Por lo general, se establece una diferencia significativa entre la creencia, o no, en un Dios Creador que ha impuesto un sentido al universo y a la vida humana. En nuestra época, sin embargo, la discusión principal pasa por atribuir, o no, un sentido al universo, por lo que la diferencia esencial entre creyente y ateo implica la adhesión del primero a la existencia de un sentido y a su negación por parte del segundo. En este caso, al considerar la inexistencia de un sentido objetivo del universo, que conduce a la inexistencia de un sentido de la humanidad, surge la idea de establecer un "sentido artificial" creado por los seres humanos, que puede conducir a aberraciones como han sido los totalitarismos.
En cuanto a la actitud de los científicos, Thierry Magnin escribió: "Entre las dificultades reunidas por los científicos en cuanto a la cuestión de sentido y la cuestión de Dios, se encuentras los dos siguientes extremos:
a- Con temor de introducir la noción de finalidad en el terreno de la ciencia, algunos científicos no se animan a abordar el vínculo entre ciencia y sentido. De allí la importancia de disipar malentendidos con respecto a esto.
b- Otros científicos, al contrario, buscan un vínculo directo entre la ciencia y el sentido por nuevas gnosis particularmente tomadas de nuestros días".
(De "Un Dios para la ciencia"-Ciudad Nueva-Buenos Aires 1997)
Un enfrentamiento entre ambas posturas, esta vez filosóficas, se produjo entre Baruch de Spinoza y Gottfried Leibniz. Mientras que Spinoza adopta una postura compatible con la ciencia experimental, considerando que todo lo existente está regido por leyes naturales invariantes, sin intervenciones de Dios, llega a la conclusión que no existe un sentido asociado al universo. Una conclusión algo extraña por cuanto, si se considera que existen "reglas del juego" definidas, es raro que no conduzcan a ninguna parte. Por ello, una de las respuestas importantes implica asociarle al universo un sentido objetivo aparente al que nos conducirán tales leyes.
Leibniz, por su parte, que intentó unificar catolicismo con protestantismo sin conseguirlo, al profesar una creencia de tipo teísta, se opone a la ausencia de sentido y a la visión spinoziana. Respecto del encuentro entre ambos filósofos, Joan Solé escribió: "En 1676 Spinoza recibió la visita del tercer gran filósofo racionalista europeo, Leibniz, que se había interesado mucho por sus ideas. En 1674, en París, había solicitado a un amigo de Spinoza que le permitiera leer fragmentos de un manuscrito de la Ética: el filósofo había sido taxativo en la prohibición de que se mostrara el texto a extraños (y Leibniz lo era a pesar de haberle consultado años atrás cuestiones de óptica, y de haberle calificado de «insignis opticus»).
"El amigo le había transmitido por carta la petición de Leibniz, a la que Spinoza respondió: «A Lybniz, sobre quien me escribe, creo que lo conozco por carta...Por lo que puedo inferir de las cartas, me ha parecido un hombre de índole liberal y conocedor de las ciencias. Pero me parece imprudente mostrarle tan deprisa mis escritos». De nuevo se percibe la extrema cautela de Spinoza («Caute»), plenamente justificada por la violenta situación política; ese mismo 1674 Van den Enden, su antiguo maestro, había sido ahorcado en la capital francesa por sus ideas y actividades revolucionarias".
"Leibniz terminó por viajar a La Haya y conoció de viva voz la doctrina de Spinoza. El pensador alemán era (o trataba de ser) un creyente ortodoxo, y no toleró las ideas naturalistas spinozianas, que le afectaron hondamente y que puso el máximo empeño en refutar".
"El contraste entre estos dos grandes filósofos del siglo XVII es iluminador en otro aspecto esencial. Leibniz fue un político, jurista, matemático y lógico acostumbrado a desenvolverse con soltura en las altas esferas, cerca de los grandes escenarios, trató con gran inteligencia muchos temas dispares, sin unificarlos, y poseía un saber enciclopédico (se le considera el último genio, o sabio, universal, la última mente capaz de abarcar todos los campos del conocimiento). Spinoza prefirió en cambio concentrar su pensamiento en unos grandes temas que configuran el eje de su filosofía, se apartó del primer plano y participó en la historia sólo a través de sus ideas".
"El historiador de las ideas Isaiah Berlín divide a los hombres, y concretamente a los pensadores, entre zorros y erizos: los primeros se mueven siempre entre una gran diversidad de conceptos y situaciones, tienen una visión múltiple de la realidad, son versátiles y hábiles; los segundos poseen una idea central y sistematizada del mundo y de la vida, que da sentido y coherencia a la profusa diversidad de hechos generales e individuales (Berlín efectúa la reflexión a raíz de un verso del poeta griego Arquíloco: «Muchas cosas sabe el zorro, pero el erizo sabe una sola, y grande»)".
"Tal vez no ha habido en toda la historia mayor encuentro entre un gran zorro y un gran erizo que el que tuvieron Leibniz y Spinoza en La Haya en 1676. Muchos aspectos de la teología leibniziana parecen constituir la respuesta permanente de un creyente dubitativo, y tal vez obsesionado, a las serenas concepciones de Spinoza. La angustia de Leibniz respecto a su encuentro con este le llevó al extremo de silenciarlo y aun negarlo".
"Es difícil sustraerse a la sospecha de que el cultísimo, inteligentísimo e incluso genial zorro padeció alguna pasión nociva (¿complejo?) frente a la hondura y al sosiego del erizo; que el filósofo y matemático de innumerables conocimientos dispersos admirara demasiado a su pesar la visión unificada que Spinoza poseía del universo" (De "Spinoza. La filosofia al modo geométrico"-EMSE EDAPP SL-Buenos Aires 2015).
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1 comentario:
Estamos ante el relato del que sea, probablemente, uno de los encuentros personales más importantes de la historia del pensamiento. Para mí era completamente desconocido y ha supuesto una agradable sorpresa. Encuentro la hipótesis final plenamente verosímil.
Por otra parte, debemos tener claro que ese sentido artificial que el totalitarismo da a la existencia no es otro que la detentación del poder, por lo que es una finalidad al alcance de unos pocos, no del género humano en su conjunto.
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