Cuando un país invasor, o imperialista, ataca a otro, encuentra en el país atacado una minoría colaboracionista calificada como “traidora” por el resto de la población atacada. Sin embargo, cuando los traidores alcanzan un porcentaje significativo, a la contienda armada se la comienza a calificar como “guerra civil”.
Este ha sido el caso de la contienda militar ocurrida en varios países latinoamericanos cuando, desde Cuba principalmente, se promovieron grupos guerrilleros y terroristas con la finalidad de instaurar el socialismo por medio de la revolución, encubierta bajo el aspecto de guerra civil, que en realidad consistió en un intento soviético por expandir su imperio.
A la Guerra Civil española se la puede interpretar en forma similar, ya que fue un proceso iniciado con la finalidad de destruir determinada forma de vida y determinada forma de sociedad para, luego, cambiarla según la ideología reinante en la Unión Soviética. Al respecto se mencionan extractos del libro “Marxismo Leninismo” de Jean Ousset (Editorial Iction SRL-Buenos Aires 1963):
El 1 de julio de 1937 los obispos españoles dirigían "a los del mundo entero" una carta colectiva a propósito de la guerra civil. El objetivo de esta carta, precisaban ellos, es el de aclarar a los católicos de otros países, engañados a menudo por informaciones tendenciosas, sobre la verdadera situación de España:
Los comienzos de la revolución
Demasiado a menudo los católicos extranjeros ignoran los sufrimientos de sus hermanos españoles, las persecuciones que sufrieron y la manera como fue desatada la revolución.
Los incendios de los templos de Madrid y provincias en mayo de 1931, las revueltas de octubre del año 1934, especialmente en Cataluña y Asturias donde reinó la anarquía durante dos semanas; el periodo turbulento que corre de febrero a julio de 1936, durante el cual fueron destruidas y profanadas 411 iglesias y se cometieron cerca de 3.000 atentados graves de carácter político y social, presagiaban la ruina total de la autoridad pública, que se vio sucumbir con frecuencia a la fuerza de poderes ocultos que mediatizaban sus funciones.
Nuestro régimen político de libertad democrática se desquició, por arbitrariedad de la autoridad del Estado y por coacción gubernamental que trastocó la voluntad popular, constituyendo una máquina política en pugna con la mayoría de la nación, dándose el caso, en las últimas elecciones parlamentarias, febrero de 1936, de que, con más de medio millón de votos de exceso sobre las izquierdas, obtuviesen las derechas 118 diputados menos que el Frente Popular, por haberse anulado caprichosamente las actas de provincias enteras, viciándose así en su origen la legitimidad del Parlamento.
Y a medida que se descomponía nuestro pueblo por la relajación de los vínculos sociales y se desangraba nuestra economía y se alteraba sin tino el ritmo del trabajo y se debilitaba maliciosamente la fuerza de las instituciones de defensa social, otro pueblo poderoso, Rusia, empalmado con los comunistas de acá, por medio del teatro y el cine con ritos y costumbres exóticas, por la fascinación intelectual y el soborno material, preparaba el espíritu popular para el estallido de la revolución, que se señalaba casi a plazo fijo.
El 27 de febrero de 1936, a raíz del triunfo del Frente Popular, el Komintern ruso decretaba la revolución española y la financiaba con exorbitantes cantidades. El 1 de mayo siguiente centenares de jóvenes postulaban públicamente en Madrid «para bombas y pistolas, pólvora y dinamita para la próxima revolución». El 16 del mismo mes se reunían en la Casa del Pueblo de Valencia representantes de la URSS con delegados españoles de la III Internacional, resolviendo, en el noveno de sus acuerdos "Encargar a uno de los radios de Madrid, el designado con el número 25, integrado por agentes de policía en activo, la eliminación de los personajes políticos y militares destinados a jugar un papel de interés en la contrarrevolución".
Entre tanto, desde Madrid a las aldeas más remotas aprendían las milicias revolucionarias la instrucción militar y se las armaba copiosamente, hasta el punto de que, al estallar la guerra, contaban con 150.000 soldados de asalto y 100.000 de resistencia.
La barbarie comunista
Prueba elocuentísima de que la destrucción de los templos y la matanza de los sacerdotes, en forma totalitaria fue cosa premeditada, es su número espantoso. Aunque son prematuras las cifras, contamos unas 20.000 iglesias y capillas destruidas o totalmente saqueadas. Los sacerdotes asesinados, contando un promedio del 40 por ciento en las diócesis desvastadas -en algunas llegan al 80 por ciento- sumarán, sólo del clero secular, unos 6.000. Se los cazó con perros, se les persiguió a través de los montes; fueron buscados con afán en todo escondrijo. Se los mató sin juicio las más de las veces, sobre la marcha, sin más razón que su oficio social.
La revolución fue a la vez antiespañola y anticristiana
La revolución fue esencialmente "antiespañola". La obra destructora se realizó a los gritos de "¡Viva Rusia!" a la sombra de la bandera internacional comunista. Las inscripciones morales, la apología de personajes forasteros, los mandos militares en manos de jefes rusos, el expolio de la nación en favor de extranjeros, el himno internacional comunista, son prueba sobrada del odio al espíritu nacional y al sentido de patria.
Pero, sobre todo, la revolución fue "anticristiana". No creemos que en la historia del cristianismo y en el espacio de una semana se haya dado explosión semejante, en todas las formas de pensamiento, de voluntad y de pasión, del odio contra Jesucristo y su religión sagrada. Tal ha sido el sacrílego estrago que ha sufrido la Iglesia de España, que el delegado de los rojos españoles enviado al Congreso de los "sin Dios", en Moscú, pudo decir: "España ha superado en mucho la obra de los soviets, por cuanto la Iglesia de España ha sido completamente aniquilada".
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2 comentarios:
Todo lo que dice el mencionado comunicado de los obispos es cierto, pero cuando se habla de lo que sucedió de febrero a julio de 1936 no se menciona expresamente que durante ese lapso temporal se cometieron un promedio de 3 asesinatos y pico diarios, la inmensa mayor parte de los cuales fue responsabilidad de las turbas izquierdistas, nunca perseguidas desde el gobierno de la nación en manos del denominado Frente Popular. Se trataba de una situación prerrevolucionaria ante la que sus víctimas potenciales respondieron casi por completo con la inactividad. Sólo buena parte de los altos oficiales del Ejército y algunos civiles organizaron la respuesta. El resto es historia.
Los sectores de izquierda nunca hablan de los asesinatos por ellos cometidos ni reconocen culpabilidad alguna, como si estuvieran amparados por un supremo ideal que los exime de toda culpa. Es el cinismo en su mayor expresión.
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