jueves, 15 de agosto de 2024

¿Cuántos billetes debe emitir el Banco Central?

Debido al crecimiento de la población de un país, supongamos un 2% anual, el crecimiento del PBI (Producto Bruto Interno) debería acompañar a ese crecimiento poblacional; si ese crecimiento fuese también del 2%, en este caso se trataría de una población estancada económicamente hablando. Si el PBI crece menos que el 2%, se trata de una sociedad en crisis económica; si crece más del 2% será una economía en crecimiento, al menos de este punto de vista. Recordemos que un PBI puede crecer por la fabricación de armamentos o por el crecimiento de los servicios de seguridad, por lo que ello no implicaría un crecimiento real.

Si el PBI crece, debería haber un crecimiento del circulante monetario para posibilitar los intercambios, al menos esta es la idea que surge de inmediato. El crecimiento monetario depende del Banco Central, que a su vez forma parte del Estado. Como la moneda también está sometida a la ley de la oferta y la demanda, no resulta extraño que algunos autores sostengan que es el propio mercado el que "decida" cuál ha de ser el crecimiento, o no, de la cantidad de dinero disponible.

A continuación se menciona un artículo al respecto:

Por Murray N. Rothbard

El “adecuado” suministro de la moneda

Podemos ahora preguntarnos: ¿En qué consiste el suministro de moneda en la sociedad, y cómo se utiliza esa provisión? ¿Particularmente tenemos que formular la eterna cuestión de qué cantidad de moneda “necesitamos”? ¿Debiera el suministro de moneda ser regulado de acuerdo con alguna especie de “criterio”, o puede dejárselo librado a los requerimientos del mercado libre?

En primer lugar, la oferta o existencia total de moneda en la sociedad, en un momento dado, es el peso total del material-moneda que existe. Supóngase, por el momento, que cierto artículo queda establecido como moneda en el mercado libre. Supóngase aún que el oro es ese artículo (sin perjuicio de que podría haberse tomado la plata o hasta el hierro a tal efecto, ya que es el mercado y no nosotros quien debe decidir cuál es la mejor mercadería que debe usarse como moneda).

Siendo la moneda, el oro, la oferta total de moneda será el peso total de oro que existe en la sociedad. La forma que tenga el oro carece de importancia, salvo en lo referente a que el costo de los cambios de forma, en ciertos casos es mayor que en otros (como sería el caso de que la acuñación de piezas es más costosa que la fundición de las mismas). En ese caso, alguna forma quedará elegida por el mercado para la moneda corriente, y las otras formas tendrán un premio o descuento en el mercado, según sean sus costos relativos.

Las modificaciones de la oferta total de oro, quedarán sujetas a la acción de las mismas causas que gravitan sobre otros bienes. Los aumentos se originarán en la mayor producción de oro; las disminuciones en las pérdidas por uso y desgaste, en las aplicaciones industriales, etc. Debido a que el mercado habrá de elegir como moneda una mercadería durable, y puesto que la moneda no es usada al mismo ritmo que otros artículos –sino que se utiliza como medio de intercambio- la proporción en que aparece nueva producción anual para aumentar la oferta total, tendrá tendencia a ser pequeña. Luego, las modificaciones en la oferta total, generalmente se realizan muy lentamente.

¿Cuál debiera ser el suministro de moneda? Se han propuesto toda clase de criterios: que el dinero debiera seguir el movimiento de la población, modificarse según el “volumen de las operaciones comerciales”, de acuerdo con “la cantidad de bienes que se producen”, de una manera que permita “mantener constante el nivel de precios”, etc. En verdad son pocos los que han propuesto que la decisión se deje en manos del mercado.

La moneda, en primer lugar, se diferencia de las demás mercaderías por un hecho esencial; la comprensión de esa diferencia nos da la clave para comprender los asuntos monetarios. Cuando la provisión de cualquier otro artículo aumenta, ese aumento determina un beneficio social; es asunto que merece general satisfacción. Más bienes de consumo significan más elevado nivel de vida para el público; mayor cantidad de bienes de capital significan niveles de vida más altos y continuados para el futuro. El descubrimiento de nuevas tierras fértiles o de recursos naturales es, también, promisorio de adiciones a los niveles de vida presentes y futuros. Pero, ¿qué ocurre con la moneda? ¿Acaso un agregado a la provisión de moneda beneficia también al público en general?

Los bienes de consumo son utilizados por los consumidores; los bienes de capital y los recursos naturales se usan en el proceso productivo de bienes de consumo. En cambio, el dinero no se utiliza en sí; su función es la de actuar como medio para los intercambios, para facilitar el desplazamiento de los bienes y servicios de manera más expeditiva entre una persona y otra. Tales intercambios se efectúan en términos de precios en dinero. De modo que si un televisor se intercambia contra tres onzas de oro, decimos que el “precio” de un televisor es de 3 onzas.

En algún momento, todos los bienes que integran la economía habrán de intercambiarse a ciertas tasas-oro, o precios. Como hemos dicho. La moneda, el oro, es el común denominador de todos los precios. Pero ¿qué ocurre con la moneda misma? ¿Acaso tiene un “precio”? Puesto que el precio es sencillamente una tasa de intercambio, evidentemente tiene precio. Pero en este caso, el “precio del dinero” es una formación, en la que se alinean infinita cantidad de tasas de intercambio que rigen para los diversos bienes que están en el mercado.

Supongamos el caso de que un televisor cueste 3 onzas de oro, un automóvil 60 onzas, una rebanada de pan un céntimo de onza y una hora de los servicios jurídicos de Mr. Jones una onza. El “precio del dinero” será una formación a la que concurren intercambios alternativos. Una onza de oro “valdrá”: o un tercio de televisor, o 1/60 de automóvil, 100 rebanadas de pan, o una hora de trabajo legal de Mr. Jones. Y así se sigue en toda la variedad de artículos y servicios; luego, el precio de la moneda es el “poder adquisitivo” de la unidad monetaria, en este caso, de la onza de oro; informa sobre lo que una onza puede adquirir en cambio, tal como el precio en dinero de un televisor informa acerca de cuánto dinero puede proporcionar un televisor al intercambiarlo.

¿Qué es lo que determina el precio de la moneda? Las mismas fuerzas que determinan los precios en el mercado, esa ley venerable y eternamente valedera: la ley de “la oferta y la demanda”. Todos sabemos que si aumenta el suministro de huevos, el precio tendrá tendencia a bajar; que si hay aumento de la demanda de huevos, el precio habrá de subir. Lo mismo ocurre con la moneda. El incremento en el suministro de dinero tiene tendencia a rebajar su “precio”, y lo aumentará el hecho de que crezca la demanda de dinero.

Pero ¿en qué consiste la demanda de dinero? En el caso de los huevos, sabemos que la demanda significa la cantidad de dinero que los consumidores están dispuestos a gastar en comprar los huevos en oferta, más los huevos que los productores se reservan y no venden. De manera similar, en el caso de la moneda, “demanda” significa la diversidad de bienes que se ofrecen para ser intercambiados por el dinero en oferta más el dinero que se retiene en efectivo, y no se gasta, durante un cierto espacio de tiempo. En ambos caos la “oferta” puede ser referida a la existencia total del bien que está en el mercado.

¿Qué ocurre, pues, en caso de que aumente la oferta de oro permaneciendo idéntica la demanda de dinero? El precio del dinero baja entonces o sea que el poder adquisitivo de la unidad monetaria descenderá en toda la línea. Una onza de oro valdrá, ahora, menos que cien rebanadas de pan, que 1/3 de televisor, etc. Contrariamente, si decrece la producción de oro el poder adquisitivo de la onza de oro se eleva.

¿Qué efecto produce una variación en el suministro de dinero? Siguiendo el ejemplo que presenta David Hume –uno de los primeros economistas- observemos lo que ocurriría si, de un día para otro, un bondadoso encantador introdujera en nuestras billeteras, bolsas y cuentas bancarias, dinero suficiente para duplicar nuestras disponibilidades dinerarias. En ese ejemplo, el mago nos haría poseer el doble de oro que teníamos. ¿Acaso seríamos doblemente ricos? Evidentemente no. Lo que nos enriquece es la abundancia de bienes, y lo que pone límites a tal abundancia, haciendo que esté muy lejos de la del país de Jauja, es la escasez de los recursos: o sea de tierra, de trabajo y de capital.

La multiplicación de metal amonedado no puede, por ensalmo, determinar la existencia de recursos. Durante un momento nos sentiremos doblemente ricos, pero es bien claro que no habrá ocurrido otra cosa que una dilución de la provisión de dinero. Cuando el público se apresure a gastar la nueva riqueza con que se encuentra, resultará que los precios más o menos estarán duplicados, o por lo menos se pondrán en alza hasta el momento en que la nueva demanda quede satisfecha y ya el dinero no siga ofreciéndose a cambio de los bienes en existencia.

Vemos, así, que si bien un incremento en la oferta de dinero -como en la de cualquier otro artículo- determina que su precio baje, esa modificación, contrariamente a lo que ocurre en el caso de otros bienes, no acarrea beneficio social alguno tratándose de dinero; el público en general no se enriquece. Mientras el aumento de los bienes de consumo o de capital contribuye a elevar el nivel de vida, en el caso del dinero adicional, lo único que ocurre es un aumento de los precios, es decir, que su propio poder adquisitivo queda diluido.

Este hecho curioso obedece a que el dinero sólo tiene utilidad por su valor de intercambio. Los otros bienes, tienen diversas utilidades reales, de manera que el aumento de su provisión satisface más necesidades de los consumidores. El dinero sólo tiene utilidad para intercambios en perspectiva; rinde su utilidad en función de su valor de intercambio o "poder adquisitivo". La ley a que llegamos, de que un incremento en el dinero no proporciona ningún beneficio social, se funda en que la única utilidad que aquél tiene, está en su uso como medio de intercambio.

El aumento en la provisión de dinero no hace, pues, sino diluir la efectividad de toda onza de oro; por otro lado, una disminución en la oferta de dinero, eleva la potencialidad de toda onza de oro en cuanto al desempeño de la función que le es propia. Llegamos así a descubrir una verdad sorprendente: que carece de importancia cuál es la cantidad en que exista la oferta de dinero; cualquier provisión será tan buena como otra. El mercado libre procederá simplemente a un ajuste, mediante la modificación del poder adquisitivo o efectividad de su unidad-oro.

No hay necesidad de ningún aumento planificado en el suministro de dinero para hacer frente a cualquier crítica situación, ni tampoco es necesario atenerse a ningún criterio artificial. La mayor cantidad de dinero no suministra más capital, no es algo más productivo, y no hace posible mayor "desarrollo económico". No es necesario inmiscuirse en el mercado a fin de alterar la provisión de dinero que aquél determina.

A esta altura, el planificador podría objetar: "Muy bien, admitiendo que no tiene objeto aumentar el suministro de dinero, ¿acaso en la extracción minera del oro, no hay un desperdicio de recursos? El gobierno ¿no debería mantener constante la provisión de dinero y prohibir toda nueva extracción minera?". Este argumento parecería plausible a quienes no tienen mayores objeciones de principio contra la intromisión gubernamental, aun cuando no sería convincente para firmes partidarios de la libertad.

Pero tales objeciones omiten tomar en cuenta un punto vital: que el oro no es sólo dinero, sino que inevitablemente es también una mercadería útil. El aumento de la provisión de oro puede no determinar ningún beneficio monetario, pero sí rinde beneficios no monetarios, o sea que se incrementa en realidad la provisión de oro que se usa para consumo (ornamentos, trabajos dentales y demás) y en la producción (uso industrial). Por eso, la extracción minera de oro no es, en absoluto, un desperdicio desde el punto de vista social.

Por todo ellollegamos a la conclusión de que la determinación de la provisión de dinero, como la de todos los demás bienes, es mejor dejarla en manos del mercado libre. Aparte de las ventajas generales y morales que tiene la libertad sobre la coerción, ninguna cantidad establecida por decreto puede desempeñar mejor su función, y el mercado libre habrá de fijar la producción de oro, de acuerdo con su capacidad relativa para satisfacer las necesidades de los consumidores.

(De "Moneda, libre y controlada"-Centro de Estudios sobre la Libertad-Buenos Aires 1962)

1 comentario:

agente t dijo...

Cuando los políticos alcanzan una cota de poder tan importante como es la posibilidad de emisión de dinero sin límites específicos es prácticamente imposible que renuncien a ella por propia voluntad.