Una forma indirecta de promover la abolición del Estado consiste en desfinanciarlo aduciendo que "los impuestos son un robo". De ahí surge la propuesta de eliminar todo impuesto para eliminar al Estado. Si consideramos los servicios que presta el Estado (seguridad, educación, salud, justicia) entonces resulta obligatorio pagar por ellos, de lo contrario sería un robo por parte de los beneficiarios de esos servicios. Cuando, en realidad, los impuestos son un robo, es cuando los servicios que presta el Estado son ineficientes o bien inexistentes.
La abolición del Estado implica un objetivo anarquista. Cuando al Estado se lo pretende reemplazar por el mercado, se llega al anarcocapitalismo, que no es igual al liberalismo, como quieren hacer creer los anarquistas de mercado. Así, mientras que se decía que en Rusia se saltaba una etapa, pasando del feudalismo zarista al comunismo, sin pasar por el capitalismo, en la Argentina actual presenta gran adhesión la posibilidad de saltar de un populismo socialista al anarcocapitalismo, sin pasar por el capitalismo (si bien en el pasado lejano transitamos esa etapa). El líder anarcocapitalista, en este caso, es Javier Milei.
El argumento esgrimido en contra del Estado se asocia a que los políticos a cargo, y los votantes que los eligen, carecen de conocimientos y de moral, por lo que el Estado real resulta el mayor peligro contra la seguridad individual (lo que en el caso argentino actual es cierto). Luego, se supone que el Estado no es necesario porque el hombre en libertad ha de resurgir casi mágicamente como un ser virtuoso que no requiere de la coerción ni de la protección estatal. En realidad, si el Estado no funciona adecuadamente, debido a la severa crisis moral predominante, se lo debe tratar de mejorar y de limitar en sus funciones.
Por ingenuidad o irresponsabilidad, el anarcocapitalista supone que la libertad asociada al mercado trae una especie de "ética incorporada de fábrica" que hará resurgir en cada individuo la responsabilidad necesaria para mantener en vigencia la libertad adquirida.
No nos cuesta mucho imaginar una sociedad en la que los hombres participan cooperativamente estando exentos de todo tipo de egoísmo, envidia o negligencia. En ese caso hipotético, no habría más guerras, ni ejércitos. No habría necesidad de cárceles, ni de castigos, ni jueces, por cuanto sus tareas de sanción, prevención y corrección no serian necesarias. Por el contrario, si se eliminan las fuerzas coactivas del Estado, bajo la presencia de seres humanos normales, con virtudes y defectos, el caos sería la consecuencia inmediata. Jacques-Pierre Bissot expresó: “Anarquía son las leyes que no se cumplen, autoridad sin fuerza, crimen sin castigo. Y propiedad saqueada, seguridad personal expuesta a violaciones, corrupción moral. Además el Estado sin Constitución, sin gobierno, sin justicia…” (Citado en “Breve Historia del Pensamiento Social” de J. L. Nilsson-Editorial Claridad SA-Buenos Aires 1988).
La tendencia política del anarquismo resulta ser una utopía por cuanto sólo podría ser aplicable con éxito a seres humanos que carezcan de defectos y de limitaciones. De ahí que pueda considerarse como una tendencia a la que nos aproximamos a medida que el hombre va reduciendo sus defectos, tendencia de la cual tampoco podemos estar seguros de transitar. Podemos decir que los hombres seremos buenos cuando alguien nos convenza de que el único camino hacia la felicidad reside en adoptar una actitud cooperativa hacia los demás seres humanos, situación hasta ahora parcialmente aceptada, siendo poco probable su generalización para el futuro, aunque no imposible. Bert F. Hoselitz escribió: “El anarquismo filosófico es una doctrina muy antigua. Nos sentimos tentados a decir que tan antigua como la idea de gobierno, pero faltan pruebas seguras en apoyo de dicho aserto. No obstante, poseemos textos con más de 2.000 años de antigüedad que no sólo describen una sociedad humana sin gobierno, fuerza y ley restrictiva, sino que consideran este estado de las relaciones sociales como el ideal de sociedad".
"En bellas y utópicas palabras, Ovidio nos proporciona una descripción de la utopía anarquista. En el primer libro de su «Metamorfosis» describe una edad de oro donde no había ley y todos mantenían su lealtad y realizaban lo justo sin necesidad de compulsión alguna. Allí no había miedo al castigo, ni sanciones legales grabadas sobre tablillas de bronce, ni ninguna masa de suplicantes miraba llena de espanto a su vengador, porque sin jueces todos vivían en seguridad. La única diferencia entre la visión del poeta romano y la idea de los anarquistas filosóficos modernos es que el primero situó la edad de oro al comienzo de la historia humana, mientras que estos últimos la sitúan al final” (Del prefacio de “Escritos de Filosofía Política (I)” de Mijail A. Bakunin-Ediciones Altaya SA-Barcelona 1997).
En cuanto a su definición, leemos: “Anarquismo: Es ante todo un modelo o forma de pensamiento que rechaza todo tipo de autoridad (Estado, Iglesia) como forma de dominación del hombre sobre el hombre, y sostiene como principio la igualdad y la hermandad entre los hombres sin control ni presión política, social o espiritual. Su fundamento filosófico es la concepción del Iluminismo relativa al Estado de naturaleza del hombre que debe ser restaurado por la razón. Históricamente se configura como un movimiento filosófico-social y político orientado a la acción con el fin de lograr la anarquía, es decir, una sociedad sin dominantes ni dominados, y como paso a una comunidad ideal de paz, justicia, igualdad y orden” (Del “Diccionario de Sociología” de E. del Acebo Ibáñez y R. J. Brie-Editorial Claridad SA-Buenos Aires 2006).
Mientras que los sectores liberales admiten la necesidad de un Estado que garantice la libertad y la seguridad de las personas, para el sector anarquista es el Estado mismo el problema, no admitiendo la posibilidad de que sus fallas sean coexistentes con las fallas morales que afectan a la mayoría de los integrantes de las sociedades en decadencia. Morris y Linda Tannehill escribieron: “Decir que los hombres no pueden proteger su libertad sin un gobierno, es lo mismo que decir que no pueden protegerla sin un sistema de esclavitud. La esclavitud nunca es buena ni necesaria…ni siquiera en esa forma llamada gobierno. Debemos decirle a la gente que el gobierno no es un mal necesario; es un mal innecesario” (De “El mercado para la libertad”-Barbarroja Ediciones-Buenos Aires 2014).
La exagerada obsesión por la libertad, tratando de no depender de otros seres humanos, contrasta con la sociedad real en la cual dependemos cotidianamente de otras personas en toda institución jerárquica. En cada empresa, en cada establecimiento educativo, incluso en el tránsito vehicular, debemos acatar leyes y también decisiones de otras personas, algo que resulta inevitable para el logro de cierto orden social. De ahí que sea aceptable tratar de limitar la dependencia externa, mientras que es imposible prescindir de ella. Friedrich A. Hayek escribió: “Por encima de todo tenemos que reconocer que podemos ser libres y continuar siendo desgraciados. La libertad no significa la posesión de toda clase de bienes o la ausencia de todos los males. Es indudable que ser libre puede significar libertad para morir de hambre, libertad para incurrir en costosas equivocaciones o libertad para correr en busca de riesgos mortales” (De “Los Fundamentos de la Libertad”-Unión Editorial Argentina-Buenos Aires 2013).
Debido a que la libertad debe ir asociada a la responsabilidad, no todos los seres humanos confían en sus propias capacidades personales, por lo que la libertad no les resulta tan apreciable como lo es para los anarquistas. Los Tannehill agregan: “El miedo de los hombres a la libertad ha sido siempre miedo a confiar en sí mismos, a ser dejados por su cuenta para enfrentar un mundo aterrador, sin nadie que les dijera qué hacer. Ya no somos salvajes aterrorizados haciendo ofrendas a un dios del rayo o acobardados siervos medievales escondiéndose de fantasmas y brujas. Hemos aprendido que el hombre puede comprender y controlar su medio y su propia vida. No tenemos necesidad de pontífices, reyes o presidentes que nos digan lo que debemos hacer. El gobierno es ahora conocido por lo que es. Pertenece a un oscuro pasado con el resto de las supersticiones del hombre”.
Como todos los utopistas e ingenieros sociales, los anarquistas caen en el error común de hablar en nombre de todos los seres humanos indicando cómo deben pensar y actuar, e incluso promoviendo cierta rebelión contra los Estados constituidos, sin contemplar los excesos que pueden conducir a situaciones caóticas extremas, sugiriendo una desobediencia civil. Al respecto escriben: “Semejante desobediencia pasiva, en masa y en gran escala no necesitaría ser organizada si la mayoría de la gente viera al gobierno como lo que es y creyera en la libertad. Comenzaría en forma secreta y tranquila, como individuos que harían lo que pudieran sin ser descubiertos. De hecho, ya ha comenzado. A medida que aumentara la falta de respeto por el gobierno, la práctica de ignorar las leyes se tornaría cada vez más abierta y generalizada. Al final sería una gran revuelta pacífica, de facto, que ningún poder podría detener”.
El anarquista es el tipo de individuo que, si observa que algo anda mal, no piensa en repararlo, sino en destruirlo para reemplazarlo por otra cosa, ya se trate del Estado o de la educación pública. Por el contrario, desde las posturas liberales se promueve la división de poderes para impedir los posibles excesos de un poder único (como es el caso de los totalitarismos) y para que la competencia entre poderes limite sus posibles excesos.
En épocas en que existe un gran poder económico de las grandes empresas multinacionales, siempre resulta conveniente contrapesarlo con el poder de un Estado fuerte (que es distinto de un Estado grande). Tal Estado se construye en base a la democracia liberal, respecto de la cual Hayek expresó: “La democracia es el único método de cambio pacífico descubierto hasta ahora por el hombre”, mientras que Ludwig von Mises escribió: “Por amor a la paz interna, el liberalismo tiende al gobierno democrático. La democracia, por tanto, no es una institución revolucionaria, sino el medio apropiado de impedir las revoluciones y las guerras civiles. Produce un método de reajuste pacífico del gobierno de acuerdo con la voluntad de la mayoría” (De “La acción humana”-Editorial Sopec SA-Madrid 1968).
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1 comentario:
La caída de una sociedad en la anarquía real, es decir, en la ausencia de un Estado con su correspondiente uso monopolístico de la violencia legítima, conduciría inmediatamente al resurgimiento sin contrapeso del pensamiento tribal que la evolución insertó a los hombres en los orígenes de la especie. Veríamos el nacimiento de numerosas bandas formadas por gentes de determinada afinidad (en base a costumbres, cercanía geográfica, edad y otras) que lucharían entre sí hasta el aniquilamiento de todos excepto del grupo vencedor, quien maltrecho y diezmado carecería de todas las ventajas que una sociedad grande y compleja proporciona para hacer frente a la vida con herramientas sofisticadas, físicas y culturales, nacidas de la división del trabajo, ahora ya no posible.
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