciencia. Regresé a casa profundamente conmovido pensando que, si los objetivos y proyectos descritos por el orador eran susceptibles de realización, entonces la vida volvería a merecer la pena de vivirse»” (De “Psicología de los movimientos sociales”-Ediciones Euramérica SA-Madrid 1969).
Un aspecto observado en el hombre masa, a quien lo han convencido de que ejerce el poder que antes estaba en manos del “enemigo”, radica en la forma grotesca de interpretar su nuevo rol social. Incluso adoptando aires aristocráticos e imaginando ser parte de la nobleza, como en otras épocas. Mientras que la nobleza verdadera consideraba como virtud esencial la de servir a los demás, el hombre masa tiende a imitar al falso noble, es decir, al déspota que busca ser servido por los demás. Tal es así que al sector peronista se lo designaba como “la nueva oligarquía analfabeta”, materializando casi a la perfección el fenómeno descrito como “la rebelión de las masas”. Los populismos y los totalitarismos no son medios para establecer una elevación de los sectores menos favorecidos, sino para ocupar en forma ridícula y violenta el lugar ocupado por sus enemigos ocasionales.
Algunas veces hemos advertido, al abrir la puerta de un negocio, mientras observamos que alguien se acerca con varios paquetes tratando de ingresar, que ni siquiera se digna a expresar el menor gesto de agradecimiento, como si fuera nuestra obligación hacerlo ante la presencia del “noble déspota”. El individuo masificado trabaja lo menos posible, y a desgano, por cuanto todo trabajo implica prestar un servicio a los demás, mientras que él pretende ser servido por los demás, y de ahí que surja una actitud negligente que puede interpretarse parcialmente a partir de la actitud mencionada.
Pueden considerarse otros ejemplos, como el del cartero, del correo estatal, que tira la correspondencia casi en plena vereda en lugar de realizar el mínimo esfuerzo de ubicarla en un lugar más seguro. O el del empleado que se siente molesto cuando llega un cliente que lo hace trabajar algo más de lo esperado. Cuando el sector de la población constituido por hombres masa resulta numéricamente importante, la economía tiende a funcionar con un bajísimo rendimiento, constituyendo un verdadero sabotaje al país sin que sea necesario reunirlos para lograr acuerdos previos. Cuando se busca una aparente igualdad social prohibiendo todo tipo de premios y castigos, como ocurre en la educación primaria y secundaria, surge del individuo la posibilidad de expresar todo lo bueno y también todo lo malo, por lo cual las instituciones entran en una etapa de auto-destrucción.
El populista y el totalitario tienen una visión pesimista de la realidad que parte de la presunción tácita de que el hombre es “malo por naturaleza”; en especial el sector social caracterizado como el “enemigo”, culpable de todos los males existentes. Julián Marías escribió: “Al hablar hoy de espíritu positivo pienso en […] la actitud que propende a ver lo bueno, a retener y subrayar el aspecto valioso de lo real. Se contrapone a lo que podríamos llamar el espíritu negativo o «negativista», que busca, casi siempre con afán, el lado peor de las cosas, lo que les falta, lo que disminuye su realidad, las manchas que lo afean. Hay personas que no pueden soportar la perfección, ni siquiera la incompleta que suelen alcanzar hombres y mujeres, realidades naturales, obras humanas. Buscan ávidamente los defectos, se alivian cuando los encuentran, y en todo caso los fingen e inventan. Parecen nutrirse de las faltas, carencias, errores: en suma, del mal”.
“El espíritu positivo, por el contrario, sufre cuando tropieza con todo eso; no deja de verlo, tal vez es más verdaderamente sensible a ello, porque se alimenta de la realidad, la necesita, deriva su alegría de ella, se complace en hallarla. Se llama muchas veces «espíritu crítico» al negativismo, lo cual es un error: el espíritu crítico consiste en mirar atentamente lo real, distinguir lo bueno de lo malo, lo existente de lo carente […] lo verdadero de lo falso, como decía Descartes”.
“El negativismo es, ante todo, un error de cálculo”. “Lo que pasa es que la atención se concentra sobre todo en lo negativo, lamentable, perverso. He recordado muchas veces la definición que Goethe da del demonio: el espíritu que siempre niega. La palabra decisiva es «siempre» -por eso lo peor del diablo es su monotonía-. Hay que negar algunas veces, pero ¿siempre? Goethe emplea certeramente la fórmula del negativismo” (De “Tratado sobre la convivencia”-Ediciones Martínez Roca SA-Barcelona 2000).
Los movimientos políticos dirigidos al hombre masa, tienen bastante adhesión por cuanto lo eximen de culpa por lo que no supo o no quiso hacer, y de responsabilidad ante todo lo que debe hacer. Lo libera de culpa al atribuirla toda al “enemigo” y lo libera de las preocupaciones actuales y futuras sugiriéndole obedecer las directivas de quienes dirigen al Estado.
El progresivo avance populista y totalitario se advierte en el caudal de mentiras que va siendo aceptado cada vez con mayor naturalidad. Las sociedades actuales tienden a vivir una realidad virtual que consiste desfigurar tanto la presente como la histórica, haciendo inciertas las previsiones para el futuro. Julián Marías escribe: “Se trata de conservar o recobrar el sentimiento de la verdad. La condición fundamental es el escrupuloso respeto a ello; el ideal sería el entusiasmo por la verdad. Si se difundiera, la mayoría de los males que nos afligen desaparecerían o se mitigarían”. “El primer paso, el decisivo, es no engañarse ni engañar a los demás. El error es posible, hay «derecho» a él, con la condición de que se reconozca y rectifique. Lo que es intolerable es la mentira. Y se la aplica de un modo aterrador –nada me aterra más que eso-. Hay grupos, partidos, publicaciones, que mienten sistemáticamente”.
“La mentira debe producir el desprestigio, la descalificación inmediata e inapelable. Para ello es menester que «conste», que sea puesta de manifiesto; que el que miente sea enfrentado con su mentira, actual o pretérita. De ella se puede y debe «pedir cuentas». Esto, por supuesto, no se hace, y a nadie se obliga a justificar lo dicho o aceptar las consecuencias. Nada perjudica más la salud de una sociedad que la impunidad de la mentira”.
En la Argentina, si se trata de encontrar el origen de la desunión, del populismo, el totalitarismo, la inflación y varios otros males, incluido el de la mentira sistemática, ese origen es Juan D. Perón. Si uno se atiene a sus escritos, da la sensación de estar “bien intencionados” pero, como se trataba de un mentiroso, sólo eran un disfraz que le permitía encubrir sus verdaderas intenciones. Como al hombre masa le gusta que le mientan sobre su propia realidad personal, sobre la realidad de sus “enemigos” y la de su propia nación, implanta una demanda de mentiras que abre las puertas incluso a futuros populismos. Francisco Domínguez escribió: “No se fortalece, ni se mejora, ni se honra a la escuela argentina, introduciendo en las mentes infantiles la «doctrina peronista»; envenenando el alma de los niños con falsos credos políticos y endiosando a las figuras y símbolos representativos de la omnipotencia del poder en un momento transitorio de la vida de la patria”.
“Esta «revolución nacional» [la de 1943] desembocó en el «justicialismo peronista» identificado con ideologías de extrema derecha que dejaron profundas huellas de dolor, sangre y miserias en la Italia de Mussolini y en la Alemania de Hitler…”. “La lucha de clases fue estimulada y ahondada por una persistente siembra de odios y «venenos» y, en cierto modo, reemplazada por la «armonía» inestable y denigrante de la esclavitud, impuesta por un Estado Omnipotente y Omnisciente: el «Estado peronista», convertido en el más violento, imperioso e injusto de los patrones. Patrón con la suma del poder en sus manos, con todos los derechos de su parte, con las leyes fabricadas y aplicadas a su antojo. Patrón a quien nadie puede imponer obligaciones. Poderoso «amo feudal», dueño de vidas y haciendas, de libertades y de honras, en todo el territorio de la patria, transformada en heredad peronista, manejada y administrada según las conveniencias del amo y de su círculo áulico…” (De “El Apóstol de la Mentira: Juan Perón”-Ediciones La Reja-Buenos Aires 1956).
De la misma manera en que en los países totalitarios existían las habituales “filas de espera”, en la era peronista aparecieron las “colas peronistas” como un reflejo de la situación económica en que habían sumido al país. El citado autor agrega: “El «Estado peronista», con su intervención totalitaria en la economía privada, sólo estimuló la escasez y las necesidades, incrementándolas y multiplicándolas –según los hechos lo evidencian cada día- en nuevos y mayores racionamientos y en largas y penosas colas que la población debe soportar para proveerse de artículos de primera necesidad. (El pueblo argentino está haciendo «amansadoras», de muchas horas, para conseguir –diariamente- las «dosis» de alimentos y combustibles que necesita para poder seguir viviendo en el «Gran Buenos Aires» superpoblado y desorganizado por el peronismo. Hay largas «colas» populares para proveerse de manteca, leche, hielo, papas, verduras varias, kerosene, carbón, etc. Esto sucede con todos los productos esenciales, que escasean, conjunta o sucesivamente, cuando no faltan en absoluto, durante determinados periodos)”.
La era peronista tiene bastante semejanza con el kirchnerismo y más aún con la Venezuela de Nicolás Maduro. No es de extrañar que el propio Hugo Chávez declarara ser un admirador de Perón. De la misma forma en que los chavistas actuales, ante el desastre económico y social que produjeron, descargan todo su odio en la oposición y en el Imperialismo, las masas peronistas descargaban todo su odio en la oligarquía y en el Imperialismo Yankee, siendo la “oligarquía” aludida esencialmente la gente decente y trabajadora.
Las disputas entre democracia y totalitarismo es esencialmente una lucha ética del bien contra el mal y de la verdad contra la mentira. El subdesarrollo argentino persistirá mientras en el país siga reinando la mentira, el ocultamiento y la tergiversación de la realidad, difundidas por el hombre masa con la complicidad de quienes, supuestamente, no lo son (o no deberían serlo).
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