Para comprender el mundo que nos rodea, debemos reproducirlo parcialmente en nuestro propio cerebro. Toda descripción, para sernos útil, debe involucrar aspectos relevantes, dejando de lado los detalles menores. El atributo esencial de todo lo existente está implícito en las relaciones invariantes entre causas y efectos, ya que responde de igual manera en iguales circunstancias, en otras palabras, a iguales causas les siguen iguales efectos. Marcelino Cereijido escribió: “Un organismo sólo puede sobrevivir si es capaz de interpretar eficazmente la realidad que habita”. “Es probable que la conciencia haya comenzado a surgir junto con la capacidad de capturar duraciones, y percatarse de que hay ciertas situaciones (por ejemplo, está nublado) que van seguidas de ciertas otras (por ejemplo, llueve) o, al revés, ve llover y recuerda que fue precedida por un nublado. Se establece así una cadena causal, que implica cierta flecha temporal de causa (nublado) a efecto (lluvia). Ambas propiedades otorgan una ventaja decisiva al organismo que las posee, pues la acumulación y luego el ensamble de cadenas causales le permitirán hacer modelos mentales de la realidad que, además, son dinámicos (en función del tiempo): los organismos no captan solamente cómo es una situación, sino cómo se produjo, cómo va cambiando, cómo se concatenan causas y efectos para generar el futuro”.
“Si el largo de la flecha temporal (la cantidad de futuro abarcado) ayudaba a hacer modelos dinámicos de la realidad, por toscos que fueran, y éstos ayudaban a sobrevivir, se ha desencadenado una competencia por quién tenía un sentido temporal más largo y quién era capaz de generar mejores modelos mentales de la realidad que le permitiera evaluar más alternativas. Quizás esto quede más claro imaginando un ajedrecista principiante que a cada paso se pregunta ¿qué puedo mover? (su «futuro» es una jugada), jugando contra un gran maestro que puede adoptar estrategias que contemplan de antemano miles de jugadas posibles. Si las situaciones eran de bonanza sobrevivían todos, pero en periodos peliagudos aquellos individuos con modelos mentales más chapuceros, cedían su lugar al competidor más versátil y creativo, capaz de imaginar mejores alternativas”.
También nuestro propio comportamiento puede ser descrito en base a relaciones de tipo causa y efecto, o estímulo y respuesta, ya que, ante iguales estímulos, respondemos con iguales respuestas, al menos durante una breve etapa de la vida. Esto implica la existencia de una actitud característica de cuya existencia no debemos extrañarnos; lo extraño sería que no existiese tal respuesta, ya que, en ese caso, seria imposible predecir el comportamiento de otras personas. De la misma manera en que nos resulta beneficioso conocer varias secuencias naturales de causas y efectos, resulta beneficioso conocer varias actitudes características, ya que ello implica conocer a muchas personas y de ahí que permita conocer mejor a una persona determinada.
En épocas recientes se ha podido constatar comportamientos similares a los del hombre primitivo a través del estudio de pueblos que se han mantenido desvinculados de la civilización. Uno de los atributos evidenciados es el de la elaboración de pensamientos simples relacionados exclusivamente a las tareas inmediatas de supervivencia, dejando de lado cualquier otro aspecto de la realidad. Lucien Lévy-Bruhl escribió: “Entre las diferencias que separan la mentalidad de las sociedades inferiores de la nuestra, hay una que ha llamado la atención de quienes las observaron en las condiciones más favorables, es decir antes que hubiesen sido modificadas por un contacto prolongado con los blancos. Comprobaron entre los primitivos una decidida aversión por el razonamiento, por lo que los lógicos llaman las operaciones discursivas del pensamiento, advirtiendo al mismo tiempo que esta aversión no proviene de una incapacidad radical, o de una imposibilidad natural de su entendimiento, sino que se explica más bien por el conjunto de sus hábitos de espíritu”.
“Los padres jesuitas que vieron los primeros indios del Este de la América del Norte no pudieron dejar de hacer esta reflexión: «Aun cuando se encuentran entre ellos espíritus tan aptos para la ciencia como son los de los europeos, sin embargo, su educación y la necesidad de buscar su subsistencia los redujeron a este estado en que todos sus razonamientos no sobrepasan de lo referente a la salud de su cuerpo, al feliz resultado de la caza, la pesca, comercio o guerra; y todo esto equivale a otros tantos principios de los que sacan sus conclusiones, no sólo en lo referente a sus ocupaciones, viviendas y manera de proceder, sino también a sus supersticiones y divinidades»” (De “La mentalidad primitiva”-Ediciones Leviatán-Buenos Aires 1957).
Por lo general, cuando el conocimiento queda limitado a la descripción de breves secuencias de causas y efectos, se supone que detrás de los fenómenos naturales desconocidos existe una divinidad, o un dios especializado, que dirige cada sector del universo. Al existir superposición de áreas de influencia, comienzan a aparecer contradicciones insalvables, lo que dio lugar a la idea del Dios único, siendo la etapa evolutiva en que se pasa del politeísmo al monoteísmo. Marcelino Cereijido escribe al respecto: “Su primera taxonomía habrá sido entonces que hay cosas que tienen ánima y cosas que no, y llamó a las primeras «animales». Después de estos modelos animistas, un impresionante salto intelectual le permitió ordenar mejor sus modelos mentales e imaginó que todo lo marítimo estaba a cargo de dioses como Poseidón, el cielo estaba regido por Urano, la agricultura por Ceres. Fue la hora de los modelos mentales politeístas”. “La evolución de la mente le permitió luego hacer otro salto formidable en su capacidad de generar modelos mentales de la realidad: pasó de los politeísmos a los monoteísmos. A decir verdad, no se trató de un salto, sino de un lento y penoso proceso evolutivo que tomó generaciones. Si una deidad del panteón politeísta prefiere una cosa y otra deidad tiene preferencias distintas, no surge contradicción alguna, pero el dios único del monoteísmo no puede tener incoherencias”.
“Por eso el paso a los monoteísmos requirió que el ser humano inventara nada menos que la coherencia de Dios. La coherencia de los monoteísmos fue un elemento esencial, que posibilitó luego el desarrollo de los modelos científicos, donde los conocimientos no están simplemente amontonados, sino sistematizados de modo que no entren en conflicto entre sí, y uno pueda recombinarlos en la mente, formando cadenas causales y predecir cosas que luego saldrá a buscar si existen realmente en la realidad, es decir, uno ya no investiga exclusivamente en la realidad-de-ahí-afuera, sino que empieza a hacerlo en su propia cabeza” (De “La ciencia como calamidad”-Editorial Gedisa SA-Barcelona 2009).
El paso a la abstracción, mediante la cual un individuo puede hacer previsiones futuras a partir de una especie de experimentación dentro de su propia mente, evaluando distintas alternativas, es lo que caracteriza al razonamiento humano y lo distingue de los demás seres vivientes, dando lugar a la vida inteligente, siendo la ciencia un refinamiento o un perfeccionamiento del proceso racional cotidiano.
Una definición elemental de ley natural es la de “vínculo permanente entre causas y efectos”, o entre estímulo y respuesta. Esta propiedad, que caracteriza a todo lo existente, es el atributo básico y necesario para la conformidad de lo real. La descripción de la ley natural adopta la forma de una función matemática que liga variables previamente asociadas a entes matemáticos, siendo dicha función la imagen del vínculo existente entre variables observables y cuantificables.
La ciencia tiene como objetivo la descripción de leyes naturales; tarea similar a la requerida por el hombre primitivo para lograr su supervivencia. La diferencia radica en que la ciencia experimental busca describir leyes naturales poco evidentes, que yacen escondidas en el impenetrable mundo de lo pequeño o lo complejo. Como ejemplo puede mencionarse el descubrimiento de las ondas electromagnéticas, que son la base física de la tecnología de las telecomunicaciones. Tales ondas no son observables a simple vista, excepto sus efectos posteriores, como la luz visible, surgiendo su posible existencia luego de haberse establecido un conjunto de ecuaciones matemáticas que unificaban la descripción de todos los fenómenos electromagnéticos.
El pensamiento científico resulta ser un perfeccionamiento del proceso cognitivo natural del hombre, estando ligado principalmente a la necesidad de conocer la verdad, es decir, de realizar una descripción que poco difiere de la realidad. Al adoptar como referencia la propia realidad, y no la autoridad de algún hombre, o la validez de algún dogma, logró sus conocidos éxitos. De ahí que se considere la utilidad de la ciencia, desde el punto de vista cultural, como una alternativa importante para darle significado a la vida de muchos hombres; y desde el punto de vista material, como la base de las distintas tecnologías que facilitan y permiten nuestra supervivencia.
Al ser el pensamiento científico un refinamiento del proceso cognitivo natural, la idea del mejoramiento del hombre provendrá del incremento de sus capacidades intelectuales junto a las morales. De ahí que deba sugerirse a todos los integrantes de una sociedad, especialmente a quienes tengan mayor influencia social, adoptar la actitud del científico, esto es, ser un buscador de la verdad y razonar en base a la verdad conquistada tratando de compartir esa verdad sin intenciones de imponerla a los demás, como frecuentemente ocurre con las falsas ideologías que sirven solamente para crear antagonismos y sufrimiento. Henri Poincaré escribió: “En la última mitad del siglo XIX, se ha pensado muy frecuentemente en la creación de una moral científica. No bastaba alabar la virtud educadora de la ciencia, las ventajas que para su propio perfeccionamiento obtiene el alma humana, del trato con la verdad contemplada cara a cara. Se confiaba en que la ciencia pondría las verdades morales fuera de toda discusión, como lo ha hecho con los teoremas matemáticos y las leyes enunciadas por los físicos”.
“Las religiones pueden tener una gran autoridad sobre las almas creyentes, pero todos no son creyentes; la fe no se impone sino a algunos, la razón se impondría a todos. Debemos dirigirnos a la razón, y no me refiero a la del metafísico cuyas construcciones son brillantes, pero efímeras, como las pompas de jabón que nos divierten un instante y luego estallan. Sólo el hombre de ciencia construye sólidamente: ha construido la astronomía y la física; hoy construye la biología; mañana, con los mismos procedimientos, construirá la moral. Sus principios reinarán en forma absoluta, nadie podrá murmurar contra ellos; no se pensará más en rebelarse contra la ley moral, como ya no se piensa en sublevarse contra el teorema de las tres perpendiculares o la ley de la gravitación” (De “Últimos pensamientos”-Espasa-Calpe Argentina SA-Buenos Aires 1946).
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