miércoles, 28 de noviembre de 2018

La falsa espiritualidad del materialista sin éxito

En una sociedad que valora prioritariamente lo material, en desmedro de lo afectivo y lo intelectual, es frecuente encontrar personas que, al no lograr éxito en cuestiones materiales, adopta una actitud pseudo-espiritual de manera de justificar ante los demás, y ante sí mismo, este fracaso. Adopta, además, actitudes hostiles hacia el exitoso en lo material y, sobre todo, hacia el “sistema socioeconómico” que le impide estar en una posición social preeminente.

Mientras que el materialista exitoso resulta ser una persona que tiene como único y exclusivo tema de conversación sus “proezas” u logros personales en esos aspectos, el pseudo-espiritual adopta como tema principal las críticas contra el materialismo reinante y las supuestas (y reales) maniobras ilegales que realiza todo aquel que logra éxito empresarial.

Incluso los socialistas, en vez de aceptar la ineficacia de la economía que proponen, tienden a asociar al socialismo ciertos objetivos “espirituales”, inexistentes en la ideología básica, Se llega así a una permanente descalificación de la economía de mercado y a un sistemático elogio al socialismo bajo la máscara de esa falsa actitud adoptada. Este ha sido el caso de la Cuba castrista, proceso descrito por Carlos Alberto Montaner y que a continuación se transcribe:

La retórica del no consumismo

A mitad de camino, en medio del fracaso económico, el castrismo cambió de cabalgadura. Originariamente, el comunismo era una fórmula perfecta para el desarrollo fulminante de la Isla. Luego, el gobierno ha dicho que ya no se propone construir una sociedad de consumo. La primera impresión de esta paladina declaración es buena. La «sociedad de consumo» tiene mala prensa. Entre las cosas que se consumen en las sociedades de consumo hay una buena dosis de literatura contra las sociedades de consumo. Parece un trabalenguas, pero no pasa de ser una tontería.

Lo cierto es que el desarrollo, el progreso, no es otra cosa que la creciente lista de objetos, aparatos e ingenios a disposición del hombre a través del tiempo. Las únicas necesidades reales del hombre son alimento, descanso, y sexo para perpetuar la especie. La sociedad de consumo comenzó con el garrote de la edad de piedra, el fuego, la rueda, y no ha parado hasta las naves espaciales. Puede ser muy poético eso de clamar contra las sociedades de consumo –a mí me parece francamente reaccionario- pero no encaja en la historia del hombre.

Hay, además, una contradicción evidente en dedicarse frenéticamente a desarrollar un país, mientras se le dice que se renuncia a la sociedad de consumo. El desarrollo es (únicamente) un instrumento de consumo, salvo que todos hayamos perdido la razón. Sólo las sociedades contemplativas –los monjes budistas, los trapenses- pueden honestamente proclamar su renuncia al consumo de bienes materiales y, por lo tanto, su renuncia al progreso. Renunciar al consumo es renunciar a la dialéctica del progreso.

Por supuesto, en Cuba esa proclamada renuncia es la versión tropical de la fábula del zorro y las uvas. Se renuncia al consumo porque la producción está verde. No podía ser de otro modo, dados los escasos incentivos del trabajador, la torpeza de sus jefes y la absurda estructura económica del socialismo. En todo caso, antes de aceptar como válida la proposición que hace el castrismo de crear para los cubanos una sociedad no consumista, alguien deberá contestar las siguientes preguntas:

Primero: ¿en qué versículo de El Capital se recetan las bondades de la pobreza ascética permanente? Eso más bien huele a cierto renunciamiento de corte religioso, muy próximo a la teología de la pobreza que en los sesenta se debatía en el seno de la Iglesia Católica, o en las tradiciones místicas orientales.

Segundo: aceptemos, pues, que el no consumismo es un objetivo ajeno, extraño y hasta contrario a la esencia del marxismo. Pero ¿de qué misteriosa manga ha surgido el mandato para decretar el ascetismo no consumista para los cubanos? ¿Cuándo y cómo los cubanos han seleccionado la austeridad como objetivo vital? ¿Cómo puede atreverse un gobierno a decretar el no consumo como norma vital permanente? Puede admitirse el no consumo como fatalidad pasajera ante una catástrofe, pero de ahí a establecer esa desdicha como «modo de vida» va un largo trecho que ciertos revolucionarios o ciertos monjes de clausura obtengan recompensas espirituales a consecuencia del voto de pobreza, pero este tipo de ser humano peculiar es sólo un mínimo porcentaje de la población y me parece una total locura convertirlo en arquetipo.

Tercero: pero admitamos -¿qué más da no admitirla?- la impuesta arbitrariedad, sólo que exigiendo cierta precisión: ¿qué tipo de consumo se va a prohibir? ¿Se prohíbe la televisión a color, el video, el estéreo, los juegos electrónicos, las computadoras de bolsillo, la lavadora, el congelador familiar, el automóvil, el reloj de cuarzo, la máquina de escribir o de afeitar eléctrica? ¿Se prohíben las lentes de contacto blandas, la cirugía cosmética o las prótesis de siliconas? ¿El papel higiénico, los desodorantes o las compresas femeninas son objetos consumibles o no consumibles? ¿Por dónde pasa la raya entre la necesidad legítima y la superficial? ¿Cuántas camisas, faldas, chaquetas o guayaberas se pueden poseer sin infringir la ley? ¿Cuáles son los objetos non-sanctos y por qué son ésos y no otros? Es muy fácil salir del paso con el estribillo de que no-vamos-a-construir-una-sociedad-de-consumo, pero esto requiere una multitud de aclaraciones que los cubanos no piden porque –supongo- las aclaraciones también deben ser racionadas.

Cuarto: comoquiera que los objetos y su manipulación son los que determinan la contemporaneidad de las sociedades y su relativa situación en el tiempo, sería interesante que los funcionarios cubanos aclararan a cuál estadio de desarrollo pretenden remitir a los cubanos. Supongo que los gobernantes cubanos se han percatado de que la esencial diferencia que existe entre los londinenses y los hotentotes es la posesión o el usufructo de ciertos objetos y la destreza en su utilización. ¿En qué punto exacto del no consumo y uso de los objetos deben permanecer los cubanos? ¿A qué distancia de los hotentotes o de los londinenses les corresponde existir a los habitantes de la isla? ¿A qué grado de complejidad social les ha destinado la preclara cúpula dirigente revolucionaria? Las bicicletas en que ahora se transportan, ¿son definitivas, o también pueden ser prohibidas?

Quinto: quienes viven en España han podido ver en infinidad de ocasiones a los funcionarios cubanos comprando con incontenible avaricia toda clase de objetos, con el propósito de trasladarlos a Cuba para disfrute personal. ¿Quiere eso decir que el no consumo es sólo para los cubanos que no pueden viajar al exterior? ¿Quiénes pueden disfrutar del consumo y por qué? ¿Cuáles son los límites y la racionalidad de los privilegios? Más aún: ¿cómo deben comportarse los funcionarios que viven en el exterior? ¿Deben sucumbir a la alienación del consumo occidental o deben mantenerse dentro de las coordenadas éticas de la isla, o sea, sometidos a la austeridad y pobreza ascéticas del «espartanismo» propuesto por La Habana? ¿Por qué los miembros de la nomenclatura, encabezados por el propio Fidel, están exentos del no consumismo y poseen toda clase de objetos?

Habría muchas más preguntas que hacer, pero prefiero poner fin a este «cuestionario» con una observación final: es comprensible que los funcionarios y los partidarios, siempre a la búsqueda de coartadas y pretextos, enarbolen las virtudes del ascetismo y el no consumo como justificación de la pobreza y el atraso imperante en Cuba, pero las personas realmente serias que indagan sobre la naturaleza íntima de la sociedad cubana no deben aceptar sin más esa explicación. La cubanología, como cualquier otro apéndice de la ciencia social, debe comenzar por dudar de las premisas y los axiomas que de entrada le obsequian. (De “Víspera del final: Fidel Castro y la Revolución cubana”-Globus Comunicación-Madrid 1994).

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