Mientras que muchos individuos tratan de eludir la elemental búsqueda de un trabajo genuino y productivo, y la posterior inversión parcial de recursos logrados, los distintos países buscan soluciones a sus problemas haciendo trampas a las leyes del mercado, que pronto se rebelan cuando ignoran sus normas. La búsqueda insistente de créditos, la redistribución de la producción o la excesiva emisión monetaria son algunas de las alternativas buscadas en reemplazo del trabajo y de la inversión genuina. De ahí que tengamos dos posturas extremas, denominando justicia natural a la situación emergente del trabajo, la inversión y el mérito, y justicia social a la situación emergente de la distribución de la producción por personas ajenas a la misma.
“Justicia social: Se refiere fundamentalmente a la justicia distributiva, en donde juega un papel importante el poder político, ya que es precisamente la autoridad del Estado la que está especialmente obligada en virtud de este tipo de justicia. En este caso es al individuo a quien se le es debido”.
“La obligatoriedad que entraña la norma de justicia distributiva o social va dirigida a la sociedad global: a quien gobierna, a quien legisla, a quien «administra» el bien común general”. “La justicia social es la justicia propia de la función de gobernar, la cual debe tender no solamente al logro del bien general sino también a salvaguardar y respetar la dignidad de cada individuo, facilitándole el acceso a los bienes y servicios fundamentales (a él y a quienes de él dependan)” (Del “Diccionario de Sociología” de Enrique del Acebo Ibáñez y Roberto J. Brie-Editorial Claridad SA-Buenos Aires 2006).
La justicia social así considerada, coincide bastante con el ideal de los regímenes totalitarios en donde el Estado, o quienes lo dirigen, sustentan la creencia de que ellos, los políticos, están capacitados tanto ética como intelectualmente para redistribuir las riquezas producidas por otros y que, a la vez, quienes las producen no poseen la mencionada capacidad. Esta creencia implica cierta descalificación al sector empresarial a favor de una sobre-valoración del sector político, creencia que nadie, desde la psicología, ha podido justificar todavía.
Desde el punto de vista de la justicia natural, se supone que la distribución de la producción se ha de realizar a través del intercambio de bienes, servicios y trabajo en el ámbito del mercado. Como no todas las personas están capacitadas para la actividad laboral, el Estado se ha de encargar de esos casos con la contribución empresarial por medio de impuestos. De ahí que esta postura contemple, además, las obligaciones morales que surgen de la comunidad para cubrir las necesidades que no pudo el mercado o el Estado. De esta forma, se tiende a buscar mejores resultados ya que, por lo general, el proceso de redistribución de las riquezas (justicia social) tiene rendimientos del 30% en países con mediana corrupción (EEUU) y bastante menores en aquellos con elevada corrupción. Milton Friedman escribió: “Los programas estatales de asistencia a los pobres son un fracaso, a los que se agrega el fraude y la corrupción”.
La situación ideal implica una integración y coordinación entre Estado y mercado para intentar solucionar los problemas concretos. Sin embargo, quienes defienden el sistema de ayuda estatal, pretenden la exclusividad como benefactores, desalentando la ayuda voluntaria e individual, actividad que enaltece a las personas. El reemplazo de la justicia natural por la justicia social no sólo produce malos resultados económicos, sino también sociales. Wilhelm von Humboldt escribió: “En la medida en que cada individuo descansa en el asistencialismo del Estado, abandona su responsabilidad sobre la suerte y el bienestar de sus semejantes”.
La prioridad redistributiva, en lugar de la productiva, señala una actitud favorable hacia el subdesarrollo en lugar del desarrollo. Ella surge de la idea de que la riqueza no se genera, sino que está ahí, disponible para todos. Carlos Mira escribió: “La inclinación valorativa de una sociedad a generar riqueza por oposición a otra en la que el sesgo sea hacia la distribución de lo que hay, determinará cuál posee valores compatibles con el desarrollo económico y cuál manifiesta hábitos contrarios a él”.
“Caer en la conclusión de que ser socialmente justos es repartir esa riqueza entre los que viven en la Argentina es muy fácil. Si la riqueza es una especie de montaña estática de activos, lo más justo es tomarlos y dividirlos entre todos. También es una consecuencia derivada de este pensamiento que, hasta que no se haga esa división aritmética, si unos tienen más que otros, es señal que ésos se han «apoderado» (presumiblemente de modo ilegal) de una porción desproporcionada de riqueza común, por lo que el camino para igualar los tantos será ir y arrancarles de su patrimonio lo que antes arrancaron ellos del patrimonio de todos”.
La asistencia estatal se ha desvirtuado al ser utilizada como medio político para la compra de votos (clientelismo), que incluso puede alcanzar a varias generaciones que responden con una actitud de eterno agradecimiento. La búsqueda de la exclusividad distributiva caracterizó la labor de Eva Perón y su Fundación, mientras que la caridad cristiana, la verdadera, exige silencio y humildad incluso para repartir de lo propio.
La Fundación Eva Perón publicitaba exageradamente su “generosidad” repartiendo lo ajeno. Alberto Benegas Lynch (h) y Enrique Krause escribieron: “A partir del protagonismo de la Fundación Eva Perón y de la Secretaría de Trabajo y Previsión se impuso, mediante una abrumadora campaña masiva de difusión, un «nuevo concepto de beneficencia». Se intentó por todos los medios eliminar el concepto de ayuda al necesitado para reemplazarlo por el criterio de «justicia» al damnificado”. “Según esta concepción, la pobreza no era una cuestión que demandara ayuda de los benevolentes sino que requería ser «indemnizada» por tratarse de un acto de injusticia. La «ayuda social» era más bien un acto de «justicia» que de benevolencia. El Estado era el encargado de remediar, de equiparar el daño realizado al pobre”.
“El cambio fue llevado a cabo de una manera violenta, a pesar de que ya se estaba insinuando en los escritos y las demandas de los socialistas de los años veinte. No obstante el odio impulsado desde la Fundación Eva Perón hacia las entidades voluntarias de beneficencia fue determinante del cambio de mentalidad”. “Las entidades de beneficencia y los socorros mutuos fueron desapareciendo paulatinamente a medida que crecía el protagonismo del Estado benefactor y de su brazo privado, la Fundación”. “Es más, dichas entidades fueron victimas de persecuciones físicas y de una fuerte campaña de desprestigio que las relegó a tareas marginales y acaso ocultas” (De “En defensa de los más necesitados”-Editorial Atlántida SA-Buenos Aires 1998).
Ahora no sólo se busca remediar la pobreza, sino la desigualdad (para que no se sienta envidia). Sin embargo, al culpar a un sector de la sociedad por la pobreza y la desigualdad, se promueve la violencia urbana. Carlos Mira escribió: “Desde las iglesias de las grandes ciudades hasta las capillas más humildes de los más ocultos rincones del país, se ha llevado a los oídos de los fieles la creencia en el reparto de la riqueza existente (solidificando la imagen de la riqueza como una montaña de bienes inmutables) y en la superioridad moral de la pobreza”. “El repiquetear constantemente sobre la mente de personas, ya bastante castigadas por las condiciones a las que el subdesarrollo las obliga a vivir, con la idea de que lo que a ellas les falta lo tienen otros, puede transformarse en algo muy peligroso para la tranquilidad pública. Del mismo modo, intentar una explicación económica del delito por la vía de justificar (o explicar) la delincuencia como una especie de consecuencia lógica de la pobreza puede llevar a la sociedad a experimentar hechos constantes de desasosiego al encontrar los delincuentes casi una licencia sociológica que justificaría y explicaría su accionar”.
“Este peligro se ha verificado y profundizado en la Argentina de los últimos años. Una extendida ola de explicadores profesionales de la delincuencia ha deslizado la idea de que la sociedad injusta ha marginado a los pobres y que éstos han salido a la calle, cargados con armas y municiones, para arrancar lo que creen que otros le privaron de disfrutar. Acto seguido, casi justifican ese accionar como la consecuencia de situaciones sociales de privaciones que parecerían justificar el robo, el asesinato, el secuestro y hasta la violación. Para estos cráneos, estas acciones vendrían a «equiparar los tantos» de una Justicia Divina a la que se ha desconocido”.
“No resulta extraño entonces, que sean, justamente, las tendencias izquierdistas de la sociedad las que más se destacan a la hora de elaborar las «teorías socioeconómicas del delito», porque ellas deben ver a los delincuentes como a los proletarios que están «arrancándole a la burguesía todo el capital» en una especie de avanzada hacia su consolidación como «clase dominante»”. “Haber llegado a elaborar, con pretensiones de seriedad, teorías que justifican el delito y la delincuencia; haber elevado a posiciones trascendentes a propagadores de esas teorías y haber insinuado que la delincuencia es una especie de compensación por la injusticia social, es suficiente como para demostrar en qué línea está la Argentina. Es obvio que, siguiendo esa línea, no habrá desarrollo económico” (De “Así somos…y así nos va”-Ediciones B Argentina SA-Buenos Aires 2007).
Quien está a favor de los pobres, y de toda la sociedad, es el que trabaja y produce; quienes están en contra de los pobres, y de la sociedad, son los que pretenden repartir lo ajeno (quedándose con la mejor parte) y sin siquiera intentar producir algo por sus propios medios. Quizás la manifestación más escandalosa del relativismo moral es aquella que otorga al “redistribuidor” un supuesto mérito, mientras que descalifica al productor asignándole cierta culpabilidad. Ésta es la escala de valores predominante en el subdesarrollo. Incluso el sector redistribuidor promueve la violencia urbana, con los mismos autores ideológicos del avance guerrillero de los setenta, con una finalidad aparente similar: destruir la sociedad.
La violencia urbana, como reacción a la falta de respuestas ante la justicia social, elimina a ricos y pobres, a empresarios y obreros, a policías y militares, produciendo efectos similares a los que en su momento produjo la guerrilla de los 70, pero con menores dificultades, ya que esta vez, sin el apoyo de la URSS y sin tener que enviar unos 6.000 guerrilleros a adiestrarse a Cuba, pero con el apoyo del garanto-abolicionismo penal y el kirchnerismo, la izquierda ha logrado mantener intactos los ideales destructivos que Marx y Lenin promovieron respecto de la sociedad capitalista. De ahí la opinión de Marcos Aguinis cuando caracterizaba a la acción kirchnerista como “la venganza de los Montoneros”.
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1 comentario:
Excelente nota, habría que tomar cada párrafo y trabajar en la superación de un diagnóstico y llegar a una conclusión de acción. Quien no entienda los conceptos de esta nota carece de la más mínima vergüenza que guía a cualquier hombre decente.
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