Dentro de la sociedad argentina es posible encontrar dos actitudes principales respecto de la política y de la economía. Por un lado encontramos a quienes priorizan la ideología sobre la realidad por cuanto asocian el éxito o el fracaso personal a la trascendencia pública de la creencia adoptada. Por otro lado, encontramos a quienes priorizan su propio bienestar personal, y familiar, en forma independiente a la trascendencia de la ideología o del partido al que adhieren, priorizando la realidad a la creencia.
Detrás de las actitudes adoptadas se encuentran las pasiones humanas, como el odio y el amor, que son las fuerzas psicológicas que motivan los comportamientos mencionados. Por lo general, quien prioriza su interés por la ideología, es el que teme sufrir ante el posible triunfo de la ideología rival, siendo un caso similar al del simpatizante de Boca que prefiere una derrota de River antes que el triunfo de su propio equipo, porque prioriza el sufrimiento ajeno a la felicidad propia. Por el contrario, quien prioriza el bienestar personal adopta una actitud similar a la del simpatizante que disfruta del triunfo de su equipo sin apenas interesarse por el “sufrimiento” del rival.
Si nos atenemos a una “encuesta” realizada por un canal televisivo, luego de un partido de fútbol, consistente en dejar abierto un micrófono y una cámara de TV encendida, a la salida del estadio, para que los simpatizantes del equipo ganador manifestaran sus sensaciones, daba la impresión que la mayoría aprovechaba la situación para denigrar y burlarse del rival sin apenas manifestar algún indicio de alegría.
En cuestiones de política, las cosas son similares. El odio ideológico puede incluso estar muy por encima de ideales tales como patria, o nacionalidad. Si se hiciese una encuesta respecto de qué bando (militares argentinos o guerrilleros pro-Cuba) deseaba que hubiese triunfado durante el conflicto armado de los setenta, es posible que hubiese predominado el apoyo al sector guerrillero aun cuando todos sepan que la vida al estilo cubano no resulta atractiva para casi nadie. Sin embargo, tal vida implicaría, al menos teóricamente, un sufrimiento igualitario. Julián Marías comentó: “Todos saben, aunque muchos no lo quieran saber, el grave peligro que corrió la Argentina de convertirse en una gigantesca Cuba, regida desde muy lejos. Esto es lo que no se ha perdonado; que lo evitara” (Citado en “Nadie fue” de Juan B. Yofre-Buenos Aires 2006).
Entre las causas por las cuales es de esperar una prolongación (no deseada) de la crisis y la decadencia argentina, se encuentra el hecho de que existe un predominio ideológico del populismo y el totalitarismo, por lo cual las opciones democráticas no resultan atractivas para la mayoría, como lo es la democracia política junto a la económica (mercado). William H. Hutt escribió: “El objetivo de un gobierno representativo es rechazar las medidas políticas que «el pueblo» (o el cuerpo electoral) desaprueba. Un plan puede ser «políticamente imposible» debido a sus fallos, que se supone descubrirán los votantes, pero más frecuentemente se consideran como «imposibles» de atraer al electorado ciertas medidas políticas que presumiblemente podrían serle altamente beneficiosas y, en consecuencia, se desiste de hacer la prueba”.
“Una política puede ser económicamente prudente, sociológicamente beneficiosa, moralmente deseable, físicamente realizable y organizativamente practicable, y, sin embargo, se presume que no puede enunciarse de forma atractiva de cara al electorado” (De “El economista y la política”-Unión Editorial SA-Madrid 1975).
Si se desea salir de la crisis crónica que nos afecta, debería adoptarse una postura similar a la vigente en China, en el sentido de que los chinos priorizaron los resultados económicos a la ideología. Al aceptar las ventajas de la económica del mercado, pusieron fin al ineficaz sistema socialista, aun cuando en política mantengan un sistema totalitario. Es de esperar que con el tiempo adopten también la democracia política.
En la Argentina se espera que exista un acuerdo entre los distintos partidos políticos para sacar al país de la severa crisis social, moral y económica, como si todo dependiera de ese acuerdo. Se olvida que es el pueblo el que dará finalmente su veredicto. Al predominar la adhesión a alguna forma de populismo, la cuestión radica en cómo convencerlo de que el mejor camino es el propuesto por el liberalismo. Como tal denominación es una “mala palabra”, y “neoliberal” es un insulto, resulta difícil incluso imaginar cómo se ha de abandonar el populismo junto a los nefastos resultados que provoca. “A los votantes, salvo el caso de consultarles sus preferencias mediante referéndum, no se les pide que se pronuncien sobre una reforma política aislada. Al elector se le ofrece un programa u otro, o quizá varios para elegir, pero una cuestión impopular, incluida en un programa por lo demás aceptable, puede conducir a que éste se rechace globalmente. Naturalmente, un candidato intentará silenciar las intenciones impopulares de su partido, pero sus rivales, si están alerta, pueden tratar de forzar una declaración sobre los objetivos ocultos. Algunos cambios políticos importantes han sido posibles por incluirse subrepticiamente en un decreto que aparentemente se refería a otras materias. Pero estos cambios sólo han triunfado cuando la oposición no estaba suficientemente alerta, o bien cuando todos se pusieron de acuerdo para engañar al electorado”.
El Estado argentino funciona como un intermediario que otorga ventajas sectoriales, o particulares, en lugar de mantener cierta neutralidad respecto de los beneficios que puede otorgar. Es el medio de enriquecimiento de políticos, sindicalistas, empresarios que aborrecen el mercado competitivo, y de vagos que son mantenidos a cambio de los votos que aportarán en futuras elecciones. En lugar de ser el Estado de todos, resulta ser el de nadie. “Los votantes, individualmente o en grupos, también buscan otros fines mediante el proceso electoral: intentan maximizar su bienestar o sus ingresos individuales, eligiendo candidatos que prometan no sólo «buen gobierno», sino generosidad. Ahora bien, cuando casi todos intentan mejorar su propio bienestar mediante el voto, podemos encontrarnos con el fenómeno de que casi todo el mundo intenta explotar al resto a través del Estado, o descubrir que los políticamente fuertes tratan de explotar a los políticamente débiles. Se trata de un proceso en el que no hay prácticamente ganadores, sino muchos perdedores, pues, con las reacciones que provoca en la asignación de recursos y en la magnitud y composición de los activos, la gente en conjunto resulta perjudicada. Cuando todos se sienten animados a beneficiarse lo más posible mediante las elecciones, la sociedad –el interés general- se perjudica de dos maneras: porque la distribución es arbitraria y porque disminuye la cantidad a repartir. La última cuestión a plantearse es si resulta «políticamente posible» convencer de estas verdades a los electores”.
La actitud populista, subyacente al subdesarrollo, considera la pobreza como una virtud y la ambición como un defecto. De ahí que se sostenga que el empresario exitoso produce “desigualdad social” por cuanto despierta envidia en los pobres y promueve la violencia social. El odio inoculado sucesivamente por el peronismo, el marxismo y el kirchnerismo ha envenenado psicológicamente a la población. Tal es así que la mayoría desea “generosamente” redistribuir las riquezas ajenas, pero muy pocos tratan de distribuir las propias y mucho menos buscan producirlas. Dichas ideologías acentúan la división entre pobres y ricos culpando a estos últimos de todos los males existentes, promoviendo de esa forma la violencia social. Alejandro Rozitchner escribió: “Esta perspectiva está en el trasfondo del pensamiento social argentino y se evidencia en la idea (de probable origen católico) de que la riqueza es siempre indebida y de que para ser bueno hay que ser pobre”.
“Si el negocio que iniciaste vende un poquito (tanto como para apenas sobrevivir), está bien. Pero si ese negocio crece, y crece mucho, incluso, hasta darte riqueza, tu negocio vende un montón y se abren luego cuatro sucursales, entonces ya no está bien”.
“Esta visión tiene que ver con la idea de que todo pobre es bueno y todo rico es malo. No hace falta ir muy lejos para captar el absurdo de este planteo. Todos sabemos de gente pobre malísima y de ricos buenos. Hay gente que tiene dinero y es buena, se preocupa por el otro, ayuda a sus amigos e incluso a desconocidos, y disfruta de la vida, y hay gente que no tiene dinero y es mala y no se preocupa por el otro ni ayuda a nadie y hace de la vida de los que lo rodean un infierno. Lo contrario también existe, es lo que solemos creer más fácilmente: el pobre es bueno y el rico es malo. O sea: no se puede establecer un valor moral sobre una persona a partir de la cantidad de dinero que esa persona posee, hay de todo”.
“¿Cómo no va a haber crisis si cada persona cree que la única manera de ser bueno es ser pobre o que le vaya mal? Hay quien tiene dinero porque se dedicó a prepararse, porque inventó y diseñó proyectos que le dieron trabajo, porque fue capaz de generar riqueza”.
“Lo que sí hay que diferenciar es entre riqueza habida por vía mafiosa o riqueza habida por trabajo y capacidad. No es cierto que toda riqueza sea mafiosa, y tampoco es cierto que toda riqueza haya nacido del trabajo y la capacidad personal. Lo importante es no perder el valor de la relación entre la riqueza y la capacidad para producirla legalmente, porque esta es la base de la sociedad”.
También se critica a quienes tienen ambiciones personales ya que, se supone, ello se opone necesariamente a los intereses del resto de la sociedad. El citado autor agrega: “La miseria humana no es la ambición, es más bien lo que sucede cuando las ambiciones personales no son desarrolladas. De la ambición se hace derivar el supuesto salvajismo del sistema. Si la gente no fuera ambiciosa todo estaría bien, se piensa con ingenuidad. Pero lo que sucede en realidad es exactamente lo contrario: las buenas sociedades son las que estimulan y valoran la ambición. Esas sociedades se enriquecen con las ambiciones mezcladas de sus habitantes, mientras que las sociedades resentidas, que castigan la ambición personal (y toleran sólo la ambición reguladora del Estado) producen una depresión generalizada” (De “Ideas falsas”-Editorial del Nuevo Extremo SA-Buenos Aires 2004).
Puede decirse que el populismo es el gobierno de políticos “bondadosos” que tienen como misión confiscar riquezas desde el Estado a los sectores productivos, para ser distribuidas entre el sector improductivo, sin una contraprestación laboral. Para llevar a cabo tan humanitaria tarea, tales políticos se quedan con un importante porcentaje de los bienes expropiados. Al extraerle riquezas a los malos para otorgarlas a los buenos, se materializa la tan ansiada justicia social.
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