La ciencia política, al describir el accionar humano, y al no tener presente una posible optimización de ese accionar, se asemeja a una ética que describe las acciones del hombre tales como realmente son, renunciando a establecer una optimización de ese comportamiento. De ahí que se asocie la política a la tendencia del hombre a acumular poder como si ello fuese la finalidad esencial de la gestión pública, de donde la política normal y corriente parece ser el resultado de los consejos de Maquiavelo antes que de algún moralista distinguido. Manuel Pastor escribió: “Resulta así que «lo político» es aquel ámbito de lo social en que se producen relaciones de poder, esto es, relaciones de mando y obediencia o bien –y ello dependiendo de los factores que uno decida acentuar- se trata de aquel ámbito en el que se dirimen los conflictos entre los grupos sociales por los bienes colectivos. En otras palabras, un espacio de lucha de intereses no exclusivamente formal y cuyo resultado es favorecer a unos con preferencia de otros. La política trata, por tanto, como decía H. Lasswell, de quién consigue qué, cómo y cuándo”. “La Ciencia Política se ocupa, en consecuencia, del estudio de los fenómenos de poder y de conflicto en nuestras sociedades” (De “Ciencia Política”-McGraw-Hill/Interamericana de España SA-Madrid 1988).
Al asociar la palabra “poder” a la capacidad que un hombre posee para influir sobre los demás, el poder que trata la política estará asociado a la posibilidad de influir sobre los demás a través del Estado. También Gandhi poseía suficiente capacidad para influir sobre los hombres, pero fuera de ese organismo, ya que logró la independencia de la India oponiéndose al Estado dirigido por el Imperio Británico. Para ello priorizó el factor humano orientándolo hacia una mejora ética ya que para él el autogobierno individual era la base indiscutible para intentar luego que su país pudiera autogobernarse con éxito. “El bien viaja a paso de tortuga. Aquellos que quieren hacer el bien no son egoístas ni están ungidos, ellos saben que inocular el bien en los demás requiere largo tiempo”.
Si nos imaginamos un futuro en el cual ha de predominar la actitud cooperativa del hombre sobre las restantes, acercándose al cumplimiento del mandamiento cristiano del amor al prójimo, se advierte que, en ese caso, habría de surgir el reino de la igualdad y de la libertad, por cuanto todos se regirían por las leyes naturales eternas antes que padecer alguna forma de dependencia subalterna respecto de otros hombres. El Estado casi no sería necesario ni tampoco los policías, militares y abogados, entre otras actividades. La situación ideal mencionada ha sido calificada por Gandhi como la “anarquía ilustrada”, escribiendo al respecto: “Poder político significa capacidad para regular la vida de la nación a través de sus representantes nacionales. Si la vida de la nación se vuelve tan perfecta como para regirse a sí misma, la representación se vuelve innecesaria. Surge entonces un estado de anarquía ilustrada, en que cada uno es su propio soberano. Cada uno se gobierna a sí mismo de manera que jamás es un estorbo para el prójimo. En ese estado ideal, no existe el poder político, porque no existe el Estado. Pero el ideal no se da jamás en la vida real. De ahí, la clásica aseveración de Thoreau que dice: «El gobierno mejor es el que gobierna menos»” (De “Pensamientos escogidos” de R. Attenborough-Emecé Editores SA-Buenos Aires 1983).
Adviértase que la política, en la mayoría de los países, como búsqueda prioritaria del poder y del predominio del Estado sobre el individuo, es una tendencia que se opone a la optimización requerida por la sociedad. Y una forma de acercarnos lentamente a la situación ideal consiste justamente en promover desde la política la actitud cooperativa en el hombre. Mahatma Gandhi escribió: “Para ver cara a cara el espíritu de la verdad universal que todo lo penetra uno debe ser capaz de amar a la más vil criatura como a sí mismo. Y el hombre que aspira a eso no puede permitirse quedar fuera de ningún campo de la vida. Por eso es que mi devoción por la verdad me ha llevado al campo de la política. Puedo afirmar sin el menor titubeo, y aún así con total humildad, que aquellos que dicen que la religión no tiene nada que ver con la política no saben lo que la religión significa”.
Si comparamos la relación entre Estado y sociedad a la existente entre el árbitro y los jugadores de fútbol, puede decirse que, si los jugadores fuesen éticamente inobjetables, no haría falta el árbitro, lo que puede suceder en algunos partidos entre amigos “ilustrados” (según su conducta y no según su nivel educativo). Mientras mayor sea la tendencia a hacer trampas, mayor debe ser la efectividad del árbitro. En cuanto al socialismo, puede decirse que es el caso en que el árbitro es el dueño de la cancha y de la pelota, y es quien decide de antemano quienes ganan y quienes han de perder. Por otra parte, los reglamentos que instituyeron los “sabios” de la Universidad de Cambridge, en 1863, constituyen el “orden natural” que debe ser respetado tanto por el árbitro como por los jugadores.
La búsqueda de poder sobre otros hombres implica en cierta forma una tendencia antinatural, ya que la actitud cooperativa excluye cualquier forma de gobierno del hombre sobre el hombre. De ahí que la búsqueda de reemplazar el gobierno de las leyes naturales, o gobierno de Dios, es considerado como una actitud de soberbia, considerada como el principal pecado capital por algunas religiones. Tage Lindbom escribió: “La Declaración de los Derechos del Hombre de 1789 es una fachada ideológica tras la que se disimulan tres fuerzas: la aspiración a la libertad, el deseo de poder y la codicia. Tal es el verdadero contenido de los objetivos de la Revolución Francesa. El Reino del hombre se presenta como una proclamación universal: el hombre será, en adelante, libre, omnipotente y estará consagrado a sus propios intereses. No será «el señor ni el esclavo de nadie»; adquirirá, bajo la forma de la igualdad, el poder universal y se «realizará» mediante la satisfacción de sus necesidades materiales. En principio, esto implica que el ser humano se ha declarado soberano, que desde ese momento no es responsable ante ninguna autoridad superior y que se sitúa pues en el lugar de Dios”. “El hombre ha sucumbido a la tentación. Ha querido ser «como dioses» y por ahí ha caído en el pecado fundamental, el mayor que existe: el orgullo espiritual, superbia” (De “La semilla y la cizaña”-Taurus Ediciones SA-Madrid 1980).
En realidad, el odio o el egoísmo son partes de nuestra naturaleza humana de la misma manera en que lo es el amor. Sin embargo, teniendo presente la mencionada optimización de nuestra conducta, podemos decir que el odio y el egoísmo dejan de pertenecer al hombre plenamente adaptado al orden natural y al espíritu de la ley que nos gobierna.
Los ideales de libertad, a medida que las poblaciones crecen, resultan ser necesidades cotidianas prioritarias para una adecuada supervivencia. Respecto de la libertad, John Stuart Mill escribió: “Comprende, desde luego, el fuero interno, exigiendo libertad de conciencia en su sentido más amplio, la libertad de pensar y sentir, la libertad absoluta de opiniones y sentimientos sobre toda cuestión práctica, especulativa, científica, moral o teológica. La libertad de expresar y publicar sus opiniones puede parecer sometida a un principio diferente puesto que pertenece a aquella parte de la conducta de un individuo que afecta a los demás; pero como tiene casi tanta importancia como la misma libertad de pensar, y descansa en gran parte en idénticas razones, estas dos libertades son inseparables en la práctica”.
“En segundo lugar, el principio de la libertad humana requiere la libertad de gustos y de persecución de fines, la libertad de regular nuestra vida según nuestro carácter, de hacer nuestra voluntad, suceda lo que quiera, sin que nos lo impidan nuestros semejantes, mientras no les perjudiquemos, y aun cuando conceptúen nuestra conducta como tonta o censurable”. “En tercer lugar, de esta libertad de cada individuo se deduce, con iguales limitaciones, la libertad de asociación entre individuos, la libertad de reunirse para un objeto cualquiera que no perjudique a otro, siempre bajo el supuesto de que las personas asociadas son mayores de edad y no son forzadas ni engañadas”.
“Ninguna sociedad es libre, cualquiera que sea su forma de gobierno, si estas libertades no son en todo caso respetadas y ninguna es completamente libre si estas libertades no están garantidas de una manera absoluta y sin reservas” (De “El utilitarismo-La libertad”-Editorial Americalee-Buenos Aires 1945).
Una gran parte de los intelectuales de izquierda, sin embargo, aceptan como algo natural el hecho de que quienes dirigen el Estado deben pensar por los demás y que los demás sólo deben estar preparados para obedecer. Hilda Molina expresó: “A los cubanos, cuando decidimos pensar con cerebro propio, el gobierno nos convierte en una no persona. Y yo tengo muchas personas que me quieren, pero que tienen miedo de hablar conmigo. Y yo prefiero que no me hablen. Por eso evito ir a las instituciones de salud cubanas”. “En Cuba se han hecho muchas ejecuciones morales. Cuando usted trata de degradar a un ser humano ante su pueblo, lo está ejecutando moralmente. A veces es mejor hasta que te maten físicamente” (De “Reportajes 2” de Jorge Fontevecchia-Editorial Sudamericana SA-Buenos Aires 2010).
Las tendencias anarquistas contemplan un futuro sin Estado, sin embargo, ello debe admitirse como tendencia antes que como una forma de gobierno a adoptar en el corto plazo. Para revertir la tendencia del Estado creciente y opresivo, es necesario tratar de reducirlo paulatinamente, contemplando la inercia social propia de cada comunidad. Morris y Linda Tannehill escribieron: “La perspectiva de una libertad real, en una sociedad de laissez-faire, es deslumbrante, no obstante ¿cómo puede tal sociedad ser alguna vez lograda? A lo largo de décadas, el gobierno silenciosamente ha crecido y se ha expandido con insidioso empuje, entrelazando sus tentáculos en casi todas las áreas de nuestras vidas. Nuestra sociedad está en la actualidad tan profundamente penetrada por la burocracia del gobierno y nuestra economía tan enredada por los controles gubernamentales, que la disolución del Estado provocaría graves y dolorosos trastornos temporarios. Los problemas que produce el ajuste a una sociedad de laissez-faire [dejar hacer] son un tanto semejantes a los que enfrenta un alcohólico o un adicto a la heroína que trata de abandonar el hábito. Las dificultades y malestares que esto traería aparejado pueden hacer que algunas personas decidan que estaríamos mejor simplemente quedándonos como estamos” (De “El mercado para la libertad”-Barbarroja Ediciones-Buenos Aires 2014).
Los políticos, ante sus ambiciones desmedidas de poder, tratan de justificarlas aduciendo que buscan proteger a los pobres ante la maldad del sector productivo, ya que existiría una extraña ley, que podríamos denominar “ley de Marx”, que indica que mientras mayor capacidad para producir tiene una persona, hasta convertirse en empresario, mayor será su perversidad, mientras que, a una menor capacidad productiva, mayor será su virtud.
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