Por Fernando Sabater
“En una democracia, políticos somos todos. Los que en un momento dado ocupan puestos de gobierno o de administración no son extraterrestres venidos de otra galaxia para fastidiarnos (¡o conducirnos hacia la luz!), sino sencillamente nuestros mandados, es decir: aquellos a los que nosotros, los ciudadanos votantes, les hemos mandado mandar. En el caso de que no desempeñen bien su función, debemos plantearnos si nosotros hemos desempeñado bien la nuestra al elegirles para el cargo. No tiene demasiado sentido que perdamos el tiempo despotricando y pataleando contra ellos, como si fuesen una fuerza de la naturaleza de efectos quizá deplorables, pero contra la que no hay remedio. Porque sí lo hay: podemos revocar su mandato, elegir a otros en su lugar o incluso ofrecernos nosotros si creemos que podemos hacerlo mejor que ellos”.
“Uno de los mayores peligros de las democracias es que se configure una casta de «especialistas en mandar», o sea, políticos profesionales (normalmente sin competencia en ninguna profesión) que se conviertan en eternos candidatos de los partidos a ocupar cargos electivos. Por lo común alcanzan esa posición gracias a la pereza o al desinterés del resto de los ciudadanos, que dimiten del ejercicio continuo de su función política y de su vigilancia sobre quienes gobiernan”.
“La ciudadanía democrática es la forma de organización social de los iguales, frente a las antiguas sociedades tribales formadas por idénticos y las sociedades jerárquicas que imponen desigualdades «naturales» entre los miembros de la comunidad. Los iguales lo son en derechos y deberes, no en raza, sexo, cultura, capacidades físicas o intelectuales ni creencias religiosas: es decir, igual titularidad de garantías políticas y asistencia social, así como igual obligación de acatar las leyes que la sociedad por medio de sus representantes se ha dado a sí misma”.
“En la historia se han dado dos modelos de ciudadanía, hablando grosso modo: el griego y el romano o si se prefiere el activo y el pasivo. La ciudadanía griega implicaba y exigía la actividad política, la colaboración en la toma de decisiones”.
“El modelo romano de ciudadanía reconocía derechos a quienes la ostentaban …, pero no el de participar en el gobierno, que estaba restringido a los patricios, o sea, a las clases altas”.
“En la actualidad, la mayoría de los gobiernos prefieren ciudadanos «a la romana» que «a la griega». Es decir, se alienta a reclamar beneficios y protecciones por parte del Estado, pero se desalienta la intervención en política”.
(Extractos del “Diccionario del ciudadano sin miedo a saber”-Editorial Ariel SA-Barcelona 2007).
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1 comentario:
Una cosa está clara, en una sociedad formada por millones de personas no es posible la democracia directa, por lo que se descarta de entrada esta idea. También es bastante obvio que el ejercicio de la política queda en manos de unos grupos que saben manejarla, o al menos deberían. La cuestión está situada en la calidad de ese ejercicio, en si es transparente, experto, eficaz, dando por descontado que el acceso debe ser competitivo y abierto, resultando también imprescindible que exista rendición de cuentas y, sobre todo, que sea fiscalizable, que no resulte a la postre que todo es puro teatro oligárquico.
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