El elevado porcentaje de pobres e indigentes que existe en la Argentina, reclama por una mejora económica inmediata. Toda mejora económica ha de ser una mejora productiva. Sin embargo, la población argentina, mayoritariamente, es anticapitalista y antiempresarial; justamente se opone a los dos principales factores de la producción: el capital y la empresa.
La educación pública, principalmente, se encarga de un adoctrinamiento político que predica la oposición al capital y a la empresa, siendo condensados ambos bajo el calificativo de "neoliberalismo". Lo grave de la situación es que, bajo tal mentalidad, poca predisposición tendrán los inversores para iniciar actividades productivas cuando perciben que, tarde o temprano, podrán perder sus capitales cuando el voto popular eleve al poder a algún líder socialista que expropie los medios de producción. Esto no es una exageración si se advierte cuál es la opinión predominante de la gente.
Alguien puede decir que la severa crisis económica y social hará despertar cierta concientización respecto del estado de cosas al que nos ha conducido la mentalidad antiproductiva. Sin embargo, debido al adoctrinamiento permanente, tanto educativo como periodístico, se seguirá manifestando que todos los problemas se deben al "neoliberalismo".
Debido a tal estado mental de los argentinos, se acepta tácitamente que la labor principal de los políticos a cargo del Estado consiste en "proteger a la población de las empresas"; de ahí que exista un férreo entramado de controles y prohibiciones que hacen casi imposible la creación de nuevas empresas y el desempeño productivo posterior. Y si alguna empresa llegara a tener importantes ganancias, desde el Estado se trata de confiscarlas amparado en el principio de la "justicia social".
Al existir pocas empresas capaces de sobrevivir en la Argentina, no existe una aceptable competencia, por lo que tampoco se observan las ventajas de un mercado competitivo, llegándose al extremo de que varios empresarios convengan con los políticos de turno para disponer de ventajas y escepciones por parte del Estado.
En una época en que predomina el conocimiento asociado a la producción, el principal capital de una empresa es el capital humano, por lo cual la empresa trata de mantenerlo y no perderlo. Sin embargo, predomina la idea de que el empresario, sí o sí, es un explotador de sus trabajadores, con lo cual los perdería corriendo el riesgo adicional que vayan a formar parte del capital humano de empresas competidoras.
Puede decirse que los países subdesarrollados económica y socialmente, son mentalmente subdesarrollados. Tal subdesarrollo mental es el que impide salir del atraso. De ahí que son pocas las esperanzas de mejorar el sistema productivo sin que previamente mejore la mentalidad generalizada de la sociedad.
En cuanto a las creencias al respecto, Ernesto Sandler escribió: "Forma parte de la idiosincracia nacional tener una opinión negativa sobre las empresas privadas y de manera especial sobre los empresarios. Frases como «empresas ricas con empleados pobres» o «los empresarios se llenan los bolsillos explotando a los trabajadores» son parte del repertorio habitual de los argentinos".
"Las mayorías sociales están convencidas de que las organizaciones empresariales siempre perjudican a sus empleados, suelen ser opresivas, lavan dinero, se llevan las ganancias al exterior, se quedan con gran parte de la riqueza producida, contaminan el medio ambiente y ejercen presión sobre los gobiernos para lograr beneficios".
"A pesar del reconocimiento que tienen las empresas privadas en el mundo desarrollado -socialista o capitalista- por su importante función en la creación de riqueza, las innovaciones, la generación de empleo y el aporte de recursos al Estado, en nuestro país gran parte de la sociedad tiene un rechazo emocional y racional hacia las empresas de capital privado".
"Los nacionales consideran que la empresa privada es la representación del mal porque es sinónimo de explotación de los trabajadores y de apropiación de ganancias que no le corresponden. Socialmente son valoradas como enemigas
del sector trabajador y contrarias al bien común porque sólo benefician a sus titulares. Por esta razón los argentinos coinciden en que si se les da libertad y no se las controla, las empresas constituyen una traba para el desarrollo social, la distribución equitativa de la riqueza y el beneficio de los trabajadores".
"Esa percepción que se tiene de las empresas privadas es una de las razones por las cuales la mayoría social reclama que el Estado les corte las uñas a sus garras. Dejarlas en libertad es hacer la vista gorda a la explotación, las injusticias, los abusos, la desigualdad, los precios altos, la contaminación y la manipulación del mercado. Concederles la libertad económica para producir, comerciar e invertir es otorgarles una autorización para que los lobos se hagan cargo de un rebaño de ovejas.
"A partir de esta mirada aprensiva y descalificadora los dirigentes políticos y sindicales han promovido históricamente la sanción de una inmensa normativa jurídica para condicionar la libertad económica de las empresas, su relación con los empleados, las inversiones que realizan, las habilitaciones para producir, la carga impositiva, la fijación de precios y la distribución de sus ganancias, entre una larga lista de controles" (De "Creencias económicas"-MG Editores-Buenos Aires 2022).
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1 comentario:
Toda mejora económica debe proceder de una mejora productiva, excepto que se recurra a la deuda o a la emisión de moneda sin respaldo, en cuyo caso las pasajeras e inconsistentes mejoras actuales se cargan a problemas añadidos a las generaciones futuras. Bueno, se comprende si también se trata de hacer cada vez más personas dependientes de la ayuda oficial.
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