Puede describirse la situación actual de la sociedad argentina como parte de una etapa en que predomina el salvajismo sobre la civilización, ya que el ciudadano común debe tomar toda clase de recaudos para evitar ser victima de algún acto delictivo. Esto no implica que numéricamente predominen los delincuentes sobre las personas decentes, sino que se advierte un notable aumento del porcentaje de delincuentes respecto del total. Si se trata de definir en qué consiste el salvajismo aludido, puede hacerse una síntesis en los siguientes atributos personales de los delincuentes:
a) Viven para el consumo de alcohol y de drogas
b) Se jactan de su grosería y ordinariez
c) Se divierten alentando o participando en peleas callejeras sin motivo aparente
d) Se burlan y provocan a los demás cuando la circunstancia es propicia
e) En acontecimientos deportivos, generan violencia tanto en el triunfo como en la derrota
f) Roban bajo amenazas y se jactan por obtener bienes sin trabajar
g) Cuando cometen un asesinato, sienten orgullo por haberlo realizado
Si bien en todas las sociedades existen individuos con tales características, cuando aumenta su porcentaje relativo, resulta ser un indicio de que ese comportamiento es permitido, tolerado o favorecido por la sociedad. De ahí que el concepto de incivilización puede asignarse a la sociedad y al Estado que, a través de sus instituciones, ampara y estimula el comportamiento salvaje de varios de sus integrantes. El salvajismo resulta ser la violencia inducida por la incivilización.
Respecto del delincuente común, Kate Friedlander escribió: “Lombroso llamó a estos delincuentes «criminales natos», y creyó que representaban un tipo subnormal, una vuelta al «hombre primitivo». Ya en esa época subrayó la similitud entre ciertos aspectos de la mente del criminal nato y la infantil, tales como su gran preocupación por el momento presente, su falta de inhibición, la anulación o paralización de experiencias anteriores o consideraciones prospectivas en razón de motivos momentáneos”.
“Según East y Hubert el delincuente común constituye el 80% de la población de las prisiones. En el presente no se acepta ya la concepción de «criminal nato». Supónese ahora que esos delincuentes son mentalmente normales, es decir, que no presentan señales de deficiencia mental, psicosis, neurosis o enfermedad orgánica del cerebro. Observados en la vida adulta y a nivel de una investigación superficial, podría recogerse la impresión de que han elegido la vida criminal por propia voluntad” (De “Psicoanálisis de la delincuencia juvenil”-Editorial Paidós-Buenos Aires 1967).
Cuando el marco legal permite que peligrosos delincuentes transiten tranquilamente por las calles, promueve el surgimiento de la “justicia por mano propia”, que es también una forma de salvajismo. De ahí que las leyes permisivas, impuestas por el garanto-abolicionismo, sean también una expresión de salvajismo, ya que lo favorecen en forma directa liberando al delincuente como indirectamente justificando la “justicia espontánea” a la que se ven obligados a recurrir quienes pretenden conservar su propia vida.
Hágase una encuesta, en la época y en el lugar que se quiera, acerca de la aceptación, o no, de un ladrón o de un asesino, ya sea como amigo, conocido, vecino o cercano caminante circunstancial, y se advertirá que mayoritariamente existirá un rechazo ante el temor de ser una nueva victima. De ahí que exista una autoexclusión social del delincuente, favorecida por el marco legal que trata de liberarlo de las penalidades correspondientes.
Como el proceso iniciado en la Argentina tiende a destruir la nación en lo moral, lo social, lo económico, lo educativo, etc., resulta necesario encontrar las motivaciones ideológicas que promueven y favorecen tal tentativa. Todo parece indicar que se origina en el pensamiento de izquierda que culpa al “sistema capitalista” por la exclusión social y los conflictos subsiguientes. De esa forma, se tiene el pretexto adecuado para intentar destruirlo.
En realidad, en nuestro país predomina, por decisión mayoritaria, un intervencionismo económico que apunta mucho más al socialismo que a una economía de mercado, si bien convenga al ideólogo totalitario considerarlo como el gran enemigo que reúne a la oligarquía, la burguesía, la civilización occidental y el imperialismo yankee. Luego, se lo culpa por haber marginado a quienes se convirtieron en delincuentes por obra y gracia de una previa exclusión; y de ahí la “justa reivindicación” que, se supone, se ha de lograr eximiéndolos de las penalidades correspondientes, como las empleadas en todo país civilizado.
La siguiente descripción de la sociedad hace referencia a una sociedad democrática y “capitalista”, aunque en realidad se ajustaría mejor al caso del socialismo que se trata de imponer. José Canton Duarte y María Cortes Arboleda escriben: “Las sociedades modernas están integradas por un grupo central que comprende gobierno, industria, finanzas, ciencia, ingeniería, ejército y enseñanza. Alrededor de este núcleo existe todo un conjunto de consumidores, organizado por quien ocupa el centro. Finalmente, en la periferia, están los marginados, los que no tienen ninguna función significativa”. “En nuestra sociedad, fundamentada en la organización, se pone de manifiesto la importancia de conformarse a las reglas, así como a la tendencia de los grupos organizadores a apoyarse entre sí, para conseguir sus fines. Estos grupos intentarán por todos los medios aislar y neutralizar a individuos y grupos que ofrezcan resistencia, de manera que no puedan acceder al poder; se impide así que dispongan de los medios que les permitirían alcanzar los fines y valores «marginados» que puedan perseguir”.
“Pero, ¿qué se entiende por «individuo marginado»? Aquel que se encuentra fuera o en el límite de la norma, manteniéndose en el seno de la ideología médica o de la judicial, que consiguen abarcarlo, explicarlo y controlarlo. Al presuponer que se trata de personalidades originariamente anormales, son incluidos en el terreno médico o penal, sin que su «desviación» (el rechazo de una serie de valores relativos, propuestos y definidos como absolutos e inmodificables) ponga en evidencia la validez de la norma y de sus límites”.
“Toda sociedad hace de la enfermedad lo que más le conviene, de manera que es posible hablar de una estrecha relación entre psiquiatría y política, porque la psiquiatría defiende los límites de la norma. Si bien la política no cura a los enfermos mentales sí los hace enfermar, ya que formula una definición con un significado político preciso (la definición de enfermedad sirve para mantener intactos los valores de norma que son discutidos)”. “Se da una evidente contradicción en esta doble misión de hombre de ciencia y conservador del orden establecido, dado que el hombre de ciencia debería salvaguardar y curar al enfermo, mientras que el vigilante del orden tiende a salvaguardar y defender al hombre sano. Al «curar» al individuo que se sale de la norma, la principal preocupación suele ser la de su adaptación a la norma y el mantenimiento de los límites de ésta” (De “Marginación e inadaptación social”-Ediciones Iberoamericanas Quórum-Madrid 1986).
No solo se considera a los psiquiatras como “conspiradores sociales” a favor del capitalismo, sino a todo lo que se oponga al socialismo. Este es un fenómeno sociológico universal que depende de la psicología de los individuos antes que de las circunstancias sociales. Ludwig von Mises escribía sobre su Austria natal de principios del siglo XX: “El Partido Socialdemócrata…daba por descontado que todo el mal del mundo brota del capitalismo y que desaparecería con la transición al socialismo. Consideraba al alcoholismo como producto del capital productor de alcohol, la guerra como producto del capital productor de armas, y la prostitución un fenómeno exclusivo de la sociedad burguesa. La religión era simple invención de los curas para doblegar a los proletarios. La escasez de bienes económicos se debía exclusivamente al capitalismo, mientras que el socialismo produciría riquezas insospechadas para todos”.
Se coincide en que la persona “anormal” es la que no responde o no respeta las normas de convivencia aceptadas mayoritariamente por la sociedad, lo que no implica que la sociedad en conjunto se haya adaptado de la mejor manera a las leyes naturales que rigen nuestra naturaleza humana. Pero en el caso considerado, se está hablando de robos y de asesinatos, y no de costumbres culinarias o culturales típicas que pueden ser aceptadas, o no, sin que por ello alguien deba ser catalogado de marginado o anormal.
Los inconvenientes que afronta una sociedad son observados por todos, aunque interpretados de distinta forma. Así, mientras unos tratan de solucionar tales problemas mejorando éticamente a los integrantes de la sociedad, otros tratan de destruirla para reemplazarla por un “sistema social y económico más justo” (que por lo general empeora las cosas). El sector ideológico de izquierda, que promueve esta posibilidad, tiene muchos adeptos, incluso algunos que han sido, o serán, víctimas de la violencia urbana promovida para favorecer tal destrucción. Puede decirse que la sociedad está conducida ideológicamente por el totalitarismo. Ludwig von Mises escribió: “El triunfo filosófico de las ideas que glorificaban la intervención del Estado, es decir la acción de agentes armados, lo consiguieron Nietzsche y George Sorel. Éstos acuñaron la mayor parte de los eslóganes que guiaron las carnicerías del bolchevismo, del fascismo y del nazismo. Intelectuales que exaltaban el placer del asesinato, escritores que invocaban la censura, filósofos que juzgaban los méritos de un pensador o de un autor no sobre la base del valor de sus aportaciones sino según las hazañas realizadas en el campo de batalla, éstos fueron, en nuestro tiempo, los líderes intelectuales de la perenne lucha contra la idea de la cooperación pacifica entre los hombres” (De “Autobiografía de un liberal”-Union Editorial SA-Madrid 1984).
Por otra parte, Erich Fromm escribió: “El régimen ruso demostró que la planificación centralizada puede hasta crear un grado de regimentación y autoritarismo mayor que el que pueda encontrarse en el capitalismo o en el fascismo”. “Lo que significa que Marx y Engels estaban equivocados al pensar que un cambio legal de la propiedad y una economía planificada bastaban para producir los cambios sociales y humanos que deseaban” (De “Psicoanálisis de la sociedad contemporánea”-Fondo de Cultura Económica-México 1956).
Entre los partidarios de la destrucción del orden social pareciera predominar el odio a la sociedad y a la especie humana sobre el amor hacia sus familiares y hacia ellos mismos. Muestran una moral individual normal que se contrapone a una moral social que tiene muchas deficiencias.
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