La confianza es uno de los valores que permite el desarrollo de los pueblos y es el que debe predominar entre sus integrantes en toda acción y actitud. La confianza mutua generalizada surge solamente en sociedades en las que predominan los valores éticos elementales. Por el contrario, en un país en donde los delincuentes son dejados en libertad, a la espera de una pronta “reinserción social”, impera temor y desconfianza. Así, cada ciudadano tiende a protegerse de cualquier desconocido ante la presunción de que pueda asaltarlo o matarlo. De ahí que exista una precautoria marginación social hacia la gente “sospechosa” aunque el gobierno proclame que está promoviendo la inclusión social y la igualdad. Alain Peyrefitte escribió:
“En cuarenta años de observaciones, la actitud de confianza o desconfianza de la persona nos ha aparecido -bajo formas muy diversas- como la médula de las conductas culturales, religiosas, sociales y políticas que influyen decisivamente en el desarrollo”. “Nuestra hipótesis es que el motor del desarrollo radica en último término en la confianza otorgada a la iniciativa personal, a la libertad exploratoria e inventiva; a una libertad que conoce sus contrapartidas, sus deberes, sus límites: en síntesis, su responsabilidad, es decir, su capacidad para responder por sí misma. Pero como la práctica de tal libertad es aun exigua en el mundo, es dable temer que la hambruna, la enfermedad y la violencia merodeen largo tiempo en nuestro planeta”.
“Incluso pueden retornar con pleno vigor en zonas que hasta ahora se han librado de esos males por decenios. El progreso perpetuo no existe, los agentes dinámicos de nuestras sociedades pueden ser asfixiados o extenuados, aunque sólo fuera por el peso de un Estado invasivo, de un igualitarismo excesivo, de una reivindicación de «siempre más» cual un derecho adquirido; por el olvido de los deberes, que son la contrapartida indispensable de los derechos; o por la competencia insostenible de pueblos atrasados que, para escapar de la miseria, despliegan sus noveles capacidades de producir mucho más a menor precio e igualmente bien” (De “La sociedad de la confianza”-Editorial Andrés Bello-Santiago de Chile 1996).
La confianza surge como una consecuencia inmediata del nivel moral existente en una sociedad. Mariano Grondona escribió: “En una sociedad en donde imperan comportamientos morales, cada ciudadano cumple sus obligaciones a la espera de que los otros también lo hagan; de tal forma, la sociedad progresa. En una sociedad en donde abundan comportamientos inmorales, la expectativa contraria induce a cada ciudadano a resguardarse, a «cubrirse», contra el inesperado incumplimiento del otro. Si el otro no va a pagar sus impuestos, ¿por qué voy a hacerlo yo por mí y por él? Arrastrada por la desconfianza, la sociedad inmoral anula sus mejores posibilidades”.
Respecto de las diferencias entre países desarrollados y subdesarrollados, agrega: “Como parte de un más amplio fenómeno cultural, la diferencia entre las sociedades desarrolladas y las que no lo son es también una diferencia moral. ¿En qué sentido? En varios. Primero, porque las sociedades desarrolladas sólo exigen una moral media: que cada uno busque sus objetivos individuales sin violar el derecho de los demás. Al proponerse esa meta moderada, en general la alcanzan, mientras las sociedades subdesarrolladas exageran el reclamo moral, exigiendo a sus miembros que todo lo den en nombre de un alto ideal –ya sea la solidaridad, Alá o el Estado- y desdoblándose a partir de ahí entre la moral que se proclama –todo- y la moral efectiva –poco o nada-”.
“La segunda diferencia entre los dos mundos en cuanto a la moral va al corazón del asunto. Se trata nada menos que de lo siguiente: en los países subdesarrollados la moral es por lo general derivada, dependiente de otras influencias culturales como la religión o la ideología. La moral no es en ellos la de cada cual, sino aquella que impone el partido, una iglesia o el Estado. Pero el fenómeno moral consiste precisamente en lo contrario: que cada individuo se sienta obligado, por lo pronto, consigo mismo. La persona auténticamente moral se da sus propias normas, se atiene a ellas. Es … autónoma (del griego autós, ‘uno mismo’, y nomos, ‘ley’). Un ser es autónomo cuando se obliga ante sí mismo aunque nadie lo vea, cuando «ha decidido tener una conciencia», según la expresión de Martin Heidegger”.
“En tal sentido, la vigencia de la moral individual, al margen de una religión o una doctrina oficiales, es un fenómeno estrictamente moderno. Podríamos decir que una sociedad es moderna cuando sus miembros se dictan a sí mismos su código moral, cuando nadie desde afuera y por encima de ellos les dice lo que tienen que hacer. En las sociedades subdesarrolladas, el hecho de que Alguien, con mayúscula, dicte a los demás las normas del comportamiento bloquea el formidable despliegue de energía que nace de la motivación individual. Pero las sociedades desarrolladas existen justamente porque ellas cuentan con esa infinita reserva de energía. Al permitir que cada uno formule «autónomamente» su plan de vida, las sociedades modernas permiten la explosión de las ambiciones y los sueños personales”.
“Imaginemos para ilustrar estas ideas que nos hallamos frente a dos sociedades, una de ellas equipada con la vigencia de una moral y la otra dependiente en cambio de un sistema de castigos exterior a la conciencia de los individuos para lograr que cumplan al menos parte de sus deberes morales. Las ventajas de la primera sociedad serán decisivas. En una sociedad donde la mayoría de los individuos cumple habitualmente con sus obligaciones –trabaja, respeta lo ajeno, paga sus impuestos…- porque cada cual se siente obligado ante sí mismo sin necesidad de que lo vigilen, el Estado puede dar un paso atrás; la libertad, la creatividad individual, resultan posibles. Hay más sociedad y menos Estado. A través del proceso educativo, cada persona se instala entonces dentro de su propio rigor en lo que ella se exige a sí misma aunque nadie la vea, y entonces dar libertad a las personas ya no resulta sinónimo de anarquía sino, por el contrario, de trabajo y productividad. En una sociedad dotada de educación moral, sus miembros piden libertad para llegar a ser más y no menos que lo que son; para ponerse a la altura de sus osados sueños” (De “Bajo el imperio de las ideas morales”-Editorial Sudamericana SA-Buenos Aires 1987).
Cuando existe un nivel moral y de confianza adecuado, aparece el ámbito ideal para la libertad individual, posibilitando que cada uno pueda realizar sus potencialidades personales. Tal es, en definitiva, la tendencia compatible con el liberalismo. Fulton J. Sheen escribe sobre la libertad de elección: “Hay tres definiciones de libertad, dos de ellas son falsas y una es verdadera. La primera definición falsa es: «Libertad es el derecho a hacer cualquier cosa que me agrade». Esta es la doctrina liberal de la libertad, que la reduce a un poder físico más que moral. Por supuesto, somos libres para hacer cualquier cosa que nos dé la gana, por ejemplo: descargar una ametralladora sobre las gallinas del vecino, conducir un automóvil sobre la vereda, llenar el colchón del vecino con hojas de afeitar usadas y clavos, pero ¿debemos hacer estas cosas? Esta clase de libertad, por la que cada cual tiene el derecho de procurar su propio beneficio y gusto, produce confusión y males. No hay liberalismo de esta clase especial sin un mundo de egotismos en conflicto, en el que nadie quiere sumergirse por el bien común”.
Al respecto, puede decirse que el citado autor, quizás sin quererlo, difama al liberalismo e incurre en una mentira, ya que las actitudes antes ejemplificadas y consideradas como “liberales”, se refieren en realidad a una persona inmoral, psíquicamente enferma, que nada tiene que ver con el pensamiento de las figuras representativas del pensamiento liberal, que son quienes promueven los valores de la libertad. Este tipo de difamación gratuita tiende a fortalecer la postura totalitaria que busca anular y reemplazar al liberalismo. Incluso tal libertinaje mencionado ni siquiera podría asignarse al anarquismo, ya que tampoco los ideólogos respectivos promueven una libertad incondicional que habilita a todos a hacer lo que les venga en ganas. De ahí que sea conveniente leer al menos un poco a los autores representativos del liberalismo. Si hemos de valorar toda tendencia del pensamiento por algunos casos concretos observados en la vida diaria, entonces hasta el propio cristianismo podría ser calumniado y difamado; lo que ocurre muchas veces al no tener en cuenta que cristianismo implica lo que su fundador dijo e hizo.
El citado autor prosigue: “A fin de superar esta confusión en la que cada uno haría lo que le pluguiera, surgió la segunda falsa definición de libertad: «Libertad es el derecho de hacer lo que tenemos que hacer». Esta es la libertad totalitaria, así expuesta y desarrollada para destruir la libertad individual en beneficio de la sociedad. Engels, quien junto con Marx escribió la Filosofía del Comunismo, dijo así: «Una piedra es libre para caer porque tiene que obedecer a la ley de gravedad». Así, el hombre es libre en la sociedad comunista porque debe obedecer a la ley del dictador”.
“El verdadero concepto de libertad es: «Libertad es el derecho de hacer lo que debemos hacer», y ese debemos implica objetivo, finalidad, moralidad y ley de Dios. La verdadera libertad está dentro de la ley, no fuera de ella. Yo soy libre para diseñar un triángulo si le doy a esa figura tres lados, pero no, si procediendo con amplitud de miras le doy cincuenta y siete lados. Yo soy libre para volar con la condición de que obedezca a las leyes de la aeronáutica. Y en el reino espiritual, tengo la mayor libertad posible cuando obedezco a la ley de Dios” (De “El primer amor del mundo”-Editorial Difusión-Buenos Aires 1953).
Si se considera que la ley natural es la ley de Dios, el liberal la contempla prioritariamente, por cuanto tiende a acatar las descripciones de las leyes naturales establecidas por las distintas ciencias sociales, como la economía. Además, la compatibilidad entre liberalismo y cristianismo se advierte en el hombre occidental cuya civilización se ha establecido a partir del liberalismo, con la democracia política y económica, y del cristianismo, con su ética natural. También confirma tal compatibilidad el hecho de que, las principales figuras totalitarias, atacan tanto al liberalismo como al cristianismo; ataque que implica todo un elogio teniendo en cuenta de donde proviene. Ludwig von Mises escribió:
“Desde tiempos inmemoriales, el Occidente ha valorado la libertad como el bien más precioso. La preeminencia occidental se basó precisamente en su obsesiva pasión por la libertad, ideario social éste totalmente desconocido por los pueblos orientales. La filosofía social de Occidente es, en esencia, la filosofía de la libertad. La historia de Europa, así como la de aquellos pueblos que expatriados europeos y sus descendientes en otras partes del mundo formaron, casi no es más que una continua lucha por la libertad. Un individualismo «a ultranza» caracteriza a nuestra civilización” (De “La Acción Humana”-Editorial Sopec SA-Madrid 1968).
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