jueves, 19 de septiembre de 2024

Ideologías

Los seres humanos de nuestra época, como también lo hicieron los de épocas pasadas, nos cuestionamos nuestro presente y nuestro futuro, tanto individual como colectivo. Disponemos de una gran cantidad de información, que excede ampliamente nuestras necesidades intelectuales y nuestra curiosidad, pero aún así, persiste cierta desorientación.

Nuestra personalidad depende de nuestras características heredadas como también de la influencia recibida del ambiente en donde se desarrolla nuestra vida. Podemos hacer una analogía con una computadora digital: la computadora tiene un “hardware” (circuitos) y un “software” (programación). Los hombres traemos un “hardware” de nacimiento y adquirimos un “software” mediante la influencia recibida.

Si intentamos escalar una montaña muy alta, deberemos adquirir un buen entrenamiento previo y, además, deberemos seleccionar un equipaje mínimo que nos permita lograr nuestro objetivo. Un equipaje excesivo o insuficiente impedirá ese logro. También para el tránsito por este mundo necesitamos un repertorio mínimo de ideas que, al llevarlas depositadas en nuestra memoria, nos permitirán hacer de nuestra vida una experiencia agradable e importante. Pero el hombre es un ser social y esas ideas básicas deberán ser comunes y útiles a todos los hombres; ello constituirá una “ideología”. Una ideología adquirida permite transformar a un hombre de la misma manera en que un nuevo programa de computadora cambia la utilidad y el comportamiento de la misma.

Al menos hemos encontrado el principio del camino que nos llevará a la solución de los conflictos individuales y colectivos. Pero el problema es mucho más complejo por cuanto no resulta fácil establecer una “ideología mínima” ya que deberá tener una generalidad tal que sea aceptada y comprendida por la mayoría de los seres humanos y, además, deberá tener validez para todas las épocas. Las ideologías de validez individual o sectorial generalmente producen divisiones y antagonismos, por lo que tendrán una relativa importancia. Además, el proceso educativo no sólo requiere de la buena predisposición del que enseña, sino también del que aprende, ya que varios destacados educadores del pasado murieron por decisión o presión de aquellos a quienes pretendían educar, tales los casos de Sócrates, Cicerón, Séneca, Cristo y Gandhi.

Cristo advierte: “No se echa el vino nuevo en odres viejos, porque entonces se rompen los cueros, y se pierden el vino y los cueros; sino que el vino nuevo se echa en cueros recientes, y se conservan ambas cosas”. El “vino nuevo” es la ideología mínima implícita en sus enseñanzas y que, para que pueda ser aceptada, requiere seguramente del abandono de otras ideologías menos eficaces. Cuando se aceptan dichas ideas en toda su amplitud, se tiene la sensación de que es lo más valioso que hayamos podido adquirir, e inmediatamente sentiremos la necesidad de compartirlas con los demás.

Debido a la influencia cotidiana que recibimos de los demás, ya sea en forma directa o bien a través de los medios masivos de comunicación, comienza a formarse en cada grupo social una especie de mentalidad generalizada del grupo. En una sociedad, esta mentalidad gobierna las vidas de las personas más influenciables uniformando actitudes y comportamientos, y pasa a ser una “ideología implícita” que no viene escrita en ninguna parte, pero cuyos efectos pueden llegar a ser negativos para el individuo.

Mediante las armas y el dinero, el hombre puede restringir la libertad de sus semejantes, pero mediante las ideologías es posible lograr un dominio mucho más efectivo, que es el dominio de la mente. Uno de los caminos más utilizados es el de las ideologías religiosas que no admiten razonamientos, ni confrontaciones con las leyes naturales; otro de los caminos es el establecido por las sociologías pseudocientíficas que tampoco las tienen en cuenta. Estas ideologías se caracterizan por dividir pueblos y crear conflictos.

Respecto del ser humano y de su complejidad, parece más fácil “describir” al ser humano ideal que a los millones de seres humanos reales. En realidad una ideología ha de orientarnos hacia esa idealización. No importa que sea inalcanzable, ya que lo que más nos interesa es lograr una orientación concreta, antes que alcanzar un punto concreto de llegada. Un educador no debe tratar de convertirse en un ejemplo para los demás, sino en llegar a ser un orientador hacia ese ser humano ideal.

Ya que existe una mentalidad generalizada de la sociedad, formada por sus integrantes, y que a su vez forma a sus integrantes, el mejoramiento de la sociedad se producirá a través del mejoramiento del individuo, siempre que sea posible encontrar y transmitir una ideología que defina claramente a ese ser humano ideal.

Quienes tenemos la esperanza de solucionar, en parte, el viejo problema del sufrimiento humano, no poseemos virtudes fuera de lo común, ya que el sufrimiento proviene de nuestros defectos, y quien mejor los conoce es quien los lleva encima, aunque con la intención de disminuirlos. Por el contrario, cuando un hombre dedica su vida a la obtención de pequeños placeres egoístas, y se desentiende de los demás, pierde su dimensión social, que es una de las características inherentes al ser humano.

Cuando, mediante el razonamiento y la imaginación, se llega a vislumbrar lo que deberá ser un ser humano auténtico, con cierta dimensión social, dejaremos de quedarnos de brazos cruzados observando cómo predominan ideologías que impiden el crecimiento de los seres humanos, ya sean formuladas en forma explícita o se den en una forma implícita en cada sociedad real. John Stuart Mill escribió: “Únicamente son felices aquellos (creo) que tienen sus mentes fijas en un objeto que no sea su propia felicidad; en la felicidad de los demás, en el perfeccionamiento de la humanidad, incluso en algún arte o tarea, acometido no como medio, sino como fin ideal en sí mismo. Apuntando hacia otra cosa, encuentran la felicidad de esa manera” (De “Autobiografía”–Editorial Espasa-Calpe SA-Buenos Aires 1947).

La verdadera y auténtica felicidad se transmite a los demás, porque su naturaleza es tal que incluye a las demás personas, mientras que el egoísmo tan sólo promueve cierta indiferencia en quienes conocen muy bien al mundo en que vivimos, y también produce envidia en quienes muy poco lo conocen.

El razonamiento guía nuestras vidas, ya que muchas veces nuestros sentimientos y nuestra conducta quedan retrasados respecto de nuestros pensamientos. La existencia de ideales y de proyectos para realizar en el futuro caracterizan al espíritu de cada ser humano, siendo jóvenes quienes se proyectan hacia el futuro y viejos quienes viven mirando el pasado. Estas actitudes pueden no responder a la edad cronológica de cada individuo. También la existencia de ideales está relacionada con el sentido que hemos de dar a nuestra vida, ya que la desorientación en la vida equivale precisamente a no encontrar un “sentido” o una finalidad que trascienda lo meramente superficial y cotidiano.

Ser idealista no significa adoptar una actitud de escape del mundo real, sino, al contrario, significa luchar sin descanso por una sociedad posible que ha de ser accesible a nuestras decisiones. El idealista no desespera ante la poca trascendencia de su lucha, por cuanto encuentra tranquilidad al saber que hizo todo lo que estaba a su alcance para lograr los fines propuestos.

La mentalidad generalizada de la sociedad actúa como una “inercia mental” que se opone a cualquier cambio, ya sea favorable, o no, por lo que lleva cierto tiempo el efecto de una acción ideológica. En el camino aparecerán reacciones del que se opone a todo cambio, por cuanto su vida, a nivel individual, le resulta placentera. Esto nos recuerda la frase de Andrei Sajarov: “Atrincheradas en su bienestar las minorías satisfechas…”.

miércoles, 18 de septiembre de 2024

Socialismo Siglo XXI

Por Víctor Maldonado C.

El sexto elemento

Creo que debemos a Giovanni Sartori la formulación de una pregunta crucial: ¿Cómo luchar en democracia, por la libertad y contra la corrupción? La respuesta apropiada es todo un desafío, sobre todo porque en el camino se puede perder la democracia, y con ella, toda ilusión y capacidad. Ha sido, obviamente, el caso venezolano. La democracia se derrumbó y cayó víctima del atroz populismo, de la fatal ignorancia de sus élites, del caudillo arquetipal y de un inconsciente colectivo que nos escora hacia un socialismo silvestre, un sistema errado de presupuestos y convicciones que operan como puerta franca a los autoritarismos, y en el caso que nos atañe, al totalitarismo más perverso.

Nuestro totalitarismo es híbrido. Es una mezcla caótica de ideología marxista, con sus aplicaciones castristas, y el peor de los pragmatismos imaginable, porque se reduce a hacer todos lo posible para sobrevivir en el poder, sin importar costos sociales o cualquier tipo de violación a los derechos y libertades. Además, debido a ese mismo pragmatismo, totalmente abierto a constituir las alianzas más espeluznantes, bien sea con carteles de la delincuencia organizada, o con grupos terroristas que terminan apoderándose indebidamente, pero con cierta complacencia oficial, de porciones de territorio sobre el cual ejercen potestad e incluso soberanía. Parece inaudito, pero la única lógica que sobrevive dentro de un experimento socialista es que “todo vale” para mantenerse en el poder.

Por eso mismo esta descripción taxonómica queda muy incompleta si no describimos su funcionamiento, y calibramos las consecuencias de su permanencia. Debe quedarnos claro que este tipo de regímenes solo tiene como interés el retener el poder, porque sus objetivos se concentran en el saqueo sistemático de los recursos, y en combatir a sus enemigos de clase: el mundo libre, el mercado y la propiedad. Son sus enemigos porque no toleran nada que les haga sombra a sus propias tinieblas. Cualquier contraste los derrumba. Ellos, para sobrevivir necesitan ser el único argumento, la narrativa absoluta y la única versión imaginable, sin que haya posibilidad de contrastes. De allí el encierro, la censura, y la propensión a sustituir el conocimiento y el sentido común por teorías “conspiparanoicas” donde las consecuencias se cercenan de las causas, y el sentido común naufraga en el mar tempestuoso de una avasallante propaganda oficial. Todo este esfuerzo necesita afanosamente simplificar al individuo, despojarlo de criterio, obligarlo a pensar de acuerdo con la conveniencia del régimen. Requiere de la degradación del ciudadano hasta el sujeto idiotizado, elemental, conforme, dependiente y servil que no es capaz de imaginar la libertad.

No ocuparse del país los muestra a los ojos de los incautos como sumamente ineficientes. Pero es otra cosa, no es solo que no saben hacer, es que además no les importa. Lo de ellos no es atender las demandas ciudadanas, prestar el servicio eléctrico, garantizar el agua potable, suministrar alimentos o hacer viable el sistema de salud. Para ellos gobernar es solo la excusa para instrumentar sistemas sofisticados de saqueo de las finanzas públicas. Y lo hacen aun a costa de destruir la moneda, vaciar las reservas internacionales, arruinar la empresa petrolera estatal y devastar los recursos del país. Ellos, los supuestos constructores de un futuro perfecto, son la única causa de que no haya posibilidad de futuro alguno.

La perversidad, la mentira, las operaciones psicológicas y la propaganda son también parte de su saber hacer. Todo el aparato estatal se va especializando en la simulación. Necesitan garantizar la preeminencia de una ficción, la alienación a una falsa realidad, sembrar las dudas sobre lo que la gente realmente padece, jugar a la lotería social, hacerles ver incluso que algunos de ellos, los más fieles y leales, pueden llegar a ser partícipes de ese mágico milagro de estar “donde hayga”. Para ellos el saqueo del país es un privilegio reservado a “sus mejores”.

Pero para que toda esta trama funcione adecuadamente tiene que ir adornada de una lucha constante a favor de “nuevos derechos para las minorías”, mostrándose como puerta franca a cualquier exacerbación progresista. Los socialismos son, en ese sentido, paradójicos. Sus ciudadanos están muertos de hambre, pero muy orgullosos de los “derechos” que tienen “garantizadas” las minorías que ellos inventan y luego exacerban. No hay derechos humanos, pero dicen respetar a las minorías. El “lenguaje inclusivo” opera como una trampa adicional: destruye el lenguaje, perturba los significados, y aplasta la verdad debajo de los nuevos convencionalismos. La realidad, ahora carente de la posibilidad de ser narrada con limpieza y claridad, termina siendo partícipe de ese caos que solo conviene al saqueo. La perversidad consiste en sembrar la confusión, evitar la reflexión unívoca, alejar la situación concreta, y colocar a la gente en una nebulosa montada a propósito para evitar la objetividad que necesita la disidencia para plantear el proceso de diferenciación.

El régimen juega a eso, a la paradoja constante, a remover las entrañas, extirpando lo poco o mucho de raigambre moral que le quede a un venezolano que tiene razones para estar amargado, que además está hambreado y sofocado por las terribles circunstancias que le ha tocado vivir. El ciudadano, expuesto a un circo psicodélico, no tiene demasiado claras sus opciones, porque el socialismo los somete a un bombardeo psíquico que los obliga a desconocer su propia condición humana para terminar siendo una comparsa. El régimen se ufana de un control eficaz de la población, pero se niega a cuantificar los costos. Esa receta es cubana. El poder defendido desde una trinchera. El poder transformado en su propia finalidad. No es control legítimo sino los resultados de vivir sin derechos, diezmada la esperanza, víctimas de las embestidas del régimen y de la desbandada de los que no soportan.

Lo cierto es que hay mucha impudicia al exhibir tanta destrucción. Pasearse por las calles del país es apreciar con dolor tanto tiempo perdido para el ciudadano. El estado en sus términos convencionales, tolerado porque está diseñado para proteger la vida, la propiedad y la soberanía, cuando se le confiere demasiado poder, comete traición y se convierte en un fin en si mismo. En los socialismos es todavía peor, porque se transforma en un depredador que también practica una indiferencia atroz. El ciudadano luce desvalido. Todo ha quedado de su mano. Las carreteras quedan abandonadas a su suerte, monumentos y estructuras lucen derruidos. La oscuridad es la única compañera de las noches en cualquiera de nuestras ciudades. Empresas cerradas dan cuenta de la imposibilidad de convivir con el destruccionismo por diseño. Las empresas públicas corrieron la única suerte que podían tener, el saqueo de su talento y de sus capacidades productivas. Hospitales y centros de salud dejan de funcionar. La moneda pierde su sentido. La economía estalla y ya no envía las señales pertinentes para poder hacer el cálculo económico. Una tormenta perfecta.

El socialismo, que se atribuye el remoquete de “científico”, reniega de la razón y el sentido común. Desvalija el sistema de mercado para colocar en su sustitución el régimen de controles, como si fuera posible manejar la sociedad a través de un sistema de planificación centralizada. Confunde soberbia con conocimiento. No es capaz de discernir entre capacidad y posibilidad. Abjura de la herencia civilizacional para reemplazarla por un misticismo ideológico y un odio sistemático, donde ellos operan como chamanes confabulados con la fuerza bruta del que ejerce la tiranía. El resentimiento los coloca en posición de devastar el régimen de propiedad y creer que lo pueden sustituir por el voluntarismo estatista. Los resultados están a la vista: La gente se está muriendo de hambre.

En el transcurso ocurre un desmontaje atroz de la empresa privada. El fidelismo la estatizó completamente. La versión remozada de la vieja receta castrista abrió un dossier de posibilidades: estatización forzada, intervención de la autonomía de las empresas a través de controles, y “el modo Putin” de control económico: sofocar a los empresarios indóciles hasta obligarlos a la venta de sus empresas, que quedan así en manos de los amigos del régimen, los “enchufados”. Otra versión de la misma estrategia es la que permite el acceso preferido a privilegios cambiarios y de cualquier otro tipo a una cofradía limitada de empresarios que se dejan manosear a cambio de ser los testigos de “una economía sana”, llena de oportunidades, donde se pueden hacer alianzas con el gobierno, que resultan “favorables” para el país, que no aprecian la necesidad de mantener una visión holística del momento, y que por lo tanto dicen que es posible aislar la economía de cualquier cosa que ocurra en la política. Toda experiencia socialista tiene sus espacios para el ejercicio del cinismo. Por eso la justificación suele ser dramática y con tintes supuestamente heroicos. Los que se acercan a las vetas de la corrupción y se benefician de ellas dicen que ese resulta ser el precio que deben pagar para mantener la empresa abierta y los empleos asegurados. Una muy conveniente ceguera que llena sus bolsillos, al costo social de mantener la ilusión de un sector “privado” relativamente autónomo, alejado de la diatriba partidista, militante de las negociaciones y el diálogo, que “practica” un falso pluralismo y que propone una versión de la realidad donde la democracia está “ligeramente tutelada” por la ideología oficial. ¿Los identifica?

El poder totalitario se corrompe tanto como mantiene una obstinada vocación para corromperlo todo. Dicho de otra manera, el análisis no solamente tiene que considerar la descomposición progresiva del orden totalitario, sino sus efectos en el resto de la sociedad cuando se somete a la terrible circunstancia de vivir en la ilegalidad para poder sobrevivir. La sobrevivencia produce otra mirada, más complaciente, más resignada, o tal vez más ansiosa o alucinada. La consecuencia es que reduce a la desolación y a la servidumbre, como si de un remolino se tratara.

Pero lo más grave no es la desolación que provoca un régimen corrupto. Es la capacidad tremendamente astringente para disolver la integridad de quienes estarían llamados a confrontarlo. El sexto elemento es ese, la corrupción como operadora política de alto nivel, la práctica del cinismo como cultura predominante y excusa perfecta, el abandono de los valores como referentes, la extraña liberalidad con la que se asume la vivencia del totalitarismo, y esa sospechosa forma como asumen los tiempos de resolución, sin apuro, con pausas, lleno de emboscadas, con infatuaciones coreográficas, dejando indemne al régimen que dicen combatir. Y de nuevo, fomentando la desolación de una ciudadanía que no puede o no quiere comprender.

¿Qué es lo que el ciudadano no quiere comprender? Que el régimen tiene muchas formas de preservarse en el poder. Pero entre las más clásicas está el estímulo de la corrupción como forma de practicar el chantaje, ablandar progresivamente las conciencias y bloquear cualquier estrategia de coraje. Eso es mucho más masivo y más económico que la represión pura y dura, reservada para los más irreductibles. El escándalo continental provocado por Odebrecht da cuenta de cómo operó el buque insignia de la política socialista de apaciguamiento y domesticación. Miles de millones de dólares repartidos entre comisionados y comisionistas para salvaguardar las bases de los socialismos reinantes. Grandes, pequeñas y medianas prebendas repartidas generosamente para aquietar los ánimos y hacerlos poco menos que comparsas negadoras de lo que verdaderamente está ocurriendo.

La lucha política está contaminada por quienes no asumen que el cambio es posible porque el statu quo les resulta el máximo conveniente de sus posibilidades políticas, bien sea porque solamente sobreviven en ausencia de competencia abierta, o porque han aprendido a vivir muy bien del rol que los ubica como eternos partidos de oposición light. Sobreviven porque son parte del decorado totalitario. Y lo peor, saben que no sobrevivirían ni un minuto a un proceso de transición democrática.

El totalitarismo del siglo XXI ha usado la corrupción como herramienta útil de sometimiento. Ha envilecido los “deberes posicionales” (Garzón Valdés, 2004), aquellos deberes que se adquieren a través de algún acto voluntario en virtud del cual alguien acepta asumir un papel dentro de un sistema normativo. Esos deberes se han convertido en privilegios. Le han dado la espalda al sentido republicano del ejercicio del poder. La corrupción es no cumplir con esa obligación que viene con el liderazgo y el poder, es la traición a la confianza social otorgada, es la falta de cooperación con las expectativas sociales.

Te dan un cargo, ofreces con altisonancia y luego aflojas al momento de las acciones. La corrupción se aprecia entre la contradicción brutal entre el discurso y la práctica. Opera a través de la participación en un grupo que intenta influenciar en el comportamiento de los otros a través de promesas, amenazas o prestaciones prohibidas por el sistema normativo relevante, para obtener algún beneficio o ganancia indebidas. Esta trama grupal, mafiosa, subterránea, nunca la vemos, pero la percibimos en la decepción que generan esos operadores institucionales.

La corrupción es una inmensa y extensa telaraña, que no puede dejar de presumirse. Lo trágico es que, en el socialismo del siglo XXI, es además el mismo sistema normativo que favorece, enaltece y propicia la impunidad y la corrupción, porque ellos proponen y ofrecen que “dentro de la revolución ¡todo es posible!”. Vivimos un sistema normativo de complicidades y de corrupción abierta. Ese sistema y sus pueriles expectativas es lo que se tiene que abolir, porque el sexto elemento sostiene al socialismo del siglo XXI a pesar de sus muy malos resultados.

Debo finalizar advirtiendo con las palabras de Santo Tomas Moro, patrono de la política, que esa telaraña de la corrupción es una trampa que no podemos seguir ignorando. Está más cerca de lo que imaginamos, no podemos seguir suponiendo que afecta a los otros, a los malos, solamente al régimen, porque “si los males y desgracias de aquellos que están lejos no nos llegaran a conmover y preocupar, muévanos, al menos, nuestro propio peligro. Pues razón de sobra tenemos para temer que la maldad destructora (la corrupción) no tardará en acercarse a donde estamos, de la misma manera que sabemos por experiencia cuán grande e impetuosa es la fuerza devastadora de un incendio, o cuán terrible el contagio de una peste al extenderse. Sin la ayuda de Dios para que desvíe el mal, inútil es todo refugio humano”. Hoy más que nunca es imprescindible la restauración moral de la república, que solamente se logrará con cualquier modalidad de ayuda que restaure el bien y destierre el mal.

(De www.elcato.org)

(Escrito en 2019).

lunes, 16 de septiembre de 2024

Motivaciones y Educación

El éxito del proceso educativo depende, posiblemente, entre un 70 al 90%, de la motivación, o interés, de alumnos y profesores, por los temas que se tratan. Por ello deben acentuarse, en toda sugerencia educativa, los aspectos profundos e interesantes de los distintos contenidos, en lugar de preocuparnos demasiado en metodologías y planificaciones. Éstas, muchas veces, sólo restringen la libertad del pensamiento y de la acción. Albert Einstein definía a la inteligencia como “la capacidad para formularse problemas”, priorizando el interés y la necesidad de conocimientos como base de todo aprendizaje.

El ambiente propicio para el desarrollo cultural de una sociedad ha de ser similar al ambiente propicio para el desarrollo de la ciencia. De ahí que poco se ganará a través de “leyes transformadoras de la educación”, mientras persista un generalizado desinterés por el conocimiento y por la ciencia. Las transformaciones educativas deben surgir desde los propios educadores, y no de los políticos, que muchas veces ven en la educación pública un medio para el simple adiestramiento laboral, o bien un medio para adoctrinar con ideologías poco compatibles con la realidad. Las auténticas revoluciones no son las de la violencia ni las de la demagogia, sino las de la inteligencia.

Los libros de historia de la ciencia, y los de divulgación científica, tienen gran importancia por cuanto despiertan el entusiasmo y la pasión por una rama determinada del conocimiento. Así, muchos médicos aseguran haber leído en su juventud al libro “Cazadores de microbios” de Paul de Kruif. También Einstein se sintió favorecido por tales libros, por lo que escribió: “Entre los 12 y 16 años me familiaricé con los rudimentos de la matemática al tiempo que con los principios básicos de los cálculos diferencial e integral. Tuve la inmensa fortuna de topar con libros no especialmente notables en cuanto a su rigor lógico, deficiencia que compensaban sobradamente al presentar los aspectos fundamentales del tema clara y sinópticamente…También tuve la suerte de empezar a conocer los resultados y métodos esenciales de las ciencias de la naturaleza en excelentes exposiciones popularizadoras que recogían casi exclusivamente los aspectos cualitativos…un trabajo que leí con atención expectante” (Citado en “El cerebro de Broca” de Carl Sagan-Grijalbo-Buenos Aires 1975).

El conocimiento debería brindarse y recibirse pensando en el bienestar que produce su tenencia, por lo que no resulta conveniente competir con los demás ni tampoco con uno mismo imponiéndose metas difíciles de alcanzar. El físico Richard Feynman cierta vez dijo: “A esta edad ya no podré realizar grandes cosas, por ello, desde ahora me divertiré con la física”. Posteriormente sus trabajos fueron reconocidos con el Premio Nobel de su especialidad. Albert Einstein escribió: “La insistencia exagerada en el sistema competitivo y la especialización prematura en base a la utilidad inmediata matan el espíritu en que se basa toda vida cultural, incluido el conocimiento especializado. Es también vital para la educación fecunda que se desarrolle en el joven una capacidad de pensamiento crítico independiente, desarrollo que corre graves riesgos si se le sobrecarga con muchas y variadas disciplinas. Este exceso conduce inevitablemente a la superficialidad” (De “Contribuciones a la ciencia”-Orbis-Buenos Aires 1986).

Los contenidos educativos, respecto de su cantidad, oscilan entre dos extremos: el enciclopédico y el especializado. Es atractiva la idea de impartir amplios y variados conocimientos, pero ello sólo es posible tan sólo en el caso de las ideas básicas. Para lograr este objetivo, la enseñanza debe estar dirigida a la “memoria natural” del alumno. También existe una “memoria artificial” (biblioteca, Internet, etc.), que complementará a la memoria natural. Alfred N. Whitehead sugería: “No enseñar demasiadas materias y, lo que se enseñe, enseñarlo a fondo” (De “Los fines de la educación”-Editorial Paidós-Buenos Aires 1965). Por lo general, los científicos más destacados se acercan al ideal enciclopedista, antes que a la estricta especialización. Sheldon L. Glashow escribió: “Murray Gell-Mann sabe casi todo de casi todo” (ambos Premios Nobel de Física).

José Ortega y Gasset habla de la “barbarie del especialismo”, del que “sabe todo de nada”, como uno de los peligros de la excesiva especialización. El matemático Joseph L. Lagrange advertía al padre del futuro matemático Augustín Cauchy: “No le dejéis abrir un libro de Matemática hasta que tenga 17 años”. “Si no os apresuráis a dar a Augustín una sólida educación literaria, sus gustos le alejarán de ella, y será un gran matemático, pero no sabrá cómo escribir su propio idioma” (Citado en “Los grandes matemáticos” de E.T. Bell–Fondo de Cultura Económica-México 1970).

domingo, 15 de septiembre de 2024

La Iglesia Católica y la transición desde la ética a la economía

Desde las religiones bíblicas se acepta que toda mejora social e individual provendrá de una previa mejora ética individual. De ahí la expresión de Cristo: "Primeramente buscad el Reino de Dios y su justicia, que lo demás se os dará por añadidura". Con el paso de los años, a partir del siglo XX principalmente, desde sectores de la Iglesia Católica se comienza a cuestionar la prioridad ética para sostener que en realidad es la economía la que debe considerarse en primer lugar, llegándose al actual extremo que gran parte del clero apoya al socialismo marxista.

A mediados del siglo XX aparecen los primeros síntomas de la transición de la ética cristiana, como fundamento del cristianismo, hacia la economía, acercándose al terreno marxista. Julio Ycaza Tigerino escribía al respecto:

Peligros del doctrinarismo: la desviación cristiano-marxista

Las formas de doctrinarismo europeo: liberalismo, nacionalismo, marxismo, etc., girando siempre en torno a la existencia del Estado nacional, no se han sucedido históricamente, sino que han subsistido interfiriéndose y confundiéndose entre sí. El liberalismo y la democracia se han teñido de nacionalismo, y el marxismo acude a fórmulas democráticas, mientras por otra parte convierte sus principios internacionalistas en instrumento de un imperio nacionalista. Pero el más grave y peligroso contubernio doctrinario es el aparecido en los últimos tiempos en forma de una epidemia contagiosa: el cristiano-marxista, llamado comúnmente social-cristianismo, o social cristiano, o movimiento social cristiano. Diré brevemente en qué consiste y cuáles son sus causas y consecuencias.

El marxismo es una doctrina de revolución política que, partiendo de una concepción económica de la Historia, trata de subvertir el orden social entregando el poder político a la clase mayoritaria, que es la clase trabajadora. El marxismo ha suscitado en las masas trabajadoras modernas el hambre de poder. Por eso todo intento de aplacar la revolución social mediante concesiones de tipo económico a los trabajadores es un intento inútil y que ha fallado en todos los casos.

Las concesiones de tipo económico sólo sirven para aumentar el poder político de las masas. Los sindicatos no son ya instituciones de lucha económica, sino instituciones de lucha política. Aceptar el planteamiento económico de un problema que es fundamentalmente político es aceptar la tesis marxista, es darle al marxismo la base y el instrumento para su lucha política. Y esto es lo que hace el social-cristianismo.

Todos los movimientos sociales cristianos, que dicen repudiar las doctrinas del materialismo marxista e inspirarse en las Encíclicas papales, aunque desde un punto de vista puramente filosófico mantengan una pureza doctrinaria, desde el punto de vista político han aceptado el planteamiento económico del marxismo y le sirven en cierto modo a sus fines revolucionarios, por cuanto a las masas trabajadoras no se les puede detener en su camino político con un sutil distingo escolástico entre derechos económicos y derechos políticos., entre revolución económica y revolución política, entre Justicia Social y Justicia Política.

El cristianismo salido de su terreno espiritual para dar la batalla al marxismo en el terreno de éste, que es el económico, tiene perdida la batalla. El esfuerzo de este cristianismo social para atraerse a las masas, cuyo alejamiento de la Iglesia es el escándalo de la Edad Moderna, según frase de un Pontífice, ha resultado por eso prácticamente fallido. El sindicalismo católico es una mala imitación del sindicalismo marxista y ha tenido siempre para los trabajadores un carácter de organización amarillista en la lucha revolucionaria.

La cuestión social exige, pues, un replanteamiento fundamental desde el punto de vista de una política cristiana, que tienda a la supresión del proletariado como fuerza política, a una desintegración de la masa democrática por la integración del individuo en unidades sociales naturales dentro de una jerarquía funcional de fuerzas económicas y políticas informada por un espíritu cívico-religioso que le preste su carácter sacro.

Mas, aparte de la consideración general del error político de este contubernio cristiano-marxista, en lo que respecta a los países hispanoamericanos y singularmente a mi patria, Nicaragua, hay que señalar el absurdo esencial que implica el transplantar a ellos instituciones, soluciones y doctrinas cristiano-marxistas, como el sindicalismo, aplicada en los países industriales a los problemas creados por las grandes masas proletarias.

Nuestra realidad social de un pueblo campesino y artesano, sin concentraciones industriales de ninguna especie, con una economía agrícola embrionaria, con un territorio enorme lleno de riquezas inexploradas, exige un tratamiento político de tipo completamente diverso, una adecuación legislativa al impulso creador y a la elevación de la mentalidad del individuo, que si es explotado en alguna forma es más bien por su precario estado cultural y falta de iniciativa que por carencia de medios y recursos materiales para hacer su fortuna personal y por competencia de brazos en el mercado de trabajo.

La intervención del Estado a favor de los trabajadores debe existir, pero debe estudiarse la forma en que esa intervención no implique concesión a la masa de un poder económico y político utilizable por los líderes y agitadores de la demagogia social-marxista para sus fines revolucionarios. La acción del Estado sobre nuestras pequeñas masas obreras y campesinas debe ser esencialmente tutelar y tendiente fundamentalmente a elevar su nivel de cultura y a conseguir su independencia económica, no mediante unas política socializante que les dé armas legales para una lucha clasista por la elevación de los salarios y por la ingerencia en la dirección económica del Estado, sino sustituyendo el Estado a los trabajadores en su contrato con el patrón cuando sea necesario; pero, sobre todo, apoyando su libre iniciativa individual para hacerles partícipes propietarios de la riqueza de nuestra tierra, salvándolos de la amargura y del odio vital del proletariado moderno, nivelador y esclavizante.


(De “Originalidad de Hispanoamérica”-Ediciones de Cultura Hispánica-Madrid 1952).

En pleno stalinismo, algunos sacerdotes adoptaban el marxismo-leninismo en forma abierta, como en la actualidad lo hacen los seguidores de la Teología de la Liberación. Al respecto, Czeslaw Milosz escribía en 1953:

He conocido algunos cristianos, muchos de los cuales fueron amigos míos –polacos, franceses o españoles-, que en materia política se adherían estrictamente a la ortodoxia staliniana, haciendo tan sólo algunas reservas interiores que les permitían creer en una intervención rectificadora de Dios después de la ejecución de las sentencias sangrientas por los plenipotenciarios de la Historia.

Llevaban el razonamiento bastante lejos: el desarrollo histórico se cumple según leyes inmutables que existen por la voluntad de Dios: una de esas leyes es la lucha de clases; el siglo XX es el de la lucha victoriosa del proletariado, dirigido en sus combates por el Partido Comunista; como Stalin es el jefe del Partido Comunista, es el ejecutor de la ley histórica, lo que quiere decir que actúa según la voluntad de Dios y que se le debe obediencia.

La renovación de la humanidad sólo es posible según los preceptos aplicados a través de toda Rusia, y por esto un cristiano no puede ponerse en contra de la única idea –cruel, es cierto- que creará en el planeta entero un tipo humano superior. Este razonamiento suelen emplearlo en sus sermones eclesiásticos que son instrumentos dóciles del Partido. «Cristo es el hombre nuevo. El hombre nuevo es el hombre soviético. Por lo tanto, Cristo es el hombre soviético», declaró el patriarca rumano Justiniano Marina.

(Citado en “Dios no es bueno” de Christopher Hitchens-Debate-Buenos Aires 2008)

Respecto de la supuesta “ley básica de la historia” (la lucha de clases sociales), puede hacerse una analogía con un mecánico armador. En este caso, puede decirse que no es tan buen armador cuando, al terminar su tarea, le sobran varias tuercas y varios tornillos. En el caso de las clases sociales, a Marx le sobra la clase media, que queda afuera de su teoría; siendo la clase media la integrada por individuos que no son ni burgueses ni proletarios, que nunca explotaron a nadie ni nunca nadie los explotó laboralmente.

sábado, 14 de septiembre de 2024

El ateo contra la religión

Es importante distinguir entre el ateo que personalmente niega la existencia de una instancia superior, Dios o el orden natural, del ateo practicante que promueve una actitud antirreligiosa, promoviendo su rechazo o su abandono. Este es el caso de Christopher Hitchens, uno de los ateos practicantes más conocidos.

Cuesta bastante ubicarse en la postura mental del ateo, ya que la idea de Dios es una de las ideas más simples que existe. Si consideramos que el ser humano aparece hace algunos millones de años atrás, es obvio que no somos los creadores del universo y que existe una instancia superior que ha conducido a nuestra existencia. A esta instancia superior, denominada Dios, u orden natural, o conjunto de leyes naturales, es la conclusión a la que llega hasta un niño pequeño; es decir, la existencia de varios dioses, o de un Dios similar a una persona, es la idea inmediata de los hombres primitivos.

Si bien las críticas de la religión emitidas por el mencionado autor son acertadas, ya que contempla todos los errores y horrores cometidos a lo largo de la historia, parece ignorar la diferencia entre las diversas religiones, ya que habla de "las religiones" incluyendo a la religión moral junto a las religiones paganas, sin contemplar la posibilidad de que la ética bíblica sea compatible con las leyes naturales que rigen nuestro comportamiento.

Al rechazar la religión bíblica, rechaza sus mandamientos, es decir, rechaza al "Amarás al prójimo como a ti mismo", que implica compartir las penas y las alegrías ajenas como propias, que no es otra cosa que la empatía emocional. La empatía es, seguramente, el principal medio de supervivencia que nos ha provisto el orden natural. De ahí que su rechazo no parece ser éticamente favorable a la humanidad.

Si el ateo rechaza la ética natural mencionada, quizá acepte la "ética" del egoísmo propuesta por la atea Ayn Rand, que postula "la virtud del egoísmo". O bien aceptará la "ética" atea del odio, del marxismo-leninismo, o el disfraz socialista del altruismo, que promueve un beneficio ajeno a costa de un perjuicio propio. O bien será partidario del relativismo moral, del todo vale, que con el tiempo tiende a destruir toda forma de civilización desvirtuando la naturaleza humana. No existen otras "éticas" además de las mencionadas.

Si el ateo considera que es conveniente adoptar la ética de la empatía emocional, puede decirse que está cumpliendo con la propuesta evangélica, que no es otra cosa que la actitud promovida por el cristianismo, aun cuando desde la Iglesia se considera que la creencia en los dogmas católicos sea más importante que los mandamientos bíblicos. Si se acepta la existencia de un orden natural, con cierta finalidad implícita, se está adoptando la postura de la religión natural, en lugar del ateísmo.

Si las religiones quieren depurar sus prédicas y su accionar, deberían leer el libro "Dios no es bueno" (Debate-Buenos Aires 2008), del citado autor, si bien se caracteriza por una actitud destructiva, por cuanto no encuentra nada positivo en "las religiones". Tampoco parece intentar colocar algo en su lugar, ya que, en el caso de la religión moral, se ofrece una ética natural construida a lo largo de miles de años, a la que está asociado un sentido de la vida. Sin un sentido de la vida, al menos en la opinión de Viktor Frankl, surge el vacío existencial haciendo penosa la vida de todo ser humano.

Para Hitchens, la religión es todo lo que hacen las masas, que por lo general adaptan las prédicas originales a sus gustos, ambiciones y costumbres personales. De ahí que poco o nada contempla los efectos de la ética bíblica puesta en práctica. Tampoco contempla la existencia de una posible autocorrección bíblica, la que provendría de una Segunda Venida del mesías, necesaria para corregir los errores y los horrores tan bien descriptos por el citado autor.

Los extremos están dados por el fanático creyente, con una fe positiva en todo lo que se dice en la religión adoptada, por una parte, y el ateo fanático, con una fe negativa respecto de todo lo que involucra a la religión, cualquiera sea ella, por otra parte.

viernes, 13 de septiembre de 2024

Hannah Arendt y las semejanzas de los totalitarismos

La gente tiende a escandalizarse cuando existe la posibilidad de que accedan al gobierno sectores de ultraderecha, con afinidades con el fascismo y el nazismo, mientras que no ocurre algo similar cuando los que acceden al poder provienen de la izquierda o ultraizquierda. Sin embargo, históricamente, existen semejanzas cercanas entre nazismo y socialismo, si bien en este último caso sus adeptos tienen gran habilidad para hacerse pasar por personas pacíficas y bien intencionadas.

Entre quienes han profundizado acerca de los totalitarismos se destaca la figura de Hannah Arendt, para quien no existían grandes diferencias entre el nazismo y el socialismo real. Salvador Giner escribió: “En Los orígenes del totalitarismo, logró probar dos cosas, a saber, la radical novedad histórica del sistema de terror político instaurado tanto por el nazismo como por el bolchevismo transformado en stalinismo y, lo que era más grave, la profunda similitud que unía a ambos regímenes. Comprensiblemente se han resistido analistas políticos, historiadores y sociólogos a aceptar esta última afirmación por mucho tiempo. No obstante, nadie ha logrado refutar la nítida argumentación de Arendt, con su énfasis principal sobre el aparato burocrático del terror, más allá de la ideología y de la orientación política o clasista inicial de cada uno de aquellos dos regímenes, en apariencia contrarios y, ciertamente, enemigos” (De “Hannah Arendt. El orgullo de pensar” de Fina Birulés (Compiladora)-Editorial Gedisa SA-Barcelona 2000).

Los análisis establecidos por Arendt se basan principalmente en el nazismo, por cuanto, por ser alemana y judía, le tocó vivirlo de cerca. Entre los aspectos comunes a ambos sistemas, advierte ciertos nacionalismos que conllevan la tendencia a expandirse y a condenar a quienes se oponen entre los habitantes de las propias naciones, escribiendo al respecto: “El nazismo y el bolchevismo deben más al pangermanismo y al paneslavismo, respectivamente, que a cualquier otra ideología o movimiento político. Y ello es más evidente en política exterior, donde las estrategias de la Alemania nazi y de la Rusia soviética han seguido tan de cerca los bien conocidos programas de conquista trazados por los pan-movimientos, antes de y durante la Primera Guerra Mundial, que los objetivos totalitarios han sido a menudo confundidos con la prosecución de algunos intereses permanentes alemanes o rusos. Aunque ni Hitler ni Stalin reconocieron nunca su deuda con el imperialismo en el desarrollo de sus métodos de dominación, ninguno dudó en admitir lo que debía a la ideología de los pan-movimientos o en imitar sus slogans”.

“Los pan-movimientos predicaban el origen divino del propio pueblo contra la creencia judeo-cristiana en el origen divino del hombre. Según ellos, el hombre, perteneciendo inevitablemente a algún pueblo, recibía su origen divino sólo indirectamente a través de su pertenencia a un pueblo. El individuo, por eso, poseía su valor divino sólo mientras que perteneciera al pueblo que estaba diferenciado por su origen divino. Y quedaba desposeído de semejante valor allí donde decidía cambiar de nacionalidad, en cuyo caso cortaba todos los lazos a través de los cuales está dotado de un origen divino y era como si quedara sumido en un desamparo metafísico”.

“Un «pueblo divino» vive en un mundo en el que es el perseguidor nato de todas las especies más débiles o la víctima nata de todas las especies más fuertes. Sólo las reglas del reino animal pueden aplicarse posiblemente a sus destinos políticos” (De “Los orígenes del totalitarismo”-Aguilar-Buenos Aires 2010).

Los sistemas totalitarios son propios de las sociedades de masas, donde los gobernantes y la mayoría de sus pobladores responden a las definiciones más aceptadas del hombre-masa. En cuanto a los “deberes de un ciudadano cumplidor de la ley”, Hannah Arendt escribió: “Eichmann tuvo abundantes oportunidades de sentirse como un nuevo Poncio Pilatos y, a medida que pasaban los meses y pasaban los años, Eichmann superó la necesidad de sentir, en general. Las cosas eran tal como eran, así era la nueva ley común, basada en las órdenes del Führer; cualquier cosa que Eichmann hiciera la hacía, al menos así lo creía, en su condición de ciudadano fiel cumplidor de la ley. Tal como dijo una y otra vez a la policía y al tribunal, él cumplía con su deber; no sólo obedecía órdenes, sino también obedecía la ley”.

“Ciertamente, este estado de cosas era verdaderamente fantástico, y se han escrito montones de libros, verdaderas bibliotecas, de muy «ilustrados» comentarios jurídicos demostrando que las palabras del Führer, sus manifestaciones orales, eran el derecho común básico. En este contexto «jurídico», toda orden que en su letra o espíritu contradijera una palabra pronunciada por Hitler era, por definición, ilegal” (De “Eichmann en Jerusalén”-Editorial Lumen SA-Barcelona 2001).

Felicitas Valenzuela Bousquet escribió: “En el nazismo, los individuos se separan los unos de los otros, y sólo se sienten seguros cuando dejan de ser responsables y actúan en grupos o en masas, de modo sincronizado”.

“El término «totalitarismo», con la atmósfera que produce se convierte en símbolo de terror, sed de poder, tiranía, violencia, ignominia, crueldad, persecución, homogenización”.

“El movimiento político del totalitarismo no busca un reino despótico, sino un sistema en que los seres humanos sean superfluos, sobren, y los individuos se conviertan en especímenes de una especie animal primitiva. Al totalitarismo le interesa que afloren los rasgos más primarios de la especie humana, que sean las masas las que primen; pues éstas son más permeables y dominables. Frente a ello Arendt concluye, «En realidad, la experiencia de los campos de concentración muestra que los seres humanos pueden ser transformados en especimenes del animal humano y que la naturaleza del hombre es solamente humana en tanto que abre al hombre la posibilidad de convertirse en algo altamente innatural, es decir, en un hombre»” (De “Hannah Arendt: Amor mundi”-Ediciones Escaparate-Santiago de Chile 2008).

martes, 10 de septiembre de 2024

Las dimensiones del ser humano y la educación

Pueden asociarse a todo ser humano tres dimensiones básicas, similares a las tres dimensiones del espacio; así tendremos una dimensión estética, una dimensión intelectual y una dimensión ética. De ahí que toda tarea educativa debe contemplarlas tratando de lograr un desarrollo personal equilibrado.

El aspecto emocional está asociado al comportamiento ético y constituye el valor más importante. Wolfgang Goethe, para afirmar la superioridad de lo emocional respecto de lo intelectual, dijo: “Lo que yo sé, todos pueden saberlo, pero el corazón es sólo mío”. En cambio, el destacado filósofo y matemático René Descartes, quizás justificando su solterío, expresó: “He preferido la verdad a la belleza”.

Podemos caracterizar a todo ser humano, incluso a todo grupo social, mediante estos tres aspectos: estético, ético e intelectual, ya que existe cierta independencia entre los mismos. Esto se debe a que existen personas de reconocida belleza exterior, pero con pocos valores éticos e intelectuales, o bien personas con reconocida belleza interior, pero con pocos atributos físicos e intelectuales, y así todas las demás posibilidades. El ser humano plenamente adaptado al orden natural será el que tenga un desarrollo equilibrado de los tres aspectos.

La vida espiritual (emocional e intelectual), es la que caracteriza nuestra naturaleza propiamente humana y, a manera de compensación, a veces crece ante una pobre valoración estética. Así, tanto Pascal, como San Francisco, Spinoza y Kierkegaard, poseían una salud precaria, posiblemente tendrían poco atractivo estético y los cuatro vivieron sólo hasta alrededor de los cuarenta años, pero pasan los siglos y sus atractivas personalidades siguen despertando curiosidad. François Mauriac escribió sobre Pascal: “Al cabo de tres siglos él aún está ahí, vivo, tomando parte en nuestras disputas. Hasta sus mínimos pensamientos nos confunden, entusiasman o incomodan, pero él es comprendido al momento, desde la primera palabra, mucho mejor que en su propio tiempo” (De "El pensamiento vivo de Pascal"-Editorial Losada-Buenos Aires 1966).

Si tuviésemos que elegir una edad óptima para detener el paso del tiempo, un deportista la elegiría entre 25 o 30 años. Un científico entre 35 y 45 años, un filósofo quizás algo más, mientras que la edad óptima para quien basa su vida en sus vínculos sociales y afectivos, podrá elegir una edad mayor aún. De ahí que una valoración excesiva de la belleza física hará sentir poco feliz a quien posee una edad que excede a la del ideal respectivo. Lograr el desarrollo equilibrado de nuestras tres dimensiones equivale hacer más intensa nuestra propia vida.

Si tuviésemos que elegir al “modelo de hombre feliz”, quienes viven en la fase estética pensarán en algún millonario que vive rodeado de lujos. En cambio, quienes viven en la fase ética e intelectual, podrán elegir una vida como la del médico Edward Jenner, quien alguna vez habrá podido decir con orgullo: “Con mi vacuna podré salvar 60 millones de vidas por siglo”, ya que esa fue la cantidad estimada de víctimas de la viruela durante el siglo XVIII. Por su obra podemos decir que era “creyente”, en el sentido religioso, aunque no sepamos cuáles eran sus pensamientos al respecto.

El avance tecnológico y la vida moderna exigen al hombre un mínimo esfuerzo físico en sus actividades cotidianas, mientras que nuestra propia naturaleza requiere de cada uno de nosotros una actividad muscular permanente para el logro de una vida sana. El ejercicio físico y el deporte son necesarios e imprescindibles para el logro de una vida plena; fortalecen al cuerpo y prolongan la vida. Ayudan a embellecer el aspecto exterior como también han de servir para ejercitar la voluntad y la disciplina; aspectos necesarios para nuestro cotidiano vivir. John Locke escribió: “Educar es obtener un alma sana en un cuerpo sano”.

Los pueblos, como las personas, presentan algunos atributos que predominan sobre los demás. Así, los romanos tenían una mentalidad práctica; construyendo, entre otras obras, 90.000 kilómetros de caminos, haciendo que representen la fase tecnológica de la humanidad. Uno de ellos dijo: “Los griegos y los egipcios hacen monumentos que no tienen utilidad práctica, mientras que Roma construye caminos y acueductos que sirven a todo el pueblo”. Por el contrario, en Grecia se acentúa la fase intelectual y científica de la humanidad, y en donde, incluso, desprecian actividades puramente prácticas. También los pueblos deberán buscar un desarrollo equilibrado entre ciencia, tecnología y religión.

Considerando la existencia de sufrimientos y conflictos que afectan a individuos y sociedades, se presentan dos alternativas extremas para lograr un posible mejoramiento: la educación y la revolución. En este caso denominamos “revolución” a un cambio abrupto promovido por medios violentos, cercano a una guerra civil, y que es promovido y alentado por el marxismo. La otra alternativa es la educación, la que producirá efectos duraderos. El filósofo Johann Fichte escribió: “El único medio que propongo para salvar la existencia de la nación alemana es la transformación completa de la educación vigente hasta hoy”. “Mediante la nueva educación, queremos unir a todos los alemanes en un solo cuerpo” (De “Discursos a la nación Alemana”-Ediciones Altaya SA-Barcelona 1994).

Por otra parte, Francis Bacon escribió: “El hombre, servidor e intérprete de la naturaleza, ni obra ni comprende más que en proporción de sus descubrimientos experimentales y racionales sobre las leyes de la naturaleza; fuera de ahí, nada sabe ni nada puede” (De “Novum Organum”). Esto nos sugiere que debemos tomar como referencia a la propia realidad y no a la autoridad reconocida de algún hombre. Así, Galileo Galilei (1564-1642) inicia la física experimental dejando de lado la autoridad científica de Aristóteles de Estagira (384-322 AC). Nicolás Copérnico (1473-1543) establece el modelo de sistema planetario heliocéntrico dejando de lado a Claudio Ptolomeo (90-168). Andrea Vesalio (1514-1564) reinicia la medicina experimental dejando de lado la autoridad de Galeno (130-190). Observando el tiempo transcurrido entre “autoridad e innovador”, puede apreciarse el estancamiento producido al considerar una referencia inadecuada, entre otros aspectos.

La idea de una educación única y objetiva, que sea válida para todos los pueblos y para todas las épocas, ha sido un objetivo a lograr. Y esto ha de ser posible debido a que la educación se ha de fundamentar, en última instancia, en la ciencia experimental (en cuanto a contenidos). En cuanto a procedimientos, se ha de fundamentar en la psicología y en la lógica (como apoyos para el arte individual de la enseñanza). Giovanni Gentile dijo: “La educación fue orientada en cada tiempo y lugar según los diversos conceptos que se tuvo del hombre”.

La ciencia de la pedagogía aparece en épocas en que se trata de encontrar una religión natural, es decir, una religión vinculada a las leyes naturales que rigen a todo individuo. Wilhelm Dilthey escribió: “La pedagogía actual nació en los siglos XVI y XVII y compone una parte de aquel sistema natural que se desenvolvió entonces como derecho natural, religión o teología natural y moral universal” (De “Teoría de la concepción del mundo”–Fondo de Cultura Económica-México 1992).

La educación tiene como objetivo principal la adaptación del ser humano al orden natural, o al mundo en que vive, por lo que los contenidos y los métodos deberán formar parte de algún sistema filosófico o religioso, vinculado al mundo real. William James escribió: “La educación es la formación de hábitos de acción capaces de adaptar al individuo a su medio ambiente y social”.

Inmanuel Kant manifestaba que los dos problemas más difíciles de resolver eran el del arte del gobierno y el de la educación. Desde el punto de vista de la adaptación del hombre al orden natural, es posible considerarlos como un solo problema, con una posible solución. Dicha adaptación materializa la idea del gobierno (o Reino) de Dios a través de las leyes naturales siempre vigentes, que debería ser también la finalidad de la educación. John Dewey dijo: “La educación no es una preparación para la vida, es la vida misma”.

El físico Albert Einstein escribió: “No olvidéis nunca que las cosas maravillosas que aprendéis en la escuela son obra de muchas generaciones, producto del esfuerzo entusiasta y del trabajo incansable de todos los países del mundo. Se deposita todo esto en vuestras manos como herencia para que lo recibáis, lo honréis, lo aumentéis y podáis transmitirlo un día fielmente a vuestros hijos. Así es como nosotros, los mortales, alcanzamos la inmortalidad en las cosas permanentes que creemos en común. Si nunca olvidáis esto, hallaréis un sentido a la vida y al trabajo, y adoptaréis la actitud más correcta hacia otras naciones y otras épocas” (De “Contribuciones a la ciencia”-Aguilar-Barcelona 1975).

Debido a que el individuo posee una actitud característica, por la cual la pone en evidencia en cada instancia de la vida, la educación impartida deberá implicar una orientación adecuada a tal actitud. Desde este punto de vista, no resulta conveniente hablar de una “educación sexual”, o de una “educación vial”, por cuanto, al orientar debidamente la actitud de cada individuo, mediante una única educación ética, se lo educará en una forma integral. Las educaciones especializadas surgen como un reflejo del fracaso logrado en la educación general.

La educación a impartir presentará cuatro aspectos básicos: ético, intelectual, físico y laboral. Muchas veces, el hombre relega a un segundo plano los valores netamente humanos, por lo que resulta conveniente recordar las sugerencias dadas por Sócrates: “Atenienses, os respeto y os amo, pero obedeceré a Dios antes que a vosotros y mientras viva no dejaré de filosofar diciéndole a cada uno cuando lo encuentre: Buen hombre, ¿cómo siendo ateniense y ciudadano de la más grande ciudad del mundo por su sabiduría y su valor, cómo no te avergüenzas de no haber pensado más que en amontonar riquezas, en adquirir créditos y honores, en despreciar los tesoros de la verdad y de la sabiduría, y en no esforzarte para hacer a tu alma tan buena como pueda serlo?”.

El éxito del proceso educativo depende de la valoración social del conocimiento. En todas las épocas ha existido un automarginamiento de quienes ignoran los avances de la ciencia y del progreso cultural. El astrónomo Nicolás Copérnico expresó bastante decepcionado: “Lo que agrada a la muchedumbre, yo no lo comprendo; lo que yo comprendo no agrada a la muchedumbre. Hay un abismo entre nosotros”. Podemos decir que el docente ha de ser un intermediario entre el sabio y el hombre común.

Muchas veces, religión es sinónimo de fanatismo y superstición, de irracionalidad y de odio intenso. Sin embargo, si se considera la existencia de una moral natural, implícita en las propias leyes que nos rigen, la religión podrá seguir ocupando el lugar central que históricamente ha ocupado en la educación. Mejorar la educación significa también mejorar la religión. Miguel de Unamuno escribió: “Creer en Dios es anhelar que le haya y es además conducirse como si le hubiera”.

Si bien el conocimiento transmitido presenta contenidos variados, el educador debe acentuar su tarea en la parte ética, tratando que cada alumno muestre el mejor aspecto de su personalidad. Wolfgang Goethe dijo: “Trata a la gente como si fuera lo que debería ser y la ayudarás a convertirse en lo que es capaz de ser”.

domingo, 8 de septiembre de 2024

Del "ni una menos" al "con mis hijos no te metas"

Cuando se trata de introducir en la sociedad cambios revolucionarios, o cambios de cierta importancia, se apunta a comenzar con los niños, para que en ellos perduren los cambios en el futuro y por la facilidad que existe para inculcarles cualquier tipo de creencia o conocimiento.

Este es el caso de la “ideología de género”, basada en la creencia de que ser hombre o mujer es una “construcción social” en lugar de constituir una categoría biológica derivada del proceso de evolución biológica por selección natural. Tal ideología abre las puertas a la homosexualidad por cuanto se trata de inducir en los niños la posibilidad de que descubran que son “niños en un cuerpo de mujer” o “niñas en un cuerpo de hombre” u otras derivaciones, ajenas a la biología, y que puedan construirse en base a considerar que nuestros atributos humanos dependen sólo de la influencia familiar y social y no dependan de la herencia genética fruto de millones de años de evolución biológica.

Para encubrir los objetivos poco favorables a los niños, se dice que la “ideología de género”, incluida en la educación primaria, principalmente, se establece para limitar o erradicar la violencia contra las mujeres, bajo la expresión “Ni una menos”, cuando en realidad lo que se logra es instalar la posibilidad de la homosexualidad.

Como nadie se va a negar a limitar o erradicar los asesinatos de mujeres, sirve tal expresión para una plena aceptación por parte de la sociedad. Cuando, con el tiempo, advierten la realidad de la Educación Sexual Integral (ESI), puede resultar demasiado tarde.

Para reafirmar la “elección de género” por la cual un hombre biológico afirma “sentirse una mujer”, desde el Estado, en los diversos países, se castiga o se sanciona legalmente, a veces severamente, el reconocimiento biológico solamente y el rechazo de la elección mencionada. Quienes se guían por las afirmaciones científicas, que concuerdan con las afirmaciones bíblicas, son caracterizados como atrasados, medievales, fascistas u otros calificativos despectivos.

Como ejemplo puede citarse un libro cuyo título es Ni una menos desde los primeros años: educación de género para infancias más libres, de Cecilia Merchán y Nadia Fink, compiladoras (Editorial Chirimbote-Buenos Aires 2016). La libertad asociada al título pareciera ser una libertad de elección sexual, teniendo disponibles varias categorías que les serán “sabiamente” indicadas o sugeridas por los maestros y promotores de la ideología mencionada.

En la introducción de las compiladoras se lee: “Es un libro que busca respuestas y plantea propuestas para avanzar en una sociedad más igualitaria. Creemos que sólo es posible si comenzamos, desde los primeros años, por quitar los prejuicios y estereotipos que rodean la idea de los vínculos familiares, los de géneros y los roles que se nos atribuyen desde el momento en que nacemos”.

“En todos los casos, en todas estas luchas, está siempre presente la necesidad de dar comienzo a una profunda y revolucionada manera de mirar la educación y la socialización, que nos permita pensar desde una perspectiva mucho más abierta, más inclusiva, nuestra historia y la de las nuevas generaciones”. “Los y las invitamos, entonces, a recorrer este camino que tiene tantas bifurcaciones como múltiples y libres infancias deseamos”.

Puede decirse que, hasta hace poco tiempo, las ideas predominantes en educación y moral dependían de los conocimientos científicos y de la tradición bíblica; ambas vías apuntando a adaptarnos al orden natural, si bien estando alejados de ser satisfactoria tal adaptación. A partir de la ideología de género habríamos de orientarnos por las ideas de Simone de Beauvoir, para quien el vínculo sexual entre adultos y niños habría de ser una posibilidad. En el libro citado, Mónica Tarducci y Marcelo Zelarallán escriben: “Uno de los textos clave para entender la desigualdad entre varones y mujeres fue El segundo sexo, libro escrito por Simone de Beauvoir, filósofa y escritora francesa, publicado en 1949”.

“Para Beauvoir, hay que considerar la dominación masculina no como resultado de los aspectos anatómicos o naturales, sino como producto de una construcción social y de las mujeres; esta idea está enunciada en su famosa frase No se nace mujer, se llega a serlo, que es un antecedente importante del concepto de género”.

Puede decirse que el marxismo de la escritora francesa tiende a reemplazar a la biología experimental, mientras que su ateísmo tiende a reemplazar todo lo que provenga de la Biblia, siendo un síntoma del desplazamiento ideológico que predomina en muchos ámbitos de las sociedades actuales.

Acerca de los gauchos

Por Roberto L. Elissalde

El padre Guillermo Furlong rescató las observaciones de Charles Darwin sobre los gauchos argentinos Se cumple el 50° aniversario del fallecimiento del sacerdote jesuita e historiador, que también fue un profundo conocedor del Martín Fierro

El R.P. Guillermo Furlong S.J., concurrió a la sesión privada de la Academia Nacional de la Historia en su nueva sede del Antiguo Congreso de la Nación. Llevaba más de tres décadas y media ocupando ese sitial, y era el cuarto académico en orden de precedencia; disciplinado y laborioso, había pedido el uso la palabra para leer una comunicación titulada: “Cómo juzgó Darwin a nuestros gauchos”.

El padre Furlong había nacido en Villa Constitución en 1889, en el medio rural. Hijo de irlandeses, estuvo ligado en esos años juveniles al campo; estudió al gaucho a través de las notas de algunos de los padres de la Compañía de Jesús, cuyo hábito hizo suyo. Era un profundo conocedor del Martín Fierro.

En esa sesión de la Academia, recordó que en 1914 en una tertulia en la casa de don Enrique Peña, con Samuel Lafone y Quevedo, estuvieron conversando sobre los indios y qué es civilización y qué cultura, y afirmó en forma tajante: “Es indiscutible que esa prosapia de hombres, llamados gauchos, a lo menos de la provincia de Buenos Aires, al sur del río Salado, no eran unos bárbaros, unos idiotas, unos tarados; no eran un insulto a la cultura y a la civilización. En la época hispana, si no eran apreciados ni tenidos en consideración tampoco fueron perseguidos, ni se trató jamás de eliminarlos por la fuerza de las armas, como tampoco se pensó jamás en acabar cruelmente con los indígenas”.

Recordó que después de 1810 se vio en el gaucho “la materia prima, ideal y abundante, para integrar los ejércitos y remitirlos a los fortines, donde, lejos de sus hogares, perecieron de miseria y melancolía”. Afirmó que después de Caseros fueron perseguidos como en la antigua Grecia se hizo con los ilotas, y rescató la voz de Nicasio Oroño en el parlamento denunciando procedimientos “bárbaramente antihumanos”. Rescató los escritos de Sarmiento, alguna vez simpáticos para con el gaucho, pero no omitió aquella carta a Mitre del 24 de setiembre de 1861: “Tengo odio a la barbarie popular… Mientras haya chiripá, no habrá ciudadanos…. ¿Son acaso las masas la única fuente de poder y de legitimidad? El poncho, el chiripá y el rancho son de origen salvaje”.

Exageración

En todas esas manifestaciones contra el gaucho, Furlong sentía que “debía haber exageración, ya que no era concebible que José Hernández, que durante tantos años vivió como gaucho entre los gauchos, hubiese idealizado en forma tan extraordinaria al gaucho, que llegara a ser el reverso de la medalla sarmientina”. En esas disgregaciones estaba nuestro buen cura cuando confesó que hacía pocos meses había leído el libro escrito por Charles Darwin durante su estadía entre nosotros entre fines de 1832 y comienzo del año siguiente en el que describe a nuestros gauchos con aquella frase: “los gauchos o gentes del campo son muy superiores a las gentes que residen en las ciudades, es siempre más agradable y más simpático, es más atento o educado, y es más hospitalario”.

Lo impresionó a Furlong esa frase “muy superior” y le vino a la mente el elogio del padre Castañeda, cuya biografía estaba escribiendo, y que había sido “rescatado del basurero por Saldías y por Capdevila”, en sus conceptos sobre el gaucho.

Furlong finalizó recordando que el crítico francés Nicolás Boileay “agudamente dijo que los hombres más sabios han sido aquellos que ignoraban que eran sabios, y tal fue el caso de nuestros gauchos, cuya modestia no estaba reñida con aquel vigor con que doblegaban las fuerzas de la naturaleza, cuyo bajo sentir de sí mismos no les amilanaba para las empresas más arriesgadas y bravías”.

Junto a los aplausos de rigor, no habrán faltado los comentarios de los colegas. Presuroso, el padre Furlong cruzó la Plaza de Mayo rumbo al subte, que lo iba a dejar a un par de cuadras del Colegio del Salvador. Lejos estaba de pensar que esa era la última vez que iba a estar en la Academia. El lunes 20 de mayo de 1974, poco después del mediodía, cuando volvía de dar una clase en el Seminario Metropolitano de Villa Devoto y marchaba al Archivo General de la Nación, la muerte lo sorprendió en el subterráneo en la proximidad a la estación Plaza de Mayo, curiosamente donde había instalado su primer templo en Buenos Aires, la Compañía de Jesús a la que consagró su existencia.

Hombre pródigo de su tiempo y de su saber, su generosidad intelectual fue uno de sus rasgos sobresalientes, no dudaba en orientar a veteranos historiadores y a dedicarle tiempo a noveles aspirantes, que a él se acercaban con inquietudes juveniles, entre los que me encuentro y evoco con gratitud y emoción.

(De www.lanacion.com.ar)

jueves, 5 de septiembre de 2024

La Creación y las leyes del azar

Por lo general, se asocia cierto caos o desorden al azar vigente en algunos procesos naturales, como es el proceso de la vida y su evolución. De ahí que muchos autores aduzcan que la aparición de la vida inteligente es un proceso fortuito y que, por lo tanto, no responde a ningún plan ni tampoco asocian al universo finalidad alguna. Este es el caso de Jacques Monod. Sin embargo, el azar tiene sus leyes y, por lo tanto, los procesos regidos por el azar pueden tener una finalidad inherente. Christian de Duve escribió: “Podría parecer que he optado por Teilhard en contra de Monod, pero no es así; científicamente me siento mucho más cerca de Monod que de Teilhard. Sin embargo, he optado a favor de un universo con sentido en oposición a uno que no lo tenga. No porque quiero que así sea, sino porque así interpreto la evidencia científica disponible, que incluye mucho de lo que fue conocido por Monod, quien sabía mucho más que Teilhard”.

“Monod subrayó la improbabilidad de la vida y la mente y el papel preponderante del azar en su surgimiento, y por ende la falta de designio en el universo, su absurdo y su carencia de sentido. La manera en que interpreto los mismos hechos es diferente. Le doy el mismo papel al azar, pero actuando dentro de un conjunto tan estricto de restricciones que obligatoriamente debe producir la vida y la mente, no una sino muchas veces. A la famosa frase de Monod «El universo no estaba preñado con la vida, ni la biosfera con el hombre», yo respondo: «Falso. Sí lo estaba»” (De “Polvo vital”–Editorial Norma SA-Bogotá 1999).

Por otra parte, el astrofísico Hubert Reeves escribió: “El lector de Monod habrá notado hasta qué punto mi visión de los acontecimientos difiere de la suya. Es una cuestión de interpretación. Los hechos los aprendo de los biólogos. Han sido adquiridos por medio de una tecnología científica que presenta todos los caracteres de la objetividad. Pero la interpretación de los hechos procede de la persona entera, comprendida su lógica, sus emociones, sus pulsiones, sus vivencias anteriores. Implica a la vez a la observación y al observador. A ese nivel, no es «objetiva». Cada persona tiene la suya, que conviene respetar, pero no forzosamente adoptar. Para Monod, el papel esencial del azar en la evolución biológica prueba la ausencia de una «intención» en la naturaleza. En ese sentido, denuncia como ilusoria la antigua alianza del hombre con el universo. El hombre es un accidente del trayecto, en un cosmos vacío y frío. Es un hijo del azar. Cierto. Pero del «azar controlado». Quitémonos el sombrero ante la naturaleza que ha dominado al «azar» para hacer de él un admirable aliado.” (De “Paciencia en el azul del cielo”–Ediciones Juan Granica SA-Barcelona 1982).

Para convencernos de la existencia de las leyes del azar, se pueden arrojar varias monedas al aire y contar las diversas frecuencias de caídas. Para los que asocian el azar al caos o al desorden, no podrán preverse los resultados de esa experiencia. Sin embargo, mediante el cálculo de probabilidades se podrá saber con bastante aproximación tal comportamiento. A mayor cantidad de tiradas de monedas, habrá una mayor aproximación.

No sólo la vida se ha ido formando por procesos regidos por las leyes del azar, ya que el fundamento de todo lo existente, la mecánica cuántica, implica la existencia de leyes físicas basadas en probabilidades y estadísticas. También en este caso, existe un determinismo sólo para un elevado número de partículas atómicas, desapareciendo tal determinismo para pocas partículas. Este es el mismo de tirar una moneda al aire una vez, con un resultado totalmente incierto, ya que puede caer tanto cara como ceca. Pero si a esa moneda la arrojamos al aire 1 millón de veces, es posible afirmar que caerá unas 500.000 veces cara y unas 500.000 veces ceca, o algo muy próximo. Aumentado el número de tiradas, la aproximación al 50% para cara y para ceca será mayor aún.

Como antes se dijo, en la errónea interpretación del rol del azar en la formación de todo lo existente, radica una postura un tanto pesimista acerca de la existencia de un posible sentido del universo, lo que caracteriza a las bases del ateísmo, definiendo de esa forma a la postura de quienes niegan la posibilidad de un sentido o una finalidad del universo.

Lo que llama la atención es que también los sectores religiosos teístas, que suponen la posibilidad de intervenciones de Dios en los acontecimientos cotidianos, interpretan el azar en forma algo similar a los ateos, y de ahí suponen que, necesariamente, tuvo que existir un Creador por cuanto con el “solo azar” no fue posible la conformación de la vida tal como la conocemos.

Desde la religión natural, o deísmo, identificada con la ciencia experimental, se supone que Dios no creó el universo que conocemos mediante intervenciones localizadas en el tiempo, sino que creó las leyes naturales que le fueron dando forma, incluso considerando las leyes del azar entre esas leyes. Al identificar a Dios, o al Creador, con esas leyes, se adopta una postura más simple que las propuestas por las diversas religiones, siendo compatibles con la realidad, al menos con las conclusiones de la ciencia experimental.

miércoles, 4 de septiembre de 2024

El sentido y la ética que lo favorece

Es importante advertir el vínculo estrecho entre sentido o finalidad, por una parte, y la ética que favorece el logro de tal sentido o finalidad. Esto puede verse en el caso del fútbol, en donde el sentido o finalidad es lograr la mayor cantidad de goles a favor. La palabra gol, que proviene de goal, del inglés, significa "meta" u "objetivo". A partir de ese sentido del juego, asociamos el bien y el mal según que se permita o se impida lograrlo, respectivamente; siendo una especie de "ética" del juego, ya que toda ética implica favorecer el objetivo a lograr (el bien) y evitar lo que impide lograrlo (el mal). Así, el buen jugador es el que logra goles a favor y evita goles en contra, o colabora con ello, mientras que el mal jugador es el que poco o nada favorece, y hasta impide, lograr el objetivo.

En cuanto al sentido de la vida, fue Víktor E. Frankl quien advirtió este vínculo estrecho entre sentido y ética, escribiendo al respecto: “Tarde o temprano nos veremos obligados, no ya a moralizar, sino a ontologizar la moral; habrá que definir el bien y el mal, no como algo que debamos o no hacer, sino el bien como aquello que favorece la realización del sentido que encomienda a un ente y se le elige, y el mal como aquello que impide su realización” (De “El hombre doliente”-Editorial Herder SA-Barcelona 1987).

El proceso de crecimiento individual ha de estar asociado al hecho de ubicar nuestra vida individual en la corriente de un posible sentido del universo y de un sentido de la humanidad derivado de aquel. Así lograremos un sentido objetivo de la vida individual, además de los sentidos particulares que cada individuo buscará mediante actividades especializadas. Tal sentido objetivo implica "subirse a un ómnibus" para un mejor viaje por nuestra existencia individual.

La ausencia de un sentido objetivo permite la introducción de “sentidos subjetivos”, o bien del “sinsentido”, lo cual puede desviarnos de la voluntad aparente del orden natural. Entonces, de la ausencia de un sentido objetivo del universo puede inferirse la ausencia de un sentido objetivo de la propia vida del hombre, lo que lleva además a la ausencia de una ética objetiva y a su reemplazo, desde el relativismo moral, por diversas éticas subjetivas.

Debe distinguirse entre una verdadera ausencia de sentido del universo, regido por leyes naturales pero carente de toda finalidad, de una aparente ausencia promovida por parte de filósofos o científicos que manifiestan tal "fe negativa", ya que resulta poco sencillo poder verificar tal sentido o tal ausencia de sentido del universo.

Si existen leyes naturales, es posible hablar entonces de un orden natural, y de ahí podemos asociarle un sentido aparente a dicho orden, que puede, o no, ser considerado como favorable a la vida inteligente. Desde el momento en que existen reglas del juego, resulta difícil negar que no tengan cierto sentido o finalidad.

Ya sea que el sentido del universo sea de "nuestro agrado", o no lo sea, sólo nos queda la posibilidad de adaptarnos al mismo, y tal proceso de adaptación es la finalidad aparente asociada a la humanidad. De ahí que toda ética implica favorecer nuestra supervivencia plena, siendo el bien (absoluto u objetivo) el que la favorece y el mal (absoluto y objetivo) el que impide tal supervivencia.

Si no existiera la vida inteligente, esta vez el universo nos parecería algo sin sentido; una enorme complejidad sin nadie que lo observa. De ahí la consideración de tal vida como la "autoconsciencia del universo".

Por lo general, se habla de creyentes y ateos, si bien no resulta sencillo legitimar tales calificativos. Por lo general se dice, exagerando un poco, que "ateo es el que no comparte mi creencia en Dios" y "creyente es el que comparte mi creencia". Si a un creyente se le dice "ateo", seguramente se ofenderá, casi de la misma forma en que un ateo reaccionará si se lo denomina "creyente". A partir del análisis anterior podría intentarse encontrar una mejor definición de creyente y ateo. Creyente sería el que supone la existencia de un orden natural con un sentido o finalidad objetivos, y de ahí la existencia de una finalidad de la vida y una ética natural y objetiva asociada. Ateo sería el que supone un universo sin sentido, abriendo la posibilidad de establecer "éticas subjetivas" o bien siendo partidario del relativismo moral.

Perón, Eva y la religión

Así como en la actualidad resultan comparables los PBI (Producto Bruto Interno) de las naciones con las facturaciones anuales de las grandes empresas, las religiones reconocidas son comparables con las ideologías totalitarias, que funcionan como neopaganismos. Por ello se advierte que hay religiones que ven a la sociedad integrada por creyentes e infieles, y también ideologías totalitarias que ven amigos y enemigos, que en ocasiones pasan a ser creyentes e infieles, haciendo casi indistinguibles algunas religiones de los totalitarismos.

En realidad, sólo deberían denominarse "religiones" (las que unen a los adeptos) a las que tienen validez universal, ya que no funcionan como "religión" las que unen a sus adeptos pero para luchar contra el resto de la sociedad o contra el resto de la población mundial.

En la Argentina todavía sigue vigente la denominada "grieta" social que divide a los peronistas respecto de los sectores democráticos. Esta división interna, promovida por el tirano totalitario, viene de fines de la década de los 40 y principio de los 50 del siglo pasado, cuando Perón se enfrenta con la Iglesia Católica y contra otros sectores.

En una primera impresión, surge la idea de que el enfrentamiento final entre Perón y la Iglesia Católica fue un síntoma de una simple lucha por el poder. Para algunos autores, sin embargo, fue una especie de competencia religiosa, que aún sigue vigente cuando algunos sectores proponen una beatificación o canonización de Eva Perón, si bien sus atributos personales distan bastante del ideal cristiano.

Mariano Plotkin escribió al respecto: "Durante la segunda presidencia de Perón se hizo notorio que la Iglesia y el Estado estaban embarcados en una lucha por el control del espacio simbólico. El imaginario político peronista estaba adquiriendo las características de una verdadera religión política que no admitía alternativas. Una circular emitida por el Ministerio en febrero de 1953 exigía a los maestros de religión que adecuaran sus enseñanzas a los principios de la Doctrina Nacional Justicialista. En noviembre de 1954 se establecieron en las escuelas oficiales «consejeros espirituales» proveídos por la Fundación Eva Perón, y finalmente, en 1955, cuando el conflicto entre la Iglesia y el Estado comenzó a tomar un giro violento, la educación religiosa que había sido establecida en 1943 fue eliminada" (De "Mañana es San Perón"-Ariel-Buenos Aires 1993).

Por otra parte, David Rock escribió: “La influencia política de Eva Perón alcanzó su apogeo entre 1948 y 1951. Al sostener que «su única religión era el peronismo y que su único dogma era la fe en Perón», Evita parecía pretender transformar el régimen en una teocracia. Durante esos años se autoasignó el papel de intermediaria entre el pueblo y Perón evocando el lugar que las enseñanzas de la Iglesia le daban a la Virgen”.

“«El general Perón, siguiendo el ejemplo de Jesús, buscó sus amigos entre los pobres…No conocemos la historia de otro gobernante que se ocupara como el general Perón de cumplir lo que Tú, Señor, dijiste: ̀Dejad que los niños vengan a mí», declamaba”.

“Los peronistas eran ahora denominados «creyentes» por el régimen, y las ideas justicialistas, «verdades», superiores incluso a aquellas proclamadas por la Iglesia. Algunos discursos de Perón criticaban oblicuamente a la Iglesia como demasiado extravagante, dados los requerimientos de simplicidad postulados por el régimen. En una Argentina «socialmente justa» se necesitaba una «religión de la humildad, de renunciamiento… la religión de los pobres, de los que sienten hambre y sed de justicia, de los desheredados»”.

"En las escuelas, Perón ya no quería ultraclericales sino peronistas incondicionales que inculcaran una ciega lealtad hacia el régimen. Los maestros, como lo subrayó Franceschi más adelante, ya no eran devotos de las enseñanzas de la Iglesia, sino que «escribieron textos de lectura en los que se enseñaba a los niños a equiparar esa mujer de conocidos antecedentes», como él denominaba a Eva Perón, «con la Virgen María». Tan pronto como el régimen exhibió esas orientaciones, la Iglesia empezó a llamar «tirano» a Perón” (De "La Argentina autoritaria"-Ariel-Buenos Aires 1993).

Es algo repetido en distintas etapas de la vida nacional que Perón y los peronistas se dedican a sabotear todo gobierno que no provenga de su propia secta, o neopaganismo. De ahí que la Argentina se asemeje a un cuerpo que padece cáncer, ya que el sector peronista actúa como un tejido maligno que busca expandirse por todo la nación, limitando el accionar del resto de la sociedad.

martes, 3 de septiembre de 2024

Colectivización de lo privado

Cristo sugería a sus seguidores ayudar al prójimo "dando de lo propio" y sin que nadie lo sepa, para segurar que tal actitud perdurara en el tiempo, ya que si la motivación de la ayuda implicaba mostrar a los demás una virtud social, seguramente tal predisposición inicial tendería a decaer.

Los socialistas, que por lo general son personas muy egoístas, renuentes a "dar de lo propio", compensan tal actitud promoviendo la "virtud social" de repartir lo ajeno, llegando incluso a la asombrosa postura de sentirse moralmente "superiores" al resto de la sociedad, incluso respecto de los cristianos.

La colectivización de lo privado ha de ser promovida principalmente por los "generosos dando de lo ajeno", lo que implica quitarle a los dueños de los medios de producción sus emprendimientos para distribuirlo entre el pueblo. Al menos esto es lo que aducen, si bien las colectivizaciones reales y concretas no implican que tales medios vayan a los sectores menos favorecidos, sino que van a parar al Estado, dirigido precisamente por quienes tienen "superioridad moral" sobre el resto, aunque esta vez se dedican a concentrar riquezas ajenas en el Estado disponiendo de mejores medios económicos que el resto constituyendo la "nueva clase" social.

Por lo general, las colectivizaciones socialistas han dado malos resultados, y hasta resultados catastróficos, como el Gran Salto Adelante, de Mao Zedong (o Mao Tse-Tung), al colectivizar la agricultura. Este proceso produjo la mayor hambruna de toda la historia de la humanidad, produciendo entre 15 y 55 millones de víctimas durante 1959 y 1962.

También fue un fracaso la gestión de Stalin al mando de la URSS. Al respecto, Roberto Vivo Chaneton escribió: "Sin duda, José Stalin (1879-1953) es uno de los mayores asesinos de todos los tiempos. El hombre que dirigió la Unión Soviética entre 1924 y 1953 fue responsable directo de la muerte de por lo menos cuarenta millones de personas, a través de purgas, hambrunas, colectivizaciones forzosas y limpiezas étnicas. Basta con relatar lo que el dictador hizo en Ucrania en 1932. Con el objetivo de someter a la población y desterrar toda oposición al régimen comunista, Stalin provocó intencionalmente una hambruna salvaje".

"Por órdenes del Gobierno quedó prohibido cualquier tipo de comercio en zonas rurales y las aldeas dejaron de ser abastecidas de alimentos. Cualquiera que desobedecía mínimamente estas órdenes era condenado a prisión o era directamente fusilado. Cerca de siete millones de ucranianos (veinte por ciento de la población del país) murieron en apenas dos años a causa del hambre, del agotamiento físico, de actos de canibalismo y de represiones. Cada día morían aproximadamente veinticinco mil personas; cada hora mil; cada minuto diecisiete" (De "El crimen de la guerra"-Distal SRL-Buenos Aires 2013).

En cuanto a lo sucedido en Camboya, el citado autor escribió: "En Camboya tuvo lugar uno de los experimentos de ingeniería social más inhumano y radical de todos los tiempos, orquestado por el radical comunista Saloth Sar, más conocido como Pol Pot (1925-1998). En sólo tres años y ocho meses, sembró de cadáveres el país: más de dos millones de muertos sobre una población total de ocho millones. El Gobierno comunista consideraba a la familia como una forma de resistencia natural al poder absoluto del Estado. La planificación central y el desprecio por la técnica destruyeron la hasta entonces siempre próspera cosecha arrocera camboyana, lo que devino en una terrible hambruna y en masivos actos de canibalismo".

Llama la atención que, en conversaciones comunes con seguidores de la ideología marxista-leninista, en lugar de considerar que tales asesinatos masivos fueron algo repudiable e indeseable, por el contrario aducen que fueron "necesarios", es decir, la implantación del socialismo implica para ellos algo más importante que la vida y la seguridad de millones de personas.

domingo, 1 de septiembre de 2024

Julian Huxley y la religión del futuro

Las religiones bíblicas presuponen una situación en la que Dios revela a los hombres su voluntad, siendo el hombre un espectador cuya misión consiste esencialmente en contemplar y obedecer a la deidad; un Dios Todopoderoso frente a un hombre nada-poderoso. Al observar el universo y a los seres humanos bajo la visión evolucionista, por el contrario, se advierte esta vez un proceso de evolución biológica seguido de otro, a cargo de los seres humanos, y es la evolución cultural de la humanidad. Con ello se materializa aquella posibilidad de que el hombre sea un colaborador de Dios en la empresa de la Creación, al menos en la formación de la humanidad. Henri Bergson escribió: “Lo más sublime que Dios ha creado es haber hecho al hombre cooperador suyo en la creación”.

En cuanto al proceso de la evolución cultural, puede decirse que el principal objetivo implica alcanzar mayores niveles de adaptación al orden natural. Debido a que la adaptación biológica implica un lento proceso que requiere de largos periodos para mostrar cambios en las especies en evolución, el hombre mismo es quien debe continuar con el proceso adaptativo, aunque esta vez se establezca a través del conocimiento de nosotros mismos y del medio en donde se desarrolla nuestra vida. Julian Huxley escribió: “Se han definido la responsabilidad y el destino del hombre, considerándolo como un agente, para el resto del mundo, en la tarea de realizar sus potencialidades inherentes tan completamente como sea posible".

"Es como si el hombre hubiese sido designado, de repente, director general de la más grande de todas las empresas, la empresa de la evolución, y designado sin preguntarle si necesitaba ese puesto, y sin aviso ni preparación de ninguna clase. Más aun: no puede rechazar ese puesto. Precíselo o no, conozca o no lo que está haciendo, el hecho es que está determinando la futura orientación de la evolución en este mundo. Este es su destino, al que no puede escapar, y cuánto más pronto se dé cuenta de ello y empiece a creer en ello, mejor para todos los interesados” (De “Nuevos odres para el vino nuevo”-Editorial Hermes-Buenos Aires 1959).

Las religiones politeístas y monoteístas tienden a considerar que todo lo existente está dividido entre lo natural y lo sobrenatural, predominando lo subjetivo. Por el contrario, la ciencia experimental, al describir las leyes naturales que rigen todo lo existente (las leyes de Dios), tiene la posibilidad de fundamentar una religión natural y objetiva. Julian Huxley escribió: “El concepto de Dios ha alcanzado los límites de su utilidad: no puede continuar evolucionando. Los poderes sobrenaturales fueron creados por el hombre para que llevasen la carga de la religión. Del difuso «maná» mágico a los espíritus personales; de los espíritus a los dioses; de los dioses a Dios –así, en líneas generales, ha ido la evolución”.

“Sin embargo –y esto es vital- el desvanecimiento de Dios no significa el fin de la religión. La desaparición de Dios es, en el sentido más estricto de la palabra, un proceso teológico; y mientras las teologías cambian, los impulsos religiosos que les dieron origen persisten”.

“La desaparición de Dios significa una refundición de la religión, y una refundición fundamental. Significa que el hombre tome sobre sus hombros la carga de responsabilidades finales que anteriormente había traspasado a Dios”.

“El derrumbe de la teología sobrenaturalista ha sido acompañado por el derrumbe, primero de las sanciones morales sobrenaturales y luego de todo fundamento absoluto para la moral. Esto también debe considerarse como un proceso que, en caso de continuidad de la civilización, es irreversible”.

El citado autor vislumbra que, en el futuro, será la psicología social la que podrá orientar al hombre siendo la rama científica central del humanismo evolucionista, denominación que Huxley atribuye a la religión del futuro. “Los hombres se darán cuenta de que el planeo económico y social no resuelve sus problemas en tanto que la ignorancia y la falta de control continúen respecto a sus propias mentes. La ciencia psicológica ocupará entonces el lugar que le corresponde, con la psicología social como rama dominante. Y esto significará una nueva comprensión de los fenómenos religiosos y nuevas posibilidades de integrarlos en la vida de la comunidad”.

“El resultado probable será que, en el Estado socializado, la relación entre religión y ciencia cesará gradualmente de ser una relación de choque y se convertirá en cooperativa. La ciencia será llamada a aconsejar qué manifestaciones del impulso religioso son intelectualmente permisibles y socialmente deseables, si este impulso ha de ser adecuadamente integrado en otras actividades humanas y uncido para participar en el arrastre del carro del destino del hombre a lo largo de la ruta del progreso” (De “El hombre está solo”-Editorial Sudamericana SA-Buenos Aires 1947).

Si bien la religión natural surgió varios siglos atrás, cuando el conocimiento científico era un tanto rudimentario, nunca antes la humanidad tuvo la imperiosa necesidad de “unir a los adeptos” como en la actualidad. Los conflictos sociales y religiosos escapan a las posibilidades de las religiones vigentes, de ahí la importancia del planteo establecido por Julian Huxley, quien escribió: “La hipótesis sobrenatural, considerada como una reunión de la hipótesis teísta, de la hipótesis espiritual y de las diferentes consecuencias derivadas de ellas semeja haber llegado al límite de su utilidad como interpretación del universo y del destino humano y como base satisfactoria para la religión”.

“Una consecuencia casi universal y tal vez inevitable de la hipótesis teísta en sus formas desarrolladas es la suposición de la verdad absoluta. Una religión monoteísta casi invariablemente sostiene estar en posesión de la verdad absoluta sobre el destino humano; el hecho de que las religiones rivales afirmen criterios semejantes generalmente se supera afirmando que son «falsos» en tanto que únicamente la propia religión es «verdadera»”.

“Considero que los descubrimientos de la fisiología, la biología general y la psicología no sólo tornan posible sino que requieren una hipótesis naturalista, en la cual no hay lugar para lo sobrenatural y donde las fuerzas espirituales que funcionan en el universo se consideran como parte de la naturaleza, en la misma forma que las fuerzas materiales. Lo que es más, esas fuerzas espirituales son un producto particular de la actividad mental en el sentido amplio y las actividades mentales en general se consideran como poseedoras de una mayor importancia e intensidad en el curso del tiempo cósmico. Por lo tanto, nuestra hipótesis básica no es naturalista por oposición a lo sobrenatural, sino monista por oposición a lo dual y evolucionista por oposición a estática”.

“Otro postulado del pensamiento moderno es que la verdad no se revela de una vez por todas, sino que tiene que ser descubierta progresivamente. Esto en sí es un descubrimiento científico de primera magnitud. También es una consecuencia inevitable de nuestra hipótesis básica del naturalismo evolutivo, y el hecho de que la ciencia moderna ha determinado el descubrimiento progresivo de nuevas y mayores verdades confirma esa hipótesis” (De “Religión sin revelación”-Editorial Sudamericana SA-Buenos Aires 1967).

Teniendo presente las tendencias básicas de cooperación y competencia, y la existencia de la actitud característica, con sus componentes afectivas y cognitivas, es posible fundamentar las prédicas cristianas desde el ámbito de la psicología social. Con ello se apunta a la tan ansiada unificación entre ciencia experimental y religión moral, pudiendo interpretarse al cristianismo como una religión natural. Esta propuesta puede resultar incompatible con la ortodoxia católica, aunque resulte compatible con las leyes naturales que son, en realidad, la instancia superior que debemos tomar como referencia.