Mientras que los políticos populistas, tanto como los totalitarios, necesitan de un enemigo, real o ficticio, para ofrecer al pueblo su “generosa protección”, el pueblo “protegido” requiere de alguien que oriente o conduzca parte del disconformismo individual ya existente, surgido por diferentes motivos personales, y también inducido por las difamaciones que surgen de los políticos hacia ese enemigo. Cada vez que existe odio, ha de existir un enemigo, ya que enemigo es la persona por quien se siente odio.
En un sistema democrático, por el contrario, existe competencia entre rivales ocasionales en lugar de una confrontación entre enemigos, como ocurre en los sistemas pseudo-democráticos. En los regimenes totalitarios ya constituidos, la lucha se materializa en persecuciones, exclusiones, exilios e incluso hasta la eliminación selectiva del bando opositor. Ernesto Che Guevara expresó en un discurso: “El odio como factor de lucha, el odio intransigente al enemigo, que impulsa más allá de las limitaciones naturales del ser humano y lo convierte en una eficaz, violenta, selectiva y fría máquina de matar. Nuestros soldados tienen que ser así: un pueblo sin odio no puede triunfar sobre un enemigo brutal” (Citado en “Por amor al odio” de Carlos Manuel Acuña-Ediciones del Pórtico-Buenos Aires 2000).
Una personalidad opuesta a la anterior es la del Mahatma Gandhi, ya que, mientras que Guevara luchó para que los pueblos latinoamericanos cayeran bajo la opresión del Imperialismo Soviético, Gandhi luchó para que la India se liberara de la opresión del Imperialismo Británico. La India mantiene actualmente su libertad y su dignidad, mientras que el pueblo de la Cuba castrista-guevarista todavía tiene que padecer el encarcelamiento debido a una eterna fidelidad a un imperio terrorífico que ya no existe. Gandhi escribió: “Supongo que soy incapaz de odiar a criatura alguna. A través de un largo camino de disciplina y oración he logrado, en los últimos cuarenta años de mi vida, llegar a no odiar a nadie”.
En cuanto a la visión que Gandhi tenia de la política, escribió: “Poder político significa capacidad para regular la vida de la nación a través de sus representantes nacionales. Si la vida de la nación se vuelve tan perfecta como para regirse a sí misma, la representación se vuelve innecesaria. Surge entonces un estado de anarquía ilustrada, en que cada uno es su propio soberano. Cada uno se gobierna a sí mismo de manera que jamás es un estorbo para el prójimo. En ese estado ideal, no existe el poder político, porque no existe el Estado. Pero el ideal no se da jamás en la vida real. De ahí, la clásica aseveración de Thoreau que dice: «El gobierno mejor es el que gobierna menos»” (De “Pensamientos escogidos” de R. Attenborough-Emecé Editores SA-Buenos Aires 1983).
Tanto el amor como el odio son aspectos inherentes a la naturaleza humana y pocos están exceptuados de poseerlos en alguna medida. Así, mientras algunos traen desde nacimiento una personalidad sin una pizca de maldad, otros pocos la traen sin una pizca de bondad, poseyendo el resto ambas actitudes. El “largo camino de disciplina y oración” mencionado por Gandhi implica tomar conciencia de los defectos personales conociéndolos, expresándolos mediante palabras y razonando sobre ellos. Luego de esa primera etapa, viene la adaptación emocional a tales ideas que resultarán predominantes.
Políticamente hablando, si uno quitara toda referencia al enemigo en el discurso populista o totalitario, perdería toda su fuerza y toda su elocuencia. En forma similar, los individuos que suspenden momentáneamente en sus conversaciones toda referencia al enemigo, se muestran incomunicativos y poco creativos hasta en un simple y elemental diálogo. Además, parecería que en esos casos se les quitara el sentido de sus vidas que consiste en ver liquidado o derrotado a su enemigo (por lo cual tendrían la imperiosa necesidad de cambiarlo por otro).
Como el que siente odio es la persona inferior, siendo el odio el perverso agregado de burla y envidia, tratará de disfrazar de alguna manera su actitud, recurriendo necesariamente a la mentira y al disimulo. Incluso la difamación y la calumnia al enemigo, junto a la tergiversación de los hechos concretos de la realidad, forman parte de tal actitud mentirosa y encubridora. Friedrich Nietszche escribió: “No se odia mientras se menosprecia. No se odia más que al igual o al superior”.
De la misma forma en que un país se considera económicamente subdesarrollado, puede considerarse culturalmente subdesarrollado cuando es dirigido mentalmente por algún líder populista o totalitario, ya sea que esté vivo o sea un difunto. Por lo general, el desarrollo y el subdesarrollo se dan simultáneamente tanto en el aspecto económico como en el cultural. En el caso argentino, tenemos dos naciones bien diferenciadas; una que adopta como líderes a Cristo y a San Martín, y otra a las controvertidas figuras de Perón, Eva Duarte y el Che Guevara. La primera aspira a la unión en el amor y la libertad, mientras que la otra busca someterla y denigrarla. Como ejemplo de tal actitud, podemos mencionar una insinuación a la violencia emitida por Perón: “Por cada uno de los nuestros que caiga, caerán cinco de ellos”. No reclamaba una venganza equitativa, de uno por uno, sino una más amplia, por lo cual puede imaginarse el nivel existente de odio en su resentida personalidad. Debe aclararse que ésta no fue una expresión surgida en un momento de ofuscación, ya que otros llamados a la violencia fueron emitidos durante la primera y, especialmente, durante su segunda presidencia.
Si nuestras preferencias políticas surgieran de nuestra razón, y no tanto de nuestras emociones, quizás los conflictos podrían solucionarse en tiempos prudenciales. Sin embargo, nuestra propia naturaleza humana parece estar orientada principalmente por los afectos, ya sean positivos o negativos, y de ahí la perdurabilidad de los antagonismos y las crisis sociales. Ernesto Sandler escribió: “Hasta hace muy poco, los científicos consideraban que la adhesión emocional a cualquier idea debía pasar por el filtro de la razón. Esta presunción daba por sentado que la adhesión emocional a una idea era posterior a un análisis objetivo y valorativo a cargo de nuestra mente racional. Recién cuando la conciencia terminaba de analizar y verificar racionalmente la certeza de una idea, se pasaba a un estrato mental dominado por las emociones subjetivas. Sin embargo, la neurociencia ha puesto de manifiesto que los mecanismos mentales no se dan habitualmente de esa manera ni transitan ese camino tan lineal y perfecto”.
“La neurociencia ha puesto en evidencia que los sentimientos, emociones, intuiciones y pasiones influyen notablemente en nuestra mente. Por ende, condicionan el análisis objetivo de las ideas antes de que intervenga la razón. Se ha comprobado que la mayoría de la gente sostiene ideas y adhiere a ellas sin haberlas analizado ni verificado empíricamente. Es decir que el paso de la conciencia racional a la conciencia emocional suele ser a la inversa de lo que antiguamente se sostenía. De esta forma, la adhesión a las ideas comienza habitualmente con los sentimientos y emociones subjetivas”.
“Este descubrimiento de la neurociencia explica por qué la mayoría de las veces la subjetividad suele predominar en la formación de un ideario, dejando de lado todo tipo de objetividad científica o verificación empírica. La influencia de los estados emocionales llega a ser tan importante que induce a la adhesión a ideas totalmente irracionales o que no describen objetivamente la realidad”. “En el caso argentino, no hay duda de que las sucesivas crisis económicas, el desengaño por las promesas fallidas, la desesperanza ante los fracasos de los planes económicos y las promesas demagógicas, han contribuido a la construcción de un pensamiento colectivo sustentado en las emociones subjetivas, más que en la razón objetiva. Ante las reiteradas crisis, la gente duda de la certeza de las ideas de quienes se autoproclaman expertos. Los argentinos prefieren aferrarse a sus sentimientos primarios, a experiencias personales, a creencias sobre hechos ocurridos en el pasado y hasta a concepciones religiosas, antes de basarse en un conocimiento objetivo” (De “El Estado terminator”-Mucho Gusto Editores-Buenos Aires 2014).
Hace algunos años, Néstor Kirchner rompe sus relaciones con el, hasta entonces, aliado Grupo Clarín debido a que publica denuncias realizadas por posible corrupción del gobierno. Al respecto dijo: “Esto no es una pelea. Es una guerra. Una guerra total. Pero no te preocupes. A esta guerra la voy a ganar yo, mientras me quede plata y poder”. “Esto va a ser una guerra total. Aquí no va a haber espacio para hacerse el boludo. O estás conmigo o estás con ellos” (De “Él y ella” de Luis Majul-Grupo Editorial Planeta SAIC-Buenos Aires 2011).
Orientando el odio previamente existente en el sector kirchnerista, sus adeptos pasan desde la adhesión a un aliado de su jefe espiritual al odio más intenso debido a su absoluta incondicionalidad. Este comportamiento se ha intensificado luego de la desaparición de Kirchner. Incluso si alguien critica al actual gobierno de CFK, sus incondicionales seguidores lo descalifican presuponiendo cierta estupidez preguntando si tal opinión adversa la leyó en Clarín. Mientras mayor es la obsecuencia hacia el líder, mayor es la soberbia evidenciada ante los opositores.
Los pueblos poco democráticos dependen bastante del estado mental de sus Presidentes. En la Argentina, si uno indaga acerca de la niñez y adolescencia de Perón, Eva, o los Kirchner, encontrará la explicación de sus nefastos comportamientos. Por razones similares, la médica cubana Hilda Molina pedía para Cuba alguien “normal” que resolviera su severa crisis: “Pienso que lo primero que tiene que ser un dirigente de cualquier país es ser una persona normal”. “Normal quiere decir un ser humano que cuando habla no ofende, no insulta, que hace raciocinios mesurados, que no anda en confrontación con el mundo entero, como no solamente Fidel Castro hace. Que lo mismo se sienta a dialogar con uno que lo ha estado ofendiendo hasta el momento”.
Quienes promueven el odio masivo entre sectores, y aun entre países, buscando objetivos personales, degradan a sus propios pueblos burlándose de ellos en silencio cuando buscan desesperadamente el lujo y las riquezas materiales que tanto critican en el “imperio enemigo”. Hilda Molina agrega: “La injusticia social no es justo que exista. Hay gobiernos que utilizan este sentimiento como coartada para justificar su incapacidad y hasta su propia corrupción. Es significativo que haya personas que se han enriquecido gobernando países pobres, que tienen a sus hijos estudiando en Europa y que ven como lo peor al capitalismo salvaje. Culpan de todas las cosas que suceden en sus propios países a los EEUU. Ahí se unen una coartada y una hipocresía del individuo que pregona de una manera y vive de otra. Si usted critica tanto a los norteamericanos, usted debiera ser una persona muy humilde. Ahora, si usted vive como el más rico y millonario de los estadounidenses a expensas de su propio pueblo, usted es un hipócrita” (De “Reportajes 2” de Jorge Fontevecchia-Editorial Sudamericana SA-Buenos Aires 2010).
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