A fines del siglo XV, en Florencia, el sacerdote Girolamo Savonarola lleva adelante una campaña en contra del pecado en lugar de ir a favor de la virtud. Miles J. Unger escribió: “Savonarola no era un profeta de la paz sino un predicador del fuego y el azufre del infierno, y sus sermones apocalípticos trastornaban a un populacho ya convulsionado por años de guerra y agitación civil. Tan desmedida e intensas eran sus jeremiadas que el Papa mismo había emitido un decreto prohibiéndole al monje hablar en público, una política destinada en parte a silenciar sus denuncias contra el Santo Padre y la iglesia que encabezaba”.
“Desde su punto de vista, el monje y sus «muchachos» -procesiones de jóvenes vestidos de blanco que patrullaban las calles en buscas de pecados y pecadores- eran algo más que un fastidio menor, ya que él mismo (Maquiavelo) era uno de esos cuya moral más necesitaba reformarse. Siempre que una de esas bandas de santurrones aparecía a la vista, se la recibía con un grito: «¡Aquí vienen los muchachos del fraile!», una señal para que los jugadores guardaran sus dados, las prostitutas se dispersaran y las damas de la clase alta escondieran sus alhajas” (De “Maquiavelo. Una biografía”-Edhasa-Buenos Aires 2013).
Savanarola expresaba: “¡Oh Italia! ¡Oh príncipes! ¡Oh prelados de la Iglesia! La ira de Dios cae sobre vosotros, y no tenéis ninguna esperanza si no os entregáis a la fe en el Señor. ¡Oh Florencia! ¡Oh Italia! Todas estas adversidades os ocurren debido a vuestros pecados. Debéis arrepentíos antes de que la espada sea desenvainada, mientras aún la sangre no la ha manchado; si no ni la sabiduría, ni el poder, ni la fuerza os servirán de nada”.
El breve vínculo de Maquiavelo con Savonarola se establece cuando, desde la Iglesia de Roma, le encargan la tarea de concurrir a las disertaciones de Savonarola y luego informar acerca de sus contenidos, siendo una tarea realizada en los inicios de su carrera en la administración florentina.
Maquiavelo podría considerarse como integrante del sector de los “pecadores”, por lo que tenía que cuidarse de no ser reprendido por las patrullas moralistas de Savonarola. Unger escribe al respecto: “No hay otro sitio en la Tierra donde podría haberse producido este encuentro, Savonarola y Maquiavelo no sólo son dos figuras monumentales en la historia del pensamiento occidental, sino que no sería fácil encontrar dos hombres que encarnaran filosofías tan divergentes y mutuamente incomprensibles como ellos: uno un extremista religioso, padre espiritual del fundamentalismo, el otro un ardoroso secularista que se atrevía a contemplar la posibilidad de un mundo sin Dios y sin moralidad”.
“No es exagerado decir que esa helada mañana de principios de marzo, en la modesta iglesia situada unas manzanas al sur de la Porta San Gallo, chocaron dos mundos”. “Maquiavelo estaba impasible. Recorrió con ojo clínico la escena casi histérica, desdeñando la idea de que el orador gozaba de inspiración divina, y diseccionando en cambio el discurso como si fuera una actuación, con el propósito de descubrir los trucos que Savonarola empleaba para mantener a su público cautivo. «La gente de Florencia no piensa que es ignorante o tosca», escribió en El Príncipe, «sin embargo Girolamo Savonarola convenció a todos de que hablaba con Dios… Las multitudes le creyeron sin haber visto nunca algo extraordinario que las obligara a creerle»”.
Siendo la Iglesia uno de los poderes más importantes de la época, la figura de Savonarola haciendo reproches al Papa Alejandro, promovía una ruptura, indeseada por la mayoría, entre la Iglesia y Florencia. “Si no se ocupaban del monje rebelde, pondría a toda la ciudad bajo interdicción. Esa medida de prohibición no sólo pondría en riesgo las almas de los florentinos, sino que, provocando una preocupación más inmediata, también haría peligrar sus bienes terrenales, ya que cualquier mercader en una tierra extranjera que estuviera fuera de la protección de la Iglesia corría el riesgo de que sus posesiones fueran confiscadas”.
El final del monje rebelde se produce a instancias de un desafío proveniente de un sacerdote franciscano (Savonarola era dominico) quien sugiere que, si es verdad que Savonarola tenía poderes especiales que provenían de Dios, no tendría inconveniente en pasar por un estrecho sendero rodeado de fuego a ambos lados sin que nada le sucediera. “Esta prueba de fuego –que rápidamente atrapó la imaginación del pueblo florentino, que también estaba perplejo sobre la manera en que debían juzgar las afirmaciones de Savonarola- era un retroceso a la más supersticiosa Edad Media, cuando se creía que la intervención sobrenatural en las vidas de los fieles era un acontecimiento normal”.
“Dado que Savonarola había afirmado muchas veces que poseía poderes proféticos, era difícil rechazar el desafío. Aunque Savonarola sabía que era una treta barata que pretendía desacreditarlo ante los ojos de sus seguidores, muchos de los que estaban más cerca del monje recibieron con entusiasmo la oportunidad de probar su fe. Entre los más dispuestos se contaba su lugarteniente principal, fray Domenico de Pescia, quien se ofreció para ocupar el lugar de su venerado líder”,
Los preparativos se prolongaron demasiado, hasta llegar el momento en que tácitamente se renuncia a someterse a la prueba, comenzando a surgir una actitud de desengaño y rabia por parte de sus seguidores. “Cuando Savonarola y los hermanos de San Marco se retiraron hacia el monasterio, se vieron forzados a recorrer un túnel no de fuego, como se había supuesto, sino de humanidad furiosa que era al menos igualmente peligrosa para su integridad física. En el transcurso de una sola tarde Florencia se había transformado”.
“El 22 de mayo, Savonarola y sus dos lugartenientes fueron conducidos al cadalso erigido en la Piazza della Signoria. Primero fueron despojados de sus sagradas vestimentas (para que no fueran a la muerte aún cubiertos por los símbolos de la Iglesia) y se proclamó su culpa como cismáticos y herejes ante la multitud reunida. Fray Silvestro fue ahorcado primero, seguido de fray Domenico. Savonarola quedó para el final y subió al cadalso con los ojos bajos, murmurando una plegaria silenciosa. Según Landucci, que presenció la ejecución, unos pocos de los verdaderos creyentes que quedaban perdieron su fe en ese momento, ya que esperaban que en el instante final llegara algún signo de Dios que reconociera que los condenados eran mártires benditos”.
Luego de la muerte de Savonarola, cambia el clima de la ciudad. “Maquiavelo y sus jóvenes amigos aprovecharon a pleno el clima permisivo, para salir de putas, beber y jugar a más no poder”. Ante una invitación efectuada a Maquiavelo, Unger escribe: “Esta es la primera referencia al bien conocido gusto de Maquiavelo por las prostitutas. Durante toda su vida Maquiavelo disfrutó los servicios tanto de putas comunes de la calle como de cortesanas de primera clase cuyos talentos iban mucho más allá de los que habitualmente se practicaban en la cama. Esas mujeres cultivadas y expertas podían inspirarle a Maquiavelo una adoración que excedía la simple atracción física. Ni el matrimonio ni la paternidad le hicieron perder su apetito por las relaciones ilícitas”.
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1 comentario:
Savonarola, a diferencia de otros reformadores religiosos, no supo conservar el apoyo de las clases dirigentes pese a que le confiaron nada menos que el gobierno de la ciudad de Florencia en sustitución de los desprestigiados Médici. Y es que sus justificadas prédicas confrontaban con las prácticas irreligiosas de unas élites florentinas y romanas entregadas a todas las variantes del hedonismo renacentista. Sólo se mantuvo en el poder mientras le apoyó el expansionista rey de Francia del que era aliado. Pero al retirarse este último de la península itálica su suerte estaba echada. Hasta el pueblo, inicialmente encantado con su rigorismo se cansó de él y motejó al dominico y a su círculo de cercanos como los llorones y se mostró pasivo ante su ejecución en la hoguera.
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