La violencia urbana, como todo hecho sociológico, es un efecto que tiene causas que lo producen y lo favorecen. Como siempre, reconocemos en las ideas y creencias predominantes en la sociedad la causa principal de todos los hechos que acontecen.
Para muchos, la causa principal radica en el marginamiento, o en la desigualdad social, ya que ésta promovería su surgimiento en los menos favorecidos económicamente. Desde la izquierda política se aduce, generalmente, que "el delincuente ha sido previamente marginado de la sociedad, debido a un sistema injusto y el delicto es una justa venganza".
Al respecto, Jorge Bosch escribió: “Uno de los argumentos favoritos de los ideólogos de la desestructuración en el ámbito de la justicia, consiste en afirmar que el delincuente no es el verdadero culpable, sino que siempre hay alguien detrás de él, alguien más poderoso y en consecuencia perteneciente a clases sociales más altas, y además detrás de este hay otro, y finalmente se llega a la estructura social propiamente dicha. Así, la culpabilidad del delincuente se diluye en el océano de un orden social supuestamente injusto” (De “Cultura y contracultura”–Emecé Editores SA-Buenos Aires 1992).
Esta postura surge en quienes consideran que el factor económico determina completamente al individuo, quien, además, sólo actuaría por influencia del medio social. Justifican de esa forma a la violencia y la consideran como una justa venganza contra ese medio. Sin embargo, sabemos que hay personas de limitados recursos económicos que poseen valores éticos adecuados e incluso aceptables niveles intelectuales. Alentar la violencia en la gente de menos recursos implica degradarlos e intentar marginarlos verdaderamente de la sociedad, aunque se culpe a otros sectores por una actitud similar. Mientras que en los países avanzados se cita como ejemplo al gerente de una empresa que comenzó a trabajar en los puestos menos jerárquicos, en la Argentina se supone que el que nació pobre, ha de seguir siéndolo durante toda la vida, excepto que se haga delincuente o participe en la “revolución socialista”.
Cuando el ciudadano común pide “mano dura”, por lo general no espera una venganza hacia el delincuente, sino que busca que sea separado de la sociedad para que no constituya un peligro para los demás. Jorge Bosch escribió: “En uno de los momentos en que la gente se sentía más insegura por los estragos de la ola delictiva, los diarios publicaron declaraciones de un Premio Nobel de la Paz según las cuales la policía estaba actuando con exceso de rigor, lo que se veía ejemplificado –según aquellas declaraciones- por el elevado número de delincuentes muertos en enfrentamientos con la fuerza de seguridad”.
Muchos son los que lamentan más la muerte de un delincuente que la de un policía, o incluso sienten cierto beneplácito cuando muere un habitante común, víctima de un hecho delictivo, especialmente cuando se trata de alguien con aceptables recursos materiales. Incluso desde la justicia se apoya al que delinque, ya que se ha establecido que el policía, o el habitante común, sólo puede actuar legalmente si lo hace en defensa propia, luego de que la iniciativa ha sido tomada por el delincuente. Esta ventaja otorgada a los automarginados ha favorecido notablemente su accionar. Hay quienes afirman que tales leyes han sido establecidas para debilitar la efectividad policial favoreciendo un posible rebrote subversivo similar al de épocas pasadas.
El delincuente juvenil se va formando de a poco, en una sociedad en la que a los adolescentes se les inculca hacer respetar sus propios derechos, pero pocas veces se les pide cumplir con sus deberes, que son generalmente los derechos de los demás. La precocidad para los vicios y para el libertinaje es por todos conocida, sin embargo, cuando se trata de un hecho delictivo, la ley los ampara a través de la “inimputabilidad de los menores de edad” por los delitos cometidos. En lugar de hacerlos imputables, para su propio beneficio, para que no sigan delinquiendo y marginándose cada vez más de la sociedad, la ley promueve ese accionar.
Mientras que el policía debe dar una “ventaja” al delincuente común, en el caso del menor que delinque se le hace casi prohibitivo su accionar, ya que cualquier exceso, o incluso una falsa denuncia, puede costarle la pérdida de su empleo. Ello ha llevado a la inefectividad casi total de la policía. Jorge Bosch escribió: “Llamo contrajusticia al conjunto de normas legales, procedimientos y actuaciones que, bajo apariencia de un espíritu progresista interesado en tratar humanitariamente a los delincuentes, conduce de hecho a la sociedad a un estado de indefensión y propicia de este modo un trato antihumanitario a las personas inocentes. Muchas veces este «humanitarismo» protector de la delincuencia es una expresión de frivolidad: «queda bien» hacer gala de humanitarismo y de preocupación por los marginados que delinquen, sin mostrar el mismo celo en la defensa de las víctimas y sin siquiera preocuparse por reflexionar seriamente y profundamente sobre el tema”.
La delincuencia también se ve favorecida por los medios masivos de comunicación cuando legitiman la burla y la grosería, que terminan siendo otro factor de marginamiento social. Los asesinatos no sólo son cometidos junto a los asaltos y robos, sino que existe un gran porcentaje de crímenes ocurridos entre personas conocidas, hechos derivados casi siempre del trato irrespetuoso entre seres humanos, que afecta también al que posee un aceptable nivel económico.
A los alumnos secundarios se les permite actitudes caprichosas y exigentes, por ello no es extraña la ocurrencia de casos como el de un docente, cuya firma fue falsificada por un alumno, y que fue culpado por ese hecho por la directora de la escuela quien adujo que el “buen alumno” tuvo que actuar de esa forma por alguna deficiencia del docente. Presionado a renunciar ante tal bajeza, el docente tuvo que soportar faltas de respeto de algunos alumnos dentro y fuera del ámbito escolar ante el tácito apoyo del directivo mencionado. (Caso ocurrido en la Escuela Gabriel del Mazo, de Mendoza).
La demagogia es el efecto que surge de la actitud del que quiere congraciarse con el “menos favorecido” tratando de defenderlo de su “enemigo”, escuchando difamaciones y promoviéndolas por ese hecho, como en el caso citado de la directora de escuela. Esta actitud no sólo crea divisiones y antagonismos, sino que remarca la incapacidad del “protegido” y debilita sus fuerzas para la posterior adaptación al medio social.
La contracultura, amparada por el relativismo cultural y por el relativismo moral, ejercida a través de la demagogia, en sus distintas formas, está llevando a la sociedad hacia la masificación y la violencia. Desde la política, los medios de comunicación, la educación y la justicia se trata de mostrar un verdadero interés por la sociedad. Sin embargo, se actúa como el padre irresponsable que se pone exigente e intolerante ante los docentes de sus hijos, por el mínimo motivo, para mostrarles a éstos que se interesa mucho por ellos, cuando en realidad está tratando de disfrazar un profundo desinterés por lo que les habrá de suceder en sus vidas. La hipocresía es lo que predomina en estos casos.
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1 comentario:
Sí, también es hipocresía, pero todo esto obedece a una planeación que busca la desmoralización de la sociedad, sobre todo de los sectores más educados y eficientes, para obtener, entre otros, el resultado de una menor resistencia ante el creciente poder, implantación y control de la izquierda en un sistema al que está reconfigurando.
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