El Papa Juan Pablo I (Albino Luciani), tuvo un breve papado por cuanto falleció luego de 33 días desempeñando su función. Las causas de su deceso se reducen a dos: fue por un problema de salud (tenía 65 años) o bien fue asesinado, como suponen muchos. En una encuesta realizada en Italia, luego de tal acontecimiento, un 40% de los encuestados admitían la hipótesis del asesinato. La posibilidad del suicidio fue desechada por la mayoría de la gente.
Desde el Vaticano, desde un principio, inadvertidamente mostraron la posibilidad de un asesinato, teniendo presente que:
1- Modificaron la escena del deceso (el dormitorio de Luciani)
2- No autorizaron una autopsia
3- Se advirtieron varias contradicciones entre los allegados
4- Autorizaron la tarea de embalsamar el cuerpo sin esperar las 24 horas establecidas por reglamento
Estos hechos, junto con algunos otros, parecen propios del encubrimiento de un asesinato. Incluso un especialista inglés, contratado para esclarecer el hecho, llega a la conclusión de que fue asesinado. Otro investigador, por el contrario, afirma que se trató de un problema de salud. Si bien cuando accede al papado no mostraba signos de debilidad física, no se descarta que la gran responsabilidad y el arduo trabajo desempeñado, podrían haberlo debilitado bastante.
Albino Luciani no se sentía capacitado para el cargo, por lo cual había dicho a los cardenales que lo eligieron: “¿Qué han hecho? Que Dios los perdone”.
Al respecto, Nunzia Locatelli y Cintia Suárez escribieron: “El fallecimiento inesperado de Albino Luciani ha sembrado muchas dudas en el imaginario colectivo. Dudas que permanecen, a pesar del tiempo transcurrido desde aquellos acontecimientos”.
“La versión oficial del Vaticano sembró incógnitas en la opinión pública y hasta en la misma Iglesia. Esa fue la razón por la que la Santa Sede permitió a dos investigadores, David Yallop y John Cornwell, que indagaran el súbito deceso del pontífice. Pero sus expectativas de llegar a la verdad se vieron frustradas: las conclusiones a las que uno y otro arribaron fueron diametralmente opuestas, a pesar de haber tenido acceso a fuentes directas y testigos presenciales. El propio Vaticano las consideró conspirativas y de ciencia ficción y acabó desechándolas”. (De “¿Qué han hecho?”-Catarsis-Buenos Aires 2022).
En cuanto a los posibles beneficiados con la muerte de Luciani, las citadas autoras escriben: “Según David Yallop, al caer la tarde del 28 de septiembre de 1978, apenas unas horas antes del deceso, Luciani había decidido llevar a cabo cambios contundentes y remociones significativas dentro de la estructura del Vaticano. Paul Marcinkus, director del Banco del Vaticano (IOR), a quien apodaban el Banquero de Dios, ocupaba el primer lugar en la lista de los que, al día siguiente y sin demora, serían removidos. Para ese entonces el IOR estaba siendo investigado y habían llegado a oídos de la prensa los problemas y malversaciones financieras que lo acuciaban”.
“También días previos Juan Pablo I había recibido de la agencia de noticias Osservatore Politico (OP) el artículo «La gran logia del Vaticano», donde se acusaba a 121 personas de pertenecer a logias masónicas; entre ellos se encontraban los nombres de obispos, cardenales y otros altos prelados. La nota, firmada por el director de OP, Mino Peccorelli, había llegado a manos de Luciani. Para ese entonces ser masón era sinónimo de excomunión para los católicos. Entre los 121 masones se encontraban el cardenal Jean Villot, secretario de Estado; Paul Marcinkus y monseñor Donato de Bonis, ambos del Banco del Vaticano. Esta extensa lista había impulsado a Luciani a tomar la decisión de remover a ciertos prelados de sus puestos”.
En cuanto a la forma posible del asesinato, leemos en el citado libro: “Para el investigador británico el asesinato tenía que pasar inadvertido dentro del Vaticano. Entonces, según sus especulaciones, la mejor forma de ejecutarlo era con un veneno que no dejara señales externas. Entre los cientos de drogas, Yallop dice que la elegida fue el digital. Los digitálicos se prescribían décadas atrás para tratar la insuficiencia cardiaca, para mejorar la falta de aire. La dosis de esta droga debía ser administrada cuidadosamente, ya que si no, causaba el envenenamiento”.
“De acuerdo a lo que sostiene Yallop, el asesino debía conocer a la perfección la conducta y la forma del Vaticano. Según sus especulaciones, el digital era la droga perfecta por ser insípida, inodora y no perceptible ante un examen médico externo. Así argumenta Yallop su pesquisa: «Si a un incauto Luciani le fue suministrada una droga como el digital a últimas horas de la tarde, entonces los criminales tenían que tener la certeza de que el Papa se recluiría en su dormitorio a primeras horas de la noche, que se metería en la cama y que sucumbiría al sueño final. La muerte por digital suele producirse entre las dos y las seis horas después de que la víctima haya ingerido la dosis mortal»”.
Más adelante: “A lo largo de su obra [¿Por voluntad de Dios?], en reiteradas oportunidades el autor [Yallop] se empeña en poner de manifiesto su convicción: «En mi ánimo no está tratar de producir graves insinuaciones. Por tanto, es mejor que haga una afirmación categórica: estoy completamente seguro de que el papa Juan Pablo I, Albino Luciani, murió asesinado»”.
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2 comentarios:
En este caso lo de menos es si fue asesinado o no. Lo que importa es comprobar que nadie parece dudar de que existían motivos fundados para que determinadas personas situadas muy arriba en la jerarquía católica llevaran a cabo esa acción si el Papa Luciani no se hacía, o dejaba de ser, su cómplice.
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