Respecto de la economía de mercado existen cuatro posturas extremas que conviene considerar. Seguramente podrán existir posturas algo diferentes a las que a continuación se detallan, aunque los casos mencionados bastan para plantear el tema:
a) Liberalismo extremo o anarco-liberalismo: la economía de mercado basta para resolver todos los problemas humanos y sociales, ya que no presenta limitaciones en cuanto a su efectividad.
b) Socialismo: ya que el socialismo sirve para resolver todos los problemas humanos y sociales, se lo debe implantar previa abolición de la economía de mercado.
c) Socialdemocracia: para subsanar las limitaciones de la economía de mercado, debe el Estado corregir tales deficiencias.
b) Liberalismo: debido a que no resulta fácil la adaptación de todos los integrantes de la sociedad a la economía de mercado, es necesaria la religión (o alguna filosofía moral equivalente) para disminuir las limitaciones propias de todo sistema económico.
Las primeras dos posturas son calificadas generalmente como economismo, o economicismo, ya que presuponen que desde la economía se pueden solucionar todos los problemas humanos y sociales relegando a un lugar secundario tanto al resto de las ciencias sociales como a la filosofía y la religión. Tal simplificación resulta poco compatible con la realidad teniendo en cuenta los resultados logrados por el socialismo y los resultados inciertos que podrían surgir al prescindir del Estado, ya que el hombre real está muy lejos de carecer de defectos.
La adaptación a la economía de mercado es poco dificultosa para quien posee atributos morales básicos, ya que se le exige tener capacidad para producir algo útil a la sociedad. Luego, debe tener la predisposición a establecer intercambios que beneficien a ambas partes y, finalmente, debe tener la predisposición a llevar una vida sencilla y así poder ahorrar parte de sus ganancias para ir conformando un futuro capital.
Se observa que tales requisitos son accesibles a la mayoría de las personas, si bien habrá un sector importante de la sociedad que no se prepara lo suficiente como para poder generar productos o servicios que tengan valor para el resto de la sociedad, lo que impide todo posible intercambio. Tales personas necesariamente han de vivir gracias al trabajo de los demás.
Resulta evidente que el mercado constituye un sistema de intercambios que “no falla” como sistema, sino que toda deficiencia observable surge del sector que no produce, no intercambia y no ahorra, ya que consume lo que genera el resto de la sociedad.
La producción, el intercambio y el ahorro generan un sistema de cooperación entre cada individuo y el resto de la sociedad. La “cooperación social” ya viene prevista desde las épocas de Adam Smith y se la conoce como “división del trabajo”. Charles Gide y Charles Rist escribieron al respecto: “Esta maravillosa institución ¿es «originariamente el efecto de una sabiduría humana cualquiera, que prevé y toma por objetivo la opulencia general resultante de ella?». De ningún modo. «Es –dice Smith- la consecuencia necesaria, aunque lenta y gradual, de cierta tendencia de la naturaleza humana, que no tiene en mira utilidad tan amplia, la tendencia al trueque…a cambiar una cosa por otra». Esta tendencia misma no es primitiva, es una resultante del interés personal. «El hombre casi constantemente tiene ocasión de recurrir a la ayuda de sus hermanos, y sería vano esperarla únicamente de su benevolencia. La obtendrá mejor si consigue interesar su amor propio en su favor y mostrarles que les resulta más ventajoso realizar lo que pide. Toda persona que proponga a otra un asunto cualquiera, formulará la siguiente proposición: dadme ese objeto que necesito, y recibiréis a cambio aquel que necesitáis. Es el sentido de toda oferta, y es en esta forma que unos obtenemos de los otros la mayor parte de los buenos oficios que necesitamos. No es de la benevolencia del carnicero, del cervecero o del panadero de donde logramos nuestro alimento, sino de la consideración que ellos tienen de sus propios intereses…»” (De “Historia de las Doctrinas económicas”-Editorial Depalma-Buenos Aires 1949).
El trueque, que se establece en forma natural entre seres humanos, es a veces interpretado negativamente por cuanto, se aduce, “que ambos participantes son motivados por una actitud egoísta”. Si se considera que el egoísmo implica una actitud por la cual se busca un beneficio unilateral, sin considerar los efectos causados a los demás, se advierte que el intercambio equitativo, que beneficia a ambas partes, poco o nada tiene que ver con el egoísmo. Por el contrario, si se trata de establecer muchos intercambios equitativos, se advierte que se ha adoptado una actitud compatible con el “Amarás al prójimo como a ti mismo”, ya que no nos resultan indiferentes los efectos que los intercambios producen en los demás. El egoísmo se observa, por el contrario, en aquellos que pretenden vivir a costa del trabajo ajeno amparados en la labor enajenadora del Estado cuando le exige al sector productivo mantener al sector negligente que carece de predisposición para el trabajo.
Algunos autores aducen que el término “capitalismo” tiende a ocultar la existencia de un sistema de cooperación social, prestándose a todo tipo de tergiversación. Frederick L. Allen escribió: “William I. Nichols escribió un artículo titulado: «Se necesita una nueva denominación para el capitalismo». Alegando que el expresado vocablo no sirve ya para calificar nuestro actual régimen económico, porque en la mentalidad de muchísimas personas, especialmente en otros países, «se lo identifica con el primitivo sistema imperante en el siglo XIX», el señor Nichols planteaba el problema en los siguientes términos: ¿cómo definir este régimen nuestro –imperfecto si se quiere, pero en constante evolución, y siempre susceptible de perfeccionamiento- dentro del cual todos progresan por igual, trabajan de consuno, edifican con espíritu colectivo, producen cada vez más y participan proporcionalmente de los beneficios de su producción conjunta? Agrega que se le han sugerido algunos calificativos como «nuevo capitalismo», «capitalismo democrático», «democracia económica», «democracia industrial», «distribucionismo», «mutualismo» y «productivismo», ninguno de los cuales le satisface por completo” (De “El gran cambio”-Editorial Kraft Limitada-Buenos Aires 1967).
A fin de incorporar la mayor cantidad de gente al proceso productivo nacional, integrándose a los mercados existentes, se ha propuesto, por una parte, una concientización acerca de los deberes y derechos que a cada individuo le corresponde dentro de la sociedad. Para que todo individuo produzca, intercambie y ahorre, debe primeramente adoptar cierta disciplina similar a la propuesta por la mayoría de las religiones. Puede decirse que la religión, para ser efectiva, debe constituir una propuesta cognitiva que promueva la adaptación de todo individuo al orden natural y, simultáneamente, al orden social. El empresario David Packard escribió: “Siempre que hablamos de los objetivos generales de la empresa mencionamos nuestra responsabilidad con la comunidad en general. Esa clase de cosas que proporcionan las instituciones de nuestra comunidad, el sentido general de los valores morales, el carácter general de las personas que procede de las escuelas, las iglesias y otras instituciones; esa clase de cosas las aceptamos y son muy importantes en el funcionamiento de una organización como ésta”.
“Tendemos a aceptarlas sin más, pero si consideramos estas cuestiones más seriamente vemos que si esa clase de cosas no existiera, tendría un efecto grave en nuestra capacidad para hacer nuestra labor. Por eso tenemos una responsabilidad como empresa y como personas de contribuir a estas actividades. Todos ustedes saben que Hewlett-Packard contribuye como empresa a muchas de estas instituciones y animamos a nuestro personal a participar –sin definir quién debe hacer qué-, pero dejándolo a su libre elección” (De “El estilo HP”-Ediciones Deusto-Barcelona 2007).
La otra “solución” propuesta proviene de la socialdemocracia, con su Estado de bienestar, que culpa al sector productivo por la exclusión social de sectores poco predispuestos al trabajo. De ahí que los políticos consideren que la labor del Estado debe consistir, entre otras cosas, en compensar la desigualdad económica existente entre los sectores mejor adaptados al mercado y los menos predispuestos. Esta actitud proviene de presuponer que el sector productivo es el culpable de la ociosidad o de la pobre capacidad laboral de los sectores poco productivos, justificando de esa manera las confiscaciones que recaen en los primeros para compensar a estos últimos.
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