Desde el siglo pasado se vienen produciendo conflictos entre distintos grupos que responden a una nacionalidad, etnia, religión, secta, partido, etc. Algunos de los sectores contendientes lograron independizarse, otros intentan hacerlo, quedando el resto resignados a convivir en una misma ciudad con un sector opositor. Andrea Riccardi escribe respecto del conflicto entre hutus y tutsis en Ruanda: “¿Cómo fue posible que vecinos asesinaran a personas que conocían de toda la vida? Los asesinos no venían de fuera, sino que eran personas que habían vivido siempre juntos a las víctimas. Jean Hatzfeld, en un hermoso y trágico libro titulado «Una temporada de machetes» dio la palabra a los ejecutores del genocidio. No parecen monstruos. A menudo son gente normal, transformada por la propaganda y por un desquiciado conformismo colectivo. Los asesinos tenían la convicción de que ya no era posible convivir con los tutsis, pues constituían una amenaza permanente para los hutus. Por tanto, había que eliminarlos” (De “Convivir”-RBA Libros SA-Barcelona 2007).
Para describir el proceso elemental de la vinculación de un individuo a un grupo, puede mencionarse el caso de un club del fútbol italiano. Una vez formado, surgen diferencias de criterios entre sus integrantes. Así, un sector agrupa a quienes pretenden que en el primer equipo puedan incorporarse jugadores extranjeros y otro sector que niega tal posibilidad. Al no haber acuerdo, se produce la ruptura; el primero funda el Internazionale F. C. y el segundo el A. C. Milán. Los interistas sostienen que los colores del Inter son el negro y el azul del cielo, mientras que los del Milán son el negro y el rojo del infierno. De todas formas, y al menos desde la distancia, pareciera que la relación entre los «tifosis» es bastante civilizada, ya que, incluso, juegan en un mismo estadio, el San Siro, o Giuseppe Meazza.
Cuando los integrantes del otro sector son considerados rivales ocasionales, se advierte que el aficionado considera la existencia de instancias superiores, siendo la afición al fútbol una más entre varias. Por el contrario, para otros no existen tales instancias y el éxito o el fracaso de sus vidas quedan ligados al éxito o al fracaso de su club. Si estos individuos no poseen estabilidad emocional llegando a sentir odio y frustraciones, tal malestar será volcado en sus rivales, que dejan de ser ocasionales para convertirse en enemigos. Este proceso se establece, con algunas variantes, en el caso de la nación, de la religión, incluso en las adhesiones políticas y culturales. Alberto Benegas Lynch escribió: “El afecto al terruño es natural, y es saludable el apego a las buenas tradiciones, pero muy distinto es el declamar un amor telúrico y agresivo para con otros países. Como destaca Fernando Savater, «cuanto más insignificante se es en lo personal, más razones se buscan de exaltación en lo patriótico», opinión que coincide con lo consignado por Juan Bautista Alberdi: «El entusiasmo patrio es un sentimiento peculiar de guerra, no de la libertad»”.
Entre las soluciones propuestas para suavizar la ausencia de coincidencias se encuentra la tolerancia, actitud promovida por quienes suponen estar en un nivel más alto y deciden conceder tolerancia al inferior. “Los derechos se respetan no se toleran, lo contrario trasmite el mensaje del error en la conducta del tolerado, que se «tolera» desde un plano «superior» que dictamina sobre si debe o no tolerarse determinada creencia. De más está decir que el respetar la conducta del otro que no lesiona derechos no significa suscribir su proceder ni adherir al relativismo epistemológico” (De “El Instituto Independiente”-Internet).
Tampoco han servido de mucho las prohibiciones, bajo sistemas totalitarios, de nacionalidades, idiomas o religiones, ya que sólo lograron encubrirlos momentáneamente, como se advirtió con la caída de la URSS o de la ex-Yugoslavia, resurgiendo los nacionalismos con mayor fuerza que antes.
La solución de los conflictos ha de provenir esencialmente de la adhesión de todo individuo a instancias superiores, sintiéndose ciudadano del mundo y guiándose por las leyes naturales de validez universal. Al dejar de ser un integrante exclusivo de algún subgrupo, tiende a surgir la individualidad, que se opone a la masificación que surge ante la exclusiva pertenencia a uno de los subgrupos en que se divide la sociedad y la humanidad.
La importancia social de cada individuo vendrá asociada a la sumatoria de las actividades desarrolladas dentro de los distintos subgrupos de los que forma parte, ya que individualismo no implica desvincularse de todo subgrupo, sino de reconocer instancias superiores que le permitirán considerar a sus oponentes como rivales circunstanciales y nunca como enemigos. Pero la mayor importancia la adquirirá cuando sea consciente de que forma parte del grupo de la humanidad y del proceso de adaptación cultural, ya sea como partícipe directo o bien como simple espectador que colabora de alguna manera con la difusión de la cultura universal.
La escala de valores adoptada por el ciudadano del mundo es similar a la del docente. En este caso, el educador valora a cada alumno principalmente por sus atributos éticos e intelectuales, dejando de lado alguna otra valoración, como la que puede provenir de la escala social, del origen étnico, la creencia religiosa o la predisposición política. Ello concuerda con la valoración cristiana en la que aparecen sólo dos categorías: justos y pecadores, necesarias para mejorar a los últimos, dejando de lado toda posibilidad de conflicto. En realidad, no significa que un ciudadano del mundo o un cristiano auténtico no participe de ningún conflicto, ya que, la vez que participa, ha de ser en calidad de “invitado” a defenderse, pero nunca como iniciador de conflicto alguno.
Cuando un individuo contempla la realidad como ciudadano del mundo, teniendo presentes las leyes naturales invariables, puede decirse que ve la realidad “bajo una perspectiva de eternidad”, tal la expresión de Baruch de Spinoza. También puede interpretarse al mandamiento cristiano del amor a Dios como una insinuación a ver la realidad bajo esa perspectiva. Por el contrario, cuando un individuo desconoce instancias superiores y siente que poco vale, trata de trascender como integrante de un subgrupo de la humanidad, ya sea de origen nacional, étnico, religioso, político, deportivo, o lo que sea.
Las grandes catástrofes sociales, promovidas por los totalitarismos, fueron acciones promovidas por individuos que trataban de trascender a través de algo importante, ya que creían que podrían conquistar el poder mundial. El aparente interés mostrado por los sectores humildes siempre fue un pretexto para justificar su accionar. Incluso en la actualidad permanece la constante difamación marxista hacia el capitalismo cuando, en realidad, la mayor parte de las economías ni siquiera intentan cumplir con los requisitos básicos sugeridos por el liberalismo. Alberto Benegas Lynch escribió: “Los problemas que tienen lugar hoy en el planeta se deben a deudas públicas colosales (sean internas o externas), gastos gubernamentales astronómicos, déficit fiscales alarmantes, impuestos insoportables, regulaciones absurdas y asfixiantes, manipulaciones monetarias y cambiarias y otras restricciones persistentes al comercio libre. Sin embargo, como una manifestación tragicómica y grotesca, se endosan los problemas a un capitalismo inexistente o raquítico, situación en la que los mencionados partidos políticos (y muchísimos otros) reclaman la intensificación del estatismo y la xenofobia, esto es, más de lo mismo”.
Se aduce que el proceso de la globalización implica un avance sobre las distintas culturas locales, lo que implicaría una pérdida de la identidad nacional; de ahí que, para contrarrestar tal tendencia, se pretende acentuar y consolidar los atributos típicos y característicos. Tal proceso, en lugar de mirarse como una tendencia a desplazar tradiciones, puede verse desde su aspecto positivo, ya que el hecho de existir intercambios comerciales entre dos pueblos, descarta toda posibilidad de conflictos. Tan es así que la razón principal, que dio origen a la Unión Europea, fue mantener juntos a Francia y Alemania, para alejarlos definitivamente de los conflictos armados como los ocurridos a fines del siglo XIX y durante el siglo XX. Benegas Lynch escribió:
“[El Mediterráneo, de Emil Ludwig] es uno de los libros de historia más profundos que he abordado hasta el presente, fruto de una magnífica pluma …. con la mira puesta en las ocurrencias de lo privado y no circunscripto a los menesteres de los gobernantes. Su ejemplo favorito de civilización son los fenicios quienes no buscaban conquistas militares sino las ventajas del libre comercio y la consiguiente expansión de la riqueza recíproca y el conocimiento que brinda el contacto con otras poblaciones, los modales que enseñan las relaciones mercantiles como el cumplimiento de la palabra empeñada y la cortesía junto al abandono de los siempre destructivos sentimientos nacionalistas y con un adecuado sistema de pesas y medidas en el contexto de un lenguaje propicio para la comunicación eficaz (ellos fueron los fundadores de los puertos-ciudades más descollantes de la época como Cartago, Cádiz y Trípoli). Es en realidad llamativo y resultado de las ideas socialistas que muchas veces se recurre a la expresión “fenicio” para hacer referencia peyorativa al espíritu empresarial (de la misma manera que se usa con ironía la expresión “burgués” para aludir a una persona sin iniciativas, cuando en verdad los burgos eran los pueblos liberados del sistema feudal en donde los valores supremos eran los de la propiedad privada, la familia y el fomento a la creatividad)”.
El colectivismo y la masificación resultan totalmente opuestos al universalismo y al individualismo, ya que, de la misma manera en que un tumor crece hasta destruir el organismo sano, los totalitarismos crecen hasta poner en peligro la civilización. Actualmente, el mundo se asemeja a un cuerpo constituido por muchos sectores enfermos que impiden establecer la “buena salud” del planeta, situación que ha de lograrse cuando predomine el hombre universal, o el ciudadano del mundo.
El avance del totalitarismo teológico islámico sobre Europa, requiere ser detenido mediante una visión científica de la realidad. Por el contrario, todo parece indicar que se intenta detener tal proceso mediante los antiguos y tradicionales nacionalismos. Alberto Benegas Lynch escribió: “Es alarmante el parecido con los nazis que ponen de manifiesto las plataformas de los partidos políticos europeos que han obtenido éxitos electorales varios en los recientes comicios para lograr escaños en el Parlamento Europeo; esto ratifica las tendencias que se vienen observando de un tiempo a esta parte. Todos los medios de comunicación mundiales informan acerca de estos hechos bochornosos para el futuro de la humanidad. Así, los recuentos de votos dan por resultado un espectáculo lamentable, sobrecogedor y realmente triste. Es como si la humanidad no hubiera padecido (y los padece) los estragos de la xenofobia nacionalista. Con suerte diversa, pero siempre mostrando incrementos notables en el caudal electoral, el proceso electoral europeo ha exhibido resultados llamativos en favor de los nacionalismos”.
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