En un país en donde la gente fuese muy ahorrativa (y poco inversora), la mayor parte del circulante monetario estaría guardada "bajo el colchón". En ese caso, para evitar el consiguiente proceso recesivo, se considera razonable cierta emisión monetaria, por parte del Estado, para evitar la paralización de la economía.
Como esta situación no es muy frecuente, la aplicación de tal intervención estatal, en el proceso económico, tiende a promover inflación, entre otros inconvenientes. Tal es esencialmente la "solución" que aplican los seguidores de John Maynard Keynes.
La creencia básica del keynesianismo implica suponer que la mayoría de las personas tiende a ahorrar en forma excesiva, lo que no siempre resulta verdadero.
También promueven el intervencionismo los sectores que suponen que el rico es un hombre malo y perverso y que el pobre es bueno y trabajador. Tal creencia induce a quienes conducen al Estado a tratar de traspasar las riquezas de los afortunados para ubicarlas en manos de los pobres, constituyendo un Estado justiciero y compensador.
Como el capital es la principal herramienta para la producción, su traspaso de los sectores productivos a los que no lo son, tiende a limitar la creación de riquezas y a promover la pobreza generalizada.
Los promotores de la economía de mercado aducen que la riqueza lograda por el empresario eficaz constituye un premio que lo estimula a seguir produciendo, mientras que la pobreza es un indicio de una predisposicion poco favorable a la productividad. De ahí que el intervencionismo tiende a eliminar los estímulos para la creación de riquezas.
Puede considerarse como ética intervencionista a una ética que, en cierta forma, utiliza la ley de la oferta y la demanda, pero en forma poco asociada a la libertad de elección, siendo la oferta, en este caso, el conjunto de deberes y obligaciones asociados a los integrantes de la sociedad, mientras que la demanda es el conjunto de derechos peticionados por dicha sociedad. De ahí que el intervencionista, keynesiano o socialista, considera que el Estado debe favorecer esa demanda (derechos) para lograr cierta igualdad social, pero sin hacer otro tanto con la oferta (deberes).
Cuando en una sociedad predominan los derechos y se olvidan los deberes, nadie verá satisfechos los primeros por cuanto nadie cumple con los segundos. Los conflictos subsiguientes establecerán la principal característica de tal sociedad.
Si alguien tiene aptitudes para el trabajo y la producción, el Estado intervencionista, en la búsqueda de igualdad económica, le extraerá recursos para compensar el trabajo y la producción deficitarios de los poco aptos. En lugar de estimular la producción, se estimula la inacción del que produce y la vagancia del que no lo hace.
Si alguien carece de aptitudes morales (por ser vago o delincuente), la sociedad tiende a evitar que goce de ciertos derechos básicos debido a su incumplimiento de deberes esenciales. Sin embargo, el Estado intervencionista, en la búsqueda de igualdad social, tiende a protegerlo de la gente decente, a quienes considera perversos y excluyentes. Por ese camino se llega a la eliminación de todo mérito ético, ya que se entiende por "igualdad social" cierto igualitarismo que contempla una igualdad de derechos sin contemplar el cumplimiento de los deberes respectivos.
Para colmo tal Estado ha creado un "lenguaje inclusivo" que tiene como finalidad caracterizar como excluyente a quienes no lo usan.
Promover los derechos y no los deberes, equivale a promover la demanda en lugar de hacerlo con la producción. El intervencionismo económico produce tan malos resultados como el moral.
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1 comentario:
A esa situación tan bien descrita también hay que añadirle que cada vez un mayor número de gente pierde el sentido tradicional del bien y del mal y lo sustituye por el de “lo que le divierte y lo que le molesta”, poniendo de manifiesto una incapacidad para valorar moralmente las cuestiones que le salen al paso que es tan sorprendente como perceptible.
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