Puede describirse la crisis padecida por una sociedad a partir de la ausencia de principios éticos o, en otras palabras, por la existencia de una situación de anomia generalizada. Así como la anemia es un síntoma de la debilidad corporal de una persona, la anomia es un síntoma de debilidad social. La ausencia de principios, que deberían predominar y respetarse a todo nivel, conlleva a establecer una gran diversidad de normas restrictivas que limitan el libre accionar de todos. Publio Cornelio Tácito escribió: “El Estado más corrompido es el que más leyes tiene”.
La ausencia de normas éticas proviene de la falta de objetivos en la vida y éstos de la falta de valores que se pretende lograr. Así, en el caso de un científico, el valor que motiva su vida es el conocimiento. De ahí que tenga un objetivo, o una finalidad, que orientará sus acciones. Luego, amoldará su vida a esa finalidad adoptando principios éticos que le facilitarán su logro. Puede decirse que el trío valores-objetivos-principios se presenta, o no, en cada individuo, bajo una similar proporción de cada uno de los componentes. Por ello, toda crisis social implica la ausencia generalizada de valores, de objetivos y de principios.
En el caso general, para llevar una vida feliz, se deberá adoptar un sentido de la vida, valores y ética que sean compatibles con cierta finalidad implícita en el propio orden natural. Cuando ello no se logra, aparece el sinsentido o bien el reemplazo del conocimiento orientador por ideologías que incluso pueden ir en contra de ese sentido. Claude Tresmontant escribió: “Si hay fracaso, la culpa no deberá ser imputada al Universo, ni a la Creación, sino al hombre. Y Teilhard veía en las filosofías del absurdo y en la derelicción los signos inquietantes de un «aburrimiento» que, para él, es el más grande, el único peligro que puede amenazar a la evolución” (De “Introducción al pensamiento de Teilhard de Chardin”-Taurus Ediciones SA-Madrid 1966).
Si los objetivos individuales fuesen opuestos a los colectivos, entonces estaríamos en un serio problema. Sin embargo, la actitud cooperativa tiende a producir mayores niveles de felicidad que las actitudes competitivas, o la indiferencia, desapareciendo tal incompatibilidad. Como se dijo, los conflictos sociales se deben principalmente a la ausencia de valores-objetivos-principios, y al reemplazo o sustitución por otros incompatibles con la ley natural, pudiendo hacerse el siguiente esquema:
a) Sociedad sin crisis: valores, objetivos y principios individuales se proyectan a la sociedad
b) Sociedad en crisis: predomina la ausencia de valores, objetivos y principios a nivel individual
c) Profundización de la crisis: se reemplazan valores, objetivos y principios compatibles con la ley natural por ideologías que imponen otros distintos, incompatibles con aquella
Al desconocerse la validez de la religión, se ignoran los mandamientos a ella asociados, sin advertir que las leyes naturales tienen vigencia tanto para los creyentes como para los no creyentes en su existencia. De esa manera se llega al reemplazo de las normas éticas por las leyes hechas por abogados y políticos. Por este camino se ha establecido en la Argentina una especie de experimento social a gran escala por el cual se trata de reinsertar en la sociedad a peligrosos delincuentes, con un alto precio para las victimas inocentes, que están sentenciadas a soportar las acciones de quienes optaron por excluirse de la sociedad y que están motivados por sentimientos de odio y venganza contra el éxito aparente de los demás.
Desde el propio gobierno, junto a los ideólogos que promueven al populismo, se ha establecido que la delincuencia urbana implica una justa venganza desde el delincuente hacia la ciudadanía que, supuestamente, lo excluyó previamente de la sociedad. Se concluye que la desigualdad social es la causa principal de la delincuencia, por lo cual todo empresario, o todo trabajador exitoso, son los grandes culpables de la inseguridad por cuanto crean riquezas (y desigualdad social) y no las comparten con el vago, el irresponsable o el poco asiduo al trabajo productivo. Ante semejante alternativa, quienes captan el mensaje populista, tienen motivos adicionales para autoexcluirse de la sociedad, y estiman conveniente intentar la “justicia social por mano propia” y cada vez que roban, suponen que están tomando aquello que por derecho les pertenece y que les ha sido arrebatado injustamente bajo el amparo de un sistema social y económico excluyente. Cada vez que asesinan, suponen que es un acto de justa venganza, ya que adoptan como referencia un socialismo amplio, sin propiedad privada, de manera que no existiría el robo y tampoco la necesidad de venganza contra quien “no comparte” sus pertenencias con el próximo, ya que tal situación quedaría excluida.
Quienes no le encuentran lógica alguna al hecho de que un delincuente, luego de ser filmado cometiendo un asalto a mano armada, siga en libertad, promoviendo incluso que muchos otros piensen en las ventajas económicas de cometer asaltos similares sin ser detenidos, deben tener presente que se trata de la consecuencia inevitable de la alta aceptación que el ideal del socialismo tiene en jueces y políticos, y que son quienes aplican y hacen las leyes, respectivamente. Suponen que bajo un sistema en el cual el Estado expropia el total de lo producido y lo redistribuye con justicia, es decir, igualitariamente, le ha de tocar casi lo mismo al productor que al vago. Luego, no habrá desigualdad social, no habrá exclusión, ni envidia, ni tampoco habrá necesidad que el delincuente tome un arma para exigir que le sea entregado lo que le corresponde “según sus necesidades”. Tampoco el productor se ha de sentir mal ya que ha producido “según su capacidad”, que es la sugerencia básica del socialismo. Si bien puede resultar fácil convencer al vago acerca de las ventajas del socialismo, ya que podrá vivir igualitariamente a costa del trabajo ajeno, resulta bastante menos sencillo convencer al trabajador de que debe trabajar arduamente para compensar la producción deficitaria de quienes tienen poca predisposición por el trabajo y que ni siquiera se lo han de agradecer, porque la propia “recompensa moral” les tiene que bastar y sobrar.
La igualdad social, entendida como igualdad económica, es un falso valor que tiende a provocar violencia social y severos deterioros económicos, mientras que la igualdad social, entendida como igualdad surgida de aspectos afectivos, como la proveniente del amor al próximo predicado por el cristianismo, constituye el punto de partida para la superación de toda crisis, tanto a nivel individual como colectivo.
¿Cómo hemos llegado a esto? Por lo general se trata de realizar un análisis histórico contemplando la secuencia que va desde el pasado hasta el presente, observando deficiencias y aciertos, tratando de evitar las primeras y repetir los segundos. Sin embargo, todo análisis de este tipo requiere de una interpretación adecuada, que muchas veces está determinada por la ideología predominante en la mente del historiador. Incluso autores cuyas acciones a favor de la nación fueron meritorias, pueden diferir en cuanto a la valoración de los distintos hechos de nuestra historia.
Si bien la historia resulta ser una valiosa fuente de ejemplos, no es necesario ni conveniente adoptarla como única referencia para corregir los errores incurridos en el presente, ya que éstos son esencialmente morales, es decir, que están asociados al trío valores-objetivos-principios. De ahí que ese trío debe ser tomado como principal referencia para orientarnos en cualquier momento de la historia. Sin embargo, es necesario tener presente la historia cuando se trata de adoptar posturas similares a las adoptadas en otras épocas, o en otros países, especialmente cuando produjeron malos resultados.
La tragedia de los pueblos se intensifica cuando se produce la sustitución de la religión por una ideología populista o totalitaria, cuyos efectos negativos resultan perdurables. Gino Germani escribió: “El reino de la intolerancia va a instaurarse, la fe política toma los caracteres de la religiosa, sus mismas formas exteriores, la terminología, los símbolos religiosos. La rigidez de la creencia política, por la cual no se puede admitir otra verdad distinta de aquella en la que se cree, esa intransigencia es la antitesis de la relatividad de las ideas que constituyó el carácter más particular del siglo XIX […] Después de la estandarización de los productos, la estandarización de las ideas. Nuestro siglo [se refiere al XX] podría con derecho llamarse el «siglo de las camisas», y no se diría en broma que la adopción de las camisas y de los otros símbolos por los partidos puede considerarse un seguro indicio de la transformación que se cumple en las costumbres políticas. El espíritu militar y guerrero que anima las modernas formulaciones políticas señala el pasaje de la lucha política mediante la lucha de ideas a lucha de fuerzas materiales” (De “Gino Germani. Del antifascismo a la sociología” de Ana A. Germani-Taurus-Buenos Aires 2004).
Carlos Alberto Montaner escribió recientemente: “¿Quién ha dicho que hay una crisis inusual en Argentina? Es la misma de siempre. Gasto público excesivo, corrupción galopante, Estado prebendario, clientelismo, incumplimiento de las obligaciones, capitalismo de compadreo, inflación, desabastecimiento, cambio negro de dólares (que aquí, no sé por qué, se llama dólar blue y se prohíbe, pero se tolera, como sucede con la prostitución). El oficial está a 8. El blue, a 15. El pronóstico es que aumentará ese diferencial en la medida en que se prolongue la incertidumbre y se vaya instalando el pánico”.
“¿Por qué, cada cierto tiempo, como si fuera una extraña maldición recurrente, Argentina, pese a su legendaria riqueza natural, se precipita en el caos? Quienes conocemos América Latina palmo a palmo sabemos que la concentración de talento en este país es la mayor de la región. Son los latinoamericanos mejor educados y más informados. Tuvieron casi ochenta años espléndidos, de 1853 a 1930, período en el que crearon una mayoritaria y asombrosamente resistente clase media. No obstante, con altibajos, el país, que fue una de las naciones más prósperas del planeta, comenzó lentamente a involucionar”.
“En la década de los ochenta el ensayista norteamericano Larry Harrison publicó un libro titulado «El subdesarrollo es un estado de la mente». Afirmaba y, a mi juicio, probaba, que alcanzar la prosperidad o vivir en la miseria era el resultado de las creencias, actitudes y valores que suscribían las personas. Había culturas orientadas a crear riquezas y otras que las destruían. Los argentinos, esencialmente producto de la influencia fascista, encarnada «a la criolla» en Juan Domingo Perón, «attaché» militar en la Italia de Benito Mussolini antes de hacerse con el poder y con la historia del país, echaron por la borda las enseñanzas de Juan Bautista Alberdi y de Domingo F. Sarmiento, dos políticos y pensadores liberales de la segunda mitad del siglo XIX, sustituyéndolas por el credo peronista” (De http://infobae.com )
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario